46

Alicia

Alicia se había sorprendido mucho cuando Carla la abrazó al despedirse. No estaba acostumbrada a que la gente la abrazase, y menos una desconocida. Con todo, se había sentido reconfortada en sus brazos. Se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba, ni siquiera su madre. Jo, qué triste.

A pesar de que hacía un frío terrible Alicia se quedó en la puerta mirando cómo Carla corría hasta su coche, aparcado en el borde del patio delantero de su casa.

—Avísame cuando encuentres a ese tío —gritó Alicia por encima del viento.

La mujer volvió el rostro un segundo antes de meterse en el coche. Asintió con una sonrisa triste que brilló en la noche. Alicia pensó que parecía muy cansada. Hubiese querido que no se marchase, seguir conversando con ella y volver a abrazarla.

Un par de horas después también se marchó su amigo Max y Alicia se quedó sola. No soportaba aquella soledad. Se moría por que fuese de día y poder ir a un centro comercial o a clase y estar rodeada de gente. Con lo que odiaba el instituto y ahora estaba deseando volver a clase. Tanto querer estar sola para que no la molestasen y ahora resultaba que odiaba la soledad con todas sus fuerzas. El silencio que había en la casa era insoportable.

Entonces pensó que por la mañana ella y su madre tendrían que verse las caras, y también con el gilipollas de Mario el Armario, que era un mafioso. Se le quitaron las ganas de que llegase el día siguiente.

Subió a su habitación y agarró su guitarra. Jo, ni siquiera le apetecía tocar. Dejó la guitarra a un lado y se tumbó en la cama, boca arriba. Era de lo más extraño. Cuando tenía que ocuparse de David noche y día no paraba de sentirse agobiada y abrumada por todo el trabajo y el peso de la responsabilidad. Ahora que su hermano no estaba a su lado no tenía ganas de hacer nada. Le echaba tanto de menos… Ojalá volviese pronto a casa.

A pesar de todo, se dijo, las terapias sí que estaban dando resultado. Aunque el doctor Vargas fuese un demente, las terapias de rehabilitación que le había facilitado eran auténticas. Alicia había podido contrastarlas con información que había encontrado en internet y con los testimonios de otros padres. No iba a darse por vencida. Eso nunca. Lo peor iba a ser convencer a su madre de que tenía que seguir trabajando con David.

Cerró los ojos y le vino a la mente el rostro de Carla. Su cara se dibujó ante ella con claridad. Era tan guapa. Su piel y su pelo eran perfectos. Tenía una mirada profunda y sus labios eran gruesos y sensuales. Se estremeció al recordar el abrazo en la despedida.

¿Qué sentiría al besarla? Sin duda no sería igual que besar a Erica. Con Erica había sido como un juego, como acariciarse frente al espejo. Su cuerpo de adolescente había despertado su curiosidad, pero no la había excitado realmente. La idea de tocar los labios de aquella mujer le provocó un estremecimiento.

¡Jo! ¡Y a lo mejor no volvía a verla!

El timbre de la puerta la sacó de sus ensoñaciones. Seguro que Max se había olvidado otra vez las llaves de su camioneta.

Cuando abrió la puerta se encontró con un completo desconocido. Era un hombre de mediana edad. Tenía el pelo blanco peinado hacia atrás, la mandíbula prominente y unos ojos azules que la taladraron con la mirada. Alicia intentó cerrar la puerta de golpe, pero ya era tarde. El hombre la bloqueó con el pie y la empujó hacia dentro.

—Hola Alicia —saludó el desconocido—. No deberías estar sola en casa, ¿no te parece?

El hombre la agarró por un brazo y la atrajo hacia sí. Alicia se revolvió gritando con todas sus fuerzas. El hombre cubrió su rostro con un trapo húmedo. Un vapor traspasó sus fosas nasales y los músculos se le aflojaron al instante.

—Creo que no me he presentado. —Alicia escuchó una voz cada vez más lejana—. Nos conocemos, aunque no personalmente. Soy el doctor Vargas…

Fue lo último que Alicia pudo comprender antes de que su mente se rindiese a la pavorosa oscuridad.