Carla
Carla estaba tan furiosa que no paraba de lanzar maldiciones contra sí misma y contra la policía. No podía creer que se les hubiese escapado cuando lo tenían tan cerca.
Y es que no podía entender en qué había fallado. Ella no había cometido ningún error. El hombre con el que se había citado había ido a la plaza de Callao, estaba segura, pero tenía que haber visto algo que lo había puesto sobre aviso. El dispositivo policial debía haberle resultado demasiado evidente. O la policía había metido la pata o aquel individuo era demasiado listo para caer en una trampa.
Carla estaba en su piso, sentada en una silla de la cocina con la cabeza entre las manos, como si quisiera estrujarla. Se había preparado algo de comer, aunque la comida se le había enfriado en el plato sin tocar. Solo se había bebido el café. El café era lo único que parecía tolerar su estómago, lo único que la había mantenido en pie durante días.
El piso estaba helado y húmedo como una sauna fría. Carla estaba agotada. Las piernas le temblaron cuando se puso en pie. Le hacía falta descansar, dormir unas horas en su cama y no en la silla del hospital, mas no podía conciliar el sueño. Tenía el pulso acelerado desde hacía días. Para colmo, el estruendo hiriente de unas obras en la calle se le metía en la cabeza. ¿Es que estaban echando abajo el edificio?
Abrió la ventana y el sol pareció explotar dentro de sus pupilas, el ruido también se multiplicó en intensidad. Los taladros de los albañiles percutiendo el asfalto parecían estar taladrándole a ella la cabeza. Cada martillazo reverberaba en su cráneo con un golpe metálico y seco. En la acera, rodeada de vallas amarillas, yacía una enorme montaña de escombros.
Tuvo un pensamiento absurdo: aquellas vallas amarillas… ¿protegían al resto del mundo de los escombros o protegían a los escombros del resto del mundo? Para ella todo el universo parecía estar en ruinas de todas maneras.
Cerró la ventana, se desnudó y se metió en la ducha. Comprobó para su desánimo que, aunque dentro del baño desaparecían los ruidos de las obras, el más leve sonido, el crujido de una tubería de calefacción, cualquier ruido inesperado hacía que el corazón le saltase en el pecho como los coletazos de un pez fuera del agua.
Se duchó rápidamente y se vistió sin prestar atención a las prendas que sacaba del armario. Miró la hora en el reloj de la mesita de noche: las doce del mediodía. Había perdido la noción del tiempo. Tenía el mismo cuerpo que si se hubiese despertado desorientada en mitad de la noche.
Al pasar frente al espejo del armario se sorprendió de su propio aspecto. El pelo enmarañado, sin cepillar, el rostro demacrado y los pómulos marcados, además de unas enormes ojeras.
Pensó que su apariencia exterior comenzaba a desmoronarse. Y después del exterior se derrumbaría el interior, hasta que Carla Barceló quedara reducida a un montón de escombros en el suelo rodeado de vallas amarillas.
Se dejó caer en la cama y comprobó su teléfono móvil. Tenía innumerables llamadas perdidas de Elsa, la editora de su libro, y también del abogado de la editorial que la representaba. Había estado ignorando todas sus llamadas durante días. Carla no podía ni pensar en la demanda que había interpuesto contra ella la multinacional MyLife. Pensar en la demanda aguzaba su desesperación. Era como la gota que colmaba el vaso. El soplido que hacía estallar el globo.
Las ideas flotaban en círculos en su mente como un espectáculo enloquecido de sombras chinescas, formas que danzaban a su alrededor a toda velocidad y que estallaban en todas direcciones al compás de las máquinas taladradoras de las obras. Le hacía falta descansar, pero cómo iba a conciliar el sueño en aquel estado de nervios y con aquellos ruidos de taladros, martillazos, grúas e instrucciones a gritos.
Apretó los puños con fuerza. No iba a llorar. Las lágrimas se habían agotado. Tenía la impresión de que algo se había endurecido en su interior. Sentía rabia y a la vez una fuerza y una determinación nuevas para ella. No iba a darse por vencida.
Era extraño. Hacía días que su hijo Aarón había desaparecido de su vida. Ya solo se presentaba ante ella en aquellos extraños sueños cada noche. Y, sin embargo, tenía la impresión de que Aarón seguía a su lado, apoyándola, dándole un motivo para seguir adelante.
Se incorporó y fue a la cocina. Sacó una botella de agua mineral de la nevera y se bebió un vaso. El agua produjo un sonido extraño al bajar por su garganta, como si se derramase dentro de un recipiente hueco.
Tenía que dormir como fuera, descansar y poner en orden sus ideas. Recordó que guardaba algunos valiums en el botiquín. A lo mejor un par de valiums serían suficientes para dejarla noqueada, con o sin ruidos. Hacía años que había dejado los tranquilizantes, aunque a lo mejor todavía le quedaba alguno. Se puso a rebuscar en los cajones: no había ni rastro de las pastillas. Quizás se le habían acabado o las tiró a la basura cuando dejó de tomarlas, no se acordaba.
Tal vez todavía guardaba una receta por algún lado. En la mesita de noche encontró una: estaba caducada. Joder. Tenía que dormir como fuera. No podía seguir así, sin dormir, sumida en un estado febril. La cabeza le iba a estallar. Se dio cuenta de que había estado corriendo de un lado a otro de la casa como una loca.
«Pues cómpralas en internet», se dijo a sí misma con una carcajada histérica.
En internet circulaban todo tipo de medicamentos en el mercado negro que cualquiera podía comprar de forma anónima. Al fin y al cabo nada le impedía aprovecharse de las mismas ilegalidades que ella misma había denunciado.
Había dejado su ordenador portátil en el dormitorio. Lo abrió sobre la cama. La ventana de chat estaba abierta.
Eva_Luna te ha enviado una solicitud para una conversación privada
El pulso se le aceleró. Se registró como Virginia13 y aceptó la solicitud. Se abrió una ventana de diálogo:
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: tu no tienes 13 años, ¿verdad?
Virginia13: no
Eva_Luna: ¿por qué todo el mundo miente en internet?
Virginia13: porque es fácil
Eva_Luna: todo el mundo engaña, todo el mundo miente
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: los hombres son una mierda, ¿no crees?, los hombres son como perros hambrientos. Solo se puede confiar en las flores. Las flores son mis únicas amigas.
Carla contuvo el aliento y sintió un pinchazo en la sien. De repente, la cabeza quería estallarle de dolor.
Eva_Luna: ¿por qué andas detrás de Chico_amor?
Carla tecleó veloz.
Virginia13: casi mató a la persona que más quiero en este mundo
Eva_Luna: ¿eres policía?
Virginia13: no
Eva_Luna: Chico_amor puede hacerte mucho daño si descubre que andas tras él
Virginia13: lo sé, pero igualmente voy a encontrarlo
(pausa)
Eva_Luna: eres valiente, me gustaría ser tan valiente como tú
Virginia13: no, no soy valiente, solo quiero evitar que muera más gente
(pausa)
Virginia13: tú tampoco quieres que mueran otras chicas, ayúdame, tú sabes quién es, ¿verdad?
Eva_Luna: hace tiempo que me topé con él, le ha hecho mucho daño a mucha gente
Virginia13: ¿qué sabes?
Eva_Luna: se llama Telmo Vargas, es médico
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: es un hombre siniestro, abusaba de sus pacientes, de las mujeres, sobre todo de las niñas en su consulta, las dormía con anestesia y las violaba. Cuando las pobres niñas se despertaban no sabían lo que les había pasado, solo tenían un fuerte dolor en la vagina
(Eva_Luna está escribiendo…)
Carla esperaba. La sangre le batía en los oídos.
Eva_Luna: cuando yo conocí al doctor Vargas vivía en Almería, era médico. Allí abusó de sus pacientes durante años, sobre todo de las niñas. En su consulta, cuando las revisaba en privado, les inyectaba una pequeña cantidad de anestesia, las dormía durante unos minutos. Entonces abusaba de ellas. Abusó de niñas de todas las edades. En algún caso llegó incluso a violarlas.
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: uno de los padres de una niña abusada sospechó algo extraño cuando su hija se quejó de los dolores en la vagina. El padre lo denunció, pero antes de que la policía pudiese detenerlo el doctor Vargas huyó de Almería.
Virginia13: ¿Cuándo ocurrió eso, Eva?
Eva_Luna: hace dos años, huyó antes de que la policía lo cogiese. Se cambió el nombre, no sé cómo se llamará ahora, solo sé que sigue atacando a los inocentes, es un depredador, un lobo hambriento que utiliza internet para cazar
Carla tenía la impresión de que algo se le escapaba entre los dedos, como si tratase de agarrar humo. Estaba cerca, aunque no podía aferrarse a nada sólido.
Virginia13: ¿tú lo conocías?
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: yo también viví en Almería, y sí, también abusó de mí
Carla cerró los ojos y apretó los labios resignada. Quería llorar por cada uno de los niños que sufría abusos en el mundo, quería que cada maldito abusador del planeta ardiera en el infierno. Era pura rabia. Ninguna lágrima surcaba sus mejillas.
Se produjo una larga pausa. Se escuchó un estruendo procedente de las obras que parecía anunciar el fin del mundo.
Carla pensó que Eva_Luna se había desconectado, pero su cuadro de texto en el chat seguía activo.
Virginia13: ¿sigues ahí?
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: me dijo que si alguna vez hablaba de lo que había ocurrido en su consulta me mataría. Soy una cobarde. Si yo no hubiese callado, otras no hubiesen sufrido lo mismo que yo.
Virginia13: no, no eres cobarde, Eva, eres una mujer valiente por lo que estás haciendo, eres valiente por atreverte a contármelo
Eva_Luna: tengo miedo, eso no es ser valiente
Virginia13: sí que eres valiente. Ser valiente es actuar a pesar del miedo, y eso es lo que tú estás haciendo, Eva
Eva_Luna: gracias
Virginia13: por favor, tengo que saber más, tengo que saber dónde está ahora
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: el doctor Vargas era viudo, su mujer murió hace años, y tenía una hija. Se crio con él, no quiero imaginar los tormentos que esa pobre niña habrá vivido, los abusos, sin nadie que pueda protegerla, siendo abusada por su propio padre
Carla se estremeció. En su entendimiento no cabía la idea de que pudieran existir seres semejantes, personas capaces de abusar de su propia hija pequeña.
Eva_Luna: lo que sé es que cuando el doctor Vargas escapó, su hija se quedó en Almería, ahora deber tener unos dieciséis años, el estado se hace cargo de su manutención hasta que cumpla la mayoría de edad
Carla pensó que aquello era algo, mucho más de lo que tenía hacía solo unos minutos, si bien todavía era insuficiente para averiguar el paradero de aquel siniestro individuo. Pensó que tal vez su hija podría tener alguna idea de su paradero actual. Puede que siguiera en contacto con él, se dijo esperanzada. Si hablaba con ella a lo mejor averiguaba algo, lo que fuese, una fotografía, al menos podrían ponerle cara a ese monstruo. Solo eso ya sería un avance muy importante.
Virginia13: ¿sabes dónde puedo encontrar a su hija?
(Eva_Luna está escribiendo…)
Eva_Luna: Se llamaba Alicia Roca. Vivía en una barriada de Almería que se llama La Cañada. No recuerdo su dirección, pero era una vieja casa de planta baja en las afueras, próxima a un desguace de coches. En el patio había una pila de neumáticos viejos. Los niños del barrio la llamaban la casa de las ruedas.
Carla tomó nota de la información.
Eva_Luna: ¿Qué vas a hacer?
Virginia13: no lo sé. Puede que vaya a hablar con ella
Eva_Luna: tienes el valor que yo nunca he tenido
Virginia13: me gustaría conocerte en persona
Eva_Luna: algún día. Siempre he querido ser como la rosa de Jericó, es mi flor favorita, es capaz de sobrevivir a largos periodos de sequía, aparentar que está muerta y luego renacer más bella. Algún día yo también resurgiré como la rosa de Jericó. Entonces a lo mejor nos podremos conocer en persona
Eva_Luna se desconectó
Carla cogió su teléfono móvil y llamó a Héctor Rojas. Las manos le temblaban. Se esforzó por actuar como si no estuviese muerta de miedo.
—Tengo otra pista —anunció—. El hijo de puta era médico en Almería. Lo denunciaron por abuso de menores y desapareció antes de que la policía le echase el guante. Tiene una hija de dieciséis años que sigue viviendo allí.
—¿Por qué piensas que es él?
—Podría no serlo. Podría ser un pedófilo sin relación con los crímenes. No obstante, el perfil coincide al cien por cien. Es médico. Buscamos a alguien con conocimientos para manipular medicamentos.
—Voy a revisar los expedientes de hace dos años. Si disponemos de la denuncia, podremos averiguar quién es, aunque seguimos sin saber dónde está ahora.
—Lo sé. He pensado que a lo mejor su hija puede decirnos algo. A lo mejor sigue en contacto con ella.
—La policía podría interrogarla.
—Si ella está en contacto con él, la policía lo pondrá en alerta. Se nos volverá a escapar.
Carla respiró hondo.
—Yo iré a verla —dijo—. Sin llamar la atención. Hablaré con esa chica y veré si sabe algo.
—No creo que sea buena idea. ¿Y si te reconoce?
—No tiene ni idea de quién soy yo. Ni siquiera sabe que existo. No sabe que soy yo quien le sigue la pista. Además, tuvo que huir de Almería por pedofilia. Allí todo el mundo lo conocerá. Esa ciudad es el último sitio por el que rondaría ese desgraciado.
Se hizo el silencio en la línea. Carla pudo escuchar la respiración fuerte del funcionario, que parecía meditar con intensidad.
—De acuerdo. De todas formas tenga mucho cuidado.
—Descuide. Le llamaré en cuanto averigüe algo.
Carla exhaló un suspiro. Consultó su reloj de muñeca. Eran las doce y media. Había un largo camino hasta Almería. Si se ponía en marcha, podría llegar a media tarde.
Abrió un cajón y sacó un grueso jersey. Se lo puso y a continuación cogió un abrigo del armario. Guardó su ordenador portátil en el maletín y se lo echó al hombro.
No iba a dudar. No iba a tener miedo. No iba a esconderse lamentándose como una niña asustada. Se sentía extrañamente pletórica de energía. Era una mujer valiente que iba a hacer lo que fuese necesario para desenmascarar a ese hijo de perra.
Era lo menos que le debía a su hermano.
«Espero que estés dispuesta a ayudarme, Alicia», murmuró para sí antes de salir por la puerta.