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Max

Unidad de Salud Mental del Hospital Provincial de Almería. Área de psiquiatría.

Sesión diez (10) con el paciente Max N. N.

El paciente no ha superado la amnesia que sufre y a estas alturas considero muy improbable que mejore en el futuro. Sus capacidades mentales en cambio se mantienen intactas. En el test de inteligencia obtuvo una altísima puntuación, 150. Otro dato a destacar es que el paciente ha demostrado una extraordinaria habilidad para interpretar el lenguaje corporal. Por ejemplo, es capaz de determinar con gran certeza si una persona miente basándose en los gestos y tics inconscientes. Esta habilidad me ha sugerido algunas posibilidades sobre el pasado del paciente que estoy investigando, ya que seguimos sin tener indicaciones de su identidad anterior. En la consigna del hospital donde estuvo internado había algunos objetos que encontraron en sus ropas. No existe certeza de si esos objetos le pertenecían o no, aunque el paciente parece bastante seguro de que así era. Sin embargo, no hay nada que fundamente esa certeza.

—Acabo de descubrir que entiendo el idioma ruso.

El doctor levanta las cejas, sorprendido.

—¿Estás seguro?, ¿cómo has descubierto tal cosa?

—Pasó de un modo bastante extraño, doctor. Escuché a unas personas que hablaban en ruso y pude entenderlas a la perfección. Al principio ni siquiera me di cuenta de que estaban hablando en otro idioma. Fue muy confuso porque esas personas estaban hablando de atracar el supermercado en el que trabajo.

—¿Atracar el supermercado?

—Sí. Eran dos, un hombre y una mujer. Estaban junto a las cajas registradoras. Hablaban en voz alta sobre lo que iban a hacer, sin esconderse, pero nadie les hacía caso. Era como que solo yo podía escucharles. Fue algo muy extraño para mí. Creí que me estaba volviendo loco o imaginando cosas.

—Así que resultó que hablaban un idioma que tú sí entendías.

—Eso es lo que pasó, doctor.

—Vaya, Max, eso es una excelente noticia. Aquí tenemos un dato más sobre tu vida. —El doctor parece genuinamente interesado—. Además de entender ese idioma, ¿puedes hablarlo?

—Creo que sí, doctor. ¿Puede ayudarnos eso en algo?

El doctor medita unos instantes; se acaricia el mentón.

—Verás, los idiomas que se aprenden en la infancia no se almacenan en el cerebro en el mismo lugar que los recuerdos convencionales —explica el doctor—. El hecho de que entiendas ruso y que seas capaz de hablarlo, a pesar de que toda tu memoria se ha borrado, significa que aprendiste ese idioma cuando eras un niño.

—Yo creía que era español, que me crie en España.

—Bueno, Max, nadie dice lo contrario. Hablas español perfectamente. Tienes un acento muy correcto, como del norte. Desde luego no eres de Almería. Parece que en realidad eres bilingüe. Con toda seguridad, al menos uno de tus padres hablaba el ruso. También es posible que te criases en algún lugar de España y te pasaras ciertos periodos en Rusia, o viceversa.

—Parece usted más excitado ante el descubrimiento que yo mismo —dice Max.

—Vaya Max, parece que no soy capaz de ocultarte mis sentimientos —sonríe el psiquiatra—. Tampoco lo intento. —Levanta las palmas de las manos en un gesto de confianza—. Pues sí, tienes razón. El descubrimiento es importante, más de lo que parece. Nos abre una puerta a tu subconsciente.

Ahora es Max quien no puede evitar levantar las cejas en un gesto de sorpresa.

—No entiendo lo que quiere decir, doctor. ¿El subconsciente?

Max se toca la frente con la mano.

—Haz una cosa, Max. Piensa algo en ruso, una frase. Cualquier cosa. No es necesario que la pronuncies en voz alta, simplemente piénsala. Y dime cómo te sientes.

Max cierra los ojos. Permanece silencioso unos segundos.

—Me siento muy extraño —dice Max con los párpados fuertemente apretados—. Tengo la sensación de que una puerta se está abriendo en algún lugar dentro de mí. Detrás de esa puerta están mis recuerdos perdidos. Pero no acaba de abrirse por más que me esfuerzo.

—A lo mejor podemos forzar esa puerta —asiente el doctor, alzando el tono de voz y elevando la velocidad de su discurso, cada vez más excitado—. Es posible que tus recuerdos no se hayan perdido, que sigan guardados en tu cerebro, pero que el circuito que los conecta con tu mente consciente haya sido dañado. Verás Max, el lenguaje tiene mucho que ver con los recuerdos. Al hablar en otro idioma es como si tratases de llegar a esos recuerdos por otro camino diferente. Un camino que quizás esté siendo bloqueado por tu mente consciente.

—¿Bloqueado?

—Déjame que te lo explique. El cerebro subconsciente almacena una copia de todo, absolutamente todo lo que vemos u oímos. Incluso detalles que a nosotros se nos pasan inadvertidos. Es como una cámara de grabación que funciona permanentemente registrando todo lo que ve. Desgraciadamente no podemos controlar la forma en la que el subconsciente se comunica con nuestro yo consciente. A veces nos envía información, a veces no. La mayoría de las veces no sabemos entender lo que nos quiere decir. —Max gira levemente la cabeza y mira fijamente al doctor con los ojos entreabiertos, inquisitivo—. Vamos a ver. Te voy a poner un ejemplo para que veas que el subconsciente puede suministrarte información muy útil —dice el psiquiatra—. Imagina que conoces a alguien que te da muy mala espina, llamémosle Fulano. La primera vez que ves a Fulano te cae mal. Luego conoces a Fulano más en profundidad y empieza a caerte bien, llegas al punto de confesarle algo como «ni te imaginas lo mal que me caíste el día que te vi por primera vez», y os reís los dos. Una semana después descubres que Fulano se acuesta con tu mujer.

—Mi subconsciente me advirtió…

—¡Exacto! —El psiquiatra da una palmada en el aire—. Resulta que el día que conociste a Fulano intuiste en él el leve rastro del perfume que usa tu esposa. Y en el cuello de su camisa percibiste una minúscula mancha de carmín del mismo color que los labios de tu esposa…

—Pero yo no me di cuenta de nada de eso conscientemente.

—A lo mejor ni siquiera eres bueno diferenciando olores de perfumes, o eres corto de vista y no serías capaz de distinguir la mancha de carmín, pero el subconsciente siempre llega un poco más lejos. Tu subconsciente captó todas esas señales y evaluó la situación inmediatamente. Te dio un veredicto de culpabilidad para Fulano que en ese momento no parecía tener base alguna.

—Quiere usted decir que el subconsciente lleva un registro de todo lo que perciben los sentidos, aunque no lo recordemos.

—Exacto. El subconsciente es una memoria registradora de impresiones mucho más precisa que nuestra memoria consciente. Una memoria paralela.

Max parece animado ante la idea.

—Entonces ¿cree usted que mi subconsciente lo recuerda todo sobre mí?

—Es posible, Max. Aunque entraña cierto peligro. El problema cuando se recupera información del subconsciente es que uno nunca puede estar seguro de qué parte es una recreación onírica y qué parte se corresponde con algo realmente vivido.

—¿Una recreación onírica? No entiendo qué quiere decir.

—Lo siento Max, me refiero a soñar. Por ejemplo, no sabes la de gente que jura haber soñado con catástrofes naturales o atentados terroristas semanas antes de que ocurrieran. Cuando sucede una tragedia así, montones de personas aseguran que soñaron con antelación con el número exacto de muertos.

Max se incomoda, no es la primera vez que el psiquiatra le cuenta exactamente la misma historia. Que el psiquiatra no lo recuerde le hace sentir poco importante. Finalmente opta por responderle.

—¿Por qué alguien iba a decir que soñó con una catástrofe antes de que ocurriese?

—Ellos están convencidos de que lo soñaron antes. Ellos creen que anticiparon lo que iba a suceder. Incluso están convencidos de haber soñado con el número exacto de víctimas. Está comprobado que, en todos los casos, se limitan a decir exactamente la cifra que han escuchado en las noticias ese día. Normalmente la cifra cambia más adelante, aunque ellos siguen recordando la primera. Y siguen creyendo que lo supieron antes de que sucediera la catástrofe. Lo que ocurrió fue que soñaron con el suceso después, pero ellos creen que lo soñaron antes. El problema es que el subconsciente, que es el motor de los sueños, no sitúa los acontecimientos en una línea temporal lógica. ¿Comprendes lo que te quiero decir?

—No estoy seguro, doctor. ¿Qué tiene que ver soñar con catástrofes con mi amnesia?

—Dime una cosa, Max, ¿qué harás cuando salgas de aquí?

—Ir a mi trabajo, al supermercado, supongo.

—Bien, así que mañana, cuando pienses en lo que hiciste hoy, recordarás que primero viniste a mi consulta y después te fuiste a trabajar. El cerebro consciente almacena los recuerdos de un modo cronológico, secuencial. Las cosas suceden en un orden. Sin embargo, tu subconsciente tal vez no lo recuerde igual. Si le preguntásemos a tu subconsciente, a lo mejor responde que primero fuiste a trabajar y después hablaste conmigo. Incluso puede que crea que tuvimos esta misma conversación hace días o semanas. ¿Lo entiendes ahora?

—Supongo que sí. Intenta decirme que podría sacar de mi subconsciente el recuerdo de algo que hice o que vi hace poco y creer que pertenece a un momento anterior a mi amnesia. Podría creer que es algo que ocurrió hace años. Podría reconstruir mi vida sobre unas premisas totalmente falsas…

—Veo que lo has comprendido perfectamente —dice el psiquiatra con una amplia sonrisa que le entorna los ojos.

—Entonces —pregunta Max—, si lo que almacena el subconsciente no es fiable, ¿por qué ha dicho que mi subconsciente puede ser una puerta a mi pasado?

—Porque ahora sé algo que antes no sabía, Max. Ahora sé que hablas dos idiomas. Desde que despertaste del coma no has hablado en ruso, no has pensado en ruso, así que podemos tener la seguridad de que todo lo que tu subconsciente haya registrado en ese idioma se habrá formado antes del coma. Podemos utilizar el idioma ruso para adentrarnos en tu subconsciente. Tu segundo idioma será el puente hacia tus recuerdos anteriores a la amnesia. Por decirlo de algún modo, interrogaremos a tu subconsciente en ruso.

Max mira al psiquiatra esperanzado. Por primera vez contempla la posibilidad de averiguar cosas sobre su vida. Percibe que el doctor también contempla esa posibilidad como real. Sin embargo, hay algo que no entiende.

—Pero ¿cómo llegaremos a mi subconsciente, doctor?

—Mediante la hipnosis, Max. Mediante la hipnosis.

* * *

Sesión once (11) con el paciente Max N. N.

El paciente ha demostrado una extraordinaria habilidad para leer el lenguaje corporal. Interpreta los gestos y las expresiones faciales involuntarias hasta el punto de que es capaz de determinar con gran certeza si una persona miente o no. Esta habilidad me ha sugerido algunas posibilidades sobre el pasado del paciente que estoy investigando, ya que seguimos sin tener indicaciones de su identidad anterior. No obstante, se ha abierto una nueva vía de investigación que resulta prometedora. Esta nueva vía se basa en el descubrimiento de que el paciente, además de español, entiende y habla perfectamente el idioma ruso. Mi idea consiste en aplicar técnicas de hipnosis al paciente para acceder a su subconsciente y tratar de recuperar datos sobre su vida pasada. Para evitar falsos recuerdos (algo que el paciente hubiese visto o escuchado recientemente y que su subconsciente situase en un momento de su vida pasada) las sesiones de hipnosis tendrán lugar en ruso. Por decirlo de algún modo, será como interrogar a su subconsciente en ese idioma. Al hacer preguntas en ruso provocaremos que las respuestas también sean en ruso, y de ese modo estaremos seguros de que se trata de recuerdos reales previos a la amnesia, recuerdos que se almacenaron en ese idioma.

Por otro lado, utilizaremos como catalizadores algunos objetos que el paciente conserva y que supuestamente le pertenecieron en su vida anterior. Emplearé esos objetos para disparar la cadena de recuerdos de su subconsciente. Para las sesiones de hipnosis necesitaré un intérprete ruso. He iniciado los trámites con el hospital para requerir los servicios de uno. Espero que en un par de semanas podamos realizar las primeras sesiones.

* * *

—En las sesiones de hipnosis —explica el psiquiatra a Max—, utilizaremos como catalizadores los objetos que llevabas encima y que te devolvieron cuando te dieron el alta en el hospital.

—¿Catalizadores? —pregunta Max.

—Disculpa por el término. Significa un disparador, un punto de ignición para arrancar tus recuerdos. Esos objetos que te pertenecieron serán el punto de inicio para disparar la cadena de recuerdos de tu subconsciente. Te haré algunas preguntas sobre ellos y, a partir de ahí, trataremos de averiguar cosas sobre tu vida.

—Creo que lo comprendo.

—Muéstrame esos objetos, Max —dice el psiquiatra asintiendo suavemente.

Max deja una bolsa de tela de color pardo sobre el escritorio, saca de ella unos cuantos objetos y los coloca sobre la mesita de la consulta con sumo cuidado, uno a uno, parsimoniosamente.

—¿Esos son los objetos que llevabas encima cuando te encontraron? —pregunta el psiquiatra.

Max escucha la pregunta pero tarda en responder, está como aturdido, embelesado por el peso, la textura, el color de cada uno de los objetos.

El psiquiatra parece captar la fascinación de Max ante ellos.

—Así es —responde Max por fin—. Esto es… esto es lo que queda de mí. Lo que queda de mi verdadero yo.

—Max, eso no es verdad —dice el psiquiatra.

Max no responde.

—Bueno, veamos qué tenemos aquí.

El primer objeto es un fragmento de fotografía en blanco y negro. Puede verse parte del rostro de una mujer joven, morena, muy maquillada. La foto ha sido tomada al aire libre; de fondo se aprecia un cielo con nubes, pero no se distingue ninguna otra referencia.

—Bueno, Max, supongo que te darás cuenta del problema. Esta fotografía no puede ser tuya.

—¿Por qué no?

—Porque te encontraron flotando a la deriva en el mar. ¿Comprendes? El papel se habría deshecho por el agua. Y no parece que esta fotografía se haya mojado. Aunque no se hubiese deshecho estaría estropeada.

Max mira la fotografía con expresión sorprendida. Niega con la cabeza.

—Claro que es mía. Estoy completamente seguro.

—¿Por qué estás tan seguro?

Max devuelve la mirada al psiquiatra.

—De la misma manera que sé que después del día viene la noche, doctor, sé que esa fotografía siempre ha estado conmigo.

—Bueno, ya sabes lo que hemos hablado sobre los falsos recuerdos. Creo que alguien tuvo que dejar esta foto en la consigna del hospital junto a tus otras cosas.

—¿Por qué iba alguien a hacer eso?

—No lo sé, Max. Quizá por error, quizás esta foto pertenece a otro paciente y los objetos se mezclaron.

—Le aseguro, doctor, que esa fotografía siempre ha estado conmigo.

—Parece una chica muy guapa —dice el doctor mirando la fotografía.

Max no reacciona.

—El fondo está bastante borroso —prosigue el psiquiatra—. No se puede saber dónde fue tomada, aunque sin duda se encuentra al aire libre. Parece que es luz natural, al amanecer o al atardecer; fíjate en la sombra hacia la derecha: el sol le da a la muchacha en la cara casi horizontalmente. No pretendo ser un experto en fotografía, pero me parece que para esta foto usaron una cámara bastante sencilla.

El psiquiatra da la vuelta a la foto. Hay algo escrito a mano:

«La historia la escriben los ganadores».

—Vaya. ¿Qué crees que significa esta frase, Max?

—No lo sé, doctor —contesta Max negando con la cabeza—. Tal vez que los que escriben la historia deben ganar algo antes. Una especie de concurso.

El psiquiatra sonríe.

—Siguen sin dársete bien las metáforas.

—¿A qué se refiere?

—Una metáfora es un modo de expresar una idea a través de otra, mediante una comparación. No hay que tomarlo en sentido literal. Por ejemplo, si digo que estamos ante un callejón sin salida, estoy queriendo decir que no encuentro una solución a un problema.

—¿Entonces, «la historia la escriben los ganadores» es una metáfora?

—Bueno, no exactamente, Max, es como aquella famosa cita, «La traición nunca prospera». ¿Por qué?, porque cuando lo hace ya no la llaman traición. Lo que quiere decir esa frase, «La historia la escriben los ganadores», es que quien gana cuenta su versión de la pelea, de los hechos, y esa historia es la oficial, la que queda para todos los demás, por eso las guerras siempre las ganan «los buenos».

—Es injusto, no me parece bien —contesta Max con la mirada fija en el escritorio.

—Así funciona el mundo, Max, por desgracia.

—Cuando leo esas palabras siento una emoción difícil de describir —explica Max—. Es como si pudiese recordar la emoción, pero no el recuerdo de lo que la produce. Como cuando despiertas de una pesadilla cuando ya se ha olvidado el sueño y todavía queda la sensación de miedo.

El doctor se muestra sorprendido, tal vez admirado ante la manera en la que Max se acaba de expresar.

—Lo que dices tiene cierta base neurológica, Max. Los recuerdos se almacenan en lo que llamamos cerebro emocional, que es la parte del cerebro que genera las sensaciones y las emociones. Por eso es más fácil recordar una idea que nos produce un fuerte sentimiento que un dato frío y aislado, carente de emoción. Por eso los niños en la escuela aprenden las asignaturas de los profesores a los que les cogen cariño y olvidan lo demás. Por eso recordarás más o menos de lo que hablamos en estas sesiones en función de lo mal o bien que te caiga yo como persona.

—Entonces, doctor, ¿comprende que esa fotografía me pertenece?

—Bueno, Max. Puede ser. Pero no sé cómo habrá llegado hasta ti. El papel no es muy bueno. Se hubiese destruido en el agua. Por otro lado, pareces convencido de que es tuya.

Max no dice nada. Los dos hombres guardan silencio. Se escucha la respiración de ambos, el zumbido del aire acondicionado.

—Está bien —dice el psiquiatra—. Saldremos de dudas en la hipnosis. Sabremos si esta fotografía guarda realmente alguna relación con tu pasado. Ahora, veamos qué más tienes aquí. Están estos dos billetes y este montón de monedas —dice empujándolos con el dedo—. Fíjate cómo estos billetes sí que están muy deteriorados. Se nota que se han mojado. ¿Te das cuenta?

Max le observa con gesto inexpresivo.

—En cualquier caso esto nos va a servir para bien poco, Max; seguro que han pasado por cientos de manos, el dinero corre de un lado a otro y es imposible saber dónde ha estado… Podrías usarlos para comprarte algo.

—Ni lo sueñe —contesta Max.

—Sabía que ibas a decir eso —responde el doctor con una sonrisa conciliadora—. Vamos a ver; por último, un teléfono móvil. Una Blackberry. ¡Hacía tiempo que no las veía! Estuvieron bastante de moda hace pocos años, pero han desaparecido casi por completo, es fascinante cómo cambian las costumbres de la gente. Mi esposa tuvo una Blackberry, recuerdo que a mí no me llamaba la atención.

El psiquiatra coge el teléfono y le da vueltas entre sus dedos. Max no pierde de vista las manos del doctor, como temiendo que pudiera hacer desaparecer el teléfono.

—En cualquier caso —dice el doctor—, según he leído en tu expediente, la policía ha analizado este teléfono y tampoco es de utilidad. Obviamente no funciona, y además le falta la tarjeta de memoria, la tarjeta SIM que identifica a su propietario.

—Eso me dijeron, que este teléfono es inservible.

—Así es. Sin la tarjeta SIM este teléfono es una cáscara vacía. ¡Vaya! ¿Te das cuenta? Acabo de hacer otra metáfora.

El doctor sonríe, pero Max no le sigue la broma. Vuelve a clavar sus ojos en el doctor y mantiene el gesto serio.

—Lo siento, Max —dice poniéndose serio.

—Yo solía llevar este teléfono en el bolsillo, sin funda, en contacto con monedas, llaves…

Es ahora el doctor el que parece sorprendido.

—¿Cómo sabes eso? ¿Lo has recordado?

Max esboza una sonrisa torcida.

—Me temo que no. Fíjese, doctor, en todos estos arañazos en la parte trasera, estas marcas. La carcasa ha sido muy dañada por roces, probablemente objetos metálicos, monedas, llaves…

—Eres muy observador, Max.

—Observar el mundo es lo único que me queda, es lo único que tengo —dice con la barbilla algo levantada.

—Bueno, Max. Voy a prepararlo todo para la próxima sesión. El hospital está contratando los servicios de un intérprete ruso. Comenzaremos con la fotografía que estás tan seguro de que te pertenece. Te someteré a hipnosis, te interrogaré en ruso sobre esa fotografía y trataremos de descubrir qué recuerda tu subconsciente, ¿de acuerdo?

Max adopta una postura rígida. El doctor advierte que su rostro ha palidecido.

—¿Max, te encuentras bien?

—No, doctor, es solo que…

Max respira agitadamente. Gotas de sudor perlan su frente.

—¿Qué pasa Max?

—Quiero que me prometa una cosa, doctor. Quiero que me prometa que vamos a seguir adelante con esto, pase lo que pase. A pesar de que yo…

El doctor lo observa con preocupación.

—¿Qué es lo que sientes exactamente, Max?

Max le mira a los ojos, tiene la mirada empañada.

—Cuando pienso en esa fotografía, en lo que puedo llegar a recordar, siento…

—¿Qué es lo que sientes, Max?

—Miedo. Apenas puedo controlar el miedo.