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Héctor Rojas

Héctor se secó las lágrimas y se vendó la mano izquierda, que sangraba copiosamente.

Respiró hondo. Intentó no pensar en nada, vaciar su mente.

Estaba completamente solo en su casa y ya eran más de las tres de la mañana. Había pasado más de una hora debatiéndose entre llamar a la policía o llevar a cabo el crimen que le habían encargado. En un arrebato de ira había golpeado la ventana con todas sus fuerzas y había roto el cristal.

Era el encargo más horrible que le podían haber hecho y no tenía más remedio que cumplirlo.

Así pues, sin opciones y una vez decidido a llevar a cabo el delito, la única decisión que quedaba por tomar era la manera en la que llevaría a cabo semejante monstruosidad.

Podía usar su monovolumen e irse a alguna zona de copas de Madrid, meterse en cualquier discoteca, dar con dos chicas atractivas, decirles que era un agente publicitario, invitarlas a ir a su estudio, golpearlas en la cabeza en cuanto las tuviera dentro del vehículo…

Dios santo, siendo dos, cuando golpeara a una la otra gritaría de terror, podría alertar a alguien. Podría presentarse la policía; aun consiguiendo abandonar la escena, alguien podría anotar la matrícula. Aunque las instrucciones habían sido claras: tenían que ser dos.

Había que llevar a cabo la operación en dos fases.

Por supuesto, que no lo viera nadie.

Deshacerse cuanto antes de los móviles de las chicas, o cualquier aparato electrónico rastreable.

Traerlas a casa, ¿para meterlas dónde?, ¡en el trastero!, maniatarlas. Darles agua, atenderlas si necesitaban algo.

¿Explicarles lo que les iba a pasar? ¿Indicarles dónde acudir en busca de ayuda cuando pudieran escaparse de sus opresores?

Que memorizaran un número. El número de su oficina.

Oh, Dios, qué tremenda ironía. ¡Qué horrorosa ironía!

Podría funcionar. Aunque, si lograban escaparse, le denunciarían, le meterían en la cárcel. Pero eso no tenía ninguna importancia.

¿Qué pensaría su hija de él?

Le diría con lágrimas en los ojos que sus manos estaban atadas, que se vio obligado, le diría que la quiere más que a su propia vida.

Le diría: «Marta, cuando seas madre, me comprenderás».

Ella no pararía hasta que él le confesara sus verdaderos motivos. La reacción de ella, llegado ese momento, le era completamente desconocida. ¿Cómo reaccionaría ante algo así? ¿Le haría sentirse culpable?

No le diría nada, nunca, jamás le confesaría sus motivos.

Otra opción era esperar a que amaneciera e irse a la Facultad de Bellas Artes. Dar con un par de sus amigas que le conocieran ya a él, decirles que Marta las esperaba para una sorpresa, cualquier excusa.

Que no le viera nadie, esquivar las cámaras de seguridad del edificio.

Mejor salirles al paso antes de que llegaran a la universidad. Si caminaban, invitarlas a que subieran al coche.

Entonces ya quedarían solo unas horas para que se cumpliera el plazo, solo unas horas, demasiado arriesgado.

Después de que se produjera el delito, después del intercambio, se entregaría a la policía. Pondrían a su hija en custodia. Él acabaría en la cárcel, si bien las pobres chicas tendrían una oportunidad. Marta no tendría más remedio que enterarse de todo y seguramente sentirse culpable por todo lo ocurrido.

Héctor se miró la mano vendada y vio que la venda estaba completamente empapada de sangre.

El reloj del salón marcó las cuatro de la mañana.

Comenzó a llorar de nuevo.

* * *

—Buenas tardes, les habla Alfredo Casas, en directo en las mañanas de Cadena SER Madrid, trayéndole los temas de la actualidad que a usted le interesa conocer. Hoy comenzamos nuestro programa con la preocupante noticia de la desaparición de dos jóvenes, María Duque y Ana Flores, ambas de 22 años de edad y estudiantes de la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Las jóvenes, que eran compañeras de piso, fueron vistas por última vez en la mañana del martes cuando parecían dirigirse a la facultad, a la que nunca llegaron. En principio, amigos y profesores descartan que las chicas se hayan fugado o algo parecido, pues están ya plenamente emancipadas de sus familias y son estudiantes brillantes. Iremos dando más detalles que puedan esclarecer el suceso y ayudar a encontrar a las jóvenes en cuanto tengamos más datos al respecto. Por otro lado, se ha dado una amarga casualidad. Se trata del suicidio de Héctor Rojas, funcionario de la Oficina de Protección del Menor, un organismo dependiente del Ministerio de Asuntos Sociales, con quien tuvimos el placer de conversar en esta misma emisora hace tan solo unos días y que era precisamente un experto en desapariciones de menores. Héctor Rojas, de 51 años, fue encontrado muerto esta misma mañana en su casa de Madrid. Le sobrevive su hija Marta, de 20 años. Aunque no hay nada oficial hasta que se conozcan los resultados de la autopsia, todo apunta a que el señor Rojas se suicidó la pasada madrugada. Como muchos de ustedes recordarán, tuvimos a Héctor Rojas en nuestro programa hace tan solo cuatro días. No creo que pequemos de oportunistas si reproducimos la charla que el pasado jueves yo mismo mantuve con él coincidiendo con el Día Internacional contra el Tráfico Humano. Invitamos al señor Rojas para que nos hablase de esa terrible lacra que es la explotación sexual de menores. Más adelante les informaremos de las novedades que vayan surgiendo respecto a las causas de su muerte. Sin más, y con el permiso de nuestros oyentes, les invitamos a escuchar de nuevo la charla.

* * *

—Buenas tardes, les habla Alfredo Casas, en directo en las mañanas de Cadena SER Madrid, trayéndole los temas de la actualidad que a usted le interesa conocer. Hoy contamos con la presencia de Héctor Rojas, que trabaja desde hace más de veinte años en la Oficina de Protección del Menor del Ministerio de Asuntos Sociales. El señor Rojas ha trabajado activamente en la concienciación del problema de la explotación sexual de menores. Sea usted muy bienvenido a Cadena SER Madrid.

—Gracias.

—Señor Rojas, si le parece vamos directos al grano. Cuénteme, por favor, cuál es la situación actual de la explotación sexual infantil en el mundo.

—Por supuesto. Mire, hay que entender que estamos hablando de un problema que se enmarca en otro mucho más amplio, que es el de la esclavitud en el mundo. Piense usted que en cifras globales estamos hablando de actividades que mueven por encima de los trenta mil millones de euros anualmente.

—Se refiere al tráfico humano con fines sexuales.

—Así es, básicamente el objetivo de las políticas de información se centran en impedir que chicas españolas sean captadas por las redes de prostitución e intentar desmantelar prostíbulos que ya hay en nuestro país con chicas que vienen contra su voluntad de todas las partes del mundo.

—Pero el organismo en el que usted trabaja no tiene nada que ver con la policía, usted no tiene el poder de investigar, interrogar o hacer que se cambien las leyes…

—Claro, pero eso no significa que esté atado de pies y manos. La información es un arma poderosa, ¿no cree?

—Totalmente de acuerdo, dígame entonces qué es lo que, como ciudadanos, podemos hacer al respecto.

—Lo primero es concienciarnos del problema. Conocer la fragilidad de las jóvenes adolescentes, lo fácil que es manipularlas, algo que a veces resulta difícil de comprender desde nuestra perspectiva de adultos.

—Ciertamente, a veces olvidamos lo que significa ser adolescente.

—Así es. Las chicas, que son captadas en zonas urbanas, en pueblos y ciudades de Europa Occidental, ofrecen todas un mismo perfil. Tengamos en cuenta que, por lo general, no son raptadas, son chicas que son captadas y que en las primeras fases lo hacen voluntariamente.

—¿Voluntariamente?

—Así es, gracias a que las seleccionan siguiendo cierto perfil psicológico. Existe toda una red mafiosa especializada en captar a chicas que cumplen un perfil determinado. No van a intentar captar a cualquiera, no son idiotas, estamos hablando de profesionales.

—¿Cuál es ese perfil psicológico?

—Son siempre, y quiero remarcar la palabra siempre, chicas que están muy insatisfechas con sus vidas, que tienen problemas familiares, conflictos, en ocasiones incluso han sufrido malos tratos o abusos sexuales por parte de un progenitor o familiar. Sin embargo, no hemos de pensar que solo las chicas que han sufrido algún trauma familiar son fácilmente captadas. También a menudo ocurre con chicas que se sienten muy acomplejadas y se valoran muy poco en todos los sentidos. Cuanto más acomplejada está una chica, más sencillo resulta para las mafias captarlas para la prostitución.

—Pienso en una chica acomplejada y me estoy imaginando a la típica chica gordita, o con acné, poco agraciada… y esas chicas no les van a interesar a los captores si lo que quieren es convertirlas en prostitutas.

—Tiene usted razón en lo segundo, en que una muchacha poco agraciada no les interesa, pero se equivoca en lo primero: hay infinidad de adolescentes muy guapas, muy atractivas, que se sienten como si fueran horribles. Piense usted por ejemplo en la multitud de adolescentes que piensan que están gordas aun estando por debajo de su peso ideal, en la presión tan enorme que hay respecto a la imagen en nuestra sociedad. Aunque esa es, en realidad, solo una de las razones del por qué esas chicas subestiman su imagen. Lo que hace que miles de chicas estén acomplejadas es una situación familiar conflictiva, unos padres que las desprecian desde niñas, y en muchos casos chicas que han sufrido abusos por parte de sus progenitores. Es muy fácil sacar a una de esas chicas de su entorno, normalmente acompañarán a cualquiera que les prometa cualquier cosa. Basta con una oferta de trabajo, por supuesto falsa. Esas chicas pondrán poca resistencia cuando sean obligadas a prostituirse, no intentarán escapar porque no tienen ningún lugar en el que refugiarse, odian su hogar y se sienten mal consigo mismas, así que aceptan su destino.

—Comprendo. Dígame una cosa. ¿Cómo identifican los captores a esas niñas?

—En muchos casos, y esta es una situación nueva que está fuera de control, lo hacen desde sus casas, hojeando sus perfiles de Facebook u otras redes socialesen los que dejan mil y una pistas de su personalidad, sus fotos.

—Pero para eso tienen que tener acceso a su información.

—No olvide que estamos hablando de delincuentes profesionales muy bien organizados que trabajan siempre siguiendo un riguroso sistema jerarquizado, que manejan millones y millones de euros. Muchos cuentan con profesionales informáticos que introducen programas espía, a veces simplemente descubren las contraseñas de las chicas. En infinidad de casos las contraseñas son tan sencillas como la palabra «contraseña» y todavía hay miles de personas que no tienen bloqueada su información en las redes sociales. Una vez que han dado con una cría atractiva que tiene poca personalidad, que siente que su vida es un infierno, que cree que es fea, que no vale nada, es lo más fácil del mundo acercarse a ellas en la calle, o saliendo de la escuela, les dicen que quieren tomarles unas fotos, o hacerles una prueba para una película, cualquier cosa.

—Estamos hablando con el señor Héctor Rojas, funcionario de la Oficina de Protección del Menor, con motivo del Día Internacional contra el Tráfico Humano. Señor Rojas, ¿y antes, cuando internet no estaba tan extendido, cómo localizaban a las chicas?

—Hay y había otros métodos muy sencillos que también se siguen utilizando ahora. El más sencillo de todos es darse vueltas con una furgoneta por cualquier área urbana hasta que des con una chica atractiva que ande sola en una calle desierta. Ahí mismo te sales del coche pistola en mano, la metes en la furgoneta y listo, tenga complejos o no. Otro método más sutil, que emplean por ejemplo las mafias rusas, es el de acercarte a una chica guapa en cualquier lugar, mirarla a los ojos y decirle que es muy guapa, si la chica agacha la mirada o contesta algo que demuestre que está acomplejada, ya la tienes fichada para captarla más adelante en cualquier otra situación, le dices que se venga contigo y se va, seguro, sin violencias, sin gritos.

—Dios mío.

—Otro sistema es el siguiente. Muchas chicas, huyendo de su hogar, se meten en un autobús con destino a cualquier parte. Cuando salen del autobús en cualquier ciudad se encuentran que casi no tienen dinero, que no tienen donde quedarse. Bueno, pues créame cuando le digo que hay captores que se dedican a estar plantados en las estaciones de autobús de toda Europa a la espera de que desembarquen esas chicas, y las reconocen enseguida. ¿Usted sabe lo fácil que es acercarse a una chica en esas circunstancias y convencerla para que se vaya con usted a donde le dé la gana?

—Es un tema verdaderamente horrible, señor Rojas. Estoy realmente impresionado. Y dígame, ¿qué podemos hacer los ciudadanos para luchar contra este drama? Por ejemplo, una persona como yo.

—Una persona como usted, imagínese cuánto está haciendo ya con invitarme y cederme este espacio, dándome la oportunidad de informar a miles de padres sobre esta tragedia. Y con eso empiezo a contestar a su pregunta. El origen último del problema, por desgracia, no tiene solución. El terrible problema es que hay quien demanda este tipo de prostitución de menores. Si no hubiera demanda, no habría tráfico de menores. Pero a un depravado que le gusta, de facto, violar a menores, no veo la manera de concienciarlo para que cambie de aficiones. O sea que lo primero que podemos hacer, que sea efectivo, es concienciar a la gente, que se reconozca que es un drama monstruoso y más extendido de lo que la población cree. Lo segundo, una vez identificadas las causas, cortar el problema de raíz. A los padres de muchas adolescentes les digo que hagan algo muy sencillo. Díganle a sus hijas cuánto las quieren, que se sientan queridas por su familia, denle unos valores, si no son religiosos, que sean morales, éticos, que sientan que tienen una guía espiritual o simplemente ética, moral, algo por lo que guiarse, que no les permita dejarse atrapar por esta cultura que estamos sufriendo basada en la imagen, en las apariencias. Una chica segura de sí misma está muchísimo más protegida ante este problema. No olvidarnos tampoco de la seguridad: que las chicas no anden solas, menos en según qué sitios y según qué horas. Recuperar a la familia: la inmensa mayoría de las chicas captadas vienen de familias que han sufrido divorcios o que simplemente no comparten tiempo juntos.

—Parece algo muy lógico. ¿Y cómo podemos ayudar a recuperar a las adolescentes que ya están captadas?

—Ese es el siguiente nivel, claro. Pues mire, de nuevo, lo primero es identificarlas. Llamar a la policía cuando se vean cosas sospechosas, como una menor con ropa muy provocativa acompañada de un adulto demasiado joven para ser su padre o demasiado mayor para ser su pareja. Prestar atención a las chicas del vecindario, sobre todo cuando se es consciente de que tienen una familia muy inestable… Y por supuesto, que nadie se aventure en plan don Quijote a investigar por ahí. Siempre actuar estando protegido, llamando a la policía ante cualquier sospecha. Este es un tema gravísimo porque si intentas recuperar a una chica que ha caído en las garras de la prostitución y fracasas, la matan seguro. Por eso hago hincapié en que el proceso de recuperación de chicas captadas, en lo que afecta a la gente normal y corriente, no debe ir más allá de la simple denuncia. Recuperar a las niñas es cuestión de profesionales. La gente común debe poner sus máximos esfuerzos en educar y proteger a sus hijas para evitar que las capten y tener los ojos muy abiertos para alarmar a las autoridades de cualquier situación sospechosa.

—Maravilloso, señor Rojas, no tengo palabras para agradecerle lo suficiente que nos haya concedido parte de su preciado tiempo.

—Ha sido un placer, yo soy el que le doy las gracias a usted.

—Queridos oyentes, si quieren más información sobre el tema, la pueden encontrar en la web de Cadena SER Madrid, donde tienen además enlaces a la página web de la Oficina de Protección del Menor, en la que trabaja nuestro invitado de hoy, el señor Rojas.

* * *

Héctor no había quedado satisfecho con la entrevista. El entrevistador había hecho preguntas demasiado generales y no había dado siquiera la información concreta de la página web de su oficina. Para poner las cosas peor, no estaba contento con sus propias respuestas. Sentía que había querido decir demasiado en muy poco tiempo y se preguntaba si el mensaje calaría en alguien.

Una hora después de abandonar la emisora llegó a casa. Comprobó que su hija no había llegado, cosa que no le preocupó, pues muy a menudo se quedaba en la facultad hasta tarde, trabajando en alguna pintura o repasando algún dibujo.

Se quitó la corbata y tomó un vaso de agua. Respiró hondo, sentado en la cocina. Tenía el móvil apagado a propósito, esa extraña costumbre de desconectarse del mundo de vez en cuando para poder relajarse.

No sentirse atrapado por la red de información, estar ilocalizable, aunque solo fuese por unos minutos al día.

Se dirigió a su despacho de casa y se dispuso a comprobar su correo electrónico. Para su sorpresa, le esperaban más de quinientos mensajes, todos enviados en las últimas dos horas, haciendo referencia a su entrevista en la radio.

—Vaya, vaya —dijo en voz alta, aunque estaba completamente solo en casa.

Su entrevista, aunque había sido en la emisión local de la radio, había tenido más repercusión de lo que imaginaba. Su hija Marta iba a estar muy contenta cuando se enterase.

Comenzó a leer los emails, mientras seguían llegando nuevos.

Todos los que iba leyendo eran simples mensajes de apoyo, gente que quería saber más, padres que le daban las gracias por haberles abierto los ojos, madres que confesaban que tenían a sus hijas adolescentes «demasiado sueltas» y que iban a empezar a «tener mucho más cuidado», «vigilar sus actividades en internet» y un largo etcétera.

Cuando se fue a dar cuenta ya era medianoche.

Se estremeció al darse cuenta de la hora. Pensaba que serían las nueve, las diez de la noche a lo sumo. Marta no había llegado. Entonces recordó que había dejado el móvil apagado.

Mierda.

No conseguía encontrarlo y no recordaba el número de su hija para marcarlo en el fijo. Meneó la cabeza mientras buscaba el dichoso teléfono móvil. Menuda ironía dedicarse a dar charlas sobre cómo controlar y cuidar a las hijas de los demás y no recordar el número de la tuya.

El teléfono apareció en la mesa de la cocina. Lo encendió. Tenía una treintena de llamadas perdidas, casi todas de números que no tenía registrados en memoria. Dos de Marta de hacía tres horas. Una vez más, la indiferencia ante los números y la cercanía de los nombres, pensó.

Llamó a su hija, calmado ante la certeza de que escucharía su voz en pocos segundos.

Contestó la voz de un hombre.

—Señor Rojas, ¡por fin se pone usted en contacto! Le he enviado un email y varios mensajes de texto.

—¿Quién es usted? —contestó Héctor con el corazón en la boca.

—Mi nombre no tiene importancia, basta saber que soy alguien que, como usted, está muy preocupado por los problemas que causa en los jóvenes la falta de atención de sus padres. Yo también estoy realizando una campaña de concienciación, al igual que usted. Espero que pronto los medios de comunicación se hagan eco de mi trabajo.

—¿Dónde está mi hija?

—No se imagina lo fácil que ha sido convencer a su hijita para que cenara conmigo. Un documento falso, un par de visitas a la facultad haciéndome pasar por un marchante de arte en busca de nuevos talentos y ya la tenía en mis garras. Por cierto, mientras cenábamos, su hija le ha llamado un par de veces, pero tenía usted el teléfono apagado. ¡Qué costumbre tan absurda la suya, señor Héctor!

—¿Dónde está mi hija? ¿Le ha hecho usted algo?

—No, bueno, solo un par de bofetadas. Comprenda que llegado el momento no he sido capaz de retenerla más sin, digamos, forzarla. La tengo aquí en mi casa. No se preocupe, se encuentra muy bien, está descansando, sedada. No sabe lo maravilloso que es el propofol, a pesar de la mala fama que tiene, sobre todo desde que murió Michael Jackson.

—¡Hijo de puta! ¡Dígame dónde está mi hija ahora mismo! ¡Voy a llamar a la policía!

—Ya, ya… a eso quería ir… llegar a esa parte. Usted no va a llamar a la policía ni hoy ni nunca respecto a este tema que nos traemos esta noche. Y no la va a llamar porque si lo hace antes de que le devuelva a Marta, no la volverá a ver, y ya sabe usted bien cuál sería su esperanza media de vida si la introduzco en una red de tráfico humano.

—Siete años…

—¡Sabe usted taaanto sobre estos temas, señor Rojas! Le decía que no va a llamar a la policía antes de recuperar a su hija, pero es que después de que se la devuelva tampoco va a llamar porque entonces le costaría a usted dar con sus huesos en la cárcel.

—¿De qué está hablando?

—Es muy sencillo, señor mío. Mañana a la una de la tarde dejaré que su hija se marche, sana y salva. Cuando la deje marchar le explicaré que sufrió una intoxicación debido a algo que comió en la cena y que se desmayó. Como no conocía dónde vivía, la traje a mi casa para que se recuperase. Ella lo aceptará con facilidad y regresará a su lado. Las vidas de ustedes dos seguirán intactas si consigue usted que no le descubra la policía.

—¿Descubrirme a mí? ¿Por qué? ¡Yo no he hecho nada malo!

—Alguna cosita ha hecho, señor Héctor, ¡algún episodio embarazoso tiene oculto por ahí!, como el affaire con su secretaria en vida de su esposa y dos o tres cosas más, tampoco es que haya sido usted un padre modelo.

—¿Cómo sabe eso? ¿Quién es usted?

—¿De verdad no lo sabe, a estas alturas? Me ha estado usted buscando desde hace meses, señor Héctor, pero he sido yo el que finalmente le ha encontrado a usted…

Héctor Rojas sintió que el corazón le iba a estallar en el pecho.

—¿Es usted…?

—Sí, señor Héctor, soy el doctor Vargas.

—¿Qué… qué quiere de mí?

—Déjeme aclararle que soy médico cirujano, y que por tanto poseo instrumentos con los que podría causar interesantes heridas en el cuerpo de su hija, como ya hice con Irena Aksyonov. La recuerda, ¿verdad?

Héctor Rojas guardaba silencio.

—Si quiere volver a ver a su amada hija entera, y entera no es una metáfora, debe hacer lo siguiente. Preste mucha atención porque no lo repetiré. Debe secuestrar usted mismo a dos chicas, dos chicas que cumplan el perfil que usted conoce tan bien. Ha recibido un emailemailemail con una dirección de un polígono industrial a las afueras de Madrid. Debe llevarlas allí y entregarlas a la persona que se presente. Le pagarán dos mil euros por cada una, ya he cerrado el trato. Esas dos chicas ingresarán en una de las redes de prostitución que usted conoce tan bien.

—¡Yo jamás haría algo así!

—Es usted taaaan íntegro, señor Rojas. Usted elige. Haga lo que le digo o prepárese para descubrir las consecuencias en el cuerpo de su hija. No se preocupe, porque no sufrirá. No soy tan desalmado. Usaré anestesia general. Será un poco desagradable cuando su adorable Marta despierte y descubra que ya no tiene boca, nariz, orejas, dedos…

—¡Es usted un monstruo!

—Tenga a esas chicas listas para mí y a su hija no le ocurrirá absolutamente nada. Se lo garantizo. Tiene más de doce horas, hay cientos de discotecas en Madrid con sus dos víctimas esperándole, no pierda el tiempo. Reconozca que se lo estoy poniendo muy fácil, ¡es usted un experto en lo que se refiere a captar chicas inocentes! Tenga usted muy buenas noches, señor Rojas.