6 de febrero

A veces pienso en la pelea como si fuera un sueño. Vuelvo a ver la espalda de Cesárea Tinajero como la popa de un buque que emerge de un naufragio de hace cientos de años. La vuelvo a ver arrojándose contra el policía y contra Ulises Lima. La veo recibiendo un balazo en el pecho. Finalmente la veo disparándole al policía o desviando la trayectoria del último disparo. La veo morir y siento el peso de su cuerpo. Después pienso. Pienso que tal vez Cesárea no tuvo nada que ver en la muerte del policía. Entonces pienso en Belano y en Lima, uno cavando una tumba para tres personas, el otro contemplando el trabajo con el brazo derecho vendado, y pienso entonces que fue Lima el que hirió al policía, que el policía se distrajo cuando Cesárea lo atacó y que Ulises aprovechó ese momento para desviar la trayectoria del arma y dirigirla contra el abdomen del policía. A veces, para variar, intento pensar en la muerte de Alberto, pero no puedo. Espero que los hayan enterrado junto con sus pistolas. O que hayan enterrado éstas en otro agujero del desierto. ¡Pero que en cualquier caso las hayan abandonado! Recuerdo que cuando metí el cuerpo de Alberto en el maletero revisé sus bolsillos. Buscaba el cuchillo con el que se medía el pene. No lo encontré. A veces, para variar, pienso en Quim y en su Impala, que probablemente nunca más verá. A veces me da risa. Otras veces no.