Carla
Carla tenía que hacer un esfuerzo para sostener la mirada del hombre que tenía frente a sí. Abrazándose a sí misma se sentía fatal, frágil como un terrón de azúcar bajo un aguacero, a punto de desmoronarse en cualquier momento.
Era la hora del almuerzo y la afluencia de gente a la cafetería del hospital era cada vez mayor. Carla solo había sido capaz de beber un poco de agua y entonces le vinieron otra vez las náuseas.
Sentado frente a ella, ajeno al creciente bullicio, Héctor Rojas estaba relatando en voz baja y rostro sombrío las circunstancias en las que habían encontrado a Irena Aksyonov:
—El cuerpo ha aparecido en un vertedero a las afueras de Málaga. Lo encontraron unos rumanos que estaban rebuscando en la basura.
—Dios mío, pobre chica —se lamentó Carla—. ¿Cómo… cómo murió?
—Politraumatismo craneal. La golpearon repetidamente en la cabeza con un objeto contundente. El cuerpo estaba en muy mal estado, tenía el rostro totalmente destrozado a golpes.
Carla se llevó una mano a la boca, horrorizada.
—Santo Dios… ¿Qué clase de monstruo puede hacer eso? —musitó. Todo daba vueltas a su alrededor. Tenía la vista nublada y sentía que se hundía muy despacio.
—Un monstruo sin alma —sentenció Héctor Rojas.
Sus palabras se perdieron en el entrechocar de platos y cubiertos y las conversaciones de la cafetería. Permanecieron sin decir nada unos minutos. Carla hizo lo posible por serenarse. La sangre batía en sus oídos con un zumbido sordo.
—La policía científica ha determinado que la muerte se produjo poco después de su desaparición —dijo Héctor Rojas—. Hay cierto margen de error, pero casi con seguridad no transcurrieron más de un par de horas. Como nadie abandonó la residencia de los Aksyonov desde que saltaron las alarmas eso significa que quien mató a la pobre chica y la dejó en ese vertedero no se encontraba en el interior de la propiedad.
—Es lo que usted pensó desde un principio… —murmuró Carla.
El funcionario asintió levemente.
—La policía no ha tenido más remedio que empezar a trabajar con la hipótesis del secuestro. Si nadie de los que se encontraban allí salió de los límites de la mansión en ningún momento, entonces ninguno de ellos pudo sacarla. —Mientras hablaba, el funcionario trazaba círculos en la mesa con el dedo índice—. Lo único que cabe pensar es que alguien tuvo que entrar y llevársela. Así que han retirado los cargos contra su padre.
—Pero ¿tienen alguna idea de quién pudo secuestrarla?
—Creo que los investigadores que llevan el caso están tan desconcertados como nosotros. La versión oficial es bastante contradictoria. Ahora sostienen que se trata de un ajuste de cuentas. Una venganza contra Serguei Aksyonov.
—¿Un ajuste de cuentas? —Carla entornó los ojos confusa. La fatiga se extendía por su cuerpo como anestesia.
—Al parecer los negocios de Serguei Aksyonov no son limpios —explicó Héctor—. Estaba siendo investigado por la policía desde hacía meses. Se le vincula con las mafias ucranianas que operan en España. Por lo que he podido saber, la policía sospecha que las mafias rusas utilizan su flota de barcos mercantes para transportar armas y drogas desde las antiguas repúblicas soviéticas hasta Europa y África. La Brigada contra el Crimen Organizado de la Policía Nacional se ha metido en el caso. Ellos creen que el secuestro y la muerte violenta de Irena Aksyonov no es más que un ajuste de cuentas de la mafia rusa.
—Un ajuste de cuentas… la mafia rusa… —repitió Carla—. ¿Usted también lo cree?
El funcionario negó con la cabeza.
—No hay que saber mucho sobre cómo actúa la mafia rusa para darse cuenta de que unos sicarios hubiesen utilizado… otros métodos, por así decirlo. Habrían asaltado la casa por la fuerza provocando una masacre. Para ser sicarios de la mafia, desde luego se tomaron muchas molestias para pasar inadvertidos. Varios hombres colándose en una propiedad sin ser vistos, sin dejar una sola huella. Con el personal de seguridad en alerta. No me lo creo —negó repetidamente con la cabeza mientras hablaba.
—Usted sigue pensando que fue el acosador de internet… —Carla reprimió un escalofrío.
—Lo que yo creo es que esto no tiene nada que ver con un ajuste de cuentas. Al menos, no como lo entiende la policía. ¿Qué sentido tendría entonces el mensaje que recibió Serguei Aksyonov? Alguien que se hace llamar doctor Vargas le advierte que va a secuestrar a su hija. Lo pone en alerta a propósito. Después, Aksyonov recibe el mismo mensaje que han recibido otros padres. Unos padres que fueron manipulados para sentirse culpables de la muerte de sus hijos. Esa frase que recibió Serguei Aksyonov en el móvil de su hija, «Caiga sobre ti…», es una especie de marca del mismo psicópata. Estoy seguro.
Carla clavó la mirada en el funcionario con ambas manos sosteniendo la cabeza como si se tratara de un balón de fútbol.
—Pero, suponiendo que tenga razón —dijo—, suponiendo que quien la secuestró fue el mismo individuo que estamos buscando, el modo en que desapareció sigue siendo un misterio.
Héctor Rojas depositó su maletín sobre la mesa. Sacó una carpeta de cartón y la abrió.
—Esto es una copia del sumario judicial —dijo señalando el grueso fajo de papeles en la carpeta—. Si le interesa leerlo detenidamente, luego le enviaré una copia por correo electrónico.
Pasó las hojas hasta encontrar la imagen impresa de una fotografía aérea.
—Es la mansión de los Aksyonov —dijo—. Quería enseñarle esto. ¿Ve estos conos a lo largo del muro? Los dibujé yo mismo; representan el ángulo de visión de las cámaras de vigilancia. —Carla observó la fotografía. Las sienes le latían con fuerza—. Como puede ver, no hay forma de saltar el muro sin ser captado por alguna de las cámaras —explicó Héctor—. Excepto aquí. —Señaló a un punto sobre la fotografía—. Verá, esta mañana he hablado con un experto en seguridad de este tipo de mansiones de lujo. Los detectores de movimiento habituales, por infrarrojos, que se utilizan en recintos interiores como los museos, no sirven en estos casos, al aire libre. Darían continuamente falsas alarmas por el movimiento de pequeños animales, roedores o pájaros. Así que se suelen utilizar cámaras de vigilancia con un software especial que analiza el movimiento de las imágenes. Si son cuerpos pequeños los descarta como intruso. El software es capaz de reconocer un cuerpo humano en la imagen, o con apariencia humana…
—El simio… —dijo Carla— hizo saltar la alarma.
—Exacto. El sistema de vigilancia funcionó perfectamente. Si alguien más hubiese saltado ese muro hubiese sido detectado también. A no ser que…, fíjese en esto.
Héctor desplazó el dedo sobre la fotografía, en una estrecha franja entre dos conos.
—Hay un ángulo muerto entre estas dos cámaras, ¿se da cuenta?
—¿Piensa que alguien pudo colarse por ahí sin ser visto?
—Podría ser. Puede que ese sujeto hiciese el mismo análisis que yo. Solo se necesita una imagen de Google y los datos del fabricante de las cámaras, que también se pueden encontrar en internet. Aunque esto tiene un problema. —Héctor señaló un rectángulo azulado—. Es una piscina. La piscina se interpone en el ángulo muerto.
—Entiendo. Si alguien aprovechó el ángulo muerto para colarse tendría que haber cruzado esa piscina a nado para que no lo captasen las cámaras —reflexionó Carla.
—Así es.
—Bueno, eso es posible, ¿no cree? Al menos es una explicación. Podría haber entrado por ahí.
—Eso pensé yo al principio. El problema es que eso sigue sin explicar cómo se las apañó después para salir con Irena Aksyonov. Imagínese: cruzar a nado esa piscina llevando consigo a alguien a la fuerza.
—Irena podría estar drogada, dormida —señaló Carla. Intentaba buscar una lógica en todo aquello.
—Bueno, no sería fácil nadar esa distancia justo por el centro arrastrándola consigo —dijo Héctor Rojas frunciendo el ceño—. Además, si estaba dormida, ¿cómo se las apañó luego para saltar el muro con ella y alejarse de allí?
—Podrían ser varios. Tal vez cargaron con ella en brazos.
—Varias personas cargando con una chica hubiesen llamado la atención. Tendrían que haber recorrido un buen trecho. Mire. —Héctor señaló la fotografía aérea—. Solo hay un modo de aproximarse a la residencia de los Aksyonov en coche, y es utilizando esta salida de la autovía —indicó un trazado en el mapa—. Justamente aquí hay una cámara de control de tráfico y ningún coche pasó por allí. La policía revisó las cámaras de tráfico. Si alguien cargó con Irena, tuvo que huir a pie o bien por el norte, cruzando este campo de golf, o bien por aquí, atravesando esta franja de terreno baldío hasta la autovía, ¿ve lo que quiero decir?
—No estoy segura…
—En algún lugar tenía que esperarles un coche. El único sitio sería aquí —señaló una carretera que discurría por el norte—, y para llegar tendrían que cruzar el campo de golf a pie. O bien por aquí y que alguien les recogiese en la autovía. En el campo de golf había varios operarios a aquellas horas. Cortando el césped, trabajando en mantenimiento del sistema de riego. La policía les interrogó. Consta en el informe. No vieron a nadie. Cualquiera que hubiera pasado por allí tendría que haber llamado su atención. Y más si eran varios hombres cargando un bulto.
—Lo lógico es que hubiesen ido hacia la autovía. Está más cerca.
—Exacto. Pero desafortunadamente para los secuestradores había un atasco en ese momento. Justo aquí, en este punto, a un kilómetro de la mansión de los Aksyonov, se produjo un accidente. Un conductor bebido embistió a otro coche al adelantar a un camión. La carretera estuvo cortada durante una hora. Acudió la Guardia Civil. Esta autovía recoge parte del tráfico de salida de Málaga hacia Marbella. El accidente produjo varios kilómetros de retenciones. Si los secuestradores esperaban que un coche les recogiese en la autovía, tuvieron la mala suerte de encontrarse con el atasco.
Carla cerró los ojos con fuerza intentando pensar.
—Entiendo lo que quiere decir. Si no pudo recogerles un coche por culpa del accidente —dijo—, tendrían que haber caminado a pie por el arcén. Cargando a Irena, o llevándola por la fuerza. Hubiesen llamado la atención de los conductores bloqueados en el atasco.
—Así es. En teoría, el accidente debería haberles complicado la huida. Es el típico imprevisto que frustra el crimen más cuidadosamente planeado. Aunque el hecho es que, a pesar de todo, Irena desapareció sin dejar rastro, sin que ningún testigo viese nada sospechoso. Pienso que debieron utilizar otro modo de huida. El problema es que se nos acaban las posibilidades.
—Supongo que la idea de un helicóptero o algo parecido está descartada —dijo Carla a la desesperada.
—Totalmente.
—Pero de algún modo tuvieron que sacarla —resopló Carla.
—Supongo que estamos enfocando el asunto de un modo equivocado. Creo que ese individuo tenía un plan diferente. Cuando amenazó al padre de Irena con secuestrar a su hija debía de estar muy seguro de sus posibilidades. —Héctor apretó los puños—. Debía de estar muy seguro de que Serguei Aksyonov no podría hacer nada. Ponerlo en alerta era parte de su plan. Para que se sintiese frustrado al no poder hacer nada por impedir que su hija desapareciese. Por el amor de Dios. No quiero imaginar lo que habrá sentido ese hombre al saber que su hija ha aparecido muerta de un modo tan horrible. Yo también tengo una hija. Tiene veinte años y estudia en la Facultad de Bellas Artes. Si a mi hija le ocurriese algo semejante, no podría seguir viviendo. No me gustaría estar en la piel de Serguei Aksyonov.
La miró a la cara. Héctor tenía los ojos empañados.
Se miraron en silencio.
—Sea como fuere —dijo Héctor Rojas lacónico—, mientras la policía busca culpables entre los sicarios de la mafia rusa ese psicópata sigue haciendo de las suyas. Esta vez ha provocado la muerte a un pobre niño de cuatro años.
Carla no quería seguir escuchando. No quería estar allí, no quería saber nada de aquello.
Pensó en Irena Aksyonov muerta a golpes, en su hermano al borde de la muerte.
Se obligó a seguir manteniendo aquella conversación como si la fachada exterior que mostraba fuese la de otra persona, la de una mujer sin miedo. La de una mujer valiente capaz de enfrentarse a psicópatas, a especular sobre muertes violentas como quien habla de cotilleos de famosos. Pero sabía que esa mujer en realidad no era ella y que en cualquier momento esa fachada se iba a desmoronar y dejaría al descubierto a una mujer muy asustada.
—Lo sucedido es muy triste —relató Héctor—. No cabe duda de que estamos ante un psicópata retorcido y sin alma. Esta vez manipuló las medicinas que alguien compraba en internet para el tratamiento de su hijo.
—¿Ha envenenado a un niño? —preguntó Carla envarada.
—Peor aún. Verá, el niño era autista y su padre buscaba tratamientos alternativos que curasen a su hijo. Ya sabe lo que ocurre en internet —sonrió con tristeza—: hay personas sin escrúpulos que aseguran tener soluciones y remedios para muchas enfermedades incurables. La mayoría de esos tratamientos alternativos son inofensivos, o al menos no producen mayor daño, siempre y cuando no se deje el tratamiento médico profesional. En este caso, el padre del chico compró en internet un complejo vitamínico que, supuestamente, iba a curar el autismo de su hijo. Pero lo que adquirió en realidad fue una potente droga estimulante del sistema nervioso central. Un cóctel de anfetaminas, cocaína, efedrina, metilfenidato y otras sustancias excitantes del sistema nervioso. La fuerte estimulación de las drogas hizo que por unos días el pequeño diese síntomas de aparente mejoría. Su padre pensó que por fin había dado con la cura que tanto ansiaba para el autismo de su hijo.
Carla estaba sin aliento, como si acabase de llegar después de una carrera.
—Unos días después de empezar a consumir esas drogas, el niño sufrió una crisis del sistema nervioso —relató Héctor con voz ronca—. Tuvo espasmos incontrolables. Fuertes convulsiones. Su padre intentó contenerlo. El niño murió en sus brazos, aplastado por la fuerza de su propio padre cuando intentaba sujetarlo para que no se hiciese daño.
—Por el amor de Dios, eso… eso es terrible —dijo Carla. La frente le ardía.
—Una pesadilla. Cuando el pobre hombre descubrió que él mismo había matado a su hijo se suicidó tirándose por una ventana. No pudo soportarlo. La policía encontró un pedazo de papel en la mano del hombre. Lo tomaron por una nota de suicidio, aunque no lo era. Alguien tuvo que dejar allí esa nota después de que se arrojase por la ventana.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque en ese pedazo de papel había escrita una sola frase —la miró a los ojos—: «Caiga sobre ti todo lo que nunca hiciste por mí» —recitó con los suyos entrecerrados.
—Es él otra vez —afirmó Carla con voz temblorosa.
Carla sintió como que unos dedos de hielo le apretaban el estómago. Quedaron en silencio unos instantes.
—Sanidad está analizando las falsas medicinas —dijo el funcionario—. Hasta donde he podido saber, se necesitan conocimientos avanzados de química y acceso a ciertos fármacos para elaborar esas drogas.
—Eso nos da alguna información acerca de él —reflexionó Carla.
—Sí. El mensaje que recibió Serguei Aksyonov estaba firmado por un tal doctor Telmo Vargas. Puede que sea un verdadero médico —apuntó Héctor.
Carla sintió un escalofrío al pensar que un médico pudiese tener una mente tan retorcida.
—¿Había hijos adolescentes implicados? —preguntó Carla.
Héctor negó con la cabeza.
—Se rompe la cadena que habíamos establecido hasta ahora. Puede que el psicópata haya dejado de moverse por los foros de internet para adolescentes y utilice otros medios para encontrar a sus víctimas. Puede que foros sobre enfermedades, medicinas o tratamientos alternativos.
—En cualquier caso sigue usando internet. Internet sigue siendo el mejor medio para averiguar cosas sobre los demás —dijo Carla—. La gente no es consciente de la cantidad de información sobre sí mismos que van dejando cada vez que hacen una simple búsqueda o visitan una página web.
—¿Cree entonces que será capaz de volver a encontrar su rastro?
—Estoy trabajando en ello. No paro de encontrar perfiles sospechosos. Puede que sean vulgares pedófilos o acosadores, o puede que alguno de ellos sea ese malnacido.
Carla abrió su ordenador portátil. Le dio la vuelta para enseñarle en la pantalla la conversación que había mantenido poco antes con alguien que se hacía llamar Chico_amor.
—Estuve revisando montones de perfiles sospechosos hasta que me encontré con este —explicó—. Su modo de hablar se parece al del individuo que contactó con las otras víctimas, incluida Irena Aksyonov.
Héctor Rojas estaba leyendo la conversación en la pantalla con el ceño fruncido. La frente se le llenó de arrugas.
Chico_amor: puedes confiar en mí, soy tu amigo, quieres que te cuente un secreto?
Virginia13: claro
Chico_amor: mi padre también me hizo daño una vez.
Virginia13: hablas en serio???
Chico_amor: sí, yo era un niño, tenía 10 años cuando me obligó a hacer algo… no quiero recordarlo
Virginia13: es algo malo, ¿verdad? yo quiero mucho a mi padre, pero siento que lo que me hizo es algo sucio
Chico_amor: así es. tu padre NO es una buena persona
Virginia13: qué puedo hacer???
Chico_amor: quieres que tu padre pague por lo que ha hecho?
Virginia13: quiero que no vuelva a tocarme
Chico_amor: quieres que se arrepienta con toda su alma?
—¿Quién es Virginia13? —preguntó Héctor.
—Es una chica de trece años. Pero no se preocupe. Ahora está a salvo. He cancelado su cuenta. Ahora yo soy Virginia13.
Chico_amor: puedes confiar en mí, soy tu amigo. quieres que te cuente un secreto?
—Podría ser —dijo Héctor Rojas con la mirada fija en la pantalla—. ¿Ha podido averiguar algo más sobre él?
Chico_amor: mi padre también me hizo daño una vez
—De momento, no. Sabe cómo enmascarar su conexión. Lo cual lo hace aún más sospechoso.
Chico_amor: así es. tu padre NO es una buena persona
Los ojos de Héctor estaban fijos en la pantalla recorriendo el diálogo una y otra vez.
Chico_amor: ¿quieres que tu padre pague por lo que ha hecho?
—Tenemos que avisar a la policía —musitó.
—Aún no. —Carla apretó los dientes—. Todavía no sabemos nada. Tampoco ha cometido ningún delito hasta ahora. Con esto la policía no pondrá mucho esfuerzo en averiguar quién es. Tengo que seguir hablando con él, esperar que cometa un error y nos dé alguna pista sobre su identidad.
Héctor se había echado hacia atrás y cruzaba los brazos.
—Tenga mucho cuidado: si es el psicópata que buscamos, no hace falta que le diga lo peligroso que es.
—No se preocupe, sé protegerme. Es imposible que sepa quién está detrás de Virginia13.
—Siento decirle esto, pero tampoco sabía quién era su hermano y, aun así, casi hace que le maten.
Carla se envaró en su asiento.
—Estoy tomando todas las precauciones —dijo—. Si es él, voy a averiguar quién es. Lo encontraré.
Héctor la miró por encima de sus gafas.
—Espero que lo haga antes de que él encuentre a su próxima víctima —dijo sombrío.