58

Carla

Carla viajó, una vez más, hasta Almería.

Cuando se aproximaba a la ciudad conduciendo por la carretera de la costa se llevó una gran sorpresa. Tras salir de un túnel se dio de bruces con lo que ahora le pareció una ciudad de ensueño, con casas y edificios que parecían cubos de azúcar a los pies de una antigua alcazaba árabe magníficamente iluminada que se reflejaba sobre el Mediterráneo.

Sobre aquella postal de ensueño se dibujaba un cielo multicolor de tonos anaranjados y ocres.

Era imposible saber qué se reflejaba dónde, si las luces del castillo árabe le cambiaban el tono al mar, o era el cielo el que le daba aquella pátina anaranjada a la cal blanca de las casas, o era el mismo mar el que reflejaba su azul apagado sobre la alcazaba.

Por un instante dudó de haber equivocado la ruta. La primera vez que estuvo en aquella ciudad le pareció sórdida y triste, pero se dio cuenta de que solo había estado haciendo espejo de su propia pesadumbre.

Ahora, en cambio, estaba pletórica de alegría. Había conducido todo el camino desde Madrid con la radio puesta, tarareando las canciones como una adolescente. Todo el paisaje que veía a su paso le parecía precioso, digno de admiración. Se sentía tan ligera…, diríase que feliz.

Y es que su hermano Isaac había salido del coma. Cierto es que su cerebro había sufrido daños, tal vez irreversibles. Tenía dificultades para hablar y estaba paralizado de cintura para abajo. Los médicos, como siempre, eran pesimistas respecto a una recuperación total. Mas lo importante era que Isaac volvía a ser él mismo, optimista y alegre.

Carla se había deshecho en lágrimas cuando supo que a lo mejor nunca podría andar. El mismo Isaac le quitó hierro al asunto: «Cuando podía andar había diez mil cosas que podía hacer y que nunca haría de todos modos, como escalar una montaña, saltar en paracaídas, correr una maratón… Ahora, si me quedo para siempre en esta silla de ruedas, hay nueve mil. Puedo elegir entre quedarme pensando en las mil que perdí o concentrarme en las nueve mil de las que puedo seguir disfrutando. Las cosas no son tan graves».

Lo importante era que Isaac había vuelto y que juntos lucharían otra vez para salir adelante en la vida. Carla se sentía como si hubiese estado bajo tierra durante años y de pronto saliese al aire libre bajo el cielo azul y fuese libre para saltar y correr cuanto quisiera.

Incluso la barriada de las afueras donde vivía Alicia no le pareció tan desangelada como la primera vez que estuvo allí. Había cierto encanto en aquel paisaje semidesértico de cielos azules y limpios, en la superficie blanca y brillante de los invernaderos que se confundía con el horizonte del mar.

Fue la madre de Alicia quien la recibió en su casa. Carla se fijó en que la madre era una mujer joven, esbelta y bastante guapa. Lo que no podía ocultar, a pesar del abundante maquillaje, eran las ojeras y las arrugas alrededor de los ojos. Llevaba tacones altísimos, y eso que estaba en casa, una falda blanca muy corta y una blusa estampada con un amplio escote. La verdad es que su modo de vestir era un poco vulgar, se dijo Carla, aunque quién era ella para juzgar a los demás.

Carla pasó al interior de la casa y se acomodó en el gastado sofá de tela a cuadros rojos y azules. Alicia se sentó en el extremo opuesto. La madre de la joven trajo una bandeja con café y pastas, la depositó en la mesita y se sentó en una butaca frente a ellas.

Carla observó que Alicia tenía buen aspecto, aunque le rehuía la mirada y permanecía cabizbaja, con el flequillo de pelo negro cubriéndole los ojos. Vestía del mismo modo que cuando la vio por primera vez: pantalones, camiseta negra y chaqueta de lana, también negra, sin abotonar. Alicia tenía un pelo largo, negro y sedoso que contrastaba con la palidez de su rostro. La joven era guapa como su madre, pero era como si hiciera todo lo posible por ocultar su belleza.

—Tengo que darle las gracias por lo que hizo por mi hija —dijo la madre de Alicia.

—No tiene que dármelas. Hice lo que tenía que hacer. Gracias a Dios la encontramos a tiempo.

—Ha sido un susto tremendo. La policía me explicó lo que pasó y es que todavía no me puedo creer que hayan secuestrado a mi hija. ¿Sabe que hace poco también secuestraron a otra muchacha en Almería? Fue hace dos meses. Hasta iba a la misma clase de mi hija, se llamaba Erica. La pobre aún no ha aparecido, no puedo imaginar lo que deben estar pasando sus padres.

—No, no lo sabía —dijo Carla—. No creo que tenga nada que ver con lo que le pasó a Alicia. Supongo que la policía le explicó que el hombre que secuestró a su hija acabó muerto —añadió— y que sus cómplices han sido detenidos.

—Gracias a Dios —dijo la madre de Alicia.

—¿Y tú cómo estás? —le preguntó a Alicia.

—Supongo que bien —respondió la joven con sequedad, con la mirada clavada en el suelo.

Carla frunció los labios en una sonrisa. Quedaron en silencio unos instantes. Carla bebió un sorbo de café. Estaba frío. La madre de Alicia movió el brazo como si quisiera alcanzar la cafetera. Después se quedó quieta. Carla observó una mancha en la tela del sillón que no había sido borrada del todo. En realidad la tela estaba llena de cercos de antiguas manchas y suciedad. En el aire había un fuerte olor a ambientador.

—¿Sabe que a mi hija la han echado del supermercado donde trabajaba? —dijo la madre de Alicia—. El desgraciado del encargado la despidió cuando no fue ayer a trabajar.

—Pero eso es injusto —dijo Carla mirando a Alicia—. ¿Es que no sabe lo que te pasó?

—A ese gilipollas no le importa nada —dijo Alicia—. Esta mañana me llamó para decirme que no me molestase en volver, que había contratado a una sustituta. De todas formas ese trabajo era una mierda.

—Vigila esa boca —la conminó su madre—. Fíjese, no sé lo que enseñan en el colegio. La verdad, no sé qué futuro le espera a mi hija. Sin trabajo, y ahora dice que tampoco quiere estudiar.

—Estudiar es un asco —dijo Alicia tajante—. ¿De qué sirve? Igual me voy a ir al paro.

—No sabes lo que dices —exclamó su madre, señalándola con el dedo.

—Ya, y tú sí lo sabes.

Alicia miraba a su madre fijamente.

—Eres una idiota. ¿Quieres ser toda tu vida una cajera miserable?

—¿Tú fuiste a la universidad, no? ¿Y de qué te valió? Ahora tienes que trabajar limpiándole el culo a los viejos.

La madre de Alicia le dio una bofetada. Alicia la miró con fuego en los ojos. Se levantó y desapareció escaleras arriba. Su madre rompió a llorar tapándose la cara con las manos.

Carla se había reclinado en su asiento y tenía la boca apretada, como si quisiera evitar que alguna palabra se colase a través de sus labios, no sabía qué hacer ni qué decir. Se dio cuenta de que la relación entre madre e hija no era la mejor del mundo.

—Ay, Dios mío —dijo la madre de Alicia entre sollozos, cubriéndose la boca con el dorso de la mano izquierda—. Pensará que somos una familia horrible.

—No se preocupe —Carla le cogió la mano—. Alicia acaba de pasar por una experiencia muy dura. Es normal que esté nerviosa.

—No es eso. Ya era así antes. Esta niña solo me da problemas. Ya no sé qué hacer con ella.

—Bueno, seguro que entrará en razón. Si no le importa, subiré a hablar con ella.

La madre de Alicia asintió sin mirarla y Carla se puso en pie. Las escaleras eran estrechas y los escalones de madera crujieron bajo su peso. En el piso de arriba llamó a la puerta con un suave toque de nudillos. No hubo respuesta, así que giró la manilla y empujó la hoja de madera.

Alicia estaba tumbada en la cama con la mirada perdida en el techo. Carla se aproximó, sentándose en la cama a su lado.

—Lo siento mucho —dijo Carla con los labios apretados—. Si hay algo que pueda hacer por ti… De verdad, me gustaría ayudarte. No lo digo por decir.

—¿Crees que me merezco esto? —Alicia se sentó en la cama, rodeando sus rodillas con sus brazos y escondiendo la cabeza entre ellas—. ¿Por qué no puedo ser como las demás chicas del instituto? Ninguna se preocupa de nada. Solo piensan en ellas mismas. Y les va mejor que a mí. Mi hermano tiene una enfermedad grave. Mi padre se largó. Mi madre tiene que trabajar quince horas al día para poder mantenernos. Y para colmo a un loco se le ocurre envenenar a David y secuestrarme. ¿Qué más me puede pasar?

Carla le acarició una mejilla con la mano. Alicia tenía razón, no era justo. Le vinieron a la mente las palabras del padre del muchacho fallecido en el hospital. La vida no era cuestión de justicia o injusticia, sino de aceptar lo que nos viene sin más, dejar a un lado lo malo e intentar ser feliz con lo que queda.

—Pensarás que soy una hija horrible —dijo Alicia—. No quería portarme así delante de ti. Mi madre me pone de los nervios. Lo siento.

—Tu madre solo quiere lo mejor para ti, aunque a veces no te lo parezca.

—A lo mejor hasta tiene razón. Acabaré en cualquier trabajo de mierda, acabaré limpiándole el culo a los viejos como ella.

Carla no sabía qué decir. No era fácil prometer un futuro cuando las cosas estaban tan mal. Paseó la vista a su alrededor. Su mirada recayó sobre la guitarra apoyada junto al escritorio.

—¿Sabes tocar? —preguntó—. Mi hermano intentó enseñarme una vez, pero la música se me da fatal.

—Claro, ojalá pudiese ganarme la vida cantando —respondió Alicia—. Con eso sí que sería feliz, aunque parece que tampoco le gusta a nadie cómo canto.

—Bueno, eso no lo sabes.

—Claro que lo sé. He subido montones de canciones a YouTube y la única persona que ha visto esos vídeos he sido yo.

—Eso no quiere decir nada. En YouTube todos los días llegan millones de vídeos nuevos. ¿Crees que alguien te va a encontrar a ti?

—¿Qué quieres decir?

—Que no basta con subir un vídeo. Tienes que preocuparte de la promoción. Mira, he estado trabajando muchos años en marketing en internet. ¿Tienes un blog? ¿Una campaña de AdWords en Google? ¿Has definido los metadatos?

Alicia negó con la cabeza.

—¿Para qué hace falta todo eso? Lo que yo hago es música.

—Lo necesitas para existir en internet. ¿Me dejas tu ordenador?

Carla se sentó en el escritorio de Alicia. Se conectó a internet y abrió Google.

—Mira, ¿piensas que ya estás en internet por haber subido unos vídeos? —preguntó Carla.

—Pues claro —respondió Alicia.

Carla tecleó las palabras «escuchar música» en el recuadro del buscador. La pantalla se llenó de resultados.

—¿Ves alguno de tus vídeos aquí? —preguntó.

—No, claro que no. Has buscado mal. Escribe Alicia Blue y ya verás.

—¿Y quién va a escribir Alicia Blue si nadie te conoce?

Alicia se quedó pensativa unos instantes con el ceño fruncido.

—Jo, es verdad. Entonces, ¿cómo se las apaña la gente para que los encuentren? Hay artistas que se han hecho famosos gracias a YouTube. Mira Justin Bieber. Empezó a subir vídeos y de pronto todo el mundo hablaba de él.

—Alguien tuvo que ayudarle. No vale con solo subir los vídeos. Google necesita contenido, texto, palabras —explicó Carla—. Si no tienes un blog con enlaces a los vídeos, Google difícilmente los va a sacar en los resultados cuando la gente busque. Mira, te puedes crear un blog con Blogger.com, es muy fácil, y además es un servicio de Google y te lo enlazará de inmediato.

Los dedos de Carla aletearon sobre el teclado. En unos segundos dio de alta un blog llamado Alicia-musica.com. Alicia se estrechó contra ella para ver lo que hacía.

—Luego podrás personalizarlo con fotografías o lo que quieras —explicó Carla—. Ahora vamos a enlazar uno de tus vídeos para que veas cómo se hace.

Carla buscó en YouTube. Escribió «Alicia Blue» y aparecieron varios resultados.

—¿Puedo verlo? —preguntó Carla.

—Claro —respondió Alicia enrojeciendo.

El sonido no era muy bueno a través de los pequeños altavoces. Carla se sorprendió al oír la voz de Alicia. Era hermosa, áspera y dulce a la vez, teñida de tristeza aunque con un marcado espíritu optimista. La melodía se derramó por la habitación y Carla sintió una emoción que subía y bajaba y jugaba con el tiempo en los pliegues de su mente.

Invento mi mundo porque me dijeron que escalara

Me dieron cuerdas, agua y todo lo necesario

Pero no encontraba las montañas

También querían que bailara sin música y nadara sin agua

Tal como hacen ellos, tal como hacen todos

Como payasos, como zombis girando en curvas imaginarias

Cruzando a nado lagos secos y desiertos

Volando sin aire

Viendo luz en la oscura noche y poemas en hojas blancas

Por eso invento mi mundo

—Es preciosa —dijo Carla sonriendo ampliamente y con los ojos muy abiertos.

Carla cogió la mano de Alicia. La joven se puso roja como un tomate. Tenía la vista clavada en el suelo. Carla sintió que los ojos se le empañaban de emoción.

… invento mi mundo

La ternura se apoderó de Carla. Hacía mucho tiempo que no se conmovía de aquel modo al escuchar una canción. Tenía ganas de abrazar a Alicia. La joven parecía incómoda. Carla volvió su atención al ordenador.

—Cantas muy bien —dijo—. Mira, vamos a colocar el vídeo en el blog. Tienes que copiar este enlace de aquí, ¿ves?… Y ya está. Ahora tendrías que copiar también la letra… Ya está. Y lo más importante, las etiquetas.

—¿Qué es eso?

—Son palabras clave que se escriben en cada entrada de un blog. No se ven, pero los buscadores como Google las utilizan para mostrar el contenido en los resultados. Vamos a poner en tu blog «escuchar música», «descargar música», «música española»… y también «gratis», eso siempre funciona, y también, por supuesto, «Alicia». ¡Listo! Cuando alguien busque estas palabras en Google hay posibilidades de que tu vídeo aparezca entre los resultados.

—Jo, no tenía ni idea de nada de esto.

—Bueno, no tenías por qué saberlo. Yo me dedicaba a esto. También te recomiendo que actualices todos los días el blog. Google le da prioridad al contenido nuevo. Enlaza todas tus canciones y escribe cada día en el blog, tus pensamientos, cualquier cosa que te pase por la cabeza. Es importante que mantengas el blog activo, eso atraerá nuevas visitas. Veamos…, ahora añadimos unos botones para hacer «me gusta» con Facebook… ¡ajá!, ya está. Así cualquiera que visite tu página podrá compartirla fácilmente en Facebook. Bien, ahora nos queda lo más importante.

Carla abrió la página de Google AdWords.

—Aquí se ponen los anuncios que ves en Google. Cuesta dinero, aunque creo que todavía tengo algunos bonos de saldo de cuando me dedicaba a esto… Sí, mira, trescientos euros, será suficiente. Ponemos las mismas palabras que usamos antes. Con esto nos aseguramos de que tu blog va a aparecer entre los primeros resultados. Google te cobra, pero merece la pena. Cada vez que alguien haga clic, nos descontará unos céntimos. Antes de que se agoten los trescientos euros de mi saldo recibirás unos cuantos miles de visitas. Es solo un empujón para arrancar. Después, si a la gente le gustan tus canciones, las compartirán en Facebook y las visitas crecerán por sí solas.

Alicia la miraba ahora con una expresión de admiración que provocó que Carla se avergonzase.

—Gracias por hacer esto por mí —dijo Alicia.

—No me des las gracias. Si al final tienes éxito, será gracias a tu talento; la publicidad solo ayuda un poco.

Carla le dedicó una sonrisa de ánimo. Alicia la miraba con el rostro encendido. De pronto, su cara se acercó y Carla sintió los labios de la joven sobre los suyos. Se quedó paralizada. Alicia mantuvo el beso unos segundos, sus labios se recrearon con ternura en el tacto de los suyos. Carla sintió algo parecido a una suave descarga eléctrica que se inició en la base del paladar y se extendió por todo su cuerpo. Los brazos de la joven la rodearon por la cintura, le acariciaron la espalda y el pelo. Carla quería apartarse, mas su cuerpo parecía cortocircuitado, como si algo se hubiese fundido en su interior.

Cuando Alicia se separó de ella la miró con las mejillas arreboladas.

—Lo siento —dijo la joven—. No te enfades conmigo. No sé qué me ha pasado, no he podido evitarlo. ¿Estás enfadada?

Carla se puso en pie, turbada.

—No… Ha sido… inesperado —dijo mientras se estiraba la falda. Los impulsos nerviosos bullían bajo su piel como miles de pececitos.

—Por favor, no me odies —dijo Alicia.

Carla la miró a los ojos. Le apartó el pelo de la cara y le acarició una mejilla.

—No te odio —dijo—. Ahora… será mejor que me vaya. Nos veremos otro día, ¿de acuerdo? Estaremos en contacto.

Carla salió de la casa a toda velocidad. Gracias a Dios la madre de Alicia ya no estaba en el salón y ni siquiera tuvo que despedirse de ella.

Corrió hasta su coche como una niña perseguida por un fantasma. Se sentía de lo más raro.

Le quedaba un largo camino de vuelta hasta Madrid y tenía mucho sobre lo que pensar.