Salimos del DF. Para entretener a mis amigos les hice algunas preguntas delicadas, que también son problemas, enigmas (sobre todo en el México literario de hoy), incluso acertijos. Empecé con una fácil: ¿Qué es el verso libre?, dije. Mi voz resonó en el interior del coche como si hubiera hablado por un micrófono.
—El que no tiene un número fijo de sílabas —dijo Belano.
—¿Y qué más?
—El que no rima —dijo Lima.
—¿Y qué más?
—El que no tiene una colocación precisa de los acentos —insistió Lima.
—Bien. Ahora una más difícil. ¿Qué es un tetrástico?
—¿Qué? —dijo Lupe a mi lado.
—Un sistema métrico de cuatro versos —dijo Belano.
—¿Y un síncopa?
—Ah, jijos —dijo Lima.
—No lo sé —dijo Belano—. ¿Algo sincopado?
—Frío, frío. ¿Se rinden?
Lima fijó la vista en el espejo retrovisor. Belano me miró a mí durante un segundo, pero luego miró lo que había detrás de mí. Lupe también miró hacia atrás. Yo preferí no hacerlo.
—Un síncopa —dije—, es la supresión de uno o varios fonemas en el interior de una palabra. Ejemplo: Navidad por Natividad, Lar por Lugar. Bien. Sigamos. Ahora una fácil. ¿Qué es una sextina?
—Una estrofa de seis versos —dijo Lima.
—¿Y qué más? —dije yo.
Lima y Belano dijeron algo que no entendí. Sus voces parecían flotar en el interior del Impala. Pues hay algo más, dije yo. Y se lo dije. Y luego les pregunté si sabían lo que era un gliconio (que es un verso de la métrica clásica que se puede definir como una tetrapodia logaédica cataléctica in syllabam), y un hemíepe (que, en la métrica griega, es el primer miembro del hexámetro dactílico), o un fonosimbolismo (que es la significación autónoma que pueden asumir los elementos fónicos de una palabra o verso). Y Belano y Lima no supieron ni una sola respuesta, no digamos Lupe. Así que les pregunté si sabían lo que era una epanortosis, que es una figura lógica que consiste en volver sobre lo que ya se ha dicho para matizar lo afirmado o para atenuarlo o incluso para contradecirlo, y también les pregunté si sabían lo que era un pitiámbico (no lo sabían), y un mimiambo (no lo sabían), y un homeoteleuton (no lo sabían), y una paragoge (sí lo sabían), y además pensaban que todos los poetas mexicanos y la mayoría de los latinoamericanos eran paragógicos, y entonces yo les pregunté si sabían qué era un hápax o hápax legómenon, y como no lo sabían se lo dije. El hápax era un tecnicismo empleado en lexicografía o en trabajos de crítica textual para indicar que una voz se ha registrado una sola vez en una lengua, en un autor o en un texto. Y eso nos dio qué pensar durante un rato.
—Ponnos ahora una más fácil —dijo Belano.
—Bien. ¿Qué es un zéjel?
—Carajo, no lo sé, qué ignorante soy —dijo Belano.
—¿Y tú, Ulises?
—Me suena a árabe.
—¿Y tú, Lupe?
Lupe me miró y no dijo nada. A mí me dio un ataque de risa, supongo que de los nervios que tenía, pero igual les expliqué lo que era un zéjel. Y cuando acabé de reírme le dije a Lupe que no me reía de ella ni de su incultura (o rusticidad) sino de todos nosotros.
—A ver, ¿qué es un saturnio?
—Ni idea —dijo Belano.
—¿Un saturnio? —dijo Lupe.
—¿Y un quiasmo? —dije yo.
—¿Un qué? —dijo Lupe.
Sin cerrar los ojos, y al mismo tiempo que los veía a ellos, vi el coche que avanzaba como una flecha por las avenidas de salida del DF. Sentí que flotábamos.
—¿Qué es un saturnio? —dijo Lima.
—Fácil. En la poesía latina arcaica, un verso de interpretación dudosa. Algunos creen que tiene naturaleza cuantitativa, otros que acentual. Si se admite la primera hipótesis, el saturnio puede ser analizado en un dímetro yámbico cataléctico y un itifálico, aunque presenta otras variantes. Si se acepta la acentual estaría formado por dos hemistiquios, el primero con tres acentos tónicos y el segundo con dos.
—¿Qué poetas usaron el saturnio? —dijo Belano.
—Livio Andrónico y Nevio. Poesía religiosa y conmemorativa.
—Sabes mucho —dijo Lupe.
—Pues la verdad es que sí —dijo Belano.
A mí me volvió a dar el ataque de risa. La risa salió expelida del coche de forma instantánea. Huérfano, pensé.
—Sólo es cuestión de memoria. Memorizo las definiciones y ya está.
—No nos has dicho qué es un quiasmo —dijo Lima.
—Un quiasmo, un quiasmo, un quiasmo… Bueno, un quiasmo consiste en presentar en órdenes inversos los miembros de dos secuencias.
Era de noche. La noche del 1 de enero. La madrugada del 1 de enero. Miré hacia atrás y me pareció que nadie nos seguía.
—A ver, ésta —dije—. ¿Qué es un proceleusmático?
—Ésa te la has inventado tú, García Madero —dijo Belano.
—No. Es un pie de la métrica clásica que consta de cuatro sílabas breves. No tiene un ritmo determinado y por lo tanto puede ser considerado como una simple figura métrica. ¿Y un moloso?
—Ésa sí que te la acabas de inventar —dijo Belano.
—No, te lo juro. Un moloso, en la métrica clásica, es un pie formado por tres sílabas largas en seis tiempos. El ictus puede recaer en la primera y tercera sílabas o sólo en la segunda. Tiene que combinarse con otros pies para formar metro.
—¿Qué es un ictus? —dijo Belano.
Lima abrió la boca y luego la volvió a cerrar.
—Un ictus —dije yo—, es la pulsación, el compás temporal. Ahora debería hablarles del arsis, que en la métrica románica es el tiempo fuerte del pie, es decir la sílaba sobre la que recae el ictus, pero mejor seguimos con las preguntas. Ahí les va una fácil, al alcance de cualquiera. ¿Qué es un bisílabo?
—Un verso de dos sílabas —dijo Belano.
—Muy bien, ya era hora —dije yo—. De dos sílabas. Muy raro y además el más corto posible en la métrica española. Casi siempre aparece ligado a versos más largos. Ahora uno difícil. ¿Qué es el asclepiadeo?
—Ni idea —dijo Belano.
—¿Asclepiadeo? —dijo Lima.
—Viene de Asclepíades de Samos, que fue el que más lo usó, aunque también lo emplearon Safo y Alceo. Tiene dos formas: el asclepiadeo menor es de doce sílabas distribuidas en dos cola (miembros) eólicos, el primero formado por un espondeo, por un dáctilo y por una sílaba larga, el segundo por un dáctilo y por una dipodia trocaica cataléctica. El asclepiadeo mayor es un verso de dieciséis sílabas por la inserción entre los dos cola eólicos de una dipodia dactílica cataléctica in syllabam.
Empezamos a salir del DF. Íbamos a más de ciento veinte por hora.
—¿Qué es una epanalepsis?
—Ni idea —oí que decían mis amigos.
El coche pasó por avenidas oscuras, barrios sin luz, calles en donde sólo había niños y mujeres. Luego volamos por barrios en donde aún celebraban el fin de año. Belano y Lima miraban hacia delante, hacia el camino. Lupe tenía la cabeza pegada al cristal de la ventana. Me pareció que se había quedado dormida.
—¿Y qué es una epanadiplosis? —Nadie me contestó—. Es una figura sintáctica que consiste en la repetición de una palabra al principio y al final de una frase, de un verso o de una serie de versos. Un ejemplo: Verde que te quiero verde, de García Lorca.
Durante un rato estuve callado y me puse a mirar por la ventana. Tuve la impresión de que Lima se había perdido, pero por lo menos no nos seguía nadie.
—Sigue —dijo Belano—, alguna sabremos.
—¿Qué es una catacresis? —dije.
—Ésa me la sabía, pero se me ha olvidado —dijo Lima.
—Es una metáfora que ha entrado en el uso normal y cotidiano del lenguaje y que ya no se percibe como tal. Ejemplos: ojo de aguja, cuello de botella. ¿Y una arquiloquea?
—Ésa sí que me la sé —dijo Belano—. Es la forma métrica que usaba Arquíloco, seguro.
—Gran poeta —dijo Lima.
—Pero en qué consiste —dije yo.
—No lo sé, te puedo recitar de memoria un poema de Arquíloco, pero no sé en qué consiste una arquiloquea —dijo Belano.
Así que les dije que una arquiloquea era una estrofa de dos versos (dístico), y que podía presentar varias estructuras. La primera estaba formada por un hexámetro dactílico seguido de un trímetro dactílico cataléctico in syllabam. La segunda… pero entonces comencé a quedarme dormido y me escuché hablar o escuché mi voz que resonaba en el interior del Impala diciendo cosas como dímetro yámbico o tetrámetro dactílico o dímetro trocaico cataléctico. Y entonces escuché que Belano recitaba:
Corazón, corazón, si te turban pesares
invencibles, ¡arriba!, resístele al contrario
ofreciéndole el pecho de frente, y al ardid
del enemigo oponte con firmeza. Y si sales
vencedor, disimula, corazón, no te ufanes,
ni, de salir vencido, te envilezcas llorando en casa.
Y entonces yo abrí los ojos con gran esfuerzo y Lima preguntó si aquellos versos eran de Arquíloco. Belano dijo simón y Lima dijo qué gran poeta o qué poeta más chingón. Después Belano se dio vuelta y le explicó a Lupe (como si a ella le importara) quién había sido Arquíloco de Paros, poeta y mercenario, que vivió en Grecia alrededor del 650 antes de Cristo, y Lupe no dijo nada, lo que me pareció un comentario muy apropiado. Después me quedé medio dormido, la cabeza apoyada en la ventana, y escuché que Belano y Lima hablaban de un poeta que escapaba del campo de batalla, sin importarle la vergüenza y el deshonor que tal acto acarreaba, al contrario, vanagloriándose de él. Y entonces yo empecé a soñar con un tipo que atravesaba un campo de huesos y el tipo en cuestión no tenía rostro o al menos yo no podía verle el rostro porque lo observaba desde lejos. Yo estaba bajo una colina y apenas había aire en ese valle. El tipo iba desnudo y tenía el pelo largo y al principio pensé que se trataba de Arquíloco pero en realidad podía ser cualquiera. Cuando abrí los ojos aún era noche cerrada y ya habíamos salido del DF.
—¿Dónde estamos? —dije.
—En la carretera de Querétaro —dijo Lima.
Lupe también estaba despierta y miraba con ojos que parecían insectos el paisaje oscuro del campo.
—¿Qué miras? —le dije.
—El carro de Alberto —dijo ella.
—No nos sigue nadie —dijo Belano.
—Alberto es como un perro. Tiene mi olor y me va a encontrar —dijo Lupe.
Belano y Lima se rieron.
—¿Cómo te va encontrar si desde que salimos del DF no he bajado de los ciento cincuenta kilómetros? —dijo Lima.
—Antes de que amanezca —dijo Lupe.
—A ver —dije—, ¿qué es una albada?
Ni Belano ni Lima abrieron la boca. Supuse que estaban pensando en Alberto, así que yo también me puse a pensar en él. Lupe se rio. Sus ojos de insecto me buscaron:
—A ver, sabelotodo, ¿sabes tú qué es un prix?
—Un toque de marihuana —dijo Belano sin volverse.
—¿Y qué es muy carranza?
—Alguien que es viejo —dijo Belano.
—¿Y lurias?
—Déjame que conteste yo —dije, pues todas las preguntas en realidad iban dirigidas a mí.
—Bueno —dijo Belano.
—No lo sé —dije tras pensar un rato.
—¿Tú lo sabes? —dijo Lima.
—Pues no —dijo Belano.
—Loco —dijo Lima.
—Eso es, loco. ¿Y jincho?
Ninguno de los tres lo sabíamos.
—Si es muy fácil. Jincho es indio —dijo Lupe riéndose—. ¿Y qué es la grandiosa?
—La cárcel —dijo Lima.
—¿Y quién es Javier?
Un convoy de cinco camiones de transporte pasó por el carril de la izquierda en dirección al DF. Cada camión parecía un brazo quemado. Durante un instante sólo se escuchó el ruido de los camiones y el olor a carne chamuscada. Después la carretera se sumió otra vez en la oscuridad.
—¿Quién es Javier? —dijo Belano.
—La policía —dijo Lupe—. ¿Y la macha chaca?
—La marihuana —dijo Belano.
—Ésta es para García Madero —dijo Lupe—. ¿Qué es un guacho de orégano?
Belano y Lima se miraron y sonrieron. Los ojos de insecto de Lupe no me miraban a mí sino a las tinieblas que se desplegaban amenazantes por la ventana trasera. A lo lejos vi las luces de un coche, luego las de otro.
—No lo sé —dije, mientras imaginaba el rostro de Alberto: una nariz gigantesca que venía tras nosotros.
—Un reloj de oro —dijo Lupe.
—¿Y un carcamán? —dije yo.
—Un carro, pues —dijo Lupe.
Cerré los ojos: no quería ver los ojos de Lupe y apoyé la cabeza en mi ventana. Vi en sueños el carcamán negro, imparable, en donde viajaba la nariz de Alberto y uno o dos policías de vacaciones dispuestos a rompernos la madre.
—¿Qué es un rufo? —dijo Lupe.
No le contestamos.
—Un carro —dijo Lupe y se rio.
—A ver, Lupe, contéstame ésta, ¿qué es el manicure? —dijo Belano.
—Fácil. El manicomio —dijo Lupe.
Por un momento me pareció imposible que yo hubiera hecho el amor con esa mujer.
—¿Y qué quiere decir dar cuello? —dijo Lupe.
—No lo sé, me rindo —dijo Belano sin mirarla.
—Lo mismo que dar caña —dijo Lupe—, pero distinto. Cuando a alguien le dan cuello lo eliminan, cuando a alguien le dan caña puede que lo eliminen, pero también puede que se lo estén cogiendo. —Su voz sonó igual de siniestra que si hubiera dicho antibaquio o palimbaquio.
—¿Y qué es dar labiada, Lupe? —dijo Lima.
Pensé en algo sexual, en el sexo de Lupe que sólo había tocado pero no visto, pensé en el sexo de María y en el sexo de Rosario. Creo que íbamos a más de ciento ochenta por hora.
—Pues dar una oportunidad —dijo Lupe y me miró como si adivinara mis pensamientos—: ¿Qué te creías tú, García Madero? —dijo.
—¿Qué significa de empalme? —dijo Belano.
—Algo divertido, pero que viene a cuento —dijo Lupe implacable.
—¿Y un chavo giratorio?
—Pues uno que fuma mota —dijo Lupe.
—¿Y un coprero?
—Uno que le entra a la cocaína —dijo Lupe.
—¿Y echar pira? —dijo Belano.
Lupe lo miró y luego me miró a mí. Sentí cómo los insectos saltaban de sus ojos y se posaban en mis rodillas, uno en cada una. Un Impala blanco idéntico al nuestro pasó como una exhalación en dirección al DF. Cuando desapareció por la ventana trasera tocó la bocina varias veces, deseándonos suerte.
—¿Echar pira? —dijo Lima—. No lo sé.
—Cuando varios hombres abusan de una mujer —dijo Lupe.
—Una violación múltiple, sí señor, te las sabes todas, Lupe —dijo Belano.
—¿Y sabes tú lo que quiere decir que has entrado en la rifa? —dijo Lupe.
—Claro que lo sé —dijo Belano—. Quiere decir que ya te metiste en el problema, que estás inmiscuido quieras o no quieras. También puede entenderse como una amenaza velada.
—O no tan velada —dijo Lupe.
—¿Y tú que dirías? —dijo Belano—. ¿Nosotros hemos entrado en la rifa o no?
—Nosotros tenemos todos los números, chavo —dijo Lupe.
Las luces de los coches que nos seguían desaparecieron de pronto. Tuve la impresión de que éramos los únicos que deambulaban a aquella hora por las carreteras de México. Pero pasados unos minutos, a lo lejos, las volví a ver. Eran dos coches y la distancia que nos separaba parecía haber disminuido. Miré hacia adelante, sobre el parabrisas había varios insectos aplastados. Lima conducía con las dos manos en el volante y el carro vibraba como si hubiéramos entrado en una carretera no asfaltada.
—¿Qué es un epicedio? —dije.
Nadie me contestó.
Durante un rato permanecimos todos en silencio mientras el Impala se abría paso en la oscuridad.
—Dinos qué es un epicedio —dijo Belano sin volverse.
—Es una composición que se recita delante de un cadáver —dije—. No hay que confundirlo con el treno. El epicedio tenía forma coral dialogada. El metro usado era el dáctilo epítrito, y más tarde el verso elegiaco.
Sin comentarios.
—Joder, qué bonita es esta pinche carretera —dijo Belano al cabo de un rato.
—Haznos más preguntas —dijo Lima—. ¿Cómo definirías tú, García Madero, un treno?
—Pues igual que un epicedio, sólo que no se recitaba delante de un cadáver.
—Más preguntas —dijo Belano.
—¿Qué es una alcaica? —dije.
Mi voz sonó extraña, como si no hubiera sido yo el que hablaba.
—Una estrofa formada por cuatro versos alcaicos —dijo Lima—: dos endecasílabos, un eneasílabo y un decasílabo. La empleó el poeta griego Alceo, de ahí el nombre.
—No son dos endecasílabos —dije—. Son dos decasílabos, un eneasílabo y un decasílabo trocaico.
—Puede ser —dijo Lima—. Al fin y al cabo qué más da.
Vi que Belano encendía un cigarrillo con el encendedor del coche.
—¿Quién introdujo la estrofa alcaica en la poesía latina? —dije.
—Hombre, eso lo sabe todo el mundo —dijo Lima—. ¿Tú lo sabes, Arturo?
Belano tenía el encendedor en la mano y lo miraba fijamente, aunque su cigarrillo ya estaba encendido.
—Claro —dijo.
—¿Quién? —dije yo.
—Horacio —dijo Belano y metió el encendedor en su agujero y luego bajó el cristal de la ventana. El aire que entró nos despeinó a Lupe y a mí.