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La decisión final
La Nochebuena y la Navidad, que pasamos junto al doctor, fueron las primeras en las que el turrón de Alicante compartió nuestra mesa. Al parecer, era de una partida de estraperlo que había conseguido doña Justa, de cuyo estante yo había distraído una tableta.
Llegamos a Quintes el 26; un día antes de la reunión, como siempre, para ayudar a las muchachas con los preparativos.
—Gracias a estas reuniones estoy viendo a Manolo más que nunca —dijiste.
Aquella noche los Castiello y Tarzán tomaron posiciones de vigilancia en los alrededores del caserío. Luego fueron apareciendo los demás representantes de las partidas.
En cuanto conseguiste apartar a Ruso de mi lado, Manolo me preguntó:
—¿Qué averiguaste?
—No estoy segura, pero creo que la Guardia Civil no sabe nada.
—Aún queda un mes. Conviene que continúes investigando.
Maldita sea, pensé. Aún no podría desembarazarme del teniente.
Habían entrado al salón y se situaron alrededor de la mesa. Cada jefe de partida entregaba el dinero a Manolo Caxigal, que lo iba contando. Cuando comprobó que reunía la cantidad acordada, rompió el silencio:
—Aquí tienes —dijo, colocando el montón de billetes encima de la mesa al lado de Pasteles—. Cuéntalos.
—Le dices a don Carlos que espero que no se pierda ni una peseta en el camino a Francia —bromeó Onofre, mientras el otro apilaba los billetes, según el valor—. Más que nada para que no deba ir a buscarle.
Todos rieron la salida de Onofre, que con su parche en el ojo se me antojaba el capitán de un galeón de piratas en nuestros océanos de hierba.
—Está todo —sentenció Pasteles.
—Ahora marquemos la ruta del cargamento —dijo Manolo, y trazó unas cruces sobre un papel—. Habéis dicho que el barco de Francia atraca en San Vicente de la Barquera. Lo más cerca es la playa de San Antolín. Creo que ahí pueden dejar lo vuestro —agregó, dirigiéndose a Guerrero.
—Por mí de acuerdo —confirmó el cántabro.
—A nosotros también nos vendría bien allí —sugirió el mayor de los Castiello, ante el asentimiento de Tarzán.
—Lo de Guerrero y los Castiello, en la playa de San Antolín. Lo nuestro en Soto Dueñas. Después, que dejen lo de Quintes o Monte Coya.
—Casi mejor Monte Coya —sugirió Onofre.
El marino asintió, y Manolo siguió hablando:
—De acuerdo. ¿Dónde lo recogeríais?
—En el puente —respondió Onofre.
—De acuerdo, Monte Coya iría antes que lo de Quintes y lo de Bóger.
—Nuestro cargamento que no entre en Mieres —dijo Bóger—. Lo recogeremos en el alto de Santo Emiliano.
—Resumiendo —cerró Manolo—: Playa de San Antolín, Soto Dueñas, Monte Coya, Quintes y Santo Emiliano.
—Habría que señalar los puntos exactos de cada uno —dijo Pasteles.
—No hay prisa. Ya se marcarán unos días antes, si es que tenemos señales vuestras —dijo Raque, ladeando la cabeza.
La reunión se había terminado. Manolo y Ruso quedaron emplazados para el 20 de enero: en esa fecha deberían indicar a Pasteles y a don Carlos el lugar exacto de la entrega. Cuando todos se disponían a salir hacia sus refugios, Manolo se dirigió a Onofre, en un rincón.
—¿Qué tal Pasteles?
—Qué desconfiado eres, Manolo. El otro día se batió a tiros con el sargento de la Guardia Civil de Noreña como el mejor de nosotros. Son gente que envía el Partido desde el exilio y vienen muy preparados.
—Espero que así sea —replicó Caxigal.