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Alicia

Era una sensación de lo más extraña. Como si se hubiese deslizado a una realidad paralela donde todo seguía siendo aparentemente igual, todo menos unas cuantas diferencias de lo más desconcertante.

La primera diferencia la encontró cuando corrió las cortinas de su habitación y vio un coche aparcado en el patio delantero de su casa. Era un Mercedes enorme, negro, con los cristales tintados. Con unas ruedas anchísimas. ¿Qué hacía aquel coche aparcado en el patio de su casa?

Menudo contraste había entre aquel coche tan lujoso y el patio delantero de su pobre casa, la montaña de neumáticos, los escombros por el suelo…

Cuando bajó a la cocina a desayunar se encontró con un hombre sentado junto a la mesa, con una taza de café en la mano y el periódico en la otra. Debía ser el propietario de aquel coche. Llevaba un traje elegante. Tenía el pelo oscuro salpicado de abundantes canas y era muy corpulento, ancho de espaldas.

En una realidad alternativa, aquel hombre sentado en la cocina podría haber sido su padre, desayunando antes de ir al trabajo. Ella le daría un beso y charlarían sobre cualquier cosa antes de que él se marchase a su trabajo y ella a clase.

Pero aquel hombre no era su padre. Era un completo desconocido.

A pesar de estar sentado se notaba que el tío medía como dos metros. Tenía las piernas abiertas y solo tocaba el suelo con los talones de sus zapatos, con las punteras apuntando al techo. Parecía estar desparramado sobre la silla, echado hacia atrás como si estuviera en su propia casa. Tenía unas espaldas anchísimas, como un armario abierto de par en par.

Alicia se limitó a mirarlo fijamente a los ojos.

—Hola, soy Mario —saludó—, y tú tienes que ser…

—Alicia.

—Por supuesto, Alicia. Soy amigo de tu madre, está arriba con…

—Se llama David.

—¡Jo, jo, jo!, ¡mierda!, ¡ja, ja, ja!, los nombres son…

Aquel tío tan bien trajeado, con el pelo engominado meticulosamente, no encajaba en aquella cocina tan humilde, pero lo que menos encajaba para Alicia era que se estaba tomando un café en la taza que ella misma había decorado para su padre cuando tenía diez años como regalo de cumpleaños. La taza era verde, con un mensaje en azul: Para mi querido papi.

En cursiva. Con lo que le había costado a ella escribir en cursiva. ¡Lo que fue escribir aquello con un pincel sobre una superficie cilíndrica!

El hombre sonrió y dejó ver la dentadura más blanca que Alicia había visto en su vida. Fue entonces cuando apareció su madre.

—Hija mía, te presento a Mario Kalich, es un… buen… amigo… mío.

Aquel cretino ya no estaba desparramado sobre la silla, ahora estaba erguido, con las piernas juntas y los codos apoyados sobre la mesa.

El muy hijo de puta se sostenía la barbilla con la mano, dándoselas de interesante.

Alicia no cambió el gesto. Pensó en decir cualquier cosa, como «debes estar de broma», o gritar «¡por favor!», o entornar los ojos, pero se limitó a salir de la cocina y largarse al instituto.

Jo, menuda forma de empezar el día.

Las diferencias en aquella nueva realidad alternativa de Alicia siguieron haciéndose visibles cuando llegó al instituto. Nada había cambiado: los pasillos repletos de estudiantes, los gritos y alborotos, la campana que anunciaba el inicio de la clase.

No obstante, Alicia tenía la desagradable impresión de que todos la miraban a ella.

Las cabezas se volvían a su paso, había murmullos y risas nerviosas. Se metió en clase con la desagradable sensación de que era el centro de atención. ¡Ella el centro de atención! ¡Se estaba volviendo loca!

Sacó un pequeño espejo de maquillaje de la mochila para mirarse. Allí estaba su cara redonda, el flequillo sobre los ojos. Era la misma de siempre. ¿Entonces qué demonios estaba pasando?

Cuando Erica entró en clase, Alicia hizo lo que pudo para no mirarla, aunque al final acabaron cruzando una mirada. Alicia reprimió un escalofrío. La cara de Erica era todo odio, altivez y maldad. Sus labios, pintados de púrpura, dibujaron una mueca burlona.

La muy zorra de Erica no paraba de mirarla todo el rato mientras hablaba con otra chica, Amanda. Larguirucha y huesuda, Amanda era una de las chicas más feas de la escuela. También era una reconocida lesbiana. Mirando fijamente a Alicia, Erica le dijo algo a Amanda al oído y las dos se pusieron a reír como locas. Entonces Erica se puso a acariciar el pelo de Amanda. Como si fuese su gatito o algo parecido. Cuando por fin entró el profesor las dos se sentaron justo en el pupitre delante de ella.

Lo que le reventaba a Alicia era la cara de felicidad de Amanda. Se la veía tan orgullosa de recibir las atenciones de Erica… Jo, en dos días Erica llevaba camino de convertirse en la chica más popular del instituto.

Alicia enrojeció de vergüenza cuando pensó que, a lo mejor, el día anterior ella había llevado puesta la misma cara de orgullo idiota que Amanda. Alicia se moría de la vergüenza por las dos. ¿Es que no se daba cuenta de que Erica la había elegido porque era débil y fea? Así podría utilizarla para sus jueguecitos como había intentado utilizarla a ella. A lo mejor con Amanda tenía más suerte, a lo mejor la muy tontaina no se negaba a hacer todo lo que Erica le pidiese.

El profesor de historia estaba explicando algo en voz alta, pero Alicia solo tenía ojos para Erica, sentada frente a ella. Intentaba quitársela de la cabeza cuando Erica le pasó el brazo a Amanda por detrás de la espalda y se puso a acariciarle el pelo. Después le metió la mano debajo de la melena y se puso a acariciarle el cuello. Alicia casi pudo sentir cómo Amanda se estremecía de placer.

Fue entonces cuando Erica cerró el puño y sacó el dedo corazón señalando a Alicia.

¡Que te den a ti! Alicia se moría por darle una patada con las botas en el trasero. Pero no le iba a dar el gusto de montar un numerito y que la expulsaran de clase.

Aguantó como pudo aquella clase y las siguientes, tratando de pasar desapercibida, aunque lo que no podía evitar era la sensación de que todos estaban pendientes de ella. En el descanso del recreo se encerró en el baño y se pasó la media hora llorando. ¿Qué le estaba pasando? ¿Se estaba volviendo loca o algo parecido?

Fue en la clase de inglés cuando por fin lo entendió todo. Cuando se metió en la clase todo el mundo se puso a mirarla sin disimulo. Hablaban por lo bajo y se reían. Cuando entró el profesor de inglés, el señor T., un murmullo se extendió por el aula.

—No quiero oír hablar a nadie —dijo el profesor con una brusquedad poco habitual en él. Estaba enfadadísimo—. Si alguien abre la boca, le abro un expediente. ¿Está claro?

Alicia nunca había visto al señor T. tan enfadado. Estaba como loco. El profesor de inglés sabía imponer su autoridad a los alumnos sin necesidad de gritar o amenazar. Era uno de los pocos profesores que parecía entender de verdad a sus alumnos adolescentes.

El profesor dio la clase y Alicia se dio cuenta de que evitaba mirar hacia donde se encontraba ella. Al principio pensó que solo era su imaginación. Pero después de un rato ya no tenía duda de que el señor T. solo miraba a la parte izquierda de la clase. Si es que hasta cuando pasó a su lado repartiendo la tarea torció la cabeza para el lado opuesto. No es que evitara mirar a aquel lado de la clase, es que evitaba mirarla a ella.

Cuando acabó la clase, Alicia esperó a que todos saliesen y entonces se acercó a hablar con el profesor. La reacción del señor T. la dejó sin habla.

—¿Qué demonios pretendes, Alicia? —gritó airado sin mirarla. Tenía los ojos clavados sobre unos papeles que había sobre la mesa—. ¿Es que quieres que me despidan?

El profesor estaba rojo, parecía que le costaba respirar.

—Señor T., no sé de qué me está hablando. ¿Por qué me grita?

—Mira, Alicia, no sé lo que te traes ahora entre manos. —Con el enfado le salía más el acento inglés—. Sé que lo de Borja fue cosa tuya. Nadie más se había preocupado de que se metiese con Nelson. Y fue muy cruel lo que le hiciste. No sé cómo te las apañaste para conseguir fotos suyas vestido de mujer. Lo pasé por alto y miré para otro lado. Y ahora no sé lo que pretendes hacer conmigo.

—Profesor, de verdad, no sé de qué me habla. ¿Por qué se enfada? —Alicia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar.

—Si me ven aquí hablando contigo ahora, me pueden despedir, ¿es eso lo que pretendes?

—Pero profesor…

—¡Sal de mi clase! —gritaba como un poseso—. ¡No tengo nada más que hablar contigo!, ¡¿o es que quieres que me echen a la puta calle?!, ¡podría terminar hasta en la cárcel!, ¡vete de una vez, joder!

Lo más extraño es que no la había mirado en todo el rato. Tenía el brazo extendido, señalando la puerta de la clase. Los ojos seguían clavados en su mesa.

Alicia salió tapándose la boca y sin poder contener las lágrimas. Un grupo de alumnos en el pasillo se pusieron a reír en voz alta y a mirarla descaradamente. Los muy desgraciados se estaban riendo en sus narices. Alicia los fulminó con la mirada.

«Sé que lo de Borja fue cosa tuya». «No sé lo que pretendes hacer ahora conmigo».

Alicia empezó a comprender por fin. Una horrible sospecha se abrió paso.

Fue al aula de ordenadores y se conectó a internet. Lo primero que hizo fue mirar en su perfil de Facebook. Allí no había nada raro. Después en Tuenti. Todo estaba bien. Se le ocurrió entrar en MyLife, donde ni siquiera tenía cuenta. Aun así buscó su nombre. Allí sí que encontró un perfil con el nombre de Alicia Roca. Horrorizada, vio que tenía su foto, la misma que tenía puesta en Facebook. También estaba su dirección y hasta había un texto escrito en el apartado «gustos e intereses»:

ALICIA ROCA Mi padre es un mierda que abandonó a mi madre cuando yo tenía 11 años. Mi madre es alcohólica. Tengo un hermano retrasado que no puede ni hablar. Estoy bastante gorda, me sobran unos 20 kilos (o más). Y a pesar de todo soy feliz porque estoy ENAMORADA. Es un hombre mayor que yo, pero no importa porque él también me quiere. Me acuesto con mi profesor de inglés, el señor T.

¡Qué hija de puta! Tenía que ser cosa de Erica. La muy zorra había creado un perfil falso con su nombre. Había montones de comentarios en su perfil comentando su supuesta relación con el profesor de inglés. Se puso a leerlos sintiendo que se adentraba en una pesadilla.

ERICA DUEÑAS

Has sido muy valiente por confesar tu relación, te felicito. No hay nada malo en el sexo con un hombre mayor, es algo natural. Ahora, el siguiente paso es que el señor T. también lo reconozca abiertamente.

ALICIA ROCA

¡Gracias por tu apoyo! No ha sido fácil contarlo, hace tiempo que quería compartirlo con todos. El sexo con el señor T. es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Ahora que he perdido el miedo, poco a poco iré contando los detalles de cómo lo hacemos.

ERICA DUEÑAS

¡Guau! Estoy impaciente por esos detalles. ¡Cuéntalo todo! ¡Seguro que el señor T. se lo monta muy bien en la cama!

¡La madre que la parió! ¡Aquello no podía estar pasando! La muy asquerosa había suplantado su identidad y encima fingía apoyarla. ¡Y todos se lo habían tragado! El resto de comentarios no eran tan amables.

USUARIO ANÓNIMO

me parece muy mal liarse con un profesor en clase. eres una zorra, ¡y parecías una mosquita muerta!

USUARIO ANÓNIMO

siempre la veía quedándose después de clase para hablar con el profesor. ¡Menudas conversaciones se traían esos dos!

USUARIO ANÓNIMO

El señor T. es un salido y un pervertido. Me di cuenta de que siempre les mira el culo a las alumnas.

USUARIO ANÓNIMO

pues yo pienso igual que Erica, no hay nada malo en el sexo, ¿y qué si es con un hombre mayor? ¿y qué si es con un profesor? ¡Venga Alicia, cuéntanos cómo se lo monta el señor T.!

USUARIO ANÓNIMO

¿Te come el chichi?

La conversación seguía y seguía, con apoyos y detractores. Incluso el bueno de Nelson había intervenido:

NELSON CASTILLO

una vez me dijo que le gustaba como era el señor T. Yo creo que no está bien acostarse con profesores.

Lo peor fue cuando Borja y sus amigotes descubrieron el asunto y comenzaron a intervenir. Alicia no tuvo valor para leer sus comentarios. Tampoco era necesario. Se imaginaba los insultos y barbaridades que le habrían escrito.

Se dio cuenta de que llevaba varios minutos llorando en silencio. En el ordenador de al lado, un imbécil pelirrojo con dientes de ratón la miraba y se reía tapándose la boca con una mano mientras con la otra escribía en el teclado. Cuando el idiota pulsó la tecla enter, un nuevo mensaje apareció en el perfil de Alicia.

ANÓNIMO

Alicia está llorando, a lo mejor ha roto con su novio el profesor de inglés.

Enseguida aparecieron comentarios hirientes en respuesta al anterior. Alicia tenía ganas de darle un puñetazo a aquel imbécil que la miraba de reojo, si bien se limitó a apagar el ordenador y salir del aula con toda la dignidad que fue capaz de reunir.

Ya en la calle no pudo resistir más y se puso a llorar. No podía dejar que aquello quedase así. Tenía que hacer algo. Pero ¿qué?

Se enjugó las lágrimas. ¡Jo! No odiaba ni nada a Erica. Tenía claro que no iba a perder el tiempo lloriqueando. Pensaría fríamente en un plan de acción. Primero tendría que desmentir su relación con el profesor y después ya pensaría cómo vengarse de Erica. Se iba a enterar. No iba a dejar que se saliese con la suya.

Iba por la calle caminando sin rumbo fijo, pensando en lo que iba a hacer, cuando sonó el móvil. Era su madre.

—Alicia, necesito un favor enorme, hija.

—Te escucho, mamá.

—¿Puedes recoger a tu hermano de la guardería? Mi compañera se ha puesto enferma y tengo que cubrir su turno. No puedo negarme.

—¡Jo, mamá!

—Alicia, por favor.

—Dios santo, voy a tener que ir empujando la silla por toda la carretera.

—A tu hermano le divierten esas caminatas.

—Está bien, mamá, voy a por él.

—¿Te ocurre algo, hija?, te noto la voz algo rara, ¿estás resfriada?

—Puede ser mamá, me duele un poco la garganta —mintió.

La guardería de su hermano estaba en la otra punta de la barriada de La Cañada. Alicia se encaminó hacia allí. A pesar de la estrechez de las calles, el insistente viento almeriense se las arreglaba para colarse entre las casas arrastrando consigo montones de papeles y bolsas de plástico que revoloteaban a su alrededor en pequeños remolinos.

La guardería hacía esquina en una calle de casas adosadas de dos plantas. Estaba claro que la guardería misma había sido una de esas casas hasta que la remodelaron.

Era la primera vez que veían a Alicia en el jardín de infancia, por lo que le pidieron una autorización para recogerlo.

—Por amor de Dios, me has visto mil veces, La Cañada no es tan grande…

—Mira, guapa, tienes que entender que lo hacemos por seguridad. Hay unas normas que están establecidas para que nadie robe a un niño.

Alicia pensó que quién demonios se iba a querer llevar a un niño con parálisis cerebral y se avergonzó al momento de haber pensado tal cosa.

La encargada de la guardería era una mujer tan falsa como el resto de adultos. Le dirigió una sonrisa falsísima mientras discutía por teléfono con su madre que aquel no era el procedimiento, que Alicia era una menor, que había normas que tenían que respetarse. Alicia se imaginaba las patéticas excusas que su madre debía estar dando desde el otro lado de la línea.

Finalmente, la dejaron pasar y pudo ver a su hermano en la zona de juegos a través de un cristal.

Todos los niños jugaban corriendo de un lado a otro dentro de la estancia repleta de juguetes, juegos y cuidadoras. Los niños se lo estaban pasando en grande. En un rincón, debajo de un árbol de plástico que parecía sacado de una ilustración del osito Winnie, una cuidadora leía un cuento a unos niños embelesados con la historia. Otro puñado veía dibujos animados en otro rincón. Otro grupo pintaba sobre enormes papeles de colores.

Dinosaurios de colores.

Arcoíris.

¿Y David? El pequeño David estaba completamente solo, sentado en su silla de ruedas de cara a una pared, ignorado por absolutamente todos los niños y las cuidadoras. Cosas del destino, tuvo que ser precisamente en ese momento en el que el pobre David recibió un pelotazo que por poco tumba la silla.

Alicia vio cómo una cuidadora, con la mayor parsimonia imaginable, se dirigía hacia David, daba un empujón sin miramientos a la silla para poder empezar a moverla y se llevaba al niño hacia la puerta de salida.

La carita de su hermano estaba cubierta de mocos y lágrimas ya secas. No había ni rastro de su sonrisa. Tenía la cara contraída por una mueca desencajada, como cuando gritaba por las noches, con la boca muy abierta pero en silencio.

Alicia estaba petrificada.

Cuando le pusieron a David delante se dio cuenta de que su hermano se había hecho sus necesidades y no le habían cambiado el pañal.

—¿Dónde hay un baño? —preguntó, intentando contener la rabia.

—Al fondo a la derecha; tienes pañales en la bolsa —respondió la monitora, con la barbilla hacia arriba, sin mirar a Alicia a los ojos.

«Tienes pañales en la bolsa», luego aquella maldita furcia sabía que su hermano se había cagado encima.

—Con los recortes han quitado al personal especializado que se encargaba de los niños con problemas. A esto hemos llegado —dijo la monitora con suficiencia como queriendo demostrar algo, como si otros tuviesen la culpa del estado lamentable de su hermano, como si ella, a pesar de estar allí, no hubiese podido hacer nada.

Una vez en el baño, cuando le limpió descubrió que tenía la piel irritada: se había hecho sus cosas hacía al menos una hora y nadie le había ayudado. Los muy hijos de puta. Para cambiarle los pañales a David no hacía falta ningún personal especializado. No hacía falta ningún personal especializado para prestarle un poco de atención.

—David, ¿es que nadie te cuida, hermanito? —dijo con lágrimas en los ojos.

David había vuelto a recuperar la sonrisa y la miraba con sus grandes ojos de miel. Su cuerpecito se estremecía de placer cuando Alicia le pasaba la toalla húmeda para limpiarle. Le acarició las mejillas y le besó en la frente. De pronto supo de dónde salían las pesadillas nocturnas. El pobrecito estaba asustado. Le asustaba sentirse solo y desatendido.

Para las cuidadoras de aquella guardería, David no era un niño encantador con problemas que necesitaba atención especial. Era una carga incómoda y desagradable, algo que tenían que soportar.

Alicia salió del baño empujando la pesada silla de su hermano y comenzó a gritar a los cuatro vientos, hasta donde alcanzaban sus pulmones, a todas las cuidadoras, a la señorita de recepción, a los padres que venían a recoger a sus hijos. Gritó y gritó sin perder el paso mientras David se convulsionaba ante el estruendo.

Alicia no sabía a ciencia cierta ni cuáles eran las palabras que gritaba y no conseguía ver con claridad a causa de las lágrimas, aunque no se le escapaban las caras de espanto de todos los presentes.

Tampoco dejó de darse cuenta del hecho de que absolutamente nadie replicaba, nadie decía una maldita palabra.

Gritó y gritó hasta casi ahogarse, como si cada grito la empujara hacia delante, hacia la maldita salida.

Ya en la calle siguió gritando, aunque ya no había nadie que la escuchase. Ahí sí que registró una de las palabras que salía como una llamarada de fuego, destrozándole la garganta, una y otra vez.

Minutos después empujaba la silla de ruedas por la acera, calle arriba, con el corazón aún a mil por hora, mientras David reía y disfrutaba del aire y el movimiento. Para llegar antes a su casa se metió por una zona llena de obras abandonadas, con casas a medio hacer y el asfalto sin pavimentar, donde el viento levantaba nubes de polvo que se le metía en los ojos.

Cuando subía el bordillo de una acera, la rueda de la silla se metió en la rendija de un desagüe y se quedó atascada. ¡Mierda! Alicia se puso a dar tirones con fuerza y lo único que consiguió fue que la rueda se saliese de su eje. La silla se inclinó a un lado y David estuvo a punto de irse de cabeza al suelo. Alicia le quitó las correas que lo sujetaban al asiento y lo tomó en brazos. Entonces empezó a darle patadas a la silla hasta que acabó volcada, con la rueda suelta clavada en el desagüe. A la mierda, joder. Dejó allí la silla y completó el trayecto cargando con su hermano en brazos.

Cuando por fin llegó a su casa la idea de vengarse de Erica había quedado en segundo plano. Estaba demasiado cansada y rabiosa con el mundo entero.

Acrecentó su angustia la idea de que su madre se enfadaría mucho cuando se enterase que había dejado la silla de David tirada en mitad de la calle. No tenía más remedio que regresar a por ella, aunque la maldita silla pesaba como una tonelada y encima se caía a pedazos. A lo mejor encontraba otra de segunda mano en internet. Una de aluminio, más ligera, algo que su madre pudiese comprar.

Primero desnudó a David, lo bañó y le puso un pijama limpio. Su hermanito reía y disfrutaba de las atenciones. Aunque era incapaz de mover voluntariamente ni un solo músculo de su cuerpo, sus ojos seguían con atención todos los movimientos de Alicia. Como David tenía la mirada ligeramente estrábica, la pupila izquierda parecía perseguir siempre a la derecha en lugar de mirar al frente.

Normalmente Alicia no pensaba demasiado en la enfermedad de su hermano porque si lo hacía la tristeza le paralizaba el corazón. Según le había explicado su madre, los doctores habían pronosticado que, por culpa de las lesiones que sufrió al nacer, su cerebro no evolucionaría más allá del de un niño de dos o tres años. Peor aún, su cerebro tampoco podría enviar mensajes a los músculos. Sería incapaz de mover los brazos o las piernas. David nunca aprendería a hablar ni podría andar.

La palabra que Alicia más había escuchado asociar al estado de su hermano era «vegetal». Y eso era, literalmente, lo que parecían considerarle las cuidadoras de la guardería. Un vegetal que podían dejar en un rincón y olvidarse de él. Las muy asquerosas. Su madre tendría que dar las quejas, no podía permitir que desatendiesen a David de aquel modo.

Alicia acomodó a David en el sofá del salón. Encendió la tele y buscó un canal donde estuviesen dando dibujos animados. Después se sentó a su lado con su ordenador en el regazo, lo abrió y tecleó:

www.google.es

sillas parálisis cerebral

Buscar

A lo mejor en internet encontraba una silla de segunda mano por un buen precio, algo que su madre pudiese comprar. Aparecieron varios resultados de tiendas de ortopedia. Hizo clic en una de ellas y encontró modelos de sillas que tenían un aspecto increíble. Aluminio reforzado. Titanio ultraligero. Asiento anatómico, regulable y desmontable. Adaptadores especiales para brazos y piernas. Reposacabezas.

Viendo aquellos modelos se dio cuenta de que la vieja silla de David no era más que una silla de ruedas de hospital adaptada con un asiento especial de plástico y unas correas de sujeción.

¡Incluso había sillas con motor eléctrico!

Todas aquellas sillas tenían el mismo problema: eran escandalosamente caras. ¡Los precios rondaban los tres mil euros! No creía que su madre tuviese ese dinero disponible para gastar en una silla.

Maldito dinero. Si al menos su padre no se hubiera largado.

Tenía que encontrar algo más barato, de segunda mano. Volvió a la página principal de resultados. Iba a añadir las palabras «segunda mano» al cuadro de búsqueda de Google cuando algo le hizo fijarse en uno de los anuncios patrocinados:

Rehabilitación Parálisis Cerebral Infantil

Somos pioneros en España

www.neurocrecer.es

¡Siempre hay esperanza!

¿Rehabilitación? ¿Qué demonios era aquello? Alicia hizo clic en el enlace y se encontró con la página de bienvenida de una clínica hospitalaria.

Centro de Rehabilitación de Daño Cerebral

La experiencia y resultados nos avalan

Menú principal

Nuestra clínica

Programas de Rehabilitación

Evaluación del Daño Cerebral

Neurorehabilitación Infantil

En la página de inicio de la web había un vídeo en el que aparecía un hombre joven en una especie de despacho o consulta médica. El joven era bien parecido, vestía con traje y corbata. Debía tener unos veinte años de edad y hablaba directamente a la cámara. Parecía un médico hablando sobre la clínica, pero había algo raro. Tartamudeaba. Hablaba con un deje gangoso, como si acabase de salir del dentista, aunque se le entendía perfectamente. Estaba de pie junto a una mesa de escritorio. Al hablar agitaba un poco la cabeza y el cuerpo de un lado a otro, como si tuviese un tic que no pudiese controlar.

Era evidente que aquel hombre tenía alguna clase de problema, aunque, viéndole, Alicia no hubiese adivinado ni en un millón de años lo que le pasaba. Cuando subió el volumen del sonido y escuchó lo que estaba diciendo se quedó de piedra: «… soy el primero de los hijos y ya al nacer salí con mi problema de parálisis cerebral… Al nacer se me enrolló el cordón umbilical —el joven hizo un gesto con la mano alrededor del cuello— y entonces no llegaba oxígeno al cerebro, y me quedé así. Para mis padres, por ser el primer hijo que tenían, para ellos debió de ser un palo bastante fuerte. A mis padres los médicos les dijeron que no me iba a poder tener en pie en mi vida y que no iba a poder hacer nada, que iba a ser un vegetal, como un saco de patatas que lo dejas en el suelo, así les dijeron los propios médicos que me iba a quedar durante toda mi vida. Pero mis padres por su cabezonería y por las ganas de salir adelante no se rindieron nunca, y por eso gracias a ellos y a Neurocrecer estoy así».

Alicia no podía creer lo que estaba oyendo. Se le cortó la respiración. No podía creer que aquel joven hubiese nacido con parálisis cerebral como su hermano David. De no ser porque hablaba como si tuviese la boca anestesiada y por el tic en el movimiento de la cabeza, nunca hubiese sospechado que le ocurría nada. Parecía inteligente. De hecho, parecía más inteligente que la mayoría de sus profesores, por no hablar de sus compañeros de clase, supuestamente «normales».

Miró a su hermanito David, sentado junto a ella en el sofá. David tenía los ojos muy abiertos, pendiente de los dibujos animados de la televisión. Sonreía como un niño normal.

La palabra «vegetal» acudió a su mente. Pero los vegetales no miran los dibujos animados.

Alicia se puso a leer toda la información que ofrecía la página web de la clínica Neurocrecer:

Neurorehabilitación Infantil

HAY MOTIVOS PARA LA ESPERANZA

La mayor tragedia de la parálisis cerebral es que los médicos te dicen que no hay solución para tu hijo, hagas lo que hagas. En Neurocrecer llevamos cincuenta años demostrando que SÍ PUEDE HABER SOLUCIÓN. No te prometemos un milagro, pero sí que, con mucho trabajo, siguiendo nuestros programas y terapias, tu hijo mejorará y notarás progresos casi diarios.

¿En qué se basan nuestras terapias?

Todo comenzó con los trabajos del doctor Glenn Doman, médico estadounidense, quien se dedicó al tratamiento de los niños con lesiones cerebrales en la década de los cincuenta. Utilizaba métodos basados en movimientos progresivos, muy eficaces tanto en áreas motrices como en áreas más intelectuales. Comenzó trabajando con los reflejos, fundamentalmente con niños con parálisis cerebral.

Al observar los progresos que se conseguían en estos niños, Doman decidió trasladar sus conocimientos al resto de los niños, de manera que se potenciara su capacidad de aprendizaje. De ese modo elaboró su teoría acerca del desarrollo cerebral, describiendo un Perfil del Desarrollo Neurológico y creando un método para una labor educativa, estructurada mediante programas secuenciados con métodos precisos y eficaces.

Los métodos del doctor Doman pretenden desarrollar cuanto sea posible las capacidades físicas, intelectuales y sociales de los niños desde su nacimiento hasta los 6 o 7 años. Estos métodos surgen hace más de 50 años a raíz de las investigaciones de un equipo de neurólogos y especialistas en lesiones cerebrales dirigidos por el doctor Glenn Doman en Filadelfia (Pensilvania, EE. UU.).

Por ejemplo, al trabajar de modo repetitivo movimientos oculares como seguir una luz con los ojos, lograban que los niños con parálisis cerebral dominasen el estrabismo de sus ojos. Los neurólogos observaron que esos ejercicios no solo mejoraban el control ocular, sino que también potenciaban las capacidades intelectuales. Los niños que trabajaban en los ejercicios oculares mostraban mejoras llamativas en el lenguaje y a la hora de entender lo que se les decía. Al observar los progresos que se conseguían en estos niños, pronto se dieron cuenta de que si una parte del cerebro estaba dañada, podía forzarse a que otras zonas del cerebro asumiesen las funciones que se habían perdido. También observaron que la movilidad era la clave del desarrollo de la inteligencia en todas sus expresiones y que afectaba a las demás áreas, al igual que ocurrió en la evolución de las especies, cuando el movimiento más preciso de las extremidades o el manejo de los dedos de los primates influenció a su vez en funciones cerebrales más complejas y perfeccionadas.

Basándose en su experiencia de años, el doctor Doman elaboró una rutina de trabajo para niños con parálisis cerebral con resultados espectaculares. Los niños tratados comenzaban a hablar, a recuperar las capacidades de movimiento, gateando primero hasta lograr mantenerse erguidos. Después de varios años de terapia, los «vegetales» se integraban en la escuela con otros niños de su edad y muchos de ellos lograban incluso mejores resultados académicos que sus compañeros que no habían sufrido ningún tipo de lesión.

El doctor Doman fundó, a finales de los años 50, los Institutos para el Desarrollo del Potencial Humano en Filadelfia (EE. UU.), iniciando lo que Doman y sus discípulos han llamado, una «Revolución Pacífica».

Hasta entonces, a los niños con lesiones cerebrales se les consideraba incurables, puesto que sus incapacidades son consecuencia de la muerte de neuronas. El doctor Doman y su equipo sostienen que, si bien las neuronas muertas no pueden recuperarse, las vivas pueden desarrollarse y establecer conexiones entre ellas de tal forma que asuman las funciones que debían desempeñar las muertas. Así, niños con solo la mitad de la corteza cerebral viva han conseguido niveles de desarrollo físico e intelectual tales que superan con creces a los de los niños sanos.

TU HIJO PUEDE CURARSE

Cuando hay lesión cerebral, significa que algunas células nerviosas son destruidas y, por tanto, «silenciadas». El doctor Doman estableció la idea de que es necesario «despertarlas» para que puedan seguir la evolución. Para despertarlas es necesario mandarles informaciones prolongadas y repetidas. Para la ejecución del tratamiento se precisan varias personas y poderlo realizar varias veces al día, con una serie de ejercicios, muchas veces de carácter pasivo por parte del niño.

Parte del tratamiento consiste en modelar al niño en la etapa del «rastreo homolateral». Por ejemplo, el niño se arrastra volviendo la cabeza hacia un lado mientras se flexiona el brazo y la pierna del mismo lado y debe extender el brazo y la pierna del lado opuesto. Para los niños que son incapaces de ejecutar este ejercicio por sí mismos, se les mueve de esta manera por un adulto, alternando un lado y otro de una manera suave. Esto se debe repetir por lo menos cinco minutos, cuatro veces por día. El propósito de este ejercicio es imponer el «patrón» en el sistema nervioso central.

En el programa de tratamiento completo los ejercicios se combinan con la estimulación sensorial, ejercicios de respiración que aumentan el flujo de oxígeno al cerebro. El programa es muy intensivo y diseñado para ser utilizado por los padres a tiempo completo en casa, y esta es la característica principal de esta técnica, que hay que aplicar con rigor, en un horario específico, y de forma religiosa para que las lesiones cerebrales vayan mejorando.

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TESTIMONIOS DE LOS PADRES

Hemos pasado del diagnóstico inicial, que decía que nuestro hijo iba a ser un vegetal, ciego, sordo y paralítico, a que nuestro hijo ya ha empezado a hablar. Dice muchas cosas: lo primero fue «papi». Nuestro hijo entiende todo y te comunicas con él como con un niño normal. Ha comenzado a comer bien, porque estos niños tienen problemas masticando. El tamaño de la cabeza le ha crecido y se ha igualado con su edad. Aún no anda y esa es ahora la meta: ya se está arrastrando y está a punto de gatear, luego andará en cualquier momento…

Todo se ha conseguido con terapia y trabajo. Muchísimo esfuerzo y entre ocho y diez horas al día que le dedicamos a la terapia de nuestro hijo. Es muy sacrificado, pero los adelantos son brutales.

Confío absolutamente en la evolución de nuestro hijo porque antes no se movía y ahora hace todos los días casi cien metros arrastrándose, que lo tenemos que medir. Va a más y no se queja, le encanta y buscamos la manera de que se divierta porque tiene que hacer esos metros, hasta 300 al día. A raíz de eso, gateará y después se pondrá a andar… Es el proceso normal de esta terapia.

Alicia estaba alucinada. Leyó toda la información de cabo a rabo. Vio los vídeos que ofrecía la página web de la clínica. Muchos eran testimonios de los padres. Lágrimas de emoción, los rostros de los niños, tan parecidos a David. En la pantalla se sucedían imágenes que explotaban en la retina de Alicia como si se tratara de un sueño. Niños con parálisis cerebral que hablaban, que gateaban, que incluso comenzaban a andar. Terapias que hacían los padres en casa para ayudar a sus hijos, durante siete horas al día, ocho horas, o incluso más.

A Alicia le ardieron las entrañas cuando vio a todos esos matrimonios unidos por el problema, padres dedicados a ayudar a sus hijos, afectados, deprimidos, incluso desesperados, pero juntos, esperanzados, trabajando duro, dándolo todo.

Fue entonces cuando notó que tenía las mejillas arrasadas por las lágrimas.

Alicia siempre había creído que su hermanito nunca podría mejorar, que nunca podría caminar o sostenerse en pie, que nunca podría hablar, que no sería más que un vegetal o un «saco de patatas», como los mismos médicos le habían dicho al joven del vídeo. Eran términos crueles, pero así era como todos hablaban del futuro de quienes sufrían la parálisis cerebral.

«Vegetales».

Sin embargo, resultaba que eso se podía cambiar.

Entonces comprendió que nadie estaba haciendo nada por David. Se limitaban a cuidarlo, a alimentarlo, a bañarlo y a darle la dosis justa de cariño.

Su madre y ella hacían por David lo estrictamente necesario.

Como algo que hay que soportar. Como una cruz.

Esa era exactamente la actitud que todos tenían respecto a David. No eran solo las cuidadoras de la guardería. También era su madre. También era ella. Alicia empezaba a ser dolorosamente consciente. Se limitaban a mantener a David, a vivir con el problema, cuando en realidad podrían hacer mucho por solucionar el problema. Fue una revelación que la sacudió de arriba abajo.

No había sido egoísta ni nada… Solo se había preocupado de ella misma. Estaba loca por adelgazar, por encontrar el amor, por abrirse camino como cantante. Pero no había hecho nada por quien realmente más lo necesitaba.

—Tú eres quien necesita una oportunidad —dijo a su hermano—. Yo me esforzaré todo lo que haga falta por ti.

Alicia decidió que trabajaría con su hermano en aquellos ejercicios de rehabilitación todo el tiempo que pudiera. Lo bueno era que, según había leído en la página web de la clínica, todo estaba pensado para trabajar en casa. Por lo que había podido apreciar en los vídeos y en los testimonios de los padres, los ejercicios eran relativamente sencillos. Tampoco hacía falta ser un experto en fisioterapia. Según se explicaba, solo se necesitaba una pequeña formación para poder ponerlos en práctica.

La esperanza comenzó a tornarse en desilusión cuando buscó la información de los programas específicos. En la página web de la clínica toda la información era muy genérica. Se mencionaban las rutinas para trabajar patrones del movimiento, que si patrón homolateral, que si patrón cruzado, técnicas de relajación de extremidades, ejercicios de arrastre y de gateo, ejercicios de braquiación y de marcha, métodos particulares de enseñanza de la lectura… ¡Pero en ningún sitio explicaban qué es lo que había que hacer exactamente!

El mundo se le vino encima cuando entró en un enlace llamado «INSCRIBIRSE EN EL PROGRAMA PARA PADRES». Los cursos de aprendizaje duraban dos semanas y costaban cinco mil euros. Había una clínica en Granada. Podría irse, aprovechando las vacaciones de navidad, pero no tenía el dinero.

Mierda. Cinco mil euros. ¿Tendría su madre ahorrado tanto dinero? Lo dudaba mucho.

Se le ocurrió que a lo mejor alguien había colgado en internet los vídeos con las descripciones de los ejercicios. En internet se podían encontrar tutoriales de cualquier cosa. Lo más seguro es que alguno de los padres hubiese grabado las sesiones de trabajo y las hubiese subido a YouTube.

Alicia tecleó una vez más:

Parálisis cerebral, método de rehabilitación Dr. Doman

Voy a tener suerte.

No tuvo suerte. Lo único que encontró fueron millones de cartas de padres con testimonios de agradecimiento al doctor Doman por los progresos de sus hijos. Nadie describía cómo eran los ejercicios concretos que habían hecho.

Alguien tenía que haber explicado esas malditas terapias en internet; por el amor de Dios, no había nada que no se pudiera encontrar en internet.

Navegando de un lugar a otro acabó encontrando un vídeo con un ejercicio ocular para controlar el estrabismo. En una habitación oscura se proyectaba la luz de una linterna para que el niño la siguiera con los ojos. El ejercicio, según se explicaba, además de corregir el estrabismo estimulaba el cerebro y mejoraba la capacidad vocal.

No se decía ni la frecuencia ni el tiempo que debía durar el ejercicio, aunque Alicia se quedó con la idea general de que cuanto más persistente se fuera, mejor. Si había algo que los padres repetían una y otra vez en sus cartas de agradecimiento era que la disciplina y el trabajo duro eran fundamentales.

Alicia cogió un pañuelo y le limpió a su hermano la baba que le corría por la comisura de la boca. El pequeño la miraba con los ojos muy abiertos. Daban ganas de comérselo a besos.

Bueno, si no encontraba otra cosa, al menos podría empezar con aquel ejercicio ocular.

Antes, entró en Yahoo Preguntas, una página web donde podías hacer preguntas y la gente te respondía. Escribió lo siguiente:

Hola, me llamo Alicia Roca, tengo dieciséis años y mi hermanito David sufre parálisis cerebral. He leído que existe una terapia que podría curarle. Son unos ejercicios diseñados por el doctor Doman. La formación para los padres cuesta dinero y yo no tengo ese dinero. ¿Alguien que haya hecho esos cursos puede ayudarme?

Alicia envió el mensaje. Esperaba que alguien le contestase. La gente era amable y siempre contestaba en Yahoo Preguntas. Alicia siempre encontraba allí las respuestas para los trabajos que le encargaban en clase.

Pensar en las tareas de clase le trajo a la mente al profesor de inglés y a Erica. ¡La muy desgraciada! Aún tenía que pensar cómo evitar que siguiese suplantándole la identidad en internet. Tenía que desmentir lo que había dicho sobre su relación con el profesor de inglés. Y, sobre todo, tenía que pensar cómo vengarse de ella.

Pero eso lo dejaría para después. Volvió a ver el vídeo donde trabajaban el movimiento de los ojos. El método era sencillo. Al menos podría empezar por eso.

Buscó un pedazo de cartulina y dibujó el contorno de una mariposa. Lo recortó con unas tijeras y lo pegó en una linterna. Después tomó a David en brazos y subieron a su dormitorio. Bajó la persiana, apagó todas las luces y sentó a David en la cama, apoyado sobre unas almohadas. Alicia se sentó a su lado. En la oscuridad, David empezó a llorar. Alicia lo abrazó y le susurró al oído palabras de consuelo hasta que se calmó. Después encendió la linterna y dirigió el haz de luz a la pared.

—Mira, David, mira la luz, qué bonita. Es una mariposa.

La mariposa proyectada por la linterna describía movimientos sencillos en la pared, hacia arriba y hacia abajo, a derecha e izquierda, círculos en la oscuridad. David parecía seguir los movimientos con sus pupilas, en ocasiones, otras no. Alicia comprendió que un solo movimiento por día era más que suficiente y dejó de cambiar el movimiento de círculos a óvalos, de óvalos a cuadrados… nada más sencillo que, simplemente, mover el haz a derecha e izquierda, derecha e izquierda, derecha e izquierda.

David no rechistaba, ensimismado en la magia de aquella luz que no paraba de moverse de un extremo de su dormitorio al otro. Alicia miraba sus pupilas, que se movían sin orden ni concierto, a veces siguiendo la luz, pero eran demasiado pocas las ocasiones, hasta el punto de que podía tratarse de una casualidad.

Cuando pensaba que llevaba dos horas moviendo la linterna, miró el reloj y se dio cuenta de que no llevaba ni veinte minutos.

David seguía tranquilo. Alicia respiró hondo y supo que sería una noche larga.

Una hora de reloj más tarde, con calambres en el brazo y después de haber pensado en todo lo humano y lo divino, la luz había perdido intensidad, sin duda porque las pilas se estaban gastando. Alicia se dio cuenta de que había llegado a soñar despierta sumergida en la oscuridad, moviendo la linterna de derecha a izquierda… Comprobó entonces con mayúsculo desánimo que David estaba dormido.

Se le saltaron las lágrimas de rabia, de frustración, de cansancio, por no querer derrumbarse; era como aguantar colgando del alféizar de una ventana sobre el abismo con un solo dedo.

Un dedo que empezaba a deslizarse.

Si caía, su hermano caía con ella. No podía dejarse llevar por la desesperación, ella no, ella no abandonaría como había hecho su padre.

En ese momento se abrió la puerta y se encendió la luz. Su madre había llegado a casa.

—Alicia, ¿en qué piensas, niña tonta?

—¿Qué pasa? —preguntó Alicia parpadeando deslumbrada.

—¿Te crees que no me he enterado? Me han llamado de la guardería, me han contado lo que ha pasado. Han estado a punto de llamar a la policía, por lo visto les has dicho «putas» y «zorras» a todas las empleadas. ¡Gritando como una condenada! ¡Querían llamar a la policía por miedo a que le hicieras algo a tu hermano! ¿Te has vuelto loca, Alicia?

—Mamá, no te imaginas el trato que le dan a David…

—Déjame de historias, haz el favor, tengo que llamar para asegurarles que David está en casa y está bien.

—Eres una imbécil.

—¿Qué me has llamado, idiota?

—¡Me has escuchado perfectamente!

Fue la primera vez que Francesca abofeteó a su hija. Alicia decidió contener toda su rabia, convertirla en energía para poder hacer algo productivo con ella. Su madre esperaría una lluvia de gritos, amenazas, algo que llevara a una catarsis, pero no se lo daría. Alicia se limitó a coger su abrigo y salir a la calle, donde se puso a caminar sin rumbo fijo intentando ahogar el infinito dolor que le provocaba tanta injusticia.