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Alicia

Alicia: creo que las vitaminas están dando resultados increíbles!

Dr.Vargas: me alegro mucho de oír eso, es muy importante que David se tome todos los suplementos

Alicia: el avance todavía es pequeño, pero creo que David está más despierto, es como si su mente se hubiese puesto a funcionar

Dr.Vargas: ¿qué mejorías has notado, exactamente?

Alicia: en realidad ha mejorado en todo, hace pequeños movimientos coordinados, se concentra en las cosas en vez de estar siempre mirando de un lado a otro, no es que nada haya mejorado en nada espectacularmente, aunque todo en general ha mejorado… un poco…

Dr. Vargas: uno de los padres de mis pacientes escribió en su blog que imaginaba que su hijo era un corredor de 100 metros, que por fin había dado su primer paso hacia la meta. La meta queda lejos, pero ya empezamos a acercarnos. Tu hermanito ya ha dado su primer paso.

Alicia: sí, sí, eso es!

Dr.Vargas: todo eso es una consecuencia de las vitaminas y de los ejercicios, los padres que llevan a cabo estas terapias intensivas comienzan a notar resultados casi desde los primeros días

Alicia: lo sé, lo sé, he leído toda la información

Dr.Vargas: las rutinas de ejercicios son muy duras, hay que dedicarle muchas horas cada día, ¿estás repartiendo el trabajo con tu madre?

Alicia: no, mi madre dice que son tonterías, ella piensa que David nunca mejorará

Dr.Vargas: se equivoca, tu madre es muy egoísta por no preocuparse de su hijo

Alicia: lo sé, y yo es que no puedo entenderlo

Dr.Vargas: verás, querida Alicia, yo tampoco lo entiendo, no entiendo cómo una madre puede desentenderse de su hijo, cómo puede darle la espalda y negarle la oportunidad de que su vida sea mejor

Alicia: va a pensar que somos una familia horrible

Dr.Vargas: no te incluyas, tú eres una gran persona, es tu madre quien se merece esos calificativos

Alicia: gracias por su apoyo, si no es por usted no sé qué habría hecho

Dr.Vargas: no hay de qué, es mi deber

Alicia: ojalá hubiese más personas como usted en el mundo

Dr.Vargas: cada uno de nosotros lleva algo muy especial dentro, tú también, mi querida Alicia, eres una chica muy especial

Alicia: es usted muy amable, ahora tengo que irme

Dr.Vargas: hasta pronto, Alicia

Alicia apagó el ordenador y bajó de dos en dos las escaleras canturreando una canción. Estaba la mar de contenta. Pasó junto a su madre, que miraba la televisión en el salón con un cigarrillo en la mano. Milagrosamente no estaba bebiendo nada de alcohol. Alicia se moría por explicarle todo lo que estaba haciendo con David, pero se mordió el labio inferior y se mantuvo en silencio. El mejor modo para no discutir con su madre era no cruzar una palabra con ella. Cualquier cosa encendía la chispa de una pelea entre las dos.

—Alicia, ¿puedes dar de cenar a tu hermano?, por favor —dijo su madre.

—Sí mamá, ahora voy.

Alicia fue a la cocina y sacó unas lonchas de queso de la nevera. Se preparó un sándwich que fue mordisqueando mientras calentaba la papilla de David. Sacó del bolsillo el frasco con las vitaminas y vertió el contenido de dos píldoras en la papilla. Removió durante varios minutos, lo colocó todo en una bandeja y subió a su habitación. Sentó a David en su regazo y empezó a darle de comer.

Tenía la impresión de que todo iba a mejorar, no sabía exactamente cómo, era más bien que la impresión se había instalado en su estado de ánimo.

La papilla chorreaba por la boca de David.

—David, cariño, ¿es que nunca vas a aprender a tragar?

El cuerpecito de David se convulsionó.

—No, no, mi chico guapo. Tómate tu tiempo, todo el tiempo que necesites. —Alicia le acarició las mejillas—. Dentro de nada vas a poder tragar sin problemas, ya verás.

El pequeño se tranquilizó y Alicia siguió metiéndole cucharadas en la boca mientras le sostenía la carita mirando hacia arriba. Después de cada cucharada le masajeaba el cuello desde la barbilla ayudándole a tragar, tal y como había aprendido en uno de los ejercicios. Cuando se acabó la papilla le dejó en la cama de lado, para que no se asfixiara si vomitaba, rodeado de cojines. David sonreía con su carita angelical, siguiendo con la mirada a su hermana. Alicia se reclinó sobre su hermano y le susurró al oído.

—David, sé que estás ahí dentro, atrapado, pero yo te voy a sacar, te lo prometo.

Estaba segura de que David entendía todo lo que ella le decía, todo lo que ocurría a su alrededor.

Después, Alicia se sentó frente a su ordenador.

—Mira, tu hermanita ha grabado una canción, a ver qué te parece.

Se puso a mirar la canción que había grabado con la webcam un rato antes. Se quedó de piedra al escuchar la letra que tanto le había entusiasmado cuando la compuso. Ahora le parecía una basura. Era ridículamente alegre, parecía una de esas sintonías de las telecomedias o un maldito anuncio de compresas. La letra hablaba de «tú y yo» y de «un lugar donde perdernos» y también decía cosas horribles como «el aliento del mar respira nuestra felicidad». Incluso aparecía la palabra «amor». ¿«Amor»?

Alicia borró el archivo y lo eliminó de la papelera de reciclaje para que en todo el universo no quedase el menor rastro de aquello.

No era solo por la letra. Es que se había visto a sí misma tan feúcha en la grabación de la webcam,atreviéndose a sonreír a la cámara, con ese pelo lacio cayéndole detrás de las orejas y la mirada huidiza…

«¿Amor? ¿De qué vas, Alicia? Nadie se va a enamorar jamás de ti».

Se echó a llorar. No pudo evitarlo. Se tapó la cara con las manos, dando la espalda a David para que no la viese llorar. ¡No se sentía mal ni nada! Casi no podía respirar. Se estaba ahogando y no podía dejar de llorar.

—¡Ta!

¿«Ta»?

Alicia se volvió para mirar a su hermano. Se enjugó las lágrimas. David había soltado un grito. Tumbado sobre los cojines agitaba los brazos arriba y abajo y doblaba el cuello hacia atrás. Alicia comprendió que buscaba con la mirada las hojas de ejercicios que había clavadas en la pared con chinchetas.

—¿Quieres trabajar, verdad? —preguntó Alicia.

—¡Ta!

El niño miró a la pared y después clavó sus pupilas en su hermana, expectante. Alicia estaba emocionadísima. David era un valiente. Si él estaba dispuesto a luchar, ella no se iba a rendir.

—Tienes razón, cariño —reconoció—. No sirve de nada llorar.

Alicia respiró hondo. Sus pulmones exhalaron el sonido cavernoso del mar en una gruta marina subterránea. Se sonó los mocos con un pañuelo de papel y se puso a revisar la tabla de ejercicios programados para el día. Tocaba movilidad de las extremidades y después estimulación lumínica. Tendió una manta en el suelo y se descalzó para estar más cómoda. David seguía todos sus movimientos con expectación. Estaba excitado y feliz.

—Vamos a ello —anunció.

Lo tumbó en la manta y comenzó con los movimientos siguiendo las indicaciones de los diagramas de ejercicios. Alicia le ayudaba a estirar los bracitos y las piernas. Le hacía rodar en el suelo de izquierda a derecha. Flexionaba las articulaciones y dejaba que David volviese a estirar el brazo o la pierna. Lo sentaba frente a sí, entre sus piernas, y le ayudaba con ejercicios del cuello: rotatorios, girando a un lado y otro, arriba y abajo. Repetía el ciclo de movimientos una y otra vez, controlando el tiempo y el número de repeticiones. Una y otra vez.

La clave estaba en la repetición. Los músculos enviaban información del movimiento al cerebro y el cerebro registraba esos movimientos y establecía nuevas conexiones neuronales. Alicia había leído tanta información en internet sobre las terapias que podría escribir una enciclopedia sobre el tema.

Una hora más tarde llegó el milagro. Alicia no podía creerse lo que tenía delante. Cambió cuidadosamente las condiciones del «experimento» para comprobar si se producía el mismo efecto. Se produjo.

Soltó un grito de alegría.

Se echó el pelo hacia atrás y volvió a mirar a David. Aquello era increíble.

Bajó las escaleras y se encontró a su madre barriendo el suelo del salón. Definitivamente aquello tenía que ser un sueño.

—Mamá.

—Dime, Alicia —respondió su madre sin mirarla.

—Mamá, tienes que ver esto.

Mientras subían las escaleras Alicia pensó en las innumerables horas de trabajo, horas robadas al sueño, a sus canciones, horas robadas a su vida, y se dijo que todas aquellas horas habían merecido la pena.

Abrió la puerta del dormitorio y comprobó que lo que había presenciado instantes antes no había sido un sueño. Su madre se quedó con la boca abierta.

David estaba sentado en el suelo, perfectamente incorporado, sosteniendo el tronco erguido sin ningún tipo de ayuda con una sonrisa en los labios, agitando rítmicamente un sonajero que tenía fuertemente agarrado con la mano izquierda.

Sus ojos, encima de aquella angelical sonrisa, miraban fijamente a Alicia.