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Preparativos
A los pocos días, en el hotel Príncipe, don Carlos era informado por Pasteles de la decisión de los jefes guerrilleros.
—¿Quién es ese Guerrero que se ha sumado? —preguntó don Carlos.
—Sólo sé que dirige un grupo muy numeroso en los Picos de Europa, en la parte de Santander. Al parecer fue Caxigal quien le animó a que asistiese a la reunión.
—Con un poco de suerte matamos dos pájaros de un tiro.
—Si es que no se echan para atrás.
El comentario de Pasteles sumió a don Carlos en un silencio. Al cabo de un rato, como si hubiese encontrado el objeto de su inquietud, manifestó:
—Y dices que fue Raque el que se opuso a…
—Sí. Creo que hubiesen aceptado, si no llega a estar él en la reunión.
—¡Qué hijoputa!
El Francesito estampó el cigarro en el cenicero y extrajo una aceituna del vermú. Con ella en la mano, preguntó:
—¿Sospechan de ti?
—No. Se han tragado la patraña de que estuve en La Nueve durante la liberación de París.
—De todas formas no des muchas explicaciones, te pueden pillar en un renuncio. Lo importante es que te comportes como dios, aunque tengas que matar a algún guardia civil —dijo, y mordisqueó la oliva.
—El que lo está pasando mal es el guardia joven que introdujeron desde la Jefatura de Orden Público. Está muerto de miedo, hasta me han dicho que habla en sueños.
—No me extraña que nos ordenasen a nosotros esta misión desde el Pardo. Aquí no tienen más que inútiles. Primero les abrimos la brecha de Pin en la guerrilla. Luego logramos encajar contigo a uno de los guardias de Novo y resulta que habla en sueños.
—Si quieres lo mato.
—¿A qué partida lo enviaron?
—A la de Bóger.
Don Carlos masticó despacio la aceituna y dio un sorbo al vermú. Dirigió su vista al mar, y apuntó con flema:
—Habla con él, que abandone o… Bueno, ya sabes lo que hay que hacer.
El contacto abandonó la cafetería del hotel. El Francesito apuró el vermú y, sin depositar la copa en la mesa, extrajo el palillo con la otra aceituna clavada. Lo deslizó entre sus dientes mordisqueando la oliva. Cogió su bastón, se ajustó el sombrero, estiró su americana canela y se dirigió hacia la recepción.
—Una conferencia a Madrid.
—¿Al número de siempre, don Carlos? —preguntó el recepcionista.
—Sí.
Se introdujo en el estrecho habitáculo, cerró la puerta y se sentó a esperar apoyando el mentón sobre la empuñadura de plata del bambú. El aparato emitió un timbrazo. Al tercero lo descolgó
—¿Camarada Luis?… Malas noticias, camarada: tenemos que esperar un poco… No. Ningún problema… Lo que ocurre es que hay que convencerles un poco más… Sí, eso es. Que la Guardia Civil incremente la presión… ¿Cómo dices…? Regular, camarada… Pasteles se ha integrado bien con los de Onofre, pero el guardia que nos cedió el coronel Novo es un auténtico desastre… Al parecer habla en sueños y está levantando sospechas. Habrá que retirarlo o lo matarán… ¿Asentamientos conocidos?… De momento sólo Quintes, el de los Castiello y el refugio en casa de la novia de Urdiales… No, no necesitamos conocer más. Espera mis indicaciones, camarada. ¡Arriba España!
Al salir del locutorio, chasqueó los dedos. Alvarado, que había permanecido en las sombras de la cafetería, se acercó deprisa trayendo una gabardina blanca. Se la colocó a don Carlos por encima de los hombros.
—Prepara el coche, Alvarado. Vamos a llevar unas botellas de güisqui a unas amigas.
Si eso ocurría en los pasillos del hotel Príncipe, en otras alcantarillas del poder se dilucidaban cuestiones parecidas.
—¿Cómo ha ido todo, teniente?
—Según lo previsto, mi coronel. Nadie le puso la mano encima. Aunque el resultado del interrogatorio haya sido decepcionante: los documentos hallados en los tubos de cinc son del año pasado, como usted ya sabe.
—¿El pentotal sódico se le aplicó en las dosis previstas?
—Según lo ordenado, mi coronel, pero el resultado ha sido muy pobre.
—Eso no tiene importancia, teniente. ¿Cuál ha sido la reacción de los otros presos?
—Al correr nosotros la voz de que había hablado y comprobar que no llevaba rasguños, le han retirado la palabra o le llaman traidor.
—Perfecto, teniente. Divide y vencerás.
Blanco Novo se levantó de su sillón. Martín creyó que se dirigía a la vitrina a por un Romeo y Julieta, pero se equivocó. El coronel se encaminó hacia un bulto cubierto por una túnica de terciopelo. Lo destapó. Debajo del paño había una cámara de cine. Y pasando un trapito por los estuches metálicos de los rollos, dijo:
—La he comprado para inmortalizar las hazañas de nuestro Tercio. Al igual que el Caudillo ha escrito la historia de la raza de los almogávares, yo quiero que pasemos al futuro como ejemplo. —Pasó el trocito de tela por el objetivo, y añadió—: Ha salido un poco cara, pero ya le he dicho al capitán de cocina que este mes intente ahorrar…
—¿Ordena usía…?
—Una pregunta, teniente: ¿qué tal con los de la Social?
—La colaboración fue perfecta, tanto en la detención como en el interrogatorio.
—Así debe de ser. Hay que extremar la coordinación con ellos. Cuando los mamarrachos de Falange se retiren o los retiremos del control del Estado y terminemos de una vez con todo el bandidaje, la lucha se va a centrar en los clandestinos de las ciudades y de los centros de trabajo. Recuerde lo que le digo, teniente: en ese momento, la Social dejará de depender de nosotros y ellos serán los que manden.
—A la orden, mi coronel.
—Otra cosa, teniente, ¿qué sabemos de aquel cura que vigilaba a don Carlos?
—Desapareció.
—¿Pudimos identificarlo?
—No. Recuerde que las órdenes son terminantes para nuestros guardias: observar sin intervenir.
—Hablando de nuestros guardias, ¿qué sabemos del que introdujimos entre los fugaos?
—Hemos perdido el contacto con él.
—A lo mejor elegimos mal.
—Era el mejor de los dos, mi coronel.
—Me preocupa que no dé señales de vida.
—¿Cree que le han podido descubrir?
—Aún peor, teniente. Falange es capaz de delatarlo, si ello le aporta algún beneficio.