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Carla

Eva_Luna: no sigas hablando con Chico_amor, no es quien dice ser. No sabes dónde te estás metiendo. Chico_amor va a hacerte mucho daño.

Carla, conectada al chat con el falso alias de Virginia13, se apresuró a responder:

Virginia13: ¿quién eres? ¿le conoces?

Eva_Luna se desconectó

Carla soltó una maldición. Apretó los puños. ¿Quién era aquella Eva_Luna? Parecía conocer al individuo con el que acababa de mantener una conversación, Chico_amor.

Chico_amor era sin duda mayor de edad. Podría ser incluso el criminal que buscaba.

Carla miró la información del perfil de Eva_Luna, pero estaba vacío. Después comprobó la dirección IP desde la que el usuario Eva_Luna se había conectado a la página web del chat. Averiguó que correspondía con un domicilio en Medina del Campo, una pequeña población de la provincia de Valladolid.

Cuando consultó quién era el titular de la dirección IP se encontró con que era el propio consistorio de Medina del Campo. Mierda. Eva_Luna utilizaba una conexión wifi pública, abierta y gratuita para todos los habitantes del municipio. Podría ser cualquier persona que viviese allí.

Si aquella Eva_Luna sabía algo, tenía que conseguir hablar con ella, fuese quien fuese. Mas con la dirección IP no podía llegar más lejos.

Entonces se le ocurrió probar algo diferente. Abrió el robot de búsqueda en internet y en el recuadro de palabras clave escribió:

Eva_Luna

La gente solía utilizar el mismo nombre de usuario en todas las páginas web donde se registraban. Tal vez podría encontrar su rastro en la red y averiguar más cosas sobre ella. Algo que le permitiese contactar.

Al cabo de unos segundos el robot comenzó a ofrecer resultados. En la pantalla se desplegó una lista de enlaces de páginas donde se había registrado un usuario llamado Eva_Luna. Carla se puso a mirar cada una de las páginas. La mayoría eran webs de jardinería, cuidado de plantas y cultivo de flores. Que a Eva_Luna le interesase la jardinería no le decía mucho sobre quién era en realidad.

Pero había más. También se había registrado en foros femeninos y chats para adolescentes.

Eva_Luna había intervenido en algunas conversaciones de los foros de menores. Sus intervenciones se limitaban a dejar mensajes similares al que había recibido ella misma.

Eva_Luna responde a María:

¿Eres tonta? ¿Es que no ves que no es una chica sino un hombre mayor?

Eva_Luna responde a Cinta:

Lo que te está contando es mentira. Quiere engañarte. ¡Quiere aprovecharse de ti! ¿Es que no te das cuenta?

Eva_Luna responde a Melisa:

No te creas lo que te dice. No tiene quince, es mayor de edad

Eva_Luna responde a Lucia13:

Denuncia a la policía, no permitas que te haga chantaje

Aparte de aquellas intervenciones, su actividad parecía reducirse exclusivamente a mirar webs de jardinería, algunos periódicos de noticias generales y algunos foros femeninos. No había realizado ninguna compra por internet, ni había dejado su nombre, su teléfono o su dirección en ninguna página web. Seguía sin poder averiguar quién era.

Carla siguió mirando otras páginas que había visitado Eva_Luna. Llegó a un foro femenino donde había un hilo temático para hablar sobre abusos. Allí había historias de mujeres que relataban sus experiencias como niñas abusadas. Cada relato estaba lleno de comentarios donde se daban consejos y apoyo entre sí.

Eva_Luna también había dejado su propio testimonio. Carla comenzó a leer:

Mi historia incompleta, por Eva_Luna, publicada el 20-marzo-2012 a las 23:44

No puedo expresar con palabras lo que me cuesta enfrentarme a esta página desolada.

Hace un instante solo veía un valle amarillento de margen a margen, cubierto del polvo pesado que inunda este sótano. Ahora veo apenas tres líneas que se convierten en cuatro. Necesitaré muchas más, y aun así, mi historia estará incompleta. Porque yo estoy incompleta.

Pero debo hacerlo.

Yo no soy Eva Luna, yo soy la mitad de Eva Luna. La mitad de lo que era.

La otra mitad de Eva Luna murió a los once años, el día que su padre empezó a abusar de ella, pocos días después de que mi madre la abandonara.

No voy a perder el tiempo recreándome en detalles.

Es cierto que, volviendo la vista atrás, reconozco en mi padre (y me refiero a mi padre de antes de) a un hombre capaz de hacer lo que hizo. Pero eso es solo si hago una reflexión profunda. Los golpes no tienen por qué llevar al abuso sexual.

Todo se reduce a algo muy básico, mi vida se reduce a un punto de inflexión, a un cuchillo afilado y perverso que cortó mi tiempo en dos partes. Eso hizo mi padre cuando me dijo que me quitara la ropa, que él era «un padre responsable», que quería asegurarse de que su hija «se estaba desarrollando como era debido».

Eso hizo mi padre cuando me sujetó las manos con fuerza, abrió mis piernas como una bestia y me penetró como si fuera un maldito trozo de carne.

En un mundo paralelo existe otra Eva Luna a la que no le falta la mitad.

A veces creo verla en el espejo.

Esa Eva Luna está independizada, tiene un trabajo que la enriquece, con niños pequeños, y escribe, su gran pasión, cada tarde, cuando no está paseando con su novio o en el cine, o cenando en un restaurante elegante.

Esa Eva Luna a la que no le falta una mitad tiene el pelo precioso, es esbelta, tiene muchos amigos que la adoran y su novio no se puede creer su enorme fortuna.

Mi yo completa pasa como un hada madrina cambiando la vida de sus estudiantes, apoyando a sus amigos, dando siempre buenos consejos.

Mi yo completa tiene relaciones sexuales con su novio que la satisfacen totalmente.

Por alguna razón se ha distanciado de su padre, aunque le escribe cartas cada mes, cartas a las que él nunca responde.

La Eva Luna completa se ha reencontrado con su madre casi de milagro. Se encontró con ella una tarde en el centro de Londres. Eva comenzó a llamarla a gritos ante la mirada sorprendida de los transeúntes. Su madre, entre lágrimas, fue capaz de explicarle sus razones, las razones por las que tuvo que salir de aquella casa. Terminaron fundiéndose en un abrazo. Tomaron café juntas.

Se han hecho inseparables.

Pienso en la Eva Luna completa y me muero de la envidia.

Solo comparto con ella la edad, veinte años, y las flores del jardín.

La Eva Luna completa, igual que yo, cuida de las flores con extrema dulzura, igual que yo, pero cuando habla con ellas habla de cosas muy diferentes.

No, no es esa la persona que escribe estas líneas. La persona que escribe estas líneas es su mitad. Su peor mitad.

Soy la Eva Luna del pelo grasiento e imposible de peinar.

Soy la Eva Luna que no sabe siquiera si su madre está viva.

Soy su mitad sin amigos, sin novio.

Su mitad repugnante que le sirve cada día la cena al cerdo de su padre.

Soy la Eva Luna odiosa que le besa en la mejilla.

Soy la Eva Luna grotesca que, todavía en ocasiones, se deja violar por él sin oponer resistencia alguna.

La Eva Luna depravada que, en ocasiones, disfruta de esos encuentros inenarrables.

He leído en alguna parte que los niños que sufren abusos de su padres siguen queriéndolos.

No es así, yo odio a mi padre con todas mis fuerzas, casi tanto como me odio a mí misma.

En ocasiones, mi padre me trae bombones, me agasaja como si fuera su preciosa hija, el muy cerdo.

Yo, la mitad infame de Eva Luna, le sonrío y le doy las gracias.

Pero mis ojos no sonríen.

Así desde hace más de diez años. Maniatada por mi propia cobardía, por el terror a lo desconocido, por el pavor hacia los demás; paralizada por el horror total y absoluto cada vez que veo a un hombre en la calle, en una cafetería o en el supermercado.

Lo veo cada día mientras atiendo a los clientes en el repugnante bar en el que trabajo. Los hombres son perros hambrientos que saltarán sobre tu yugular en cuanto se den las circunstancias apropiadas. Ellos no son cobardes como yo, ellos se arriesgan para conseguir lo que quieren. Mi padre es un cerdo pero es un valiente, y eso es mucho más de lo que se puede decir de mí.

Soy un simple pedazo de carne. Un juguete que él perfora y en el que se desahogaba, descargando en sus entrañas su semen viscoso y nauseabundo.

Atrapada en esta maldita casa, sin estudios, sin amigos, sin novio, atrapada en un trabajo humillante, sin futuro. Mi padre ha conseguido encerrarme sin cadenas.

Limpio, cocino para él, hago las camas. Solo las tengo a ellas. Mis flores.

Trabajo doce horas cada día en el bar mientras mi padre atiende su consulta médica. Nadie sospecha cómo es él en realidad. Solo yo lo sé.

Mi tía Carmen, la hermana de mi padre, vino a visitarnos en una ocasión, acompañada de mi prima Clara, su hija. Tomamos té y pastas. Era un día soleado, maravilloso. El jardín estaba precioso, las gotas de agua sobre las flores recién regadas parecían diamantes, parecía el reflejo del océano.

No me parezco en nada a mi tía, ella es mucho más alta y, por supuesto, más esbelta. Tiene un pelo negro como la noche, negro y brillante, maravilloso. Y su hija Clara, mi prima, lleva camino de igualarla en su belleza.

Soy tan idiota, tan imbécil, que no supe anticipar lo evidente.

Mi padre le preguntó a mi prima que cómo le iba en el instituto. Mi prima, arrugando la nariz, respondió que bien, si no fuera por la maldita biología.

Mi tía la señaló con el dedo y comentó que eso era culpa de ella, que no le echara la culpa a nadie, que el problema era que no se esforzaba lo suficiente, que no se concentraba, que tenía la ciencia en sus genes, que mi padre —doctor de profesión, orgullo de la familia— era la prueba de ello.

Mi padre entornó los ojos, se mordió el labio inferior desde dentro y se ofreció a ayudar a mi prima con su proyecto de biología. A mi padre se le ocurrió que, mientras tanto, mi tía y yo podríamos ir de compras y renovar mi vestuario.

Ninguna de las dos supimos negarnos.

Compramos unos vestidos preciosos, mi tía y yo, unos vestidos que perdían toda su belleza en el preciso instante en el que tocaban mi piel, la piel de la peor mitad de Eva Luna.

Mi tía me habla siempre de muchas cosas, pero nunca, jamás, me pregunta por la relación que tengo con mi padre. Nunca, jamás, me pregunta que por qué abandoné los estudios, si echo de menos a mamá, si tengo amigos, si tengo novio… Nunca, jamás, me pregunta nada que pueda llevar la conversación, de un modo u otro, a los abusos de mi padre.

Clara está ya hecha una mujercita —decía mi tía una y otra vez mientras su sonrisa se extendía por toda su cara, desde la boca hasta los ojos— y te adora, Eva, no sabes cuánto. Yo dejaba pasar los minutos como si fueran unos minutos cualquiera.

Pero esos minutos no eran unos minutos cualquiera.

Me avergüenzo al recordar que durante esos minutos ya inaccesibles mi única angustia se debía a mi horror, mi repugnancia ante mi propio aspecto: la mitad de mujer que me miraba desde el otro lado del espejo del probador.

Entre prenda y prenda, mientras caminábamos de una tienda a otra, nuevos minutos surgían de la nada y desaparecían para dar lugar al siguiente.

Sin piedad, sin fin.

Cuando volvimos las dos a mi casa ya era demasiado tarde. Esos minutos se habían cristalizado y ya no se podían cambiar.

Mi prima Clara sonreía con la boca, pero sus ojos no se contagiaban de la sonrisa. Mi tía tenía prisa y se despidió de nosotros, de mi padre, su hermano, y nos dijo buenas noches. Mi prima Clara dijo adiós con esa sonrisa a medias y le dio las gracias a mi padre por su ayuda con el proyecto de biología.

Esta noche, mi peor mitad, la que escribe en este maldito papel, no era capaz de conciliar el sueño.

Tenía que encontrarla.

Me levanté de la cama, me puse las zapatillas y comencé a deslizarme de un cuarto a otro, entre las sombras.

Busqué por toda la casa, en la cocina, en el salón, en el balcón…

Pasé al menos dos horas en el jardín, preguntándole a las rosas, a las achiras, a las caléndulas, buscando entre los tallos, debajo de las hojas, pero ninguna sabía nada.

Abrigada por la luz de la Luna, volví a llorar sobre mis flores.

Regresé a la casa con los pies todavía húmedos por el rocío del césped y miré incluso debajo de la cama de mi padre, que roncaba como un gorila.

Pero no la pude encontrar.

Bajé entonces a este sótano atestado de polvo y me puse a rebuscar entre las cajas de cartón olvidadas, muebles y sillas tan rotas e inútiles como yo lo soy.

Y seguía sin encontrarla.

Solo encontré fotos viejas de mi madre; en una de ellas está en el centro de Barcelona y me tiene cogida de la mano, pero esa no soy yo, esa es la Eva Luna completa, la de antes de, la Eva Luna a la que no le falta nada.

En otra foto, mi madre charla con una amiga en una cafetería.

Hay también una foto de cuando yo tenía apenas tres años, en la guardería. Todos los niños sonríen, disfrutan, se divierten. Adoran a su maestra.

Revistas antiguas, actores de cine, actrices esbeltas, delicadas, con un pelo precioso.

Las revistas de medicina de mi padre.

Periódicos.

Cuentos infantiles de hadas, princesas, príncipes…

También encontré estas hojas de papel amarillentas.

Recuerdo el impacto que me causó ver a mi prima Clara después de volver de las compras con mi tía, con su madre.

Cuando volví a casa con mi tía, después de que cristalizaran los minutos, a mi prima Clara le faltaba la mitad, su mejor mitad, y yo no he sido capaz de encontrar esa mitad por ningún lado.

Comprendí entonces, comprendo ahora, mientras las lágrimas silenciosas surcan el polvo que cubre mis mejillas, que la mitad de mi prima Clara no está ya en esta casa, por eso no la puedo encontrar; comprendí que la Eva Luna completa no existe en ningún universo paralelo ni en ninguna otra dimensión. Mi padre se encargó de incinerarla, de convertirla en polvo, como el polvo que me rodea, sentada en este maldito sótano.

El polvo depositado sobre estas amarillentas hojas de papel.

Yo no soy Eva Luna, yo soy la mitad de Eva Luna. La mitad de lo que era.

A partir de ahora mi prima Clara dividirá su vida en dos partes: los primeros catorce años y el resto de su vida, en el que su mejor mitad se habrá convertido en polvo.

Y es por esto último por lo que mi padre va a tener que pagar. Juro por Dios que va a pagar.

Esa es mi ancla.

Fin del mensaje

Carla estaba conmocionada. Apartó la mirada de la pantalla. La mayoría de las mesas de la cafetería del hospital estaban ahora ocupadas. Era la hora de la comida. Había estado tan concentrada, aislada de lo que sucedía a su alrededor, que fue como si sus sentidos se abriesen de repente al mundo. El rumor de la conversaciones y el entrechocar de cubiertos la envolvió como el sonido de un mar revuelto. El olor de la comida le produjo náuseas. Llevaba horas sentada en aquella silla de la cafetería con todos los músculos en tensión. Se sentía tan cansada como si hubiese corrido una maratón.

Cerró los ojos. Se masajeó las sienes con las yemas de los dedos. Al menos tenía la impresión de que estaba atando cabos. Aquella mujer, Eva Luna, había sufrido abusos de su padre cuando era niña. Ahora se dedicaba a lanzar advertencias a los adolescentes incautos que contactaban con alguien que se hacía llamar Chico_amor.

¿Era posible que aquel Chico_amor fuese su propio padre, un pedófilo? Tal vez. La pregunta era: ¿sería aquel hombre el mismo que estaba buscando ella?

Utilizando de nuevo el falso usuario Virginia13, Carla escribió un mensaje en el foro donde había leído la terrible historia:

«Por favor, Eva, responde a este mensaje. Necesito tu ayuda».

Después fue recorriendo todos los foros donde Eva_Luna había participado dejando el mismo mensaje, pidiéndole contactar con ella.

Cuando acabó, Carla se dio cuenta de que tenía la frente perlada de sudor. El estómago revuelto, a pesar de no haber comido nada en horas. Casi seguro que había pillado la bacteria que andaba por el hospital. Lo que le faltaba. Lo mejor sería que fuese a que le hiciesen los análisis y le diesen antibióticos.

Estaba a punto de apagar el ordenador cuando escuchó que alguien la llamaba por su nombre. La voz llegó a sus oídos como a través de algodones. Levantó la cabeza esperando encontrarse con algún doctor, pero el hombre en el que recayó su mirada no era ningún médico.

—Siento haberla asustado —dijo Héctor Rojas. Frunció los labios en lo que pretendía ser una sonrisa—. Le debía una visita a su hermano.

Carla se puso en pie con dificultad. Tenía las piernas entumecidas. Se dio cuenta de que el funcionario tenía una expresión triste.

—¿Ha pasado algo? —preguntó.

—Ha habido novedades —respondió Héctor Rojas con la mirada fija en el suelo—. Anoche llegó a mi oficina el informe del fallecimiento de un niño de cuatro años. Creo que el individuo que buscamos ha vuelto a provocar una tragedia. —La miró a los ojos.

—Dios santo —exclamó Carla—. ¿Está seguro?

El funcionario asintió.

—Hay algo más —dijo sombrío—. Me han llamado cuando venía de camino. La noticia no tardará en hacerse pública. La policía por fin ha encontrado el cuerpo de Irena Aksyonov.