37. Primer balance

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Primer balance

Días más tarde, en las dependencias de la Jefatura de Orden Público, al teniente Martín no se le hizo esperar en los pasillos. Nada más llegar, el brigada le dijo:

—Usía ordenó que pasase de inmediato.

Martín llamó a la puerta y la abrió apenas, lo suficiente para entrever al coronel.

—Pase, teniente.

—A la orden de…

—Al grano.

—Mi coronel, aquí le dejo mi informe.

—Déjese de informes y de gaitas. ¿Qué ha pasado?

—El sargento Fernández, sin orden superior que le respaldase, trasladó un pelotón hasta los términos municipales de Llanes y Ribadedeva. Su obsesión por capturar a los Castiello le ha hecho transgredir todo mandato superior.

—¿Consiguió algún resultado?

—Localizó el refugio de los hermanos, al que prendió fuego sin dar cuenta a la superioridad por si se consideraba conveniente realizar una inspección en busca de pruebas que pudieran incriminar a otros fugaos o a miembros del Partido.

—¿Qué hay de los hermanos?

—Se escaparon con la ayuda del tal Urdiales.

El coronel tragó saliva.

—¿Qué más, teniente?

—El cabo Artemio…

—¿Qué cojones ha hecho Artemio ahora?

Dicho esto, el coronel se levantó hacia la vitrina acristalada.

—Preparó una trampa al médico de…

—¿A un médico?

—Sí, mi coronel. Le dijeron que un fugao necesitaba de su ayuda y al acudir fue detenido.

—¿Quién era el fugao? —preguntó Novo, sacando un puro de la caja de la cristalera.

—No había tal. Era por ver si acudía.

—Así que en vez de peinar los montes se dedica a preparar trampas a los médicos.

El coronel regresó a su sillón.

—Lo más grave es que el alcalde del pueblo, respaldado por varios vecinos, solicita que se traslade al cabo a otro destino.

—Pero… —Novo apoyó los codos sobre la mesa—. ¿Quién cojones es ese alcalde para pedir eso?

—Don Enrique Lagos, pedáneo desde el 41 y siempre se le ha conocido su apoyó al Alzamiento.

—No me dice nada nuevo. Ya conozco a Lagos y sé que perteneció a la CEDA, pero no se olvide que aprovechó la circunstancia de estar con nosotros para dar refugio a republicanos en su casa y salvarles la vida.

—Eran vecinos o familiares suyos, mi coronel —dijo firme Martín—. Creo que eso le disculpa.

—¿Le disculpa también que en ocasiones se haya opuesto a que efectuemos detenciones en el pueblo?

—Intenta defender a sus vecinos.

—Me importa un bledo. Al cabo lo relevaré yo cuando me de la gana

—La petición del pedáneo ha quedado incluida en mi informe. He añadido, como recordatorio, el parte que redacté hace tiempo contra el proceder del cabo.

Novo cogió el informe y lo arrojó a la papelera.

—¡Qué asco le tengo a los papeles, teniente! Volvamos a lo nuestro. ¿Qué hay de Pin?

Martín tragó saliva, y respondió:

—Seguimos hostigándole, como se ordenó.

—¿Y don Carlos?

—Desapareció hace tres días…

—¿Tres días?

El brigada secretario interrumpió la conversación.

—Coronel, tiene una llamada del ilustrísimo jefe del Servicio de Información de Falange, don Luis González Vincén.

—Pásemelo.

Sonó la campanilla y Novo descolgó el auricular.

—Buenos días, don Luis. ¿A qué debo su llamada?… El informe sobre el paradero de los Castiello, sí. ¿Cómo? ¿Se filtró? Sería en otra dependencia… No, yo guardo el original en la caja fuerte… Sí, sí, claro, don Luis. Los Castiello morirán cuando usted lo ordene… ¿Cómo dice? Si me permite, no creo que haya que molestar al Caudillo con… Sí, claro. Pero le aseguro a usted que no se repetirá. ¿Gutiérrez Mellado? Sí, recuerdo lo que le ocurrió, sí… No hará falta, don Luis. Para evitar más sospechas, no me remita más informes… Ah, ya. Comprendo su desconfianza, pero desde ya le prometo que… No me diga… Hasta otra, don Luis. Siempre a su servicio. ¡Arriba España!

El coronel colgó y, con parsimonia, encendió el puro.

—¿Qué me decía sobre don Carlos?

—Que apareció hoy, después de encontrarse en paradero desconocido.

—No tan desconocido, teniente.

—¿Por qué dice eso, mi coronel?

—Acaban de informarme de que se trasladó con los Castiello hasta Madrid en una ambulancia. Ingresaron a Corsino en el Francisco Franco como si fuera un capitán de nuestro benemérito Cuerpo. Le extrajeron la bala y le dejaron marchar.

—¿Por qué no nos avisaron para proceder a su detención?

—Porque dicen los de Información que les es más útil vivo y en libertad. Que ya ordenarán ellos cuándo se le mata.

—Sigo sin comprender, mi coronel.

—Aquí ya no se entiende nada, teniente. Prosiga, me decía que don Carlos había regresado.

—Sí, mi coronel. Y ha seguido con la distribución de güisqui y tabaco de contrabando por los burdeles de la provincia.

—¡Qué cabrón! —exclamó Novo y, pensativo, prosiguió—: La jugada del hospital provocará que tenga a los Castiello comiendo en sus manos. No debemos subestimarle, teniente.

—Como usía ordene.

—Otra cosa, teniente. ¿Cómo va la preparación en lucha contraguerrillera de aquellos dos guardias que le pedí hace meses?

—Excelente, mi coronel. En cuanto usted lo ordene podemos contar con ellos.

—Sólo se incorporará uno: el mejor. Al otro puede devolverlo a su anterior destino.

—¿Ha ocurrido algo, mi coronel? —preguntó extrañado.

—Lo de siempre, teniente: los jueguecitos de Falange —exclamó, y se dirigió hacia los archivos de la vitrina y extrajo un portafolios. Al entregárselo a Martín, añadió—: Dicen que don Carlos va a presionar a los fugaos para que introduzcan dos agentes de su confianza en las montañas. Una especie de garantía, les dirá, para seguir con los contactos. Uno de ellos será nuestro guardia. El otro lo tiene usted en esa carpeta.

Martín la abrió y comenzó a leer en voz alta los datos contenidos en el primer folio:

—«Giovanni Alonso de Luca, alias Mezzanotte. Nacido en Alicante en 1910. Vive en España hasta abril de 1931, después se traslada al domicilio de sus abuelos maternos en Palermo… Miembro de la Squadra d’azione Ettore Muti…».

El teniente no siguió leyendo. Comenzó a pasar los folios deprisa, como si hubiese recibido un calambrazo.

—¿Qué busca, teniente?

—La foto —dijo, y al localizarla se la mostró al coronel—. Es Pasteles.

—¿Le conoce? —preguntó desconcertado Blanco Novo.

—Sí, mi coronel. En Italia ejerció de asesino a sueldo del clan siciliano que más le pagara a la hora de resolver sus cuitas internas. Al caer Mussolini se refugió en España. Desde entonces trabaja para el mejor postor. El nuevo gobierno italiano ha emitido un requerimiento a nivel internacional de búsqueda y captura contra él. Lo que desconocíamos es que uno de sus clientes fuera Falange.

—Usted lo ha dicho: le pagarán bien. ¿Por qué le llaman Pasteles?

—Ese apodo sustituyó al de Mezzanotte cuando regresó a España. Al parecer es por su afición al dulce.

—Ya sabemos quién le lava la colada a don Carlos, teniente.

—Eso parece, mi coronel.

—En fin, nosotros continuaremos con la vigilancia. ¿Siguen los de la Social detrás de él?

—Sí, mi coronel.

—¿Nos han visto?

—No, mi coronel. Pero hay otra novedad.

—¿Otra? ¿Cuál es?

—También le vigila un cura.