Su hijo sabe lo que necesita
Todos los animales de este mundo comen lo que necesitan. No se encuentra uno, paseando por el campo, bichos muertos porque nadie les dijo que tenían que comer. Cada uno elige, además, la dieta adecuada para su especie; y es tan difícil encontrar a un conejo comiendo carne como a un lobo comiendo hierba.
Los adultos también comemos lo que necesitamos sin que nadie nos diga nada. Las personas que hacen mucho ejercicio comen más, y las que llevan una vida sedentaria comen menos, sin que ningún experto tenga que calcular las calorías y darles instrucciones por escrito. Sí, algunos tenemos cierta tendencia a la obesidad; pero cuando se piensa en lo que podría pasar y no pasa, se da uno cuenta de que nuestro sistema de control de la cantidad de comida es muy bueno. Si usted comiera cada día un poco más de la cuenta, y engordase 20 g diarios, al cabo del año habría ganado 7,3 kg, en 10 años 73 kg (¡más lo que ya pesa ahora!). Si, por el contrario, perdiese cada día 20 g, en ocho o nueve años se habría esfumado completamente, dejando en el suelo un montón de ropas vacías, como los fantasmas de las películas. Y, sin embargo, la mayoría de la gente consigue pesar lo mismo, kilo arriba kilo abajo, durante docenas de años.
Lo mismo en cuanto a la calidad de la dieta. El común de los mortales no sabe ni qué vitaminas necesita, ni qué cantidad de cada una de ellas, ni qué alimentos las contienen (sí, usted sabe que las naranjas llevan vitamina C; pero ¿dónde está la vitamina B1, la B12, el ácido fólico?); pero, a pesar de ello, prácticamente nadie, si no está pasando hambre por motivos ajenos a su voluntad, sufre el escorbuto, el beri-beri, la anemia perniciosa o la xeroftalmia.
¿Cómo nos las arreglamos? Cada persona, cada animal, tiene mecanismos innatos que le hacen buscar los alimentos que necesita y comer la cantidad adecuada. ¿Qué nos hace pensar que nuestros hijos carecen de dichos mecanismos? Las crías de otros animales sí que los tienen. Si a un niño le dejan comer lo que quiere, es lógico pensar que comerá lo que necesita. Pero a aquellos a quienes los razonamientos teóricos no acaban de convencer, tal vez les interese saber que, además de ser lógico, está científicamente demostrado. En los siguientes apartados vamos a explicar cómo los niños eligen su dieta desde que nacen, cambiando la composición de la leche materna; y cómo unos meses después son capaces de elegir por sí mismos una dieta adecuada.
El horario de las mamadas es un mito. Hubo un tiempo en que se creyó que los bebés tenían que mamar cada tres horas, o cada cuatro horas (¡y diez minutos de cada lado, para mayor escarnio!). ¿Se ha preguntado alguna vez por qué diez minutos, y no nueve u once? Evidentemente, son números redondos. ¿Cómo han llegado algunos a creer que un «número redondo» era un «número exacto»?
Por supuesto, los adultos jamás comemos «diez minutos de cada plato cada cuatro horas». ¿Cuánto tardamos en comer un plato? ¡Pues depende de lo rápido que comamos, vaya cosa! A los niños les pasa igual: si maman rápido tardan menos de diez minutos, y si maman despacio tardan más[11].
Si comemos a horas fijas es sólo porque nuestras obligaciones laborales nos lo exigen. Normalmente, en los días festivos nos saltamos totalmente el horario habitual, sin que nuestra salud se resienta en lo más mínimo. Sin embargo, todavía hay gente que cree que los bebés se han de acostumbrar a un horario, con vagas referencias a la disciplina o la digestión.
La comida de los adultos puede esperar. Nuestro metabolismo nos lo permite, y la comida será la misma a una hora que a otra. Pero su hijo no puede esperar. Su sensación de hambre es imperiosa, y la comida cambia si se retrasa. Porque la leche materna no es un alimento muerto, sino un tejido vivo, en constante evolución. La cantidad de grasa en la leche aumenta mucho a lo largo de la mamada: la leche que sale al principio tiene poca grasa, y la que sale al final tiene hasta cinco veces más.
La cantidad media de grasa en la leche en una determinada mamada depende de cuatro factores: disminuye con el tiempo transcurrido desde la mamada anterior (cuanto más tiempo, menos grasa) y aumenta con la concentración de grasa al final de la mamada anterior, el volumen ingerido en la mamada anterior y el volumen ingerido en la mamada actual (la lectora curiosa puede consultar la excelente revisión de Woolridge sobre la fisiología de la lactancia[12]). El niño que toma dos pechos raramente se acaba el segundo, así que podríamos decir, simplificando mucho, que toma dos tercios de leche aguada, y un tercio de leche concentrada. En cambio, el que toma un solo pecho toma mitad de aguada y mitad de concentrada. Si toma leche con menos grasas (y, por tanto, con menos calorías), su hijo puede aceptar un volumen mayor, y por tanto tomar más proteínas… De modo que el bebé que toma 50 ml de cada pecho no está tomando lo mismo que el que toma 100 ml de un solo pecho; y la dieta del que toma 80 ml cada dos horas y del que mama 160 ml cada cuatro horas son totalmente distintas.
El control de la composición de la leche es todavía objeto de investigación, y lo que desconocemos es, probablemente, mucho más que lo que ya sabemos. Por ejemplo, se ha observado que un pecho suele producir leche con más proteínas que el otro. Tal vez sea pura casualidad… o tal vez su hijo pueda elegir, mamando más de un pecho o del otro, una comida con más o menos proteínas.
¿Creía que su hijo comía siempre lo mismo? ¿Pensaba que sería aburrido pasar meses tomando sólo leche? Pues ya ve que con la leche materna no es así. Su hijo tiene a su disposición una amplia carta donde elegir, desde sopas ligeras hasta cremosos postres. Como no puede hablar (ni el pecho podría entenderlo, por otra parte), encarga su menú dando instrucciones al pecho mediante tres claves:
Lo que su hijo hace en el pecho es auténtica ingeniería, para obtener cada día exactamente lo que necesita. El control de su hijo sobre su dieta es total y perfecto cuando puede variar a voluntad las tres claves. En eso consiste la lactancia a demanda: que el bebé decida cuándo ha de mamar, durante cuánto tiempo y si ha de tomar un pecho o los dos.
Cuando se les impide controlar uno de los mecanismos, la mayoría de los bebés consiguen una dieta adecuada maniobrando hábilmente con los otros dos. Así, en un experimento[13] a unos bebés les dieron siempre un solo pecho en cada toma durante una semana, y los dos pechos en cada toma en otra semana (el orden de las semanas era al azar). En teoría, los bebés hubieran ingerido muchísima más grasa a lo largo del día al tomar un solo pecho que al tomar dos. Sin embargo, los bebés modificaron espontáneamente la frecuencia y duración de las mamadas y consiguieron tomar cantidades similares de grasa (pero volúmenes distintos de leche).
Pero el bebé que no puede modificar ni la frecuencia ni la duración de las tomas, ni decidir si toma un pecho o los dos, está perdido: ya no tomará la leche que necesita, sino la que por casualidad «le toque». Si su dieta se aparta mucho de sus necesidades, el bebé tendrá problemas: su peso no será adecuado, o pasará el día hambriento y lloroso. Por eso la lactancia con horario raramente funciona, y el resultado es tanto más catastrófico cuanto más estricto se pretende imponer el horario. El bebé necesita mamar de forma irregular, porque sólo así puede ingerir una dieta equilibrada.
Desde el primer día, aunque aparentemente esté tomando sólo leche, su hijo ha estado eligiendo su dieta entre un amplio abanico de posibilidades, y ha elegido siempre con acierto, tanto en cantidad como en calidad.
Hace ya más de sesenta años, la doctora Davis demostró, en una serie de experimentos, que los niños pueden elegir por sí mismos una dieta equilibrada[14]. Ofrecía a un grupo de niños, entre seis y dieciocho meses de edad, diez o doce alimentos distintos en cada toma. Eran alimentos puros, sin mezclar: zanahoria, arroz, pollo, huevo… Los niños comían la cantidad que querían del alimento que querían, sin que ningún adulto intentase controlar su ingesta. Los mayores comían solitos, a los más pequeños un adulto les daba sin la menor insistencia: empezaba con el primer plato hasta que el niño cerraba la boca, luego el segundo plato, y así hasta el final. Durante meses, el crecimiento de los niños fue normal, y su ingesta de nutrientes adecuada a medio plazo, aunque las variaciones de una comida a otra eran tremendas, «la pesadilla de un dietista». Los niños comían a veces «como un pajarito» y a veces «como un caballo»; y pasaban por rachas en lasque comían sólo uno o dos alimentos durante días, para luego olvidarlos. De una u otra manera, al final se las arreglaban para consumir una dieta equilibrada. Otros estudios más modernos han confirmado que los niños pequeños, cuando se les deja comer lo que quieren, tanto en condiciones de laboratorio[15] como en su propia casa[16], ingieren una cantidad de calorías bastante constante cada día, aunque las variaciones de una comida a otra son enormes.
Hombre, claro, si le dejan sí, o, al menos, suponemos que sí, parece que no hay estudios científicos que lo demuestren. Igual resulta que sólo se atiborran el primer día, y luego se hartan y siguen comiendo una dieta equilibrada.
A los niños (y a los adultos) les gustan mucho los dulces y los salados, y solemos consumir demasiado de ambas cosas. Si disponen de un mecanismo innato para comer lo que necesitan, ¿por qué los niños comen tantas «chuches»?
Para entender por qué falla a veces el mecanismo de control hay que tener en cuenta la teoría de la evolución. Cuando un animal come adecuadamente, vive más y tiene más hijos; por tanto, la selección natural favorece a aquellos animales que muestran una conducta alimentaria adecuada. Pero la selección natural tarda muchos miles de años en actuar, y la conducta que fue adecuada en un momento dado puede dejar de serlo si las circunstancias ambientales cambian.
¿Para qué les servía a los niños de la cueva de Altamira el gusto por lo dulce y por lo salado? No sólo no había chocolate, sino que tampoco había ni sal ni azúcar. Lo más dulce que tenían era la leche materna, su principal alimento, y la fruta, cargadita de vitaminas. Lo más salado, probablemente, era la carne, una fuente importante de hierro y proteínas. Así, sus preferencias les ayudaban a elegir una dieta variada y equilibrada. Pero ahora tenemos caramelos mucho más dulces que la fruta, y «aperitivos» mucho más salados que la carne, y el mecanismo de selección se nos ha descompensado un poco.
Aun así, es sorprendente lo fuerte que es el instinto a la hora de elegir una dieta adecuada. Fíjese en la publicidad: cuanto más insalubre es un alimento, más lo tienen que anunciar. Aperitivos salados, dulces, refrescos… Algunas marcas, que ya venden millones, siguen haciendo anuncios a diario; saben que no pueden descansar ni un momento porque, si no se anunciasen, las ventas bajarían espectacularmente. En cambio, las lentejas, las manzanas, el arroz o el pan no se anuncian casi nunca, y la gente los sigue comiendo.
Por si acaso, los expertos consideran en la actualidad que los niños pueden elegir una dieta sana, a condición de que les demos cosas sanas a elegir. Si usted ofrece a su hijo fruta, macarrones, pollo y guisantes, y deja que él elija qué y cuánto come, seguro que a la larga tomará una dieta adecuada…aunque a lo mejor pasa dos días sólo con guisantes y luego un día sólo con pollo. Pero si le da a elegir entre fruta, macarrones, guisantes y chocolate, entonces nadie garantiza que su dieta sea equilibrada.
En definitiva: la responsabilidad de los padres se limita a ofrecer una variedad de alimentos sanos. La responsabilidad de elegir entre esa variedad y decidir la cantidad que ingiere de cada uno no corresponde a los padres, sino al hijo.