Prólogo
Los procesos de democratización en la obra de Charles Tilly

Ramón Máiz

Democracy (Tilly, 2007) constituye, sin duda, conjuntamente con Contentious Performances (Tilly, 2008), una de las obras mayores del último Tilly, escrita en los años en que finalmente convergen sus dos grandes líneas de investigación: 1) el estudio de los grandes procesos del capitalismo y la construcción de los Estados, y 2) el análisis de los repertorios de movilización popular. Líneas que, tras el abandono del estructuralismo inicial, habían discurrido en ajenidad la una de la otra durante varias décadas (Tarrow, 2008). En efecto, Democracia incorpora y desarrolla aportaciones anteriores del autor: 1) la historia comparada de los regímenes europeos, que había mostrado la estrecha interdependencia entre los procesos de democratización y las movilizaciones populares, objetivo principal de Contention and Democracy in Europe, 1650-2000 (Tilly, 2004); 2) las múltiples conexiones y variaciones entre las redes impersonales de confianza y los regímenes políticos, exploradas en Trust and Rule (Tilly, 2005); y 3) la dilatada y sustantiva reflexión sobre cuestiones de método y explicación que, presente desde un primer momento en su trayectoria (Máiz, 2010), se refuerza desde principios de los noventa y será, por último, compendiada en Explaining Social Processes(Tilly, 2008b).

Así, resultado de toda una vida de ímprobo esfuerzo, la obra de Tilly que el lector tiene en sus manos requiere una adecuada contextualización en su complejo itinerario intelectual, que permita atender tanto a las continuidades como a las discontinuidades con sus trabajos previos más conocidos que en ella se producen.

1. Los orígenes estructuralistas

El trayecto investigador de Tilly se inaugura en una perspectiva estructuralista, heredada de su maestro Barrington Moore. Sus primeros trabajos, que culminarían en una de sus, sin duda alguna, obras maestras —The Vendée (Tilly, 1964)— le descubrieron tanto la, en sus propias palabras, «inutilidad» del método positivista abocado a la febril procura de leyes de cobertura, cuanto las insalvables limitaciones de considerar como explicación las meras correlaciones entre variables. De ahí su explícito objetivo inicial: superar el generalizado descuido de los procesos de transformación y la excesiva simplificación de la complejidad social. El análisis histórico de la movilización popular contra la Revolución francesa le urgió, por una parte, a constatar que «la historia importa a la ciencia social porque importa a los propios procesos sociales», y que los «sociólogos se han alienado ellos mismos de una rica herencia al olvidarse de lo más obvio: que toda historia es acción social pasada, que todos los archivos rebosan noticias de cómo los seres humanos solían actuar y como actúan aun ahora» (Tilly, 1964, p. 342). Esta convicción se mantendrá en Tilly hasta el final, como repetirá muchos años mas tarde en Explaining Social Processes: «La buena sociología siempre se toma la historia en serio» (Tilly, 2008, p. 133). Por otra parte, el estudio de la Révolution le suscitó una vocación, que ya nunca lo abandonaría, por vérselas con la complejidad multicausal y las dinámicas de los procesos de cambio social y político.

Ahora bien, la narrativa histórica de la contrarrevolución de Tilly en los sesenta es ya una narrativa sociológica, dotada de una armazón teórica que trata de «situar la Vendée en perspectiva sociológica» desbordando ampliamente el ámbito de la historia positivista. De hecho, aquí encontramos lo que para muchos constituiría en aquellos años una contradictio in terminis; a saber: una «historia estructural», inaugurando de este modo lo que sería el núcleo irrenunciable del resto de su trayectoria de investigador, el análisis de la relación entre los factores estructurales y la acción colectiva. Sin embargo, a la altura de 1964, la noción deestructura posee para él un sentido bien definido y concreto: «Deliberadamente moldeé mi libro como un análisis de la estructura de la comunidad, de la urbanización y de los procesos políticos conexos», dirá en réplica a sus críticos en el prefacio de 1976 (Tilly 1976, p. X).

Debemos notar que no sólo se trata de una perspectiva estructural sino —y pese a que, como suele suceder con Tilly— la riqueza analítica y empírica del libro aporta muchas otras cosas, de una explicación monocausal centrada en los índices de urbanización. Resulta de interés comparar esta primera cadena causal de las revoluciones en Tilly: estructural-urbana (urbanización-estructura social-movilización), con la de Skocpol: estructural-estatal (presión internacional exigiendo Estados avanzados —reacción de grupos y elites al proceso de estatalización—, estructuras organizativas con capacidad de movilización) (Skocpol, 1969; Mahoney y Rueschemeyer, 2003). En estos momentos iniciales, para Tilly aspectos fundamentales como el más amplio desarrollo capitalista en sus diferentes dimensiones (procesos como proletarización del campesinado, por poner un solo ejemplo) o la centralización del Estado (y la erosión de los poderes locales, por citar un solo foco de tensión), son problemas que The Vendée, como reconocerá él mismo años más tarde: «touches, but only touches» (Tilly, 1976, p. XIII). Abordar estos temas mayores constituiría el paso siguiente de la investigación de nuestro autor.

2. Desarrollo capitalista y construcción de los Estados

En los años setenta tiene lugar un desplazamiento importante en la obra de Tilly, y el interés por los procesos de urbanización deja paso a una óptica mucho más ambiciosa: la eficacia causal de dos procesos de amplio aliento —la expansión del capitalismo y la construcción de los Estados— sobre la movilización política. La intención es postular una alternativa explicativa en toda regla a los modelos de la «privación relativa» de T. R. Gurr, quien, en su clásico Why Men Rebel, daba cuenta de la protesta como resultado de la suma de dos factores: explotación/dominación («grievances») y frustración de expectativas (Gurr, 1970; Skocpol, 1979, p. 31; Mahoney y Rueschemeyer, 2003, pp. 45, 17). Se inaugura así la época de The Rebellious Century (1972), obra colectiva escrita conjuntamente con Louise y Richard Tilly; Strikes in France (1974) escrita con E. Shorter y, sobre todo, From Mobilization to Revolution (1978). Las aportaciones de esta fase de su programa de investigación podemos sintetizarlas —como una crítica sistemática de «un análisis dramatúrgico de acontecimientos particulares» según la secuencia «escenario, jugadores, impulsos, acción»— en sus propias palabras años más tarde en Roads from past to future:

a) Las teorías disponibles que tratan la protesta, el conflicto, la violencia y la revolución como respuestas directas a las presiones del cambio estructural son erróneas; b) los potentes efectos del cambio a gran escala sobre el conflicto afectan a toda la estructura de poder, en especial a través de la articulación de medios y recursos organizativos disponibles para los diferentes actores; c) ciertos tipos de crisis de corto plazo pueden promover el conflicto o aún la revolución (Tilly, 1997, p. 113) (cursivas, R. M).

En efecto, en The Rebellious Century asistimos a un distanciamiento importante del previo modelo explicativo estructural monocausal: la urbanización se enmarca ahora en un más amplio espectro de factores y procesos de industrialización y desarrollo capitalista por un lado y sustantivamente político por otro, en un estudio comparado de Francia, Alemania e Italia, en el que las variaciones entre estos países se explican, en buena medida, por sus diferentes estructuras políticas estatales:

En ninguno de los tres países fueron las etapas o el ritmo de la urbanización o la industrialización los que dictaron el ritmo de la violencia. En todos ellos, sin embargo, la interacción de la transformación económica con la reorganización política produjo a largo plazo cambios en el carácter y los participantes involucrados en la acción y violencia colectivas (Tilly, 1972, p. 280).

En esta obra, el análisis estructural se traduce en un modelo lineal por etapas: el cambio estructural (económico) afecta a la violencia colectiva profundamente, pero sólo a través de grupos que comparten intereses comunes (dimensión social) desarrollan capacidad de movilización (acción colectiva) y provocan, a su vez, reacciones contundentes por parte de los Estados (represión). En suma, por un lado, el desarrollo capitalista (y, siguiendo aquí a Marx, Tilly considera los efectos de la industrialización más que los de la urbanización) genera grupos sociales dotados de intereses compartidos; por otro, la sublevación misma desempeña un papel decisivo en la génesis institucional de los Estados modernos. Pero asimismo la violencia colectiva fue, en gran medida, una consecuencia de la creación del Estado: reacciones varias y de diverso alcance a los específicos dispositivos de recaudación de impuestos, al reclutamiento forzoso para el ejército, al control del uso de la tierra, a la limitación de otros poderes locales en competencia, etc. Sin embargo, el peso último de la explicación estructural radica, una vez más, en la economía, en el cambio estructural derivado de la industrialización del capitalismo. Los Estados intervienen aquí sólo como factor de refuerzo y reactivo, a saber, medido por el grado de represión del régimen, si bien la violencia estructural de los mismos se postula en continuidad con la obra colectiva, iniciadora de una sustantiva investigación al respecto, The Formation of National States in Western Europe (Tilly, 1975). Se dibuja así progresivamente en el horizonte teórico de Tilly la necesidad de un nuevo campo de análisis toda vez que «la formación del Estado y el desarrollo del capitalismo se entrelazaron tan estrechamente que resulta difícil aislar sus efectos» (Tilly, 1978, p. 305) Queda como tarea pendiente abordar una investigación en la que la propia estructura y dinámicas del poder político expliquen las modalidades y fluctuaciones («repertorios», «ciclos»…) de las protestas, los conflictos y la acción y violencia colectivas.

No muy diferente es el caso de Strikes in France 1830-1968, un amplio análisis estadístico de las huelgas en Francia en un dilatado periodo de tiempo que especifica una serie de «factores estructurales» (Shorter y Tilly 1974, p. 348) como causas principales de la movilización política huelguística. Para los autores el factor explicativo más importante es la evolución de la estructura industrial, la cual genera una paralela evolución de la «estructura de los conflictos industriales»; pero a continuación se añaden factores como las bases organizativas de la vida de las clases trabajadoras y la participación en política de las mismas como causas coadyuvantes. De nuevo, el grueso del trabajo explicativo descansa en variables económicas, de hecho puede observarse cómo la evolución del capitalismo francés va marcando unilateral y mecánicamente las distintas fases de las huelgas: de los artesanos tradicionales de 1830, los artesanos de la construcción e industrias del metal en 1880, los trabajadores industriales de los años 1930… hasta los trabajadores intelectuales de 1960. Sin embargo, en el argumento general se habilita un no pequeño papel al Estado que podemos sintetizar en torno a dos puntos: 1) su papel clave en la regulación de las huelgas mediante el poder legislativo, el judicial y la labor policial; 2) el decisivo argumento, reiterado en toda la obra, de que las huelgas son instrumentos de acción política de las clases trabajadoras, esto es, producto de un esfuerzo organizativo —y por lo tanto no meros fenómenos sociales y espontáneos— y con objetivos netamente políticos y no sólo económicos (salarios, mejora de las condiciones de trabajo, etc.) (Shorter y Tilly, 1974, p. 335).

Pero debemos notar que, pese a todo lo anterior, ya a finales de los años setenta, si bien de modo parcial y discontinuo, Tilly comienza a distanciarse del modelo de relaciones entre estructura y acción del marxismo (y el funcionalismo). De especial interés a estos efectos es, por ejemplo, el concepto de catnet (síntesis de categoría social y red) mediante el que postula que la acción colectiva no se deriva simplemente del hecho de compartir un grupo humano unos rasgos e intereses comunes (clase, nación), sino de la adicional presencia de estructuras relacionales que facilitan la construcción de identidades colectivas, proporcionando de este modo los recursos cognitivos, simbólicos y afectivos para la producción de la movilización y la superación de los dilemas de la acción colectiva (Diani, 2007, p. 317).

Sin duda, el lugar clave de este inicial desplazamiento se encuentra en From Mobilization to Revolution, otra de sus obras maestras, que posee el objetivo explícito de dar respuesta a la pregunta que Marx había dejado sin respuesta: ¿cómo afectan los grandes cambios estructurales a las pautas prevalentes de acción colectiva? En los términos de Tilly: «¿Por qué no intentar una síntesis? ¿Por qué no combinar los modelos causales de las restricciones estructurales con los modelos intencionales de las elecciones entre cursos disponibles de acción? Tal síntesis resulta sorprendentemente difícil de conseguir» (Tilly, 1978, p. 6). Pues bien, nuestro autor postula en este libro un riquísimo análisis empírico-teórico de la acción colectiva (mobilization model, contention model) que articula cinco componentes explicativos fundamentales: intereses, organización, movilización, oportunidades y acción colectiva (Tilly, 1978, p. 7) (gráfico 1). Pese a que el modelo desatiende las interacciones estratégicas y posee el «defecto obvio de no dar cuenta de los modos en los que la acción colectiva de los insurgentes afecta a sus oportunidades y su poder» (Tilly, 2008, p. 58) la relación interactiva entre acción (desdoblada en «movilización» —adquisición de recursos— y «acción colectiva», propiamente dicha, actuación de consuno en defensa de intereses comunes) y estructura (en el amplio sentido de «Estructura de oportunidad política» que incorpora no sólo el marco institucional sino los actores en coordinación/competencia), faculta un innovador análisis de aspectos hasta el momento desatendidos. En primer lugar, como resulta bien conocido, la distinción clave entre movilización y revolución (desdoblada a su vez entre «situaciones revolucionarias» —proceso político de construcción de una soberanía múltiple— y «resultados revolucionarios» —desplazamiento de una elite gobernante por otra y, ya en menor medida, cambios estructurales—). En segundo lugar, y de modo aún más decisivo, el cuestionamiento de la asunción de que el punto de partida del análisis, los intereses, están dados y son previos a la acción: «collective interests are given a priori». La hipótesis, netamente marxista, que hasta el momento lo había acompañado —la atribución de preferencias atendiendo a la relación entre segmentos de población y los medios de producción— da paso a una novedosa atención a los procesos mediante los que la movilización y la acción colectiva modifican los propios intereses de los actores (y sus identidades colectivas) (Tilly, 1978, p. 229).

Pero estos temas, sin embargo, la obra de Tilly a estas alturas, de nuevo «touches but only touches». Los numerosos problemas empíricos (la fiabilidad de las evidencias, de los datos sobre los que se basa el tratamiento estadístico) y epistemológicos (el carácter escasamente interactivo, estático y no dinámico del modelo) del diseño de investigación inicial, darán lugar al ulterior y más sustantivo desplazamiento de su trayectoria, tanto en lo que se refiere a los problemas como a los métodos y la epistemología.

3. Los repertorios de movilización

Dos obras clave —The Contentious French (Tilly, 1986) y Popular Contention in Great Britain (Tilly, 1995)— suponen el punto de inflexión de la lógica estructuralista de explicación de Tilly. Pero además, en la primera de estas obras llama sobre todo la atención el abandono del tratamiento estadístico propio de los libros de los años setenta, y el retorno de una narrativa histórica más parecida a la empleada en su día en The Vendée. Ahora bien, a esta narrativa histórica que abarca conflictos y movilizaciones populares durante más de cuatros siglos (1598-1984) y en cinco regiones de Francia, subyace aún una lógica explícitamente estructural o, más exactamente, dado el creciente peso otorgado a los actores sociales y a su papel en el cambio social, estructural-relacional (Lloyd, 1986, p. 279): se busca ahora, en efecto, evaluar de modo sistemático el impacto causal específico de dos grandes e interdependientes procesos de cambio (capitalismo y Estado) sobre la transformación de la acción colectiva. En sus propias palabras de 1984 en Big structures, large processes, huge comparisons: «No existe el cambio social en general. Existen muchos procesos diferentes de cambio a gran escala: la urbanización, la industrialización, la proletarización, la capitalización y la burocratización son procesos que tienen lugar de maneras específicas y coherentes» (Tilly, 1984, p. 51). Así, pues, es preciso circunscribir (relativamente) la investigación: «se trata de procurar las repuestas a una cuestión muy circunscrita: cómo el nacimiento del capitalismo y la concentración del poder del Estado Nacional han influenciado las formas en que el pueblo luchaba, con o sin éxito, a favor de sus intereses comunes» (Tilly, 1986, p. 14).

Pues bien, el argumento se desarrolla como sigue: 1) las grandes transformaciones estructurales promovidas por el desarrollo del capitalismo y la construcción del Estado, 2) modifican los intereses, las oportunidades y las organizaciones de diversos grupos populares, y todo ello 3) altera, a su turno y significativamente, las formas de lucha de clases tradicionales. Al hilo de este argumento, a primera vista continuista, sin embargo, se iban a introducir novedades de no escaso relieve.

Por una parte, el capitalismo implicaba concentración de capital y trabajo asalariado, siendo esta proletarización el factor decisivo (provocando el declinar de las formas tradicionales de vida), y generaba de este modo sus propios conflictos: entre capital y trabajo, en pro de la apropiación de los recursos escasos disponibles o en mismo el seno del mercado, etc. Por otra, el Estado nacional implicaba un creciente control centralizado del territorio, y ello en una doble dimensión: 1) crecimiento del aparato del Estado, y 2) penetración territorial del mismo, con sus conflictos consiguientes: sustracción forzada y contestada de recursos, erosión de los poderes locales y sus correspondientes resistencias, etc. Ahora bien, la centralización del poder del Estado promovió una «nacionalización de la política» que generó, a su vez, inéditas oportunidades para la acción colectiva, pero también nuevos desafíos, por ejemplo, organizativos y de coordinación.

Sin embargo, la eficacia de los factores estructurales mentados (capitalismo, Estado) no agota aquí de modo alguno la explicación de la acción colectiva: la movilización política posee sus propios determinantes culturales, límites que derivan de las tradiciones, usos, experiencias y hábitos de movilización, esto es, del repertorio de la acción colectiva. Este concepto fundamental aparece en este libro por vez primera en la trayectoria de Tilly, si bien de modo por el momento muy poco preciso: un conjunto más o menos establecido de «medios alternativos de acción común a partir de intereses comunes» (Tilly, 1986, p. 526). El repertorio resulta considerado, a su vez, como un efecto de factores causales varios: 1) hábitos cotidianos y organización interna de la población; 2) tradiciones heredadas de derecho y justicia; 3) experiencias de acción colectiva del pasado; y 4) los modelos estándar de represión empleados por parte de cada Estado. Se supera de este modo un tratamiento adjetivo y residual de los formatos de movilización que se traducía, en From Mobilization to Revolution, por poner un ejemplo de entidad, en la descriptiva e impresionista clasificación de la protesta en tres sucintas modalidades: reactiva, preactiva y competitiva (Tilly, 1978, p. 144).

La central aportación de The Contentious French reside precisamente en detectar y explicar de modo sistemático un cambio del repertorio de acción colectiva que tiene lugar en el siglo XIX. En primer lugar, se constata que un primer repertorio parroquial (centrado en el nivel local) y basado en redes de patronazgo (intercambio de apoyo por favores), predominante desde mediados del s. XVIII hasta mediados del XIX, se verá reemplazado posteriormente por un repertorio nacional (generalizado a todo el territorio del Estado) de acciones autónomas (ajenas a vínculos tradicionales de dependencia). En segundo lugar, tal cambio se explica porque las transformaciones en los dos factores estructurales antevistos, desarrollo del capitalismo y construcción del Estado, esto es, «el nacimiento de un mundo capitalista, burocrático y especializado dominado por gobiernos fuertes, amplias organizaciones y grandes extensiones urbanas» (Tilly, 1978, p. 144) modificaron: 1) los intereses en presencia (desde las comunidades religiosas hasta las clases), 2) las oportunidades disponibles, (nuevos canales nacionales y apertura de un abanico de oportunidades plurales); y 3) los formatos organizativos (consolidación de organizaciones más complejas, estables y con miembros profesionales).

El punto de no retorno en el camino de progresivo alejamiento del estructuralismo se sitúa, sin embargo, en el principal libro resultado del gran proyecto de investigación sobre el Reino Unido: Popular Contention in Great Britain (1758-1834) (Tilly, 1995). En esta obra se describe y se explica un fundamental cambio del repertorio de movilización en Gran Bretaña entre el siglo XVIII y el XIX. Ante todo, sin embargo, se refina el concepto mismo de repertorio como «limitado conjunto de rutinas que son aprendidas, compartidas y practicadas mediante un relativamente deliberado proceso de selección» (Tilly, 1995, p. 198). Pero esto implica no sólo mayor precisión sino una ampliación sustantiva de los factores explicativos favorecidos hasta el momento por el autor, toda vez que los repertorios ahora: 1) son conceptuados como modos establecidos de plantear protestas y demandas; y por lo tanto 2) creaciones culturales aprendidas e insertas («embedded») en identidades colectivas establecidas y relaciones sociales específicas, que 3) se generan en el seno mismo de las luchas políticas; 4) condicionan y restringen la matriz de modos de interacción disponibles de las luchas populares; y, en fin, 5) cambian de modo lento e incremental al hilo de las experiencias y las transformaciones del contexto social y político. Resulta tentador ver aquí los ecos del concepto de «estructura» que Sewell proponía por aquellas fechas, en polémica con Giddens, distanciado del marxismo y el estructuralismo: «esquemas culturales y conjuntos de recursos que apoderan y constriñen la acción social y tienden a ser reproducidos por tal acción» (Sewell, 2005, p. 151).

En segundo lugar, se analizan sistemáticamente, mediante un análisis estadístico de más de 8.000 eventos («contentious gatherings»), las características de ambos repertorios. El repertorio del siglo XVIII es retratado como: 1) parroquial (desarrollado generalmente en el seno de una sola comunidad), 2) bifurcado (caracterizado por una permanente escisión entre los ámbitos local y estatal), y 3) particular (con grandes variaciones de localidad a localidad). Por el contrario, el repertorio de movilización del siglo XIX se caracteriza como: 1) cosmopolita (esto es, supralocal, coordinado en amplios espacios territoriales); 2) modular (transferible y exportado fácilmente a otros lugares); 3) autónomo (no mediado por lazos clientelares y locales, y dirigido directamente a centros de poder en el nivel estatal). Tarrow ha llamado la atención sobre cómo en torno al concepto mismo de «evento» o «acontecimiento» («event») Tilly inicia un itinerario propio alejado tanto de 1) la noción de «Gran Evento» de Sewell —aquel que cambia drásticamente el curso de la historia (i.e.: la toma de la Bastilla)—; como de 2) la metodología del «Event counts» de Kriesi u Olzak —recopilación de multitud de pequeños acontecimientos susceptibles de tratamiento estadístico—. Por el contrario, se decantará por un estudio de la dinámica interna de la protesta a través de una técnica de análisis automático de textos (noticias) que vinculan verbos y objetos, lo que permite analizar las conexiones entre actores y los mecanismos internos (entre ellos: escalada, faccionalización, radicalización, etc.) (Tarrow, 2008, p. 234). Posición que Tilly mantendrá y desarrollará, en colaboración con Takeshi Wada, hasta su última e importante obra Contentious Performances (Tilly, 2008, pp. 50-59).

Ahora bien, lo verdaderamente decisivo en este libro es el desplazamiento de la lógica de la explicación a que se procede en el mismo respecto a obras anteriores. En efecto, Tilly sigue postulando la necesidad de dar cuenta del impacto que los dos factores estructurales clave —la construcción de un Estado orientado a la guerra y el crecimiento de una economía capitalista— ejercen sobre los repertorios de movilización y su transformación. Y a ellos dedica las más de cuarenta páginas del muy sólido capítulo II de este texto. Pero, y ello constituye una novedad explicativa capital, la movilización política, reconceptualizada ahora como lucha(«struggle») —abanderando «explanations of popular contention in terms of struggle»— se considera como fenómeno dotado de propia autonomía, y no mero reflejo adjetivo de los cambios en la organización de la producción o la estructura del Estado (Tilly, 1995, p. 37). Pero esto reenvía, a su vez, a una puesta en primer plano de las hasta ahora preteridas dimensiones culturales de los repertorios. Este esbozo de giro culturalista evita, sin embargo, explícitamente, deslizarse hacia un culturalismo constructivista posmoderno que reduzca las experiencias sociales a un «texto sin sujeto» («agentless text») y considere la cultura a modo de, en gráfica expresión del autor, «numinous cloud hovering over social life, shifting in its own winds, and producing social actions as rain or snow» (Tilly, 1995, p. 40). Pero permite a Tilly, por vez primera, adoptar un innegable y explícitamente asumido constructivismo relacional-realista que inaugura toda una nueva perspectiva explicativa de esquiva complejidad: «Las conexiones de causa y efecto entre las condiciones materiales, las identidades colectivas, las relaciones sociales, las creencias compartidas, los recuerdos y experiencias, la interacción colectiva y la reordenación del poder» (Tilly, 1995, p. 39).

El concepto clave aquí, el que marca la diferencia, es el de interacción. De este modo, por una parte, las transformaciones del repertorio se siguen explicando, sobre todo, mediante las nuevas oportunidades abiertas por los factores estructurales de la progresiva concentración de capital (desarrollo del capitalismo mercantil) y en el aumento y modificación del poder del Estado (parlamentarización). Pero se añade ahora un nuevo énfasis en la interrelación de las organizaciones, movimientos y luchas con las autoridades, enemigos y aliados, la cual, a su vez, genera «grandes cambios en la estructura británica de poder» (Tilly, 1995, p. 16). La lucha popular incide, pues, y de modo decisivo, provocando cambios de relieve, en la política nacional en modos y direcciones varios; en abigarrada síntesis: 1) forzando negociaciones con los gobernantes (ampliación de derechos, por ejemplo); 2) incitando políticas represivas del Estado (creación de la Policía Metropolitana, entre otros cuerpos); 3) transformando las alianzas políticas horizontal y verticalmente (Queen Caroline Affair); 4) estimulando contradicciones y enfrentamientos en el seno de la elite dominante (reforma parlamentaria); y 5) alteración de las estructuras estatales de restricción del poder (extensión de sufragio).

De este modo, los factores estructurales: desarrollo del Estado, capitalización, urbanización y crecimiento de la población no cierran —«constrained but not determine»— una explicación que añade un cuarto factor sustantivo de carácter interactivo: la historia autónoma de creencias y recuerdos compartidos, precedentes de lucha, vínculos sociales, etc., que se consolidan mediante los repertorios de movilización. Tilly adopta aquí una concepción que ya no es en rigor estructuralista, sino estructural-relacional, esto es, dual o mejor dualista (Bhaskar, 1979, p. 44; Giddens, 1976, p. 161; Mouzelis, 1991, p. 37) en la que las estructuras sociales (capitalismo, Estado) constituyen la precondición y causa material y, a la vez, el resultado (no inmediato, no intencional) de la agencia colectiva; y la acción y la movilización es consciente o inconscientemente producción creativa y transformadora o, en su caso, mera reproducción (si bien necesaria) de las estructuras sociales existentes. Pero la despedida del estructuralismo y la adopción de una posición dualista relacional centrada definitivamente en la interacción, que hace su aparición en Popular Contention in Great Britain, va a implicar, a su vez, un doble y muy profundo giro temático y ontológico/epistemológico en la obra de Tilly; a saber: 1) la prioridad analítica de la política y del Estado, y 2) una nueva morfología de explicación basada en mecanismos y procesos. Veámoslo de modo sucesivo.

4. Capital, ciudades y Estados

Será en dos obras de los años noventa, sin embargo, donde se producirán los cambios de más relieve, un verdadero punto de inflexión, en el modelo de explicación de Charles Tilly: la magistral Coercion, Capital and European States (Tilly, 1990) y la de menor alcance, European Revolutions (Tilly, 1993). El interés de Coercion, Capital and European States. A.D. 990-1990, sin duda una de sus obras mayores, reside precisamente en sancionar un doble desplazamiento, que no ruptura, en su trayectoria: 1) la centralidad relacional del Estado y sus relaciones genéticas y constitutivas con la guerra; y 2) el inicio de una nueva lógica explicación que, más allá de la historia o la estructura, atiende a los procesos y los mecanismos implicados en los mismos. Ahora bien, 3) este desplazamiento, a su vez, resulta de todo punto decisivo para iniciar un largo camino hacia la articulación en un mismo modelo de las que constituían hasta ese momento las dos líneas mayores de toda su investigación: movilización y protesta de un lado, construcción del Estado por otro. Líneas que, en su calidad de estrecho colaborador a partir de estos años y crítico amistoso, Sydney Tarrow le reprochaba, se mantuvieron huérfanas de conexión durante algún tiempo, discurriendo en ajenidad y diferentes ritmos, la una de la otra (Tarrow, 2008 a y b).

La tesis de que la guerra y la preparación para la guerra es la causa principal de la construcción de los Estados (y sus principales componentes institucionales), aún más, la hipótesis teórica de que la estructura del Estado es una suerte de subproducto (resultado imprevisto) de los esfuerzos de los gobernantes para hacerse con los medios precisos para hacer frente a las guerras, reenvía a una nueva y sustantiva centralidad de la interrelación entre estructuras y actores: 1) por una parte, entre Estados y súbditos/ciudadanos; y 2) por otra, a los enfrentamientos militares entre los Estados. La fórmula resulta bien conocida: la guerra forjó Estados y viceversa. Se supera así el residual instrumentalismo, la consideración del Estado como un aparato al servicio de la clase dominante, característico de las fases previas de la obra de Tilly, que con tanta agudeza criticara Skocpol en su análisis estructural de States and Social Revolutions (Skocpol, 1979, p. 56). Para Skocpol, precisamente, en una perspectiva abiertamente política, organizativa y realista: 1) no fueron tensiones externas sino internas y estructurales de los Estados, su crisis y derrumbe, las que propiciaron las revoluciones francesa o rusa, si bien conjuntamente con otro factor causal: 2) las estructuras sociopolíticas agrarias que facilitaron los levantamientos campesinos contra los terratenientes (Skocpol, 1979, p. 154). De modo muy revelador del itinerario de (auto)corrección del estructuralismo inicial de Tilly, éste criticaba en 1984 —en Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons— pese a su indisimulada sintonía con las líneas generales del mismo, el argumento de Skocpol referido al caso de Francia, por minimizar las diferencias y la irregular distribución de las luchas rurales contra la expansión del capitalismo, así como las diferencias organizativas y de intereses entre campesinos arrendatarios (aparceros) y proletarios agrícolas, que facilitaron en última instancia el triunfo de una coalición burguesa (Tilly, 1984, p. 124).

Ciertamente, los tradicionales factores estructurales de Tilly desde The Vendée hacen su aparición aquí como causas explicativas: ciudades, capitalismo, Estados. A ello se añade una residual perspectiva estructural-funcional: serán los requerimientos funcionales de la guerra los que expliquen la aparición de la institución estatal, sus componentes principales y sus variaciones adaptativas, como acertadamente le reprocharía Spruyt en una obra de referencia al respecto (Spruyt, 1994, p. 32). Serán, precisamente y sobre todo, las distintas combinaciones de recursos e instituciones, de capital y coerción, las que expliquen no sólo el surgimiento de los Estados sino —lo que constituye una aportación asimismo fundamental de Tilly en esta obra— los diferentes tipos e itinerarios de surgimiento de los mismos. Así, una eficacísima combinación de capital y coerción (coerción capitalizada), de integración de capital urbano y de movilización proto-nacional de los súbditos/ciudadanos, caracterizará los modelos más exitosos de Francia e Inglaterra. Y esto a diferencia de lo ocurrido con los procesos más lentos o fallidos, por unilaterales, de intensiva coerción, en regiones de predominio agrícola y pocas ciudades (Rusia, por ejemplo) o intensivas en capital, zonas de múltiples ciudades y predominio comercial (ciudades-Estado italianas, por ejemplo). Una descompensación, de diverso origen, en el binomio de la coerción capitalizada volverá a estos y otros formatos institucionales mucho más precarios e ineficaces en la construcción de un Estado: prevalencia de la dispersión territorial del poder de la nobleza, en el primer caso; inestabilidad estructural en razón de conflictos internos y fragmentación en pequeños territorios, en el segundo.

Debemos subrayar aquí un movimiento epistemológico decisivo: una lógica de la explicación estructural-funcionalista (Causa = guerra – Efecto = Estado) se da ya aquí la mano con una subyacente, si bien implícita, morfología de la explicación funcional (Van Parijs, 1981) mediante dos mecanismos macro: 1) mecanismo de selección natural (supervivencia de los Estados con más territorio, recursos y adecuada institucionalización) y 2) mecanismo de refuerzo (desarrollo y generalización de instituciones —hacienda pública, administración centralizada, ejército permanente, asambleas parlamentarias, etc.— que muestran un superior rendimiento funcional en el sistema competitivo de Estados). En esta primera aparición, no elaborada e implícita, Tilly emplea un concepto en estado práctico de mecanismo como algo más que una mera conexión causal dentro de unidades relativamente delimitadas que constituyen partes de una estructura más amplia. Es preciso destacar, además, que nuestro autor postula, ya en estos iniciales momentos, mecanismos a nivel macro en completa ajenidad a 1) la lógica de una explicación de elección racional y 2) la procura de microfundamentos para una explicación que se desarrolla en lo fundamental en el nivel macro tanto en lo que respecta a la estructura como a la acción. Precisamente en este último aspecto, la guerra tendrá, además, un nexo causal adicional con las revoluciones: «todas las grandes revoluciones europeas y muchas de las pequeñas se iniciaron con tensiones creadas por la guerra» (Tilly, 1990, p. 261).

Pero a los factores estructural-funcionales Tilly añade otros ya estrictamente relacionales (Bhaskar, 1979, p. 51), que conectan la acción colectiva con las estructuras sociales y políticas; a saber: las luchas y negociaciones de los gobernantes con los gobernados. La población se resistía a la toma directa de hombres, alimentos y armas, lo que generó mecanismos indirectos de recaudación de impuestos y la construcción de una hacienda pública. Pero de esta suerte, tanto la resistencia como la cooperación de la nobleza, la burguesía urbana, los artesanos, los campesinos y otros actores crearon y recrearon la estructura del Estado a largo plazo. Así, por ejemplo, las instituciones representativas no resultan explicadas en el argumento de Tilly desde una evolución autónoma de la estructura estatal, sino como efecto derivado, como concesiones de mecanismos consultivos, inicialmente fiscales, arrancadas a los gobernantes en el proceso de enfrentamiento con los diversos órdenes y clases y la permanente negociación de los medios necesarios (impuestos y levas) para la guerra.

Sin embargo, y al margen de la complejidad de los procesos de construcción de los Estados que Tilly detalla, y cuyo alcance ontológico/epistemológico enseguida veremos, Coercion, Capital and European States adolece de una patente falta de articulación entre la movilización y el conflicto internos, por una parte, y la específica estructura institucional de los diferentes formatos político-institucionales en competencia, por otra. Anderson, Spruyt y Tarrow, entre otros, han apuntado a que la atención a la guerra como motor externo del proceso que pone en marcha una serie de requerimientos funcionales que hay que responder institucionalmente —Tilly, de hecho, explica la guerra, porque funciona: «war functions»— y considerados como factores causantes de la estatalización, debe completarse con la debida atención a las coaliciones políticas que rigen los destinos de los diversos sistemas políticos (ciudades-Estado y monarquías territoriales centralizadas, por ejemplo), y a la capacidad de las instituciones políticas de superar (o no) los conflictos de intereses. De tal modo que resulta de todo punto decisivo el hecho de que éstos irrumpan, ora de modo directo e inmediato (Italia), ora indirecto e institucionalmente mediado (Francia) en el escenario político: introduciendo en el primer caso incertidumbre, crisis de confianza y legitimidad, arribismo sistemático y desembocando con mayor o menor facilidad en conflictos extrainstitucionales (Anderson, 1974; Spruyt, 1994, p. 32; Tarrow, 2004).

Pero hay todavía una última novedad referida a la morfología de la explicación en Coercion, Capital, and European States que supone una discontinuidad en la trayectoria de Tilly, si bien todavía no debidamente sustantivada a estas alturas de su obra. En síntesis: el abandono de una morfología estructuralista de explicación y una lógica espacial (de causación «geológica» de profundidad/causa hacia superficie/efecto) en favor de una lógica temporal, y una correlativa morfología centrada en procesos políticos («process-tracing»), teóricamente informada y basada, como hemos visto, en mecanismos. Así, el proceso dinámico de construcción de los Estados se explica mediante la concatenación, histórica y espacialmente diferenciada según los casos, de diversos mecanismos que catalizan la relación genérica entre la causa (la guerra y la preparación para la guerra) y su efecto (la construcción del Estado), interviniendo secuencialmente y de modo estrechamente interactivo: 1) mecanismo de extracción: levas, impuestos, etc.; 2) mecanismos de protección: defender a los apoyos sociales de los ataques internos y externos; 3) mecanismos de arbitraje de las tensiones y conflictos entre los diferentes grupos sociales en presencia; 4) mecanismos deredistribución: corrigiendo los fallos del mercado y las tensiones nacidas de la desigualdad; y, en fin, 5) mecanismos de producción: intervención del Estado para producir directamente, extraer determinados minerales, controlar los mercados de determinados bienes de subsistencia, etcétera.

Debe ponerse de relieve esta muy innovadora aportación de Tilly mediante la explicación atenta a los mecanismos, lo cual marca la diferencia en el seno del conjunto de teorías basadas en los procesos y evolución del Estado de autores clásicos como Hintze, o contemporáneos como Michael Mann o Perry Anderson.

Por su parte el interés, a todos los efectos menor, de European Revolutions, 1492-1992 (Tilly, 1993) radica menos en su aportación sustantiva al análisis de las Revoluciones —relacionándose aquí de nuevo por el autor la estructura del Estado con la organización social, las constelaciones de actores en presencia y la guerra, muy por debajo en sofisticación de las obras de Skocpol (1979), Goldstone (1991) o Brenner (1993)— que en la clara reivindicación, por vez primera, de una morfología de la explicación en términos de procesos y mecanismos causales. En efecto, en este libro se rechaza, de entrada, la posibilidad misma de formular «leyes», «pautas y condiciones recurrentes» (leyes de cobertura) de las diferentes revoluciones, para pronunciarse explícitamente por mostrar los recurrentes mecanismos causales que intervienen en un amplio abanico de procesos revolucionarios. En breve, se procede de modo muy claro y conciso en orden a demostrar (o «ilustrar», como prefería decir Tilly): 1) que determinados mecanismos (de sucesión, de cooptación, de lucha, de resolución de conflictos…) intervienen en la mayoría de las revoluciones; 2) que esos mecanismos se sitúan principalmente en los procesos del funcionamiento ordinario y la transformación de los Estados; 3) que operan e interactúan a pequeña escala y no en grandes secuencias, en cambios lineales de vastas estructuras sociales o mediante fuerzas históricas universales; 4) que la variación en la naturaleza, desarrollo y efectos de las revoluciones se explica por la modificación de esos mecanismos; y 5) que estos cambios de mecanismos se produjeron al hilo de las profundas transformaciones que experimentaron las economías, los Estados y los sistemas de Estados europeos, pasando de situaciones revolucionarias comunales, basadas en lazos clientelares y dinásticos, a situaciones revolucionarias basadas en el nacionalismo y la lucha de clases. A estos mecanismos causales, si bien no son clasificados ni analizados aquí en detalle de modo sistemático en ningún momento, los agrupa Tilly genéricamente en tres categorías: 1) los que incentivan las reacciones contra el creciente control y centralización del Estado; 2) los que condicionan el apoyo a tales movilizaciones; y 3) los que regulan la relación de las elites con los desafiantes (Tilly, 1993, p. 29). En este orden de cosas, se analizan mecanismos causales tales como la conjunción de estrategias fiscales y contexto económico en la génesis de la protesta popular, la disponibilidad de aliados de los insurgentes en la consecución de alianzas revolucionarias, las formas de sucesión o las crisis dinásticas como generadoras de vulnerabilidad de los Estados, etcétera.

Debemos ahora prestar la debida atención a las características de esta nueva morfología de la explicación en la obra de Tilly y sus presupuestos ontológicos y epistemológicos.

5. Regímenes y repertorios en interacción: las últimas obras

Solamente tomando en debida consideración este enorme esfuerzo de análisis empírico histórico-comparativo (la investigación cuantitativa y cualitativa que lo condujo desde el impacto de la urbanización sobre la acción colectiva a los procesos y repertorios de movilización) y de clarificación epistemológica (la explicación mediante mecanismos causales y procesos), estamos en condiciones de valorar, situar y dar cuenta en toda su novedad y relieve de las últimas obras de Tilly: Contention and Democracy in Europe (1650-2000) (2004), Trust and Rule (2005), Regimes and Repertoires (2006), Why? (Tilly, 2006) y, sobre todo,Democracy (2007) y Contentious Performances (2008a).

En efecto, la sustantiva y coherente articulación de los procesos de construcción de los Estados y de los repertorios de movilización puede comprenderse de modo cabal si, y solo si, atendemos al autocrítico proceso de elucidación de la lógica explicativa que, presente en inquietudes epistémicas rastreables desde el inicio de su itinerario, se radicaliza por parte de Tilly en los años noventa (2008b). Debemos llamar la atención sobre el hecho de que, en Democracy, los procesos de democratización y desdemocratización en diversos países y épocas son explicados mediante hipótesis teóricas que, si bien «se aplican igualmente a Kazajstán o Jamaica» (Tilly, 2007, p. 23), no dan lugar, empero, a ninguna ley general de cobertura ni trayectoria única, como tampoco a la confección de un catálogo de condiciones necesarias y suficientes. Por el contrario, estas transiciones o involuciones se explican mediante mecanismos recurrentes (eventos que generan similares efectos) que conforman determinados procesos, los cuales combinan aquellos de modo específico con diferentes resultados finales. Esta es la razón de la crítica a los modelos como el de la Poliarquía de Dahl que, pese a adoptar una novedosa explicación atenta a los procesos políticos, proporcionan, sin embargo, un catálogo de rasgos estáticos y no un conjunto de variables continuas e interrelacionadas o en conflicto.

Esta óptica ontológica relacional explicativa de los procesos de democratización y desdemocratización, y su interdependencia, adoptada en Democracy —cuyo título inicial era Democracy, Democratization, De-Democratization, and their Interdependence— asume un ángulo nada sorprendente vista la evolución de nuestro autor: el permanente conflicto entre el Estado y los ciudadanos. Ahora bien, si la perspectiva debe resultar verdaderamente relacional, es decir, ni escorada hacia el Estado, en cuanto organización (dimensión estructural) que controla los medios coercitivos, ni hacia los ciudadanos (dimensión de la acción), debe proveerse necesariamente un concepto o conceptos que permitan operacionalizar en la investigación aquella procura de procesos íntimamente interrelacionados. Pues bien, ésta es la función que desempeña en Democracia y, en general, en estas tres últimas obras de Tilly, el capital concepto de Régimen; a saber: un conjunto dado de relaciones especificadas entre un Estado (en su compleja y plural materialidad institucional) y los ciudadanos (incluidos aquí los principales actores políticos en presencia). De este modo, el espacio político de un Régimen proporciona la posibilidad de analizar sistemáticamente la relación entre el funcionamiento general de los gobiernos y las acciones de contestación o protesta. La noción de Régimen da cuenta, pues, de modo realista de una doble asunción: por un parte, el Estado debe ser considerado como un conjunto de estructuras y prácticas que preexisten, esto es, que constituyen la condición de posibilidad de la movilización; por otra, estas estructuras resultan reproducidas o alteradas por la acción colectiva de la contestación y la protesta. Nótese que el hiato ontológico realista que existe entre Estado y acción colectiva, nos evita, por una parte, 1) el voluntarismo de considerar que el Estado es el producto adventicio de la acción colectiva, eliminando así su autonomía institucional, la cual devendrá clave explicativa, como veremos, en los procesos de democratización; por otra, 2) la reificación estructural de entender que el Estado posee una propia lógica interna institucional y los ciudadanos resultan meros soportes (Träger) o althu-sserianos «portadores de estructuras». Por otra parte, el concepto realista-relacional de régimen se vuelve con toda su productividad teórica hacia los actores y facilita algo de todo punto decisivo: considerar los repertorios de acción como entidades ontológicamente reales, existentes en la práctica y no meras metáforas o conceptos teóricos. Así, los ciudadanos siguen, aprenden, heredan e innovan parcial e incrementalmente los repertorios recibidos, como una suerte de herencia de capital estratégico. Pero de este modo, las políticas del Estado y las movilizaciones de protesta, en mutua interacción, generan a su vez modificaciones de los repertorios. Dicho de otro modo, las acciones (en el sentido teórico específico, ahora, de «performances») y repertorios son causalmente coherentes, de tal modo que factores similares operan en una amplia gama de instancias, y a la vez simbólicamente coherentes, pues una vez que existen adquieren sentido propio, lo que facilita su transmisión e innovación.

De ahí, también, la posibilidad epistemológica de selección, muy precisa y sistemática, de los principales procesos y mecanismos inherentes a cada uno de ellos que explican la democratización (Tilly, 2004, p. 25; 2007, p. 50): 1) la integración de las redes interpersonales de confianza en el ámbito público (a través de mecanismos como la desintegración de redes tradicionales, la expansión de grupos excluidos del acceso al intercambio con redes, etc.); 2) la autonomización de las instituciones respecto a las desigualdades de clase (procesos económicos de igualitarismo, políticas públicas universales, funcionarización del Estado, etc.); 3) la neutralización o eliminación de los centros de poder autónomos competitivos con el Estado, lo que permite el mayor control de los ciudadanos sobre las decisiones políticas (formación de coaliciones entre elites y actores colectivos, cooptación de poderes intermedios, etc.) (Tilly, 2007, p. 50).

De especial interés resulta el nuevo concepto de redes de confianza (trust networks) fundadas en relaciones y no meras disposiciones. Así, para el autor, no toda red es una red de confianza en razón de que estas últimas requieren una relación de mutuo reconocimiento entre sus miembros proyectada hacia el futuro. De este modo, diferentes tipos de régimen diferirán en, asimismo diferentes, relaciones entre las redes de confianza y los centros de poder (segregación, integración o conexiones negociadas por ejemplo) (Tilly, 2005 a y b).

Debemos añadir que los tres principales procesos especificados por Tilly apuntan todos ellos a la autonomía relacional del Estado —en una línea que conecta a estos solos efectos con la «óptica estructural» de Theda Skocpol (1969) o del «poder organizativo polimórfico» de Michael Mann (1986)— y, por ende, a la centralidad de su concepto de capacidad estatal; a saber: el alcance con que las intervenciones de los agentes estatales sobre las redes, recursos o actividades no estatales, modifican la distribución previa de esos recursos, redes y actividades y sus mutuas relaciones. De ahí el difícil, por no decir imposible, equilibrio: ninguna democracia puede funcionar si el Estado es débil y carece de la capacidad de controlar la toma de decisiones y llevarlas a la práctica en todo su territorio, al tiempo que un exceso de intervención y control estatal puede muy bien erosionar la democratización. De este modo se venía a cubrir definitivamente una laguna en la investigación inicial sobre el Estado con la que el propio Tilly iniciaba su andadura en los setenta (The Formation of National States in Western Europe), en los que la atención unidireccional a la estructura impedía prestar la debida atención a «las mediaciones representativas entre la sociedad y el Estado y sobre el significado de la capacidad estatal» (Katznelson, 2003, p. 285).

Sin embargo, como atestiguan las trayectorias de sus dos autores de referencia en Democracy —Robert Dahl, desde la investigación empírica en Poliarchy (Dahl, 1971) hasta la teoría normativa de la democracia en Democracy and its critics (Dahl, 1989); y Mark Warren, desde la teoría normativa de la democracia hasta la necesidad contextualista de los análisis empíricos en Democracy and Trust y Democracy and Association (Warren, 1999, 2001)— la investigación de la democracia suscita a Tilly un problema epistemológico que, sin embargo, nunca llegaría a plantearse: la necesidad de explicitar y elaborar los presupuestos teórico-normativos desde los que formular los problemas y las preguntas de investigación.

Ahora bien, ni estados ni regímenes agotan para Tilly la complejidad del contexto político que debe ser analizado para dar cuenta del complejo escenario en el que se desarrolla la interacción de los ciudadanos con las instituciones. En este orden de cosas, en su última obra, Contentious Performances, procede a una concreción de aquél en tres dimensiones de mayor a menor escala: 1) regímenes; 2) Estructura de Oportunidades Políticas, y 3) situaciones estratégicas de los actores en conflicto.

Esta novedosa e iluminadora perspectiva estratégica, que resulta tan sólo postulada sin un verdadero desarrollo sistemático, patentiza la radicalidad de su alejamiento del estructuralismo, el funcionalismo y el positivismo, deviene resultado último, sin embargo, de la ontología realista relacional previamente adoptada por el investigador y la nueva morfología explicativa facilitada por aquélla. En apretada síntesis, un proceso interactivo ideal-típico entre actores e instituciones procedería como sigue: desde arriba (óptica Top Down) 1) las características del régimen condicionan la apertura o cierre de 2) la estructura de oportunidad política, la cual a su vez afecta de modo decisivo a las 3) estrategias adoptadas por los actores colectivos. Desde abajo (óptica Bottom Up) la experiencia previa de la movilización consolida 4) los repertorios estables y en mayor o menor medida consistentes de movilización que limitan 5) las opciones estratégicas disponibles efectivamente por los actores, y 6) las variedades de la protesta en cada una de las coordenadas espacio-temporales específicas; estas últimas (las variedades de protesta), a su vez, abren 7) nuevas ventanas de oportunidad política, hasta el momento inexistentes y alteran, finalmente, 8) los regímenes originarios.

El análisis de la democratización como un proceso dinámico, siempre incompleto y amenazado de involución, de interacción entre regímenes y repertorios de movilización, debe inscribirse, pues, en la morfología de la explicación específica del último Tilly (Máiz, 2010) mediante: 1) mecanismos causales siempre macro, incluso allí donde hubiera resultado muy beneficioso incorporar fundamentos micro (Tilly, 2007, pp. 23, 95, 131), y 2) procesos interactivos entre actores e instituciones. La solidez de la posición epistemológica tan trabajosamente alcanzada al final de su trayectoria intelectual —el realismo relacional— queda patentizada en una obra publicada el año anterior a Democracy, nos referimos a Why? Incluso aquí, en este libro por tantos motivos insóli-to en su bibliografía (Aguilar y Funes, 2010), destinado a analizar «el lado social de dar explicaciones», el autor mantiene, desde una perspectiva militantemente ajena a la procura de microfundamentos y al individualismo metodológico, que «dar explicaciones comporta siempre una amplia dimensión de trabajo social», toda vez que dar razones es una actividad comunicativa y relacional que «crea, confirma, negocia o repara relaciones entre las partes implicadas» (Tilly, 2006, p. 173).

Nada sorprendente resulta a la luz de todo lo antevisto que, al clarificar y revisar en profundidad sus viejos argumentos y análisis histórico-comparados sobre la democratización y la involución democrática (presencia de centros autónomos de poder coercitivo vs. incremento de la influencia popular sobre la esfera pública y control de ésta sobre el Estado), algunos de los cuales se remontan a La Vendée, Tilly afirme sin ambages: «Considero Democracia como la culminación y síntesis de todo mi trabajo sobre este tema» (Tilly, 2007, p. XI).

Referencias

AGUILAR, S. y FUNES, M. J. (2010), «Modelos, mecanismos y procedimientos: de lo macro a lo micro en la obra de Charles Tilly» en M. J. Funes, A propósito de Tilly, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas.

ANDERSON, P. (1974), Lineages of the Absolutist State, Londres, New Left [ed. cast.: El Estado absolutista, Madrid, Siglo XXI, 2007].

BHASKAR, R. (1979), The Possibility of Naturalism, Brighton, Harvester Press.

BRENNER, R. (1993), Merchants and Revolution, Cambridge, Cambridge University Press.

DAHL, R. (1971), Poliarchy, New Haven, Yale University Press [ed. cast.: La poliarquía: participación y oposición, Madrid, Tecnos, 2009].

— (1989), Democracy and its Critics, New Haven, Yale University Press [ed. cast.: La democracia y sus críticos, Barcelona, Paidós, 2000].

DIANI, M. (2007), «The relational element in Charles Tilly’s recent (and no so recent) work», Social Networks 29, pp. 316-323.

GIDDENS, A. (1976), New Rules of sociological method, Londres, Hutchinson [ed. cast.: Las nuevas reglas del método sociológico, Buenos Aires, Amorrortu, 1997].

GOLDSTONE, J. (1991), Revolution and Rebellion in the Early Modern World, Berkeley, California University Press.

GURR, T. R. (1970), Why Men Rebel, Princeton, Princeton University Press [ed. cast.: El porqué de las rebeliones, México D.F., Editores Asociados, 1974].

HEDSTRÖM, P. y SWEDBERG, R. (1998), Social Mechanisms, Cambridge, Cambridge University Press.

KATZNELSON, I. (2003), Desolation and Enlightment: Political Knowledge after Total War, Totalitarianism and Holocaust, Nueva York, Columbia University Press.

LLOYD, C. (1986), Explanation in Social History, Londres, Blackwell.

MAHONEY, J. (2003), «Strategies of causal assessments in comparative historical analysis» en J. Mahoney y D. Rueschemeyer, Comparative Historical Analysis in the Social Sciences, Cambridge, Cambridge University Press.

MÁIZ, R. (2010), «Estados y repertorios de protesta: las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly» en M. J. Funes, A propósito de Tilly, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas.

MANN, M. (1986), The Sources of Social Power, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza, 1991].

MOORE, B. (1966), The Social Origins of Dictatorship and Democracy, Boston, Beacon Press [ed. cast.: Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, Península, 2002].

MOUZELIS, N. (1991), Back to Sociological Theory, Londres, MacMillan.

SAYER, A. (1984), Method in Social Science: A realist approach, Londres, Hutchinson.

SEWELL, W. H. (2005), Logics of History, Chicago, Chicago University Press.

SKOCPOL, T. (1979), States and Social Revolutions, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Los Estados y las revoluciones sociales, México, FCE, 1984].

— (1994), Social Revolutions in the Modern World, Cambridge, Cambridge University Press.

SPRUYT, H. (1994), The Sovereign State and Its Competitors, Princeton, Princeton University Press.

TARROW, S. (1996), «The People’s Two Rhythms: Charles Tilly and the Study of Contentious Politics», Comparative Studies in Society and History 38, 3, pp. 586-600.

— (2004), «From comparative historical analysis to “local theory”», Theory and Society 33, pp. 443-471.

— (2008), «Charles Tilly and the practice of Contentious Politics», Social Movement Studies 7, 3, pp. 225-246.

— (2008), «Debating War, States, and Rights with Charles Tilly: A Contentious Conversation», en Contentious, Change, and Explanation, Nueva York, SSRC.

TILLY, C. (1976), The Vendée [1964], Cambridge (Mass.), Cambridge University Press.

— (ed.) (1975), The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press.

— (1978), From Mobilization to Revolution, Reading, Addison Wesley.

— (1981), As Sociology Meets History, Nueva York, Academic Press.

— (1985), Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons, Nueva York, Russell Sage [ed. cast.: Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes, Madrid, Alianza, 1991].

— (1986), The Contentious French, Cambridge (Mass.), Belknap Press.

— (1990), Coercion, Capital, and European States, A.D. 990-1990, Oxford, Blackwell [ed. cast.: Coerción, capital y los Estados europeos, Madrid, Alianza, 1992].

— (1993), European Revolutions, 1492-1992, Oxford, Blackwell [ed. cast.: Las revoluciones europeas, 1492-1992, Barcelona, Crítica, 1995].

— (1995), Popular Contention in Great Britain, 1758-1834, Cambridge, Harvard University Press.

— (1997), Roads from past to future, Lanham, Rowman & Littlefield.

— (2002), Stories, Identities, and Political Change, Lanham, Rowman & Littlefield.

— (2003), The Politics of Collective Violence, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Violencia colectiva, Barcelona, Hacer, 2007].

— (2004), «Social Boundary Mechanisms», Philosophy of the Social Sciences 34, 2, pp. 211-236.

— (2004), Contention and Democracy in Europe, 1650-2000, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Contienda política y democracia en Europa, 1650-2000, Barcelona, Hacer, 2007].

— (2004), Social Movements, 1768-2004, Boulder, Paradigm.

— (2005b), Identities, Boundaries, and Social Ties, Boulder, Paradigm.

— (2005a), Trust and Rule, Cambridge, Cambridge University Press.

— (2006), Regimes and Repertoires, Chicago, Chicago University Press.

— (2006), Why?, Princeton, Princeton University Press.

— (2007), Democracy, Cambridge, Cambridge University Press.

— (2008), Explaining Social Processes, Boulder, Paradigm.

— (2008), Contentious Performances, Nueva York, Cambridge University Press.

TILLY, C. y SHORTER, E. (1974), Strikes in France, 1830-1968, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Las huelgas en Francia, 1830-1968, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1985].

TILLY, C.; TARROW, S. y MCADAM, D. (2001), Dynamics of Contention, Cambridge, Cambridge University Press [ed. cast.: Dinámica de la contienda política, Barcelona, Hacer, 2005].

TILLY, C.; TILLY, L. y TILLY, R. (1975), The Rebellious Century, Cambridge (Mass.), Harvard University Press [ed. cast.: El siglo rebelde, 1830-1930, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997].

VAN PARIJS, P. (1981), Evolutionary Explanation in the Social Sciences, Londres, Tavistock.

— (1990), Le modèle économique et ses rivaux, Ginebra, Droz.

WALLERSTEIN, M. (1974-1989), The Modern World System, Nueva York, Academic Press [ed. cast.: El moderno sistema mundial, 3 vols., Madrid, Siglo XXI, 1979-1999].

WARREN, M. (1999), Democracy and Trust, Cambridge University Press.

— (2001), Democracy and Association, Princeton, Princeton University Press