12

Carla

Todavía años después, sin previo aviso, aparecía el recuerdo nítido de la visita al hospital. El recuerdo llegaba de repente, cuando viajaba en coche, cuando trabajaba en un programa informático, cuando comía o cuando charlaba con alguien. Ni un presagio, ni una prórroga. Sin llamar a la puerta. Avanzaba arrasando todo, como un tsunami silencioso. Cuando se daba cuenta, el recuerdo ya se alzaba ante ella y los miembros se le dormían por completo. El cuerpo empezaba a temblarle ligeramente. Sus latidos eran más rápidos y fuertes. El tiempo se detenía durante un instante. El aire se enrarecía y le costaba respirar. Los ruidos que la rodeaban se iban alejando. Aunque sentía que el mundo se iba cerrando y quedando a oscuras, sus sentidos no se desvanecían. En parte, sus sentidos se volvían más agudos aún. Volvía a ver con nitidez los blancos azulejos de la sala de espera. Volvía a oler el desinfectante en el aire. Aparecían ante sí los rostros apesadumbrados y como fantasmales de las otras chicas. Carla buscaba desesperada una mirada de complicidad, de comprensión. Alguien que le dijese que estaba cometiendo un error. Todas las otras chicas también eran muy jóvenes y algunas lloraban bajito, sin hacer ruido. Nadie comentaba nada con nadie y reinaba el silencio. Carla hubiese dado cualquier cosa por tener a su madre a su lado. En su interior una voz gritaba muy fuerte: ¡no quiero! Eran gritos ahogados que solo ella podía escuchar.

Lo peor era volver a escuchar las conversaciones despreocupadas de las enfermeras mientras sentía las manos frías del doctor entre sus piernas…

* * *

Carla se despertó con un sobresalto. Estaba amaneciendo. En su cama, a su lado, dormía a pierna suelta Roberto, un excompañero de trabajo con el que tenía un lío, por llamar de algún modo a la relación que tenían desde hacía un año. Roberto era guapo, muy simpático, de cuarenta años, divorciado. Se mantenía en forma —después de su divorcio se había hecho adicto al gimnasio— y lo pasaban estupendamente en la cama.

Simba, el gato que había rescatado su hijo Aarón hacía años, les miraba desde la mecedora que tenía a los pies de la cama como si les hubiera juzgado a los dos y otorgado un veredicto de culpabilidad fulminante. Carla le miró fijamente y le arrugó la nariz. El gato agachó la cabeza.

«Haz lo que quieras, Carla, mientras me des de comer», parecía querer decirle. Al gato le faltaba hablar.

El problema era que Carla tenía la impresión de que Roberto quería ir más en serio con ella. Roberto le gustaba como amigo y como amante, pero no para algo más serio. Y es que no podía imaginarse a sí misma viviendo con un hombre, compartiendo el día a día.

Cuando era más joven, Carla había sentido pánico ante la idea de acercarse a los cuarenta y seguir sola. Ahora que tenía treinta y cinco y se había acostumbrado a ser madre soltera, no acababa de verse a sí misma viviendo con un hombre. Le gustaba mantener el orden de su casa, su orden. No soportaba encontrarse las toallas del baño mal colocadas, o cacharros sucios en la cocina que no hubiesen sido utilizados por ella.

Le gustaba levantarse por las mañanas sola y pensar en su hijo Aarón sin que nadie más se entrometiese en sus pensamientos.

Había intentado cortar con Roberto en varias ocasiones. Nunca encontraba el momento adecuado. Así que se sentía culpable cada vez que ponía una excusa para rechazar una invitación y se sentía culpable cada vez que aceptaba. Y no podía tener una relación con alguien que la hacía sentir culpable hiciera lo que hiciese.

Tendría que hablar de aquello con su psicoterapeuta. De cara a su psicoterapeuta su relación con los hombres era perfectamente normal. Pero a lo mejor no era tan normal como ella pretendía aparentar.

El caso es que allí estaba Roberto, en su cama. Una vez más había acabado cediendo. Tenía que reconocer que lo habían pasado muy bien la noche anterior. No obstante, el primer deseo que sintió al despertar fue que se marchase de su casa. Lo zarandeó por el hombro.

—¿Qué pasa? —gruñó el hombre.

—Está amaneciendo. Tienes que irte.

—Por el amor de Dios, Carla —consultó su reloj de muñeca—, ¡son las seis de la mañana! Déjame dormir un poco más, anda…

Simba saltó en la cama y se acurrucó contra las pantorrillas de Carla.

Roberto intentó entonces rodear a Carla con un brazo. El gato brincó de la cama como un resorte y Carla lo imitó poniéndose en pie de un salto. A Carla se le había ido el sueño. Le gustaba madrugar. Tomarse un café cargado. Sentir cómo la cafeína excitaba sus nervios mientras contemplaba por la ventana la luz del amanecer derramándose sobre los tejados cuando todo estaba en silencio.

Descalza, abrigada con una bata, fue a la cocina y se preparó un café. Cuatro cucharadas de azúcar. Le gustaba fuerte y bien dulce. Con la taza en una mano cogió su ordenador portátil con la otra y se sentó en el sofá. Roberto se había vuelto a quedar dormido. Tampoco podía echarlo así por las buenas. Tenía que reconocer que Roberto se había esforzado por complacerla la noche anterior. La había llevado a cenar al Thai Gardens, un restaurante tailandés con unos jardines preciosos. Después tomaron unas copas en una discoteca y acabaron en su cama. Carla se había dormido satisfecha, pero ahora la presencia de Roberto en su casa la incomodaba. ¿Cómo iba a poder convivir nunca con un hombre si no soportaba su presencia bajo su mismo techo? A lo mejor el problema era, sencillamente, que no estaba enamorada de Roberto. Una cosa era que le gustase y lo pasaran bien juntos y otra que sintiese algo más profundo. Por la mente de Carla cruzó el recuerdo de la última vez que había estado enamorada. Lo apartó como quien se aparta de un hierro candente. El recuerdo todavía seguía siendo demasiado doloroso.

Abrió el ordenador portátil sobre el regazo. Tenía trabajo pendiente. Le había prometido a Héctor Rojas (el funcionario de la Oficina de Protección del Menor que la había abordado tras la presentación de su libro) que le ayudaría a buscar perfiles de acosadores en las redes sociales.

Antes de ponerse manos a la obra, entró en la página web de InfoJobs y revisó las ofertas de empleo. Tenía un problema gordo. No es que faltasen las ofertas para informáticos. El de informática era uno de los sectores que menos estaba sufriendo la crisis. Su problema era que, profesionalmente, se había especializado en un área muy concreta y su perfil no encajaba ahora con las ofertas que se publicaban. La mayoría pedían programadores sin experiencia y su currículum estaba lleno de experiencia. Menuda mierda. Cuando empezó a buscar trabajo su problema había sido justo el contrario: todas las ofertas pedían experiencia cuando ella no tenía ninguna.

A lo mejor tendría que retocar un poco su currículum. Pero ¿cómo iba a fingir que no tenía experiencia después de diez años trabajando?

A lo mejor tendría que apuntarse a una de esas consultoras que te entrenan para afrontar entrevistas de trabajo. La última vez que había intentado explicar en qué había consistido su trabajo a la persona que la entrevistó (seguro que era un psicólogo que no tenía ni idea de informática) se había hecho un lío enorme: «Imagina que estás en un café —le había dicho Carla—, uno con wifi. En la mesa de al lado una joven manipula su teléfono inteligente. Giras la cabeza y ves su pantalla. La joven navega por internet y tú observas las páginas que visita. Pasan los minutos. Ella consulta un periódico de la red. Te das cuenta de que está leyendo un artículo sobre Francia. Se pone a buscar películas para ver online y consulta el alquiler de Amélie en versión original. Después busca cursos de francés. Más tarde consulta los vuelos a París en una agencia de viajes. Estás ahí sentada, tomando notas de las páginas que visita. Con cada minuto que pasa sabes más sobre ella. Sus gustos, sus intereses, sus necesidades. Imagina que pudieras seguir observando sus movimientos en internet durante horas, durante días. Con todo lo que vas aprendiendo tienes que establecer el perfil de consumidor de esa persona. Cómo se divierte, sus gustos, sus intereses, sus hábitos. Después utilizas toda esa información para colocarle la publicidad más adecuada cuando navega por internet. Eso es, más o menos, lo que hacía en mi anterior trabajo, solo que con miles de personas a la vez».

Claro que, aunque lo había explicado lo más claro que era capaz, el tío de recursos humanos la miró como si no se hubiese enterado de nada.

Y es que era difícil de explicar. Carla se había especializado en el diseño de pequeños programas, llamados cookies, que registran los movimientos de los usuarios en internet. Una cookie es una especie de programa espía diminuto que el navegador descarga en la memoria del ordenador. Un programa que permite seguir el recorrido de los internautas de una página a otra. Gracias a las cookies, que son perfectamente legales, te puedes enterar de muchas cosas sobre la gente.

Si alguien visita la sección de coches de segundamano.com y después se va a una revista online de automóviles, la cookie decide que es muy probable que esa persona esté pensando en comprar un coche usado. De modo que, mientras sigue navegando por internet, en algún momento le aparece un anuncio de un concesionario de coches de segunda mano. Si el internauta hace clic en ese anuncio, el anunciante le paga una cantidad a la empresa que gestiona los anuncios.

Carla se había pasado años programando cookies para averiguar los hábitos de consumo de los usuarios de internet.

Ahora se proponía encontrar el perfil de un usuario con unos hábitos muy particulares: los de un psicópata asesino de menores.

Carla tenía muy presente la conversación con Héctor Rojas, el funcionario de la Oficina de Protección del Menor. A decir verdad, su historia le planteaba muchas dudas. Aquel hombre podía estar persiguiendo un fantasma. Puede que los sucesos que le había relatado no guardasen ninguna relación entre sí. Pero ¿y si tenía razón? Carla se estremeció ante la idea de que alguien estuviese provocando muertes y manipulando los hechos para que los padres se sintiesen responsables de la muerte de sus hijos.

Su propio hijo Aarón, de estar vivo, tendría ahora once años, casi doce. Estaría entrando en el difícil periodo de la adolescencia. Hubiese comenzado a frecuentar redes sociales para chicos de su edad. Carla no pudo evitar pensar que si su hijo Aarón estuviese vivo, estaría sin duda expuesto a los mismos peligros de internet que el resto de adolescentes.

Carla: te quiero mucho, Aarón

Aarón: mamá, por favor

Carla:

Carla había sentido curiosidad por saber lo que su hijo encontraría en internet, así que ella misma había comenzado a entrar en foros y chats de jóvenes haciéndose pasar por una menor de edad.

Lo que descubrió la dejó horrorizada.

Los acosadores campaban a sus anchas. Se hacían pasar por menores, hacían propuestas indecentes, hablaban abiertamente de sexo, engañaban y manipulaban. Y, aunque todos usaban métodos similares para engañar (vídeos y fotos manipuladas, virus informáticos para controlar el ordenador de sus víctimas), muchos eran torpes o bruscos; a esos se les podía reconocer fácilmente. Otros sabían expresarse imitando el lenguaje de los adolescentes y esos eran los más peligrosos. Cabía suponer que el sujeto que buscaba debía pertenecer a la segunda categoría.

Pensó en su hijo Aarón volviéndose contra ella, reprochándole su aborto.

Se le ocurrió pensar que ella y su hijo Aarón serían unas víctimas muy propicias para aquel individuo.

—Te odio porque me negaste la vida.

—¿Cómo… cómo puedes decir eso?

—Alguien me lo ha contado todo. Alguien que he conocido en internet. Me ha explicado todo lo que hiciste, o mejor dicho, mamá, lo que nunca hiciste por mí. Nunca me permitiste nacer. Nunca me diste el pecho. Nunca me criaste…

Carla sacudió la cabeza para apartar aquellas ideas. Nadie podría volver a su hijo Aarón en su contra porque su hijo Aarón solo existía en su imaginación.

Si ahí afuera alguien estaba cometiendo actos tan horribles, haría lo que estuviese en su mano para llevarlo a la policía. Si ese individuo se movía por internet, sus movimientos debían de dejar un rastro. Y ese rastro debía cumplir un determinado patrón de comportamiento. Un patrón que ella podía analizar y seguir.

En realidad, el método para encontrar a aquel sujeto no se diferenciaba del empleado en saber quién estaba interesado en aprender un idioma nuevo o en comprar un coche usado. Tenía que identificar a alguien que se movía por las redes sociales buscando amistad con jóvenes con problemas de autoestima y conflictos familiares.

Para encontrar semejante pauta de comportamiento, lo primero que tenía que hacer era diseñar un patrón de búsqueda adecuado. Elegir las palabras clave que definiesen los intereses del acosador. Diseñar el patrón de búsqueda era la parte más difícil del trabajo.

Empezó por leer los informes que Héctor Rojas le había hecho llegar por correo electrónico. Abrió un archivo que contenía un resumen de cada expediente. Mientras leía, Carla tomó notas en un fichero de texto para elaborar su propio resumen.

«Andrés Martín, homosexual, quince años, familia conservadora, padre poco tolerante, de convicciones muy rígidas. Es grabado en vídeo manteniendo relaciones sexuales con hombres mayores. Alguien envió el vídeo a su padre. El chico se suicida días después. En su cuerpo aparece tatuada la frase “Caiga sobre ti todo lo que nunca hiciste por mí”».

«Juan Torres, dieciséis años, homosexual, no se habla con su padre, pelean con frecuencia. Inicia una relación con alguien en internet, lo cual parece que empeora su carácter. Tiene una fuerte discusión con su padre y escapa de su casa. Muere en accidente de coche cuando estaba fugado. En su cuerpo aparece de nuevo tatuada la frase “Caiga sobre ti todo lo que nunca hiciste por mí”».

«Lidia Marcos, quince años, presenta un trastorno anoréxico. Tiene un hermano pequeño de dos años. La joven es huérfana de madre, su padre es un ejecutivo de bolsa adicto a las anfetaminas. Lidia pasa información sobre su padre a alguien que conoce en una red social. Entre otras cosas, cuenta que su padre compra anfetaminas ilegales en una tienda de internet. Al parecer, uno de los envíos está manipulado. Han sustituido la droga por un somnífero. El hombre se queda inconsciente en su coche, bajo el sol, mientras llevaba a su hijo pequeño a la guardería. El pequeño muere deshidratado por el calor en el interior del vehículo. Alguien deja una nota en el coche en la que aparece escrita la frase “Caiga sobre ti todo lo que nunca hiciste por mí”».

«Irena Aksyonov, dieciséis años, presenta un trastorno anoréxico. Su padre, un millonario de origen ucraniano, recibe un mensaje anónimo que amenaza con secuestrar a su hija. El mensaje menciona un detalle concreto del interior de su despacho y especifica la hora exacta a la que se producirá el secuestro. A pesar de todas las medidas de seguridad, Irena desaparece de su casa a la hora exacta que indicaba el mensaje. Actualmente se desconoce su paradero. La policía piensa que podría estar muerta. En su habitación había rastros de sangre y también en el jardín exterior. Sin embargo, el cuerpo no ha aparecido. En el teléfono móvil de Irena, que quedó en su habitación, apareció un mensaje con la frase “Caiga sobre ti todo lo que nunca hiciste por mí”».

Carla volvió a leer las notas que había tomado. De todos aquellos terribles sucesos, la desaparición de la joven Irena Aksyonov era el único que había tenido gran repercusión en los medios de comunicación. De los cuatro casos, precisamente era el que más le intrigaba.

¿Sería el padre el culpable, como creía la policía? ¿O era cosa de alguien más, como sostenía el funcionario? Si había sido un secuestro, ¿cómo lo habían hecho? Había cámaras, alarmas, puertas blindadas, cerraduras con huella digital, guardias de seguridad… Era de lo más raro que alguien hubiese sacado de allí a la joven sin dejar rastro.

Sea como fuere, le había prometido a Héctor Rojas que le ayudaría a identificar al individuo que había contactado con los chicos en las redes sociales.

Además del resumen de los expedientes, Héctor Rojas le había enviado los fragmentos de conversaciones que la unidad tecnológica de la policía había podido recuperar de los ordenadores de los jóvenes. Carla respiró hondo y se dispuso a leerlas.

3-noviembre-2012 10:59

Conversación entre Lidia Marcos (alias: Girlbitch) y Chico10 (alias: Chico10)

Chico10: como te llamas

Girlbitch: girlbitch

Chico10: que nombre tan raro

Girlbitch: ;))

Chico10: ese no es tu nombre, dime tu nombre verdadero

Girlbitch: me llamo Girlbitch. que edad tienes?

Chico10: 17 y tu

Girlbitch: 15

Chico10: que te gusta hacer

Girlbitch: ir de compras, y a ti?

Chico10: pienso que eres muy bonita

Girlbitch: como sabes

Chico10: por tu foto de perfil

Girlbitch: como sabes que la foto es verdadera

Chico10: esas cosas se notan, eres muy bonita, tu mirada es como una brisa suave

Girlbitch: que dulce eres;))

Chico10: donde vas a la escuela

Girlbitch: para que quieres saber

Chico10: por saber, yo voy a La Salle de Aravaca

Girlbitch: guau, tenéis el mejor equipo de basket de la zona

Chico10: no te creas, aunque yo soy uno de los jugadores

Girlbitch: en serio?, entonces te he visto

Chico10: o sea que eres del Liceo

Girlbitch: como lo sabes???

Chico10: porque jugamos contra ellos anoche

Girlbitch: podría haberte visto en otro partido

Chico10: no, me viste en ese

Girlbitch: me estas asustando, como sabes

Chico10: me lo he imaginado, porque anoche jugamos muy bien y has dicho que tenemos el mejor equipo de la zona…

Girlbitch: chico listo, me has pillado, quien eres de los jugadores

Chico10: me llamo Pablo, soy rubio, de ojos azules

Girlbitch: creo que se quien eres, guau, tienes un cuerpazo

Chico10: te mando una foto

Girlbitch: ok

Chico10: ahí la tienes

Girlbitch: guau, madre mía

Chico10: que quieres decir, que estoy buenísimo?

Girlbitch: creído

Chico10: que haces esta noche?

Girlbitch: me estas proponiendo una cita?

Chico10: claro que no, solo preguntaba

Girlbitch: pues ya lo ves, aquí en el ordenador, hablando contigo

Chico10: bien

Girlbitch: Lidia

Chico10: te llamas Lidia

Girlbitch: si, me llamo Lidia

Chico10: bueno Lidia me tengo que ir

Girlbitch: por que?

Chico10: te veo por aquí otro día, sueles venir siempre a este chat?

Girlbitch: si

Chico10: ok hasta pronto

Carla no estaba segura de si aquel individuo que se hacía llamar Chico10 era un adulto o un verdadero adolescente tratando de ligar. Pasó al siguiente fragmento de conversación.

3-noviembre-2012 18:35

Conversación entre Lidia Marcos (alias: Girlbitch) y Chico10 (alias: Chico10)

Girlbitch: has jugado hoy?

Chico10: si, hemos perdido

Girlbitch: lo se. lo he visto en la web de tu escuela, no te preocupes es solo un juego

Chico10: no es solo un juego, el basket no es solo un juego

Girlbitch: esta bien esta bien, pero no ganas nada con lamentarte

Chico10: supongo que no

Girlbitch: vamos hombre

Chico10: gracias, eres

(pausa)

Girlbitch: soy que?

Chico10: eres una chica dulce, tus ojos son tan bellos como el mar en el que duerme la luna

Girlbitch: :)), tu eres tan dulce, eres un tío especial

Chico10: gracias

[Girlbitch te envió un beso]

Chico10: gracias

[Chico10 te envió un beso]

Chico10: cuéntame mas de tu vida, tienes hermanos?

Girlbitch: tengo un hermanito pequeño, mi madre murió poco después de nacer

Chico10: lo siento

Girlbitch: fue muy difícil para mí

Chico10: puedo imaginarlo

Girlbitch: lo peor que me ha pasado en la vida

Chico10: te entiendo

Girlbitch: mi madre era mi mejor amiga, ahora estoy sola

Chico10: y tu padre?

Girlbitch: mi padre es un gilipollas, él no me entiende

Chico10: hay que ser especial para comprender a una chica especial como tú

Girlbitch: guau, eso está guay

(pausa)

Girlbitch: oye ¿como te llamas en realidad?

Chico10: Telmo, pero no me llames por mi nombre de pila, nunca, llámame siempre Chico10

Girlbitch: por qué?

Chico10: porque odio mi nombre. Te lo he dicho para que veas que te tengo confianza

Girlbitch: por qué odias tu nombre? A mí me parece bonito

Chico10: lo odio porque así se llamaba mi padre

Girlbitch: odias a tu padre?

Chico10: con toda mi alma

Girlbitch: por qué??

Chico10: te lo contaré cuando nos conozcamos mejor

La conversación se interrumpía en ese punto. Carla la leyó por segunda vez. Aquel Chico10 comenzaba a comportarse de un modo extraño. Quizás era un acosador, después de todo. Siguió con el siguiente fragmento de conversación que la policía había recuperado del ordenador de la joven. Había transcurrido un lapso de un par de semanas.

15-noviembre-2012 22:05

Conversación entre Lidia Marcos (alias: Girlbitch) y Chico10 (alias: Chico10)

Chico10: hola, Lidia, niña de mis sueños

Lidia: hola mi dulce niño

Chico10: como te ha ido en el examen?

Lidia: bien, supongo

Chico10: y tu padre?

Lidia: mi padre?

Chico10: te ha felicitado por el proyecto, por el sobresaliente?

Lidia: no, ya está acostumbrado a que saque esas notas

Chico10: no, no debería

Lidia: que quieres decir

Chico10: un padre debe estar ahí para apoyar a su hija, sin dar nada por hecho, sin asumir que las cosas son de esta manera o la otra

Lidia: guau, hablas como si fueras alguien mayor

(pausa)

Chico10: ya te dije que era mayor de lo que creías, ¿eso importa en nuestra amistad?

Lidia: no, no tiene ninguna importancia

Chico10: me alegro, porque tu eres muy importante para mí

Lidia: gracias, tu también eres un gran amigo

Chico10: te decía que tu padre debería apoyarte, solo ignora tus éxitos y ni le interesa tu angustia

Lidia: mi angustia?

Chico10: si, Lidia, tu angustia, o crees que no me he dado cuenta, tu no eres una chica cualquiera, tu eres una incomprendida, una chica que esta por encima de las demás, con sentimientos que la mayoría de los chicos no podrían comprender, sé que estas muy sola, Lidia, y tu padre debería apoyarte más

(pasan 2 minutos)

Chico10: sigues ahí princesa?

Lidia: si, lo siento, estaba llorando

[Chico10 te envió un beso]

Carla notó un hormigueo en el estómago. Aquel Chico10 había reconocido ser mayor de lo que pretendía. Además, estaba conduciendo la conversación de un modo extraño, con alusiones al padre de la chica. Carla siguió leyendo los siguientes fragmentos con creciente interés.

30-noviembre-2012 22:05

Conversación entre Lidia Marcos (alias: Girlbitch) y Chico10 (alias: Chico10)

Chico10: hola, Lidia, niña de mis sueños

Lidia: hola mi dulce niño

Chico10: esta noche he soñado contigo, soñé que le daba a cada estrella un motivo por el cual te amo… y sabes qué?

Lidia: siiii??

Chico10: me faltaron estrellas

Lidia: eso es muy bonito

Chico10: nunca había imaginado que pudiese existir alguien como tú

Lidia: oohhhh

Chico10: antes de conocerte creía que la vida no tenía sentido, que no había nada por lo que mereciese la pena vivir. Tengo mucha experiencia. He conocido a muchas chicas, ¿sabes? Tú eres diferente a todas, eres única, me haces sentir la persona más afortunada del mundo por haberte conocido

Lidia: gracias

Chico10: si pudieses leer mi corazón no tendría que pensar tanto en como hacerte escuchar mi amor

Lidia: tú también eres muy especial para mi, Telmo

(pausa)

Chico10: ¿recuerdas lo que te dije sobre mi nombre?

Lidia: lo siento

Chico10: NUNCA vuelvas a decir mi nombre, ¿está claro?

Lidia: sí, pero por favor no te enfades

Chico10: está bien, lo siento, no quería enfadarme, odio ese nombre, no vuelvas a escribirlo

Lidia: tú eres muy especial para mi, Chico10

Aquel era el último fragmento de conversación de Lidia Marcos, la hermana del bebé fallecido. Era una pena que la policía no hubiese podido recuperar más diálogos entre ella y aquel sujeto. De momento no había nada que pudiese utilizar para averiguar la identidad real de Chico10. Había mencionado un nombre, Telmo, aunque era posible que estuviese mintiendo y que tampoco fuese su nombre real.

El resto de conversaciones que Héctor Rojas le había enviado eran de Irena Aksyonov. Cuando empezó a leer se le encogió el estómago. ¡Allí estaba, de nuevo, Chico10! ¿Casualidad? Empezó a pensar que el funcionario podría tener razón al pensar que Irena había sido víctima de aquel individuo.

05-diciembre-2012 23:49

Conversación entre Irena Aksyonov (alias: Beautygirl) y Chico10 (alias: Chico10)

Chico10: hola, Irena, niña de mis sueños

Beautygirl: hola, mi amor

Chico10: como estas

Beautygirl: cabreada

Chico10: por?

Beautygirl: ya sabes

Chico10: venga mujer, acabas de conocerla

Beautygirl: hoy se ha pasado mucho de la raya, no se quien se ha creído que es, porque sea la novia de mi padre no tiene derecho de hablarme como me habla

Chico10: bueno, no es simplemente la novia

Beautygirl: ya, ya, es la prometida, peor todavía

(pausa)

[Chico10 te envió un beso]

Chico10: estas llorando?

Beautygirl: sí

Chico10: a ver cuéntame que ha pasado

Beautygirl: estábamos cenando, ya sabes que me obligan a estar delante de toda esa comida

Chico10: tu eres mas fuerte

Beautygirl: lo se, gracias a ti, me has ayudado mucho

Chico10: que paso entonces???

Beautygirl: entonces le pido a mi padre que me consiga entradas VIP para el pase de Crepúsculo para mí y para mis amigas, le digo que quiero conocer a Robert Pattinson en persona

Chico10: y?????

Beautygirl: la muy zorra de su novia me dice que con lo delgada que estoy lo voy a espantar

Chico10: no puedo creer que te haya dicho eso, tu eres tan hermosa

Beautygirl: después va y me dice que tengo que comer mas, que parezco un esqueleto

Chico10: te he dicho que la ignores, solo quiere verte gorda para que no compitas con ella, porque tú eres demasiado sexy

Beautygirl: lo se

Chico10: todavía te sobran unos gramos ¿comiste?

Beautygirl: si, no tuve mas remedio, después lo vomité

Chico10: bien hecho!

Beautygirl: todo eso me lo dijo delante de mi padre

Chico10: y tu padre que hizo???

Beautygirl: siguió comiendo, tan tranquilo, se le ha pasado el comentario como si no tuviera importancia

Chico10: tu padre es un hijo de puta

Beautygirl: la hija de puta es ella, mi padre tiene sus cosas en la cabeza, será por lo ocupado que anda siempre que no se ha dado cuenta de la clase de zorra con la que se ha liado

Chico10: bueno, debería al menos no descuidarse contigo, tiene que apoyarte, tengas razón o no

(pausa)

Beautygirl: menos mal que te tengo a ti, me has ayudado mucho

Chico10: con eso puedes contar amor mío

Beautygirl: a veces pienso que no te merezco, lo estaba comentando con Tatiana esta tarde

Chico10: Irena, sabes que no me gusta que hables de mi con tus amigas

Beautygirl: no te preocupes, solo le he dicho que eres un amigo online, no le he dicho que estamos juntos ni nada

Chico10: está bien, y qué le has dicho?

Beautygirl: le he dicho que no me puedo creer que exista gente tan comprensiva como tú, tan… pendiente siempre, cada vez que te necesito, tan sabia

Chico10: debemos tener cuidado, mi niña, ya sabes que no todo el mundo iba a entender un amor como el nuestro

Beautygirl: ya lo sé

Chico10: me apetece ver tu cuerpo desnudo

Carla sintió cómo se le removían las entrañas. Aquel individuo estaba manipulando a la chica sin que ella se diese cuenta. Irena solo veía a alguien que la escuchaba y la comprendía. Estaba claro que aquel sujeto no perseguía solo un fin sexual, tramaba algo mucho más perverso. Devoró con los ojos los últimos fragmentos de conversaciones de los que disponía:

07-enero-2013 22:07

Conversación entre Irena Aksyonov (alias: Beautygirl) y Chico10 (alias: Chico10)

Chico10: hola, Irena, niña de mis sueños

Beautygirl: hola, mi amor

Chico10: como estas esta noche

Beautygirl: no muy bien, ya sabes cuanto la odio

Chico10: claro que lo sé, que te ha hecho esta vez?

Beautygirl: esta tramando algo con mi padre, escuché una conversación

Chico10: que era???

Beautygirl: quiere internarme en una clínica, dice que estoy enferma, quiere que coma a la fuerza, quiere hacerme engordar

Chico10: ella no es la culpable

Beautygirl: no me digas eso

Chico10: claro que si, piensa en ella, a ver, quien no querría casarse con alguien como tu padre, con lo forrado que esta

Beautygirl: claro, que bonito

Chico10: pues si, Irena, despierta, tu eres mucho mas madura que lo que me estas demostrando, esta muy bien el amor, bla, bla, bla…, pero tu no sabes lo dura que es la pobreza

Beautygirl: que me quieres decir con eso, yo no tengo culpa de haber nacido rica

Chico10: claro que no, ni tienes nada de que arrepentirte, Irena, pero créeme, si estuvieras pasando dificultades y te propusiera matrimonio un tío como tu padre, tu también aceptarías

Beautygirl: la estas justificando entonces

Chico10: si, a ELLA si

Beautygirl: ¿???

Chico10: ella no ha hecho nada malo, Irena, además, es posible incluso que sienta algo por tu padre, tu padre es un tío guapo y lo sabes, seria diferente si se tratara de un viejo millonario de 90 años, eso hizo Nicole Kidman

Beautygirl: jajajaja

Chico10: por que te ríes

Beautygirl: No es Nicole Kidman, mi niño, la que hizo eso fue Anna Nicole Smith

Chico10: bueno me da igual, pero captas la idea

Beautygirl: a donde quieres ir a parar?

Chico10: no te lo quiero decir, quiero que seas tu la que llega a la misma conclusión, es algo tan obvio

Beautygirl: no te entiendo

Chico10: vamos a ver, quien se esta portando realmente mal, Irena, dímelo tu

Beautygirl: ya lo se, ya lo se

Chico10: simplemente escríbelo

(pausa)

(Chico10 te envió un beso)

Chico10: vamos, niña de mis sueños

Beautygirl: mi padre, MI PADRE, OK, ahí lo tienes

Chico10: exacto, es tu padre el que se aprovecha de ella, el que se aprovecha de todos, y no le importan tus sentimientos, los sentimientos de su propia hija

Beautygirl: ella también es una maldita hija de puta

Chico10: seguro que lo es, pero tu padre es mucho peor, mucho mas HIJO DE PUTA que ella

(pausa)

Chico10: lo siento Irena, no debía haberte dicho eso

(pausa)

Chico10: ok, ahora no me respondes, mira, Irena, pensaba que eras muchísimo mas madura, me parece que vamos a tener que dejar nuestra relación

Beautygirl: NOOOOOOO, por favor

Chico10: en serio, no merece la pena

Beautygirl: POR FAVOR, POR FAVOR, no cortes, POR FAVOR

(pausa)

Beautygirl: tienes razón, tienes toda la razón, lo siento mucho, mi padre es un hijo de puta de mierda

Chico10: lo dices en serio?

Beautygirl: muy en serio mi amor, lo siento mucho amor mío

Chico10: mira, ya sabes que soy mayor de lo que te dije cuando nos presentamos, tengo mucha experiencia y he estado con muchas mujeres, una persona de mi edad no tiene tiempo para perderlo con niñatadas

Beautygirl: HARE LO QUE SEA PERO NO ME DEJES

La última conversación registrada de Irena Aksyonov había tenido lugar solo dos semanas antes de su desaparición. Carla sintió un estremecimiento en la espina dorsal al querer imaginar cuál habría sido el destino de aquella pobre chica.

Desde luego, era una pena que solo tuviese acceso a aquellos fragmentos de conversaciones. Seguía teniendo muy poca información, aunque ahora ya podía hacerse una idea del modo de actuar de aquel individuo. Estaba claro que primero se ganaba la confianza de los jóvenes fingiendo entender sus problemas. En eso se parecía a los acosadores y pedófilos que ella misma se había encontrado en las redes sociales mientras se hacía pasar por una menor. En lo que no se parecía en nada a los otros acosadores era en que no perseguía abusar sexualmente de los jóvenes, sino aprovecharse de sus debilidades para volverlos en contra de sus padres. Era repugnante.

Era una pena que se hubiesen borrado el resto de conversaciones de Irena Aksyonov. A lo mejor hubiesen esclarecido algo sobre su desaparición. A lo mejor aquel individuo había descubierto un modo para entrar y salir de la mansión sin ser detectado por las cámaras de seguridad. Por eso había estado tan seguro de poder llevar a cabo el secuestro. Había desafiado al padre de la chica sabiendo que, a pesar de toda la seguridad, había un modo de entrar y salir sin ser visto. Pero si hubiese algo así, un túnel subterráneo, una galería oculta o algo parecido, la policía ya lo hubiese descubierto. Además, las casas modernas no tienen túneles ocultos. Eso solo pasaba en las películas…

Roberto apareció en ese momento en el salón. Carla casi saltó de su asiento del susto. Se había olvidado de él. Estaba tan concentrada que no le había oído levantarse.

—¿Salimos a desayunar? —preguntó el hombre. Llevaba la camisa a medio abrochar y el pelo revuelto. Bostezó sonoramente.

—No me apetece. Por favor, vete. Tengo cosas que hacer.

—¿Qué te pasa? ¿He hecho algo que te ha molestado? —preguntó el hombre frunciendo el ceño.

En ese momento, Carla vio a Simba restregarse a su paso contra las pantorrillas de Roberto, que no se inmutó lo más mínimo ante el contacto del felino. Carla espiró pesadamente y entornó los ojos ante el tono de reproche en la voz de Roberto. Le apetecía estar sola y no tenía por qué dar explicaciones.

—No estoy enfadada. No has hecho nada malo. No has dicho nada que me moleste… —dijo sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador, con un tono de voz tan tenue, monótono y despectivo que ella misma se estremeció ante lo insultante que se podía llegar a ser sin decir insulto alguno.

Roberto, con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en la cintura, se la quedó mirando, muy quieto, como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima. Carla hubiese querido poder tragarse sus propias palabras. Habían pasado la noche juntos y no era justo que le hablase de aquel modo, echándolo de su casa sin contemplaciones.

—Perdona. No quería hablarte así —dijo Carla con gesto avergonzado y mirándole por fin.

Roberto ya se había dado la vuelta. Acabó de vestirse apresuradamente y regresó al salón con el ceño fruncido.

—No te vayas —pidió Carla—. Podemos desayunar juntos. ¿Quieres un café?

Carla se dio cuenta de que ya era tarde para disculparse. Había herido el orgullo de Roberto y se le notaba que estaba haciendo esfuerzos para contener el enfado. No pudo evitar sentirse culpable. Definitivamente tenía un problema con los hombres. Lo que estaba claro es que tenía que cortar con Roberto. No podía seguir haciéndole daño de aquel modo.

—Espera, ¿podemos hablar? —le dijo.

—Mira, otro día. Tengo que irme, yo también tengo cosas que hacer —respondió Roberto cortante. Agarró su chaqueta, abrió la puerta y salió del piso sin despedirse siquiera.

Mierda. Menudo cabreo llevaba. Bueno, puede que fuese lo mejor. Roberto no querría volver a verla. Se acabó. No más sentimientos de culpabilidad. Seguiría sola, que al parecer era como iba a acabar. Un día su hijo Aarón crecería lo suficiente para independizarse y ella ya no tendría a nadie a quien cuidar. Una vieja solterona, sola y medio loca.

«Venga, no dramatices», se dijo a sí misma. Solo era cuestión de encontrar al hombre adecuado. Lo malo era que no le apetecía nada enamorarse de un hombre, aunque tampoco le gustaba la perspectiva de seguir sola para siempre. Menudo lío. Definitivamente, tendría que hablar del tema con su psicoterapeuta.

Para apartar aquellos pensamientos se obligó a regresar al trabajo que estaba haciendo. Se le había ocurrido un modo para intentar localizar al individuo que había estado manipulando a Irena Aksyonov y a los demás chicos.

Una de las herramientas que utilizaba habitualmente en su trabajo era lo que en la jerga de internet se conocía como robots de búsqueda: programas informáticos diseñados especialmente para navegar de modo automático por internet con el fin de encontrar el resultado para el que habían sido programados.

Por ejemplo, los robots de búsqueda más populares y que todos los informáticos conocían eran los de Google. Los robots de Google eran programas automáticos que recorrían sin descanso las páginas web, analizando el contenido y clasificando las palabras de cada página. Gracias al trabajo de los robots, Google podía devolver todas las páginas que contienen una palabra determinada. Así, cuando alguien busca «pizza a domicilio», el robot recorre todas las páginas donde ha encontrado juntas las palabras «pizza» y «domicilio» y devuelve los enlaces a esas páginas.

En su último trabajo, Carla había programado robots similares al de Google. La diferencia era que ella utilizaba la información de las páginas que visitaba la gente para interpretar sus gustos y aficiones. Cuando una empresa (por ejemplo, una cadena hotelera de resorts) contrataba una campaña de publicidad en internet, Carla buscaba usuarios que hubiesen visitado últimamente páginas de viajes o guías turísticas para colocarles la publicidad del resort.

«Ocio. Vacaciones. Spa. Relax. Luna de miel».

«Asesino» «Psicópata» «Secuestro» «Chantaje»

Definir las palabras clave. Ese era el siguiente paso. ¿Qué palabras tendría que utilizar para encontrar a un psicópata acosador de menores?

Incluso cuando se trataba de publicidad, la parte más delicada del proceso era decidir las palabras clave que el robot tenía que asociar al producto que se quería vender. En esa tarea, el factor humano era fundamental. Eran los analistas como Carla quienes debían establecer relaciones entre las palabras y su significado. Y había que ser muy cuidadoso para evitar incómodos errores. A Volkswagen no le iba a hacer ninguna gracia que el anuncio de uno de sus coches apareciese en un periódico online junto a la noticia de un grave accidente de tráfico; los lectores relacionarían inevitablemente el accidente con la marca. Eso ocurriría si el criterio de selección del robot para insertar el anuncio se basase en buscar únicamente la palabra «coche» en la página web.

Especialmente embarazosos resultaban los errores derivados de palabras con más de un posible sentido cuando uno de ellos estaba relacionado con el erotismo o la violencia. En su trabajo, Carla había visto cómo un inocente anuncio por palabras de una academia de idiomas («clases de francés»), podía acabar junto a un anuncio de prostitución; o la publicidad de un balneario («el lugar perfecto para descansar») en la página web de una funeraria que promete «eterno descanso». Menos jocoso fue cuando el anuncio de una guardería infantil con una niña sonriente y el texto «¿quieres ver a tu hija así de feliz?» apareció junto a la noticia de la detención de una red de pedófilos.

Para evitar semejantes errores había que seleccionar cuidadosamente la combinación de palabras que se asociaban a un determinado anuncio.

Lo que Carla sabía hasta ahora era que todas las víctimas del acosador tenían una relación familiar conflictiva. Odiaban a sus padres. En todos los casos faltaba uno de los progenitores en el hogar. Por otro lado, todos aquellos chicos presentaban conflictos de índole sexual o alimentaria. El hecho de que tuviesen problemas de autoestima, anorexia o tendencia homosexual no era casualidad. Los adolescentes con conflictos de personalidad eran mucho más vulnerables a los ataques de un acosador. Era fácil utilizar sus emociones halagándolos o fingiendo entender sus problemas. Estaban deseosos de refugiarse en quien los comprendiera y los aceptase.

Con esa idea en mente, Carla comenzó a teclear palabras clave:

«padre, madre, hermano, hermana, sexo, genitales, orgasmo, vergüenza, odio, amor, verdugo, daño, dolor, envidia, rabia, angustia, repugnancia, asco, repulsión, náusea, arcada, rencor, aversión, aborrecimiento, animadversión, abominación, antipatía, tirria, ojeriza, desprecio, fobia, inquina, rabia, celos».

Cuando pusiera en marcha el robot de búsqueda como si se tratase de una búsqueda en Google, el programa navegaría entre las redes sociales y los chats, analizaría las conversaciones y mensajes que encontrase a su paso y buscaría en ellos las palabras clave que Carla había configurado.

No bastaba con una sola lista de palabras. Había que clasificarlas y establecer relaciones entre ellas. Los términos relacionados con el sexo producirían un aluvión de resultados.

Después de reflexionar unos instantes, separó la lista de palabras en varios grupos:

—grupo 1: sexo, genitales, orgasmo, vergüenza, odio, amor, verdugo, daño, dolor, envidia, rabia, angustia, envidia, animadversión, abominación, antipatía, tirria, ojeriza, desprecio, fobia, inquina, rabia, celos

—grupo 2: padre, madre, hermano, hermana, papá, mamá

—grupo 3: repugnancia, odio, asco, repulsión, náusea, arcada, rencor, aversión, aborrecimiento, vomitar, vómito

—grupo 4: comida, alimentos, almuerzo, cena, bocado, plato, comer.

Carla ajustó los parámetros del robot para que identificase mensajes que contuvieran, al menos, palabras de dos o más grupos. Así se descartarían la mayoría de conversaciones relacionadas únicamente con el sexo.

Sintiéndose bastante satisfecha del trabajo que había hecho, hizo clic en el botón que activaba el robot y dejó que, metafóricamente, se perdiese en la red.

Ahora solo tenía que esperar a que encontrase algo. Dado el gigantesco volumen de información que se generaba en internet, podrían pasar horas hasta que el robot comenzase a ofrecer resultados relevantes.

Miró el reloj y vio que eran más de las diez de la mañana. ¡El tiempo se le había pasado volando! Se asomó a la ventana para relajar la mirada. Su piso era un quinto, el último, y la ventana del salón daba a un pequeño patio de manzana donde crecían algunos árboles. Desde allí divisaba las copas verdes y el cielo azul. Bueno, no tan azul, más bien gris contaminación, pero cielo al fin y al cabo. Apoyó la espalda contra el respaldo del sillón, cruzó las piernas y estiró los brazos. Bostezó. Todavía se sentía mal por cómo había tratado a Roberto. Lo mejor sería llamarlo y disculparse. Quedar con él para comer o algo. Lo malo era que si lo invitaba a comer, a lo mejor Roberto se lo tomaba como una reconciliación, cuando lo que ella quería era cortar definitivamente. Qué lío. Hiciese lo que hiciese parecía que iba a quedar fatal.

Tenía ya el teléfono en la mano, resuelta a llamarle, cuando sonó el timbre del telefonillo. Fue a abrir, aliviada de posponer la llamada, aunque fuera unos segundos. A aquellas horas solo podía ser el cartero o propaganda.

—Carla, soy yo, abre.

Era su hermano Isaac. Se miró en el espejo del recibidor. Tenía el pelo horrible y ojeras. Tenía que darse una ducha y arreglarse un poco. No podía pasarse la mañana así, en bata y sin arreglar.

Cuando abrió la puerta su hermano aparecía ya en el último tramo de escaleras. Llevaba entre las manos un cucurucho de churros que rezumaba aceite.

—Te invito a desayunar —saludó Isaac—. Menuda pinta tienes. ¿Es que te acabas de levantar? ¿Sabes que son más de las diez?

Su hermano le dio dos besos cariñosos. Vestía un traje gris y una camisa celeste sin corbata que le sentaba muy bien. Sus ojos la miraron con ternura.

—¿Y tú no tendrías que estar trabajando? —preguntó Carla.

—Ya sabes lo que opino del trabajo. Siempre hay que dar el cien por cien… un veinte por ciento el lunes, un veinte por ciento el martes…

Carla esbozó una sonrisa.

—En realidad, estoy aquí por trabajo —dijo su hermano.

—¿Por trabajo?

—Te lo cuento mientras desayunamos. Estoy muerto de hambre.

Carla preparó café y se sentaron a la mesita de la cocina. Isaac colocó los churros en un plato. Cogió uno y lo sumergió en el café con verdadero entusiasmo. Carla miró el plato de churros con cierto distanciamiento. Se moría por comerse uno, aunque no le haría nada bien a su dieta. Miró a su hermano, aguardando que le explicase a qué se refería con eso de que había venido a verla por trabajo.

—Le he contado a mi redactor jefe nuestra conversación con Héctor Rojas —dijo Isaac masticando—. Mi jefe coincide conmigo en que podría ser una buena historia para el suplemento dominical.

—¿Ah, sí? —dijo Carla mientras cogía un churro con indiferencia, como si su intención no fuera comérselo.

—Será un reportaje de varias páginas. Hablaremos de los peligros de las redes sociales para los menores. Nos enfocaremos en los casos que nos relató Héctor Rojas. Le daremos un aire misterioso. Enigmático. Ya tengo pensado el título: «¿Quién se esconde tras la máscara digital?» —dijo masticando a dos carrillos—. ¿Qué te parece? Si le gusta al director del suplemento, el título podría ir en la portada.

—Demasiado sensacionalista para mi gusto, pero tiene gancho.

—Sabía que te gustaría. —Isaac sonreía como un niño mientras devoraba un churro tras otro. Daba gusto verlo comer. Era una de esas personas que podían comer todo lo que quisieran sin engordar un gramo—. Lo que quería pedirte es tu colaboración —dijo mirándola a los ojos—. Que me ayudes con los detalles más técnicos. También podríamos citar algunos pasajes de tu libro. Lo mencionaremos como fuente del artículo. Sería una buena publicidad.

—¡Eso sería genial! —exclamó Carla. Se puso tan contenta que le dio un buen bocado al churro. Menuda publicidad para su libro aparecer en el suplemento dominical.

—Pues manos a la obra. Tienes que elegir tres o cuatro párrafos. Los destacaremos entre el texto del artículo. También vendrían bien algunos datos, estadísticas, cuánto tiempo pasan los jóvenes en las redes sociales y ese tipo de información, para poner en contexto lo que se cuenta.

—¡Eso está hecho! ¿Cuándo lo necesitas?

—Me vale con que me lo pases en una semana —respondió su hermano.

Carla estaba contentísima. Sería una publicidad fantástica para el libro. A lo mejor sí que acababa vendiéndose mucho. Se haría famosa. La llamarían para opinar en tertulias y conferencias…

«Vale, deja de soñar».

—Ya he hablado con Héctor Rojas —decía su hermano—. Le pedí permiso para publicar la historia que nos contó y le ha parecido bien. Mi jefe quiere que lo enfoquemos todo alrededor del caso de Irena Aksyonov. La policía sigue descartando la hipótesis de un secuestro. Mantiene la acusación sobre el padre. Mi jefe quiere que el periódico plantee otras teorías. Y eso es lo que voy a hacer.

Carla le dio un largo sorbo al café. Se limpió los labios con una servilleta de papel.

—Yo también he estado pensando sobre eso —dijo— y no acabo de entenderlo. Tampoco me cuadra que alguien haya secuestrado a esa pobre chica. La mansión donde vivía parece una fortaleza. Es imposible entrar o salir de allí sin que te pille alguna de las cámaras de seguridad. Por no hablar de los guardias que vigilaban y que no vieron nada sospechoso.

—Sí, ya sé que lo más probable es que fuese alguien desde dentro. —Isaac se recostó en la silla y se pasó una mano por la mejilla, pensativo—. El mensaje que el padre dice que recibió en su teléfono móvil parece más bien un intento de coartada que una amenaza real. Lo más lógico es pensar que esa noche tuvo algún tipo de discusión con su hija. A lo mejor la maltrataba, se le fue la mano y la mató con un golpe desafortunado. Eso explicaría la sangre. Esas cosas pasan, por desgracia. Entonces hizo desaparecer el cuerpo y se inventó lo del secuestro para justificar la desaparición.

—Eso tiene sentido —dijo Carla reprimiendo un escalofrío—. Aunque si intentaba fingir un secuestro, es el peor montaje de la historia.

—Los he visto peores, créeme. Pero tienes razón. Lo que no me encaja es que si el mensaje era una coartada, significa que actuó premeditadamente.

—¿Por qué premeditadamente?

—Porque el mensaje con la amenaza le llegó unas horas antes. Así consta en el registro telefónico. Si se lo envió a sí mismo como coartada, entonces es que tenía planeado lo que iba a hacer desde antes.

—Bueno, eso tampoco tiene sentido. —Carla movió la cabeza de izquierda a derecha—. Si ya lo tenía planeado, ¿por qué iba a hacer un montaje tan burdo? Lo lógico es que hubiese elegido otro momento. Cuando su hija no estuviera tan protegida. Cuando el secuestro fuese más creíble. Además, ¿por qué iba a planear matar a su propia hija?

—Nunca se sabe, aunque es verdad que la teoría de la policía tiene muchos agujeros. Además, lo que es seguro es que no tuvo ocasión de sacarla de allí. El cuerpo tendría que estar todavía en algún lugar dentro de los límites de la mansión, si bien la policía lo ha rastreado todo palmo a palmo y no ha encontrado nada. Han utilizado perros, han revisado los terrenos con georradar buscando un cuerpo bajo tierra. Hasta analizaron la casa con un sistema de ultrasonidos, como los que usan para estudiar las pirámides de Egipto, y no han encontrado ni recintos ocultos, ni sótanos, ni habitaciones secretas, ni dobles paredes. Nada.

—Si no aparece el cuerpo —reflexionó Carla—, volvemos al principio. Si es verdad que fue un secuestro, ¿cómo se las apañaron para evitar todas las medidas de seguridad y no dejar ni rastro?

Su hermano se encogió de hombros.

—Ni idea. El problema es que la hipótesis del secuestro tampoco se sostiene. Irena Aksyonov parece haberse volatilizado en el aire como un fantasma.

Carla sintió que un aliento de hielo le recorría la espalda.

—Tiene que haber una explicación. Nadie puede desaparecer sin más.

—Claro que tiene que haber una explicación —repitió su hermano negando con la cabeza—. El problema es que sin el cuerpo ni huellas incriminatorias, la policía no tiene nada a lo que agarrarse. Sé que han presionado al padre en los interrogatorios, pero Serguei Aksyonov no ha dado señales de culpabilidad. Se reafirma en su inocencia. Verás, en el periódico vamos a sembrar la duda razonable. No desmontaremos la teoría de la policía, aunque dejaremos la idea de que la amenaza que recibió Serguei Aksyonov era real. Y nos apoyaremos en la historia de Héctor Rojas. La coincidencia de la frase y todo lo demás. Podemos estar ante un psicópata en toda regla. Periodísticamente es un caso fascinante.

—Bueno, le prometí a ese hombre que investigaría en las redes sociales. He estado probando algunas cosas —dijo Carla.

Le explicó cómo había configurado un robot de búsqueda para localizar posibles víctimas del acosador en internet. Su hermano la escuchaba con arrugas en la frente.

—Es algo así como buscar en Google de un modo automático —resumió Carla simplificando—. La idea es identificar a chicos vulnerables con un perfil similar a las otras víctimas y ver si ellos, a su vez, han contactado con alguien que resulte sospechoso.

Para explicárselo mejor, Carla cogió su ordenador portátil y lo abrió sobre la pequeña mesa de la cocina.

—Mira, el robot ya ha dado un resultado —dijo.

En la ventana del programa de búsqueda podía verse un texto de encabezado con la fecha y hora de la conversación, así como las personas que participaban:

20-diciembre-2012 10:05

Conversación entre María González (alias: Chica_Linda) y Chico10 (alias: Chico10)

La conversación había tenido lugar hacía solo unos minutos. Carla hizo clic en el encabezado. Debajo se desplegó el texto completo mostrando el contenido de la conversación. Isaac se inclinó sobre ella para leer:

Chica_Linda: ¿crees que soy bonita?

Chico10: eres preciosa, la criatura más maravillosa, mi dorada fiera adormecida

Chica_Linda: dices unas cosas tan bonitas

Chico10: ya sabes que te adoro, aunque…

Chica_Linda: sí, lo sé, estoy un poco gordita

Chico10: solo te sobran unos gramos, pero tienes que llegar a ser perfecta, vas a ser la envidia de todas

Chica_Linda: mi padre quiere llevarme a un psicólogo, cree que estoy enferma por no querer comer

Chico10: ya sabes lo que pienso, tu padre NO quiere que seas perfecta, él no tiene en cuenta tus sentimientos ni tus sueños, solo quiere utilizarte

Chica_Linda: lo sé, no hace falta que me lo repitas más, mi padre es un hijo de puta egoísta

Chico10: ya sabes lo que mi padre me hizo a mí, ¿crees que no te entiendo?

Chica_Linda: sé que me entiendes, si no fuera por ti no sabría ni que hacer

Chico10: tu padre solo piensa en sí mismo, ni por un segundo se preocupa de tus sentimientos

Chica_Linda: ¿qué hago?

Chico10: ¿sigues tomando las pastillas que te envié?

Chica_Linda: claro, pero mi padre me vigila todo el tiempo

Chico10: quiero verte desnuda ahora, quiero despertar tu cuerpo, mi dorada fiera

—Mierda, ¡ese modo de hablar! —exclamó Carla—. Juraría que es el mismo tío de las otras conversaciones.

Carla hizo clic en el icono del usuario llamado Chico10.

—Fíjate. El perfil dice que tiene dieciséis años. No hay fotografía. No me lo creo. Es un adulto fingiendo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó su hermano.

—Llámalo intuición si quieres: estoy segura de que ese tío es mayor de edad.

—¿Qué hay que hacer ahora? ¿Avisar a la policía?

—No. Todavía no tenemos ninguna prueba. Mentir sobre la edad en internet no es ningún delito. Para denunciarlo a la policía nos hacen falta pruebas de que está abusando de esa chica de algún modo. No podemos presentar esta conversación sin más. Aquí todavía no hay nada delictivo.

—¿Entonces?

—Lo que se hace en estos casos es suplantar la identidad de la chica y seguirle el juego a ese tío para pillarle —respondió Carla.

—¿No es peligroso? ¿Y si se da cuenta?

—Aunque descubra que ya no está hablando con una jovencita, es imposible que sepa quién soy en realidad. Utilizo una conexión protegida. De hecho, igual que él. Por eso tampoco podemos averiguar directamente quién es. Esta gente sabe cómo protegerse. Solo le podemos pillar siguiéndole el juego hasta que cometa algún error que lo delate. No es fácil. Un adulto puede fingir que es un menor frente a otro menor, pero es más difícil hacerse pasar por un menor frente a otro adulto. Una palabra fuera de tono, una expresión demasiado juiciosa, y el acosador se pone en alerta y desaparece. A estas alturas, la mayoría de los pedófilos de internet ya saben que hay expertos de la policía que frecuentan los chats haciéndose pasar por menores. Están sobre aviso. Hay que ser muy cuidadoso para no levantar sospechas.

—¿No te parece curioso? Acosadores y pedófilos haciéndose pasar por jóvenes que no saben que quien está al otro lado también es otro impostor —dijo Isaac. Esbozó una sonrisa malévola—. A lo mejor resulta que en esos foros ya no queda ningún verdadero adolescente. Que todos son pedófilos intentando engañarse unos a otros. Sería divertido, ¿no te parece? Como en aquella obra de teatro donde los policías se van infiltrando en una banda de ladrones hasta que ya no queda ningún ladrón y todos son policías, y aun así la banda sigue cometiendo delitos.

—Ojalá fuera así —suspiró Carla—. Entonces ningún niño estaría en peligro.

—¿Me dejas probar a mí? —preguntó Isaac.

—¿A qué te refieres?

—Me gustaría intentarlo —dijo con la mirada fija en la pantalla—. Seguirle el juego a ese tío. Me serviría para escribir mi artículo con más realismo, tener esa experiencia de primera mano. Igual que tú.

—¿Hacerte pasar por una chica? ¿Tú? Espantarías al acosador —dijo Carla bromeando en parte.

—Subestimas mi lado femenino —respondió Isaac fingiéndose herido en su orgullo—. Las mujeres no sois tan complicadas como os pensáis. Para hacerse pasar por una chica solo hay que tener en cuenta tres cosas. Una, que os morís por el sexo, aunque nunca se lo confesaríais a ningún hombre. Dos, que jamás comprenderéis que lo que llamáis kilos de más no son de más, sino que son vuestros y que, si los perdierais, lo que tendríais serían kilos de menos. Y tres, que si dijeseis en voz alta lo que de verdad os gusta de un hombre os detendrían por conducta inapropiada.

—¡Eres un idiota! —dijo Carla riendo.

—Lo que digo es verdad. Tu risa nerviosa te delata —rio Isaac.

—Está bien. Tú lo has querido. Vamos a ver cómo lo haces. Voy a bloquear el perfil de esa chica y te crearé una cuenta de usuario para que te hagas pasar por ella. A partir de ahora, en internet te llamas Chica Linda y tienes catorce años.

—No se lo cuentes a mis amigas. Arruinarías mi reputación…

Los dedos de Carla aletearon sobre el teclado de su portátil. Bloquear una cuenta de usuario de un chat era algo muy fácil. Solo había que hacer más de tres intentos fallidos de registro y el usuario quedaba bloqueado. El siguiente paso era crear un perfil idéntico, con el mismo nombre de usuario, copiando todos los datos, incluido el nombre y la fotografía, si la había.

—Ya lo tienes. —Giró el ordenador para que su hermano pudiese ver—. Esta es la contraseña y aquí puedes registrarte para entrar.

El teléfono de Carla sonó en aquel momento.

—Sigue tú. Es Elsa, mi editora —dijo al ver el nombre en la pantalla.

¡Qué bien sonaba aquello de «mi editora»! Y lo contenta que se iba a poner Elsa cuando le dijese que iban a citar su libro como fuente en un artículo del periódico. Tendrían un montón de publicidad.

—Hola Carla. ¿Puedes hablar ahora?

La voz era tensa. Parecía preocupada.

—Sí, claro. ¿Qué pasa? —respondió Carla.

—La empresa propietaria de MyLife nos ha puesto una demanda.

Carla se quedó noqueada unos segundos. Sintió que le echaban un cubo de agua helada por encima. MyLife era una de las redes sociales para adolescentes de las que había hablado en su libro.

—¿Una demanda? ¿Por qué?

—Por infracción a su honor. Por las críticas de tu libro. Dicen que les ha perjudicado gravemente en su imagen.

—Pero… todo lo que cuento de esa red social es cierto.

—Lo sé. Esto es un pleito estratégico contra la participación pública.

—¿Un qué?

—Así lo ha llamado nuestro abogado. Pretenden dar un escarmiento a quienes se atreven a criticarles. Harán mucho ruido y mucha publicidad. Buscarán un castigo ejemplarizante. El objetivo que persiguen es que otros se lo piensen dos veces antes de opinar negativamente sobre su red.

—Desgraciados. Pues no van a asustarme…

—Me alegro que te lo tomes así, Carla, porque vas a tener que fundamentar muy bien lo que escribiste sobre ellos en el libro. Piden una compensación económica por daños a su imagen. Según ellos, les está ocasionando pérdidas.

—¿Una compensación económica?

—Diez millones de euros, Carla.

Aarón se había puesto a llorar. Podía escucharlo en el dormitorio. Estaba llamando a su mamá a gritos.

—Tengo… tengo que dejarte.

—Carla, ¿has escuchado lo que te he dicho? La demanda es por diez millones de euros.

Aarón lloraba cada vez más fuerte llamando a su mamá. Se había caído y se había hecho pupa. Tenía que ir a consolarlo.

—Carla, tienes que entender que si perdemos la demanda, la editorial no tiene tanto dinero. No podremos hacer frente. Podemos acabar en la cárcel.

Su hijo Aarón seguía llorando.

—Carla, ¿estás bien? —preguntó su hermano—. Te has puesto blanca. ¿Qué te pasa?

Carla no supo qué decir. Tenía la boca abierta de par en par como una idiota.

Se había quedado sin habla.