21. Don Carlos

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Don Carlos

El teniente Martín recorría el largo pasillo de la segunda planta hasta el despacho del coronel. Sus andares marciales y su porte altivo habían sufrido un duro revés desde que se le había ordenado replegar sus fuerzas en la persecución de la guerrilla. Aunque el jefe de la comandancia le había asignado un cometido más importante, no se conformaba. De cara al resto de los guardias, había fracasado en su misión.

Llegó a la antesala, ocupada por el orondo brigada secretario, que bostezaba sin disimulo.

—Había quedado en despachar con el coronel a primera hora de hoy. Anúnciele mi llegada.

—Debe esperar, mi teniente. Acaban de subirle el desayuno. Si lo desea puede sentarse.

Dudó entre aceptar la invitación o contemplar el patio de armas. El brigada, repitiendo el bostezo, pasó la hoja del almanaque. «2 de marzo», se leía.

—Casi prefiero pasear.

—Como quiera, mi teniente.

Martín sujetó el portafolios debajo del brazo. El brigada se fijó en la portada del documento: «Confidencial», rezaba.

Al cabo de treinta minutos, cuando el teniente ya se había cansado de contar las baldosas del pasillo, el brigada lo llamó:

—Mi teniente, dice el señor coronel que puede pasar.

Martín cruzó la antesala, rodeando la mesa del brigada, y abrió la puerta del despacho.

—Da usía su permiso.

—Adelante, teniente.

El coronel no se encontraba en el lugar habitual. Su voz provenía de uno de los sillones de la esquina. Martín dirigió una mirada hacia el rincón. Blanco Novo, con la bandeja del desayuno encima de una mesita con ruedas, untaba mantequilla sobre un trozo de pan.

—¿Quiere que vuelva más tarde, mi coronel?

—No, no. Pase.

El teniente se cuadró delante de él y vociferó la obligatoria fórmula de saludo:

—A la orden de usía, mi coronel.

—Déjese de formalidades, teniente. Directo al grano.

Aunque el coronel siempre le respondía de la misma manera, Martín sabía que nunca debería olvidarse del reglamento o Novo le reprendería.

—Aquí le traigo el informe de la contravigilancia e investigación del mes de febrero que me ordenó.

—Déjelo encima de mi mesa.

Martín obedeció, girando la cintura sin dar un solo paso.

—¿Ordena usía algo más?

—Espere un momento, teniente. No quiera marcharse tan rápido.

El coronel dio una palmada y la cara del secretario apareció tras la puerta.

—Brigada, puede llevarse esto.

En silencio, retiró la mesa cargada con los restos del desayuno.

—Bien, teniente. Vayamos a lo nuestro. ¿Qué ha averiguado de don Carlos?

—Está en mi informe, mi coronel.

—Doy por hecho que estará en su informe —dijo Blanco Novo alzando la voz—, pero quiero que me lo cuente usted.

—Como usted conoce, don Carlos nació en 1908 en Tánger. Vivía con sus progenitores de un puesto de cambio de divisas. Como a su padre le faltaba un ojo y él tiene una nube blanca en uno de los suyos, allí se les conocía a ambos por el sobrenombre de Tuerto Cambista. A la mayoría de edad, heredó el puesto. Se casó muy joven y tuvo diez hijos. Habla francés y árabe. Se afilió a Falange en el 34. Durante la guerra civil, aunque Tánger era zona libre, organizaba desfiles de Falange y trabajaba como informador para el bando nacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando España ocupó Tánger, él se comportó como un verdadero cacique de aquel territorio. Llamaba al alto comisionado para influir en los cambios de divisa y era conocido en todos los burdeles. Tejió una red de contactos que le permitió ejercer el contrabando con ambas partes en conflicto y seguir trabajando para Información de Defensa. Se enamoró perdidamente de una cabaretera, La Conchines, de familia anarquista. La mujer de don Carlos tuvo conocimiento del amorío, y utilizó todos sus contactos para que la expulsaran de Tánger. La cabaretera regresó a España, pero don Carlos se fue con ella, abandonando a su mujer y a sus diez hijos. Cuando llega a la península continúa trabajando para Defensa y mantiene sus negocios de contrabando.

—No le he visto consultar los papeles ni una sola vez. ¿Se sabe de memoria la vida de don Carlos?

—Casi.

—Vaya, vaya —exclamó el coronel mientras regresaba a su mesa de despacho— con don Carlos. Así que… el informe sobre él que nos pasó Falange…

—Es falso, mi coronel. Nunca combatió con las armas en primera línea de fuego en el bando nacional contra los republicanos y jamás estuvo en el frente ruso con la División Azul.

—Vaya, vaya. Interesante. Supongo que las informaciones que traslada a Defensa son el salvoconducto para que se le deje campo abierto en sus negocios, evitando cualquier intervención policial en su contra.

—Así es, mi coronel. La única laguna que queda por rellenar son los rumores que lo sitúan en los Estados Unidos en el 38. En el momento del supuesto accidente de tráfico sufrido en Virginia por el alcalde cenetista de Gijón, Avelino González Mellada, cuando se dirigía a California a recaudar fondos para el Consejo General de Solidaridad Internacional Antifascista.

—Explíquese, teniente.

—Los rumores dicen que no hubo tal accidente, que al coche le estropearon los frenos y…

—Eso ya no nos interesa, teniente. Vayamos a los hechos. ¿Cómo llega don Carlos a conocer a Vincén?

—Por el comandante don Manuel Gutiérrez Mellado. Don Carlos siempre fue su informante. El año pasado, como amigo de juergas de Shkolnikov, tuvo conocimiento de su secuestro y posterior asesinato por parte de los agentes secretos franceses. Información que trasladó a Vincén y a Mellado. Este se adelantó en la detención y fue destituido como enlace. Así es como…

—Don Carlos se queda con el ganador del conflicto, con Vincén. De Mellado ya no podía sacar nada.

—Así es, mi coronel.

—Cambiando de asunto, teniente. ¿Ha averiguado por qué el informe mensual del recluso en libertad condicional, José Suárez Álvarez, nos lo piden siempre desde Inteligencia?

—Lo desconozco, mi coronel. Lo único que he conseguido averiguar es que José Suárez Álvarez tuvo, en los últimos meses en Carabanchel, un compañero de celda apodado El Francesito, del cual no hay ficha de entrada ni de salida en la prisión. Lo único que obtuve es su descripción física, facilitada por los guardias civiles destinados en la prisión, y que coincide con la de don Carlos.

—¿Qué fue de ese Francesito?

—Me dijeron que hirió de gravedad a un oficial de primera y que lo fusilaron al día siguiente.

—Luego el Francesito no puede ser don Carlos. —El coronel encendió un puro, expulsó el humo y continuó—: A no ser que… —Hizo una pausa—. Dejémoslo así, de momento. O… a lo mejor… el penado conoce… —Dio otra calada—. Teniente, ¿quién carajo es José Suárez Álvarez?

—José Suárez Álvarez, también conocido como Pin el del Condado, fue militante del PSOE y de la UGT durante la II República. En aquellos años labraba unas tierras de propiedad familiar y criaba ganado. Como a todos los agricultores y ganaderos de la montaña, aquello no le rentaba para vivir, por eso comenzó a alternarlo con un trabajo en una serrería. Cuando se inició el glorioso Alzamiento Nacional, se unió a las milicias marxistas bajo el mando del mayor de brigada Baldomero Fernández Ladreda, alias Ferla. Fue capturado en octubre del 37 y condenado a quince años de reclusión por rebeldía contra el nuevo Estado. En Carabanchel ha intimado con comunistas cercanos a lo que llaman «la vía italiana al socialismo», es decir, seguidores de Palmiro Togliatti. En estos momentos se encuentra con la condicional, mi coronel.

—No encuentro por ningún lado qué interés puede despertar ese penado en el Servicio de Inteligencia. —Dio otra calada y expulsó el humo—. Cambiando de tercio: ¿localizó a don Carlos?

—Llegó hace quince días a Asturias. Desde entonces se aloja en el hotel Príncipe.

—¿Cuáles son sus movimientos?

—Se limita a pasear por la ciudad como un turista más. El único exceso conocido es su afición por los trajes caros, el buen güisqui y las visitas nocturnas a todos los burdeles de la provincia. En especial a los de la calle Fruela.

Blanco Novo abrió el informe presentado por Martín. Fue pasando las hojas mecanografiadas, echándoles una rápida mirada. Llegó al final, en el que se encontraban tres fotos de don Carlos saliendo del hotel. Cogió una y se quedó mirándola detenidamente.

—¿Cojea este tipo?

—No, mi coronel.

—Entonces, ¿para qué lleva bastón?

—Creemos que es un bastón sable. Si se fija, a unos veinte centímetros, el bambú presenta una marca oscura. Pensamos que es el punto de separación de la empuñadura del estilete y de la funda de bambú.

—La verdad, teniente —dijo Novo, volteando la foto hacia Martín—. El muy cabrón, con ese traje y el bastón en la mano, tiene un porte distinguido… ¿Y quién cojones es el gitano que le acompaña?

—Es un anarquista condenado a cuatro penas de muerte. Todas le fueron conmutadas, suponemos que por colaborar con el nuevo Estado. Se le conoce con el sobrenombre de Alvarado, por la calle de Madrid en la que vive.

—Presos, putas, delatores, contrabandistas… ¿Qué mierda tiene Falange en sus filas?

—Lo desconozco, mi coronel.

—Era una pregunta retórica, teniente. —Miró de nuevo las fotos y esbozó una sonrisa—. Uno elegante como un caballero inglés y el otro con la estampa de un chulo de medio pelo. Parecen la puta y el rufián.

Martín no añadió nada. El coronel continuó repasando el informe y mirando de reojo las fotos. Cerró el portafolios y se reclinó sobre el sillón. Dio otra calada y exclamó:

—Sigo sin entender cómo Falange lo va a introducir entre los forajidos. Estos señoritingos de ciudad deben creerse que los grupos de fugaos son dandis y van perfumados. ¡Mamarrachos!

—Mi coronel, hay algo que no incluí en el informe.

—¿Qué es?

—Que no somos los únicos en vigilar los pasos de don Carlos.

—¡Vaya por Dios! ¿Y quién se ha unido a la fiesta?

—La Policía.

—Vaya, vaya. La Policía aquí. ¿Les han visto a ustedes?

—No lo creo, mi coronel. Ya que desde que detectamos su presencia no han cambiado ni los agentes de seguimiento ni la ubicación del vehículo que utilizan.

—¿No serán escoltas del tipejo este?

—No, mi coronel. Son policías de aquí. Los hemos reconocido.

—Supongo que la Judicial le seguirá la pista por lo del contrabando y…

—No, mi coronel. Son policías de la Social.

—¡Cojones! ¿Qué pinta la Social aquí?

—Lo desconozco, mi coronel.

—La Brigada Político Social en esto. Curioso, pero que muy curioso.

—Respecto a la Social, ¿ordena usía algo?

—Que no se percaten de nuestra presencia bajo ningún concepto. Si es necesario, incremente al triple nuestros guardias para realizar más relevos.

—¿Ordena algo más, mi coronel?

—No, teniente. Puede retirarse. Ha hecho un buen trabajo, siga así.

Martín salió del despacho tras el «¡Viva España! ¡Viva la Guardia Civil!». El coronel se dio cuenta de que el teniente había sustituido la fórmula falangista del «¡Arriba España!» por el «¡Viva España!». Pero no dijo nada, pues él también prefería el cambio.

Cuando Blanco Novo quedó solo en el despacho, su atención regresó al informe. De momento todo iba según lo previsto, pero había dos anomalías que no encajaban: la primera, ¿por qué el interés de Inteligencia en el pobre desgraciado de José Suárez? La segunda, ¿qué papel jugaba la Social en aquella operación?

El habano se estaba terminando, la ceniza casi rozaba la vitola. El coronel la quitó, deslizándola por la parte húmeda que su saliva había dejado en el puro. Después se lo puso en la boca, sujetándolo con los dientes y despegó la anilla de papel para extenderla sobre la mesa. Se calzó las gafas, y contempló con detenimiento el grabado: una fortaleza sobre un acantilado, al que batían las bravas aguas de un mar. «Romeo y Julieta», le pareció leer la marca en el centro del dibujo. Pensativo, regresó al informe.

—¡Eso es! —exclamó en voz alta—. El grabado enmascara lo importante: ¡el pegamento!

Se levantó de un salto y se dirigió hacia su aburrido secretario. Este, al verle, se puso en pie.

—¡A la orden, mi coronel!

—Brigada, localice nombre y rango del jefe de la Guardia Civil responsable de la vigilancia y custodia en Carabanchel. Cuando lo tenga, pase a mi despacho que le voy a dictar una carta urgente.

No le había dado tiempo de sentarse a su escritorio y volver a desplegar la vitola ante sus ojos, cuando el brigada se introdujo en el despacho.

—Mi coronel, el nombre es Roberto Vegas López. Su rango, teniente coronel.

—Tome nota.

El secretario se sentó ante una máquina de escribir y Blanco Novo comenzó a dictar:

—«Estimado teniente coronel y amigo: Estamos llevando a cabo una investigación muy importante para los intereses de España. Por la presente solicito su colaboración. La misma consiste en que traslade a los hombres bajo su mando las fotos que adjunto. Si alguno reconociera a la persona o personas que aparecen retratadas, ruego se me informe a la mayor brevedad posible».

—Ya está, mi coronel —dijo el brigada extrayendo el folio del rodillo y entregándoselo a Novo. Este lo ojeó.

—Brigada, tache de la fórmula final el «Arriba», y sustitúyalo por «Viva».

Mientras el secretario corregía la nota, el coronel separó las fotos del informe de Martín y las introdujo en un sobre. Escribió el nombre y rango del destinatario y añadió en letras de molde la palabra Confidencial. Cuando el brigada le entregó la petición corregida y sellada, la firmó y, con delicadeza, la colocó entre las fotografías. Pasó la lengua dos veces por la goma del sobre y lo cerró.

—Brigada, no espere al correo para echar esta carta. Que ahora mismo salga un coche hasta Carabanchel y que se entregue en mano a su destinatario. Ah, y que regresen con la respuesta.