El falso problema de la intersubjetividad

Lo que muestran las filosofías de la comunidad, en su incapacidad para resolver la paradoja de la proximidad y la distancia, de la unión y de la separación, es que la intersubjetividad, como común presencia de las conciencias, es un problema filosófico que nos obliga a pensar en falso. Merleau-Ponty había acertado en no pretender ofrecer una solución más a las aporías de la intersubjetividad, al mostrar que esa escena es precisamente el origen ficticio de todas las dificultades y de todas las frustrantes nociones de comunidad que se derivan de ella. El camino es desmontar la escena misma como prejuicio que no nos deja pensar, como la cárcel que nos impide explorar las verdaderas articulaciones del entre.

En un ensayo titulado «El filósofo y su sombra», dedicado a Husserl, Merleau-Ponty presenta a su maestro como un buceador que, zambulléndose en el pozo de su conciencia, sale a mar abierto y descubre el mundo. «Redescubre la identidad del "entrar en sí" y "salir de sí" que para Hegel definía el absoluto»[106] pero en ese movimiento de entrada y de salida no emerge el punto de vista de la totalidad auto-transparente sino el de un horizonte inacabado, con sombras y opacidades. El mar abierto de Husserl es el mundo de la vida. La filosofía de la conciencia apunta así, más allá de sí misma, a una rehabilitación ontológica del ser sensible. Pero Merleau-Ponty nos avisa: este camino es el impensado de Husserl, la sombra que proyectan las luces de lo que efectivamente pensó. Recorrer los márgenes e indicios de esta sombra, de este impensado, es lo que Merleau-Ponty se propone. Llevar hasta sus últimas consecuencias esta filosofía que en vez de sobrevolar el mundo se zambulle en él para encontrar su secreto: «El secreto del mundo que buscamos tiene que estar contenido en mi contacto con él»[107].

Pensar desde ahí pone en marcha un pensamiento que hace de la fenomenología la puerta de entrada a una ontología del ser sensible, expresivo y común. Una filosofía de la inmanencia, una filosofía de la promiscuidad[108]. En todo caso, una filosofía que lleva la fenomenología del Yo y de la conciencia a su propia imposibilidad. Merleau-Ponty puede dar el vuelco a la filosofía de la conciencia y encaminarse hacia otra relación con la verdad porque pone en la raíz del pensamiento filosófico la experiencia del nosotros. Su zambullida, a diferencia de la de Husserl, no se da desde la conciencia de un Yo singular, sino en el campo de relaciones de un Yo puesto en plural.

Nuestra relación con lo verdadero pasa por los otros. O bien vamos a lo verdadero con ellos, o no es hacia lo verdadero donde vamos. Pero el colmo de la dificultad es que, así como la verdad no es ningún ídolo, los otros tampoco son dioses. No hay verdad sin ellos, pero no basta estar con ellos para alcanzar la verdad[109].

La decisiva intervención de Merleau-Ponty en el problema filosófico de la intersubjetividad es desbordar y anular su esquema básico, que es la relación basada en la idea de alteridad. El esquema de Ego-Alter Ego plantea el problema de la alteridad desde la separación (desde el frente a frente) y, por tanto, como un problema de acceso al otro. Por eso está asociado a la cuestión del solipsismo, tanto moral como epistemológico, y al problema del reconocimiento. La intersubjetividad es un problema típicamente moderno, propio de una filosofía que ya ha hecho del sujeto y de su conciencia el pilar central y soberano de la metafísica. Y las filosofías de la existencia lo reciben a través de dos planteamientos básicos: en el siglo XIX, a través del modelo hegeliano de la lucha entre conciencias y en el siglo XX, a través de las paradojas husserlianas Sobre el acoplamiento trascendental y la comunidad fenomenológica. Que la subjetividad es intersubjetiva es pensado, en el primer caso, desde un modelo dialéctico en el que la negatividad de la relación entre las conciencias apunta, a través de la lucha, la dominación y el reconocimiento, a un nosotros final. En el segundo caso, a través de un modelo fenomenológico para cuyas descripciones de la corriente de vivencias puras de la conciencia el nosotros sólo puede emerger como una paradoja, en la tensión entre el análisis trascendental y la fidelidad a la experiencia.

Merleau-Ponty rompe de raíz el problema de la intersubjetividad como problema del acceso, sea conflictivo o armónico, al otro. No se trata de encontrar una buena y definitiva solución al problema del solipsismo, sino de mostrar que el problema mismo es fruto de un error, que es un falso problema. El punto de partida de este error es el que comete la filosofía reflexiva (de la conciencia o del sujeto) cuando pone al otro «ante mí», como esa conciencia que se esconde tras el objeto que enfrento y que percibo como el cuerpo o como el rostro de otro. «El otro ante mí» es la trampa ante la cual, una vez tendida, la filosofía no puede sino sucumbir: «Ya lo hemos dicho, nunca se podrá comprender que el otro aparezca ante nosotros; lo que hay ante nosotros es un objeto»[110]. Para Merleau-Ponty, enfrentar conciencias e individuos, uno a uno, para buscar en un segundo término su relación, es tanto un error de hecho como un error de principio. Un error de hecho, que la psicología infantil desmiente rápidamente en su análisis de los comportamientos relacionados. Pero sobre todo es un error de principio: presuponiendo la identidad de las conciencias, la filosofía reflexiva nos condena finalmente a la alteridad radical.

No sólo reprochamos a la filosofía reflexiva haber convertido el mundo en noema, sino también haber desfigurado el sujeto de la reflexión al concebirlo como pensante y haber hecho impensables sus relaciones con otros «sujetos» en un mundo que les es común[111].

Para el imperialismo del «yo pienso», la pluralidad de conciencias siempre será un escándalo. Incluso cuando, como en el caso de Sartre, la conciencia se ha vaciado de toda positividad, el yo ha sido defenestrado y sólo queda su mirada. Merleau-Ponty no deja nunca de denunciar el precio filosófico y político del dualismo sartreano del en-sí y del para-sí. Sartre no puede dar razón, filosóficamente, de la intersubjetividad: en su filosofía sólo puede haber una pluralidad de sujetos en lucha, pero nunca una verdadera experiencia del otro. Cuando lo social sólo puede entrar en la filosofía por la vía del alter ego, desde la relación entre conciencias, no se puede pensar ni la situación ni la acción común[112]. Toda dimensión común queda reducida al efecto de una violencia, de una conquista de una libertad sobre otra y la política, a una decisión de mandarines. Merleau-Ponty emprende, filosófica y políticamente, otra vía.

La reformulación de la cuestión de la intersubjetividad está en el centro de esta otra vía. No se trata de explicar mi acceso al otro sino nuestra implicación en un mundo común. La comunicación entre conciencias cede su lugar a la necesidad de explicar una co-implicación o un co-funcionamiento para el que la unidad sustancial del sujeto o del individuo ha sido históricamente un obstáculo. Merleau-Ponty apunta una nueva problemática que tendrá consecuencias filosóficas de largo alcance: explicar ya no la relación entre individuos sino la imposibilidad de ser sólo un individuo será el cometido de una filosofía que tendrá que replantear, de raíz, el sentido de la palabra filosófica y de su pregunta por el ser.