26 de diciembre

—Hoy te tengo una sorpresa, papuchi —anunció Rosario nada más llegar a casa.

Se puso a besarme, dijo repetidas veces que me quería, prometió que dentro de poco se iba a poner a leer un libro cada quincena para estar «a mi altura», lo que acabó por abochornarme, y terminó confesándome que nadie antes la había hecho tan feliz.

Debo de estar haciéndome viejo, pues sus excesos verbales me ponen la piel de gallina.

Media hora después salimos y nos fuimos caminando hasta los baños públicos El Amanuense Azteca, en la calle Lorenzo Boturini.

Ésa era la sorpresa.

—Hay que estar bien limpitos ahora que se acerca el año nuevo —dijo Rosario guiñándome un ojo.

De buena gana la hubiera abofeteado allí mismo y luego me hubiera marchado para no volverla a ver nunca más en mi vida. (Tengo los nervios a flor de piel.)

Sin embargo, cuando traspusimos las puertas de cristal esmerilado de los baños, el mural o fresco que coronaba la recepción captó mi atención con una fuerza misteriosa.

El artista anónimo había pintado a un indio pensativo escribiendo en una hoja o en un pergamino. Aquél, sin duda, era el Amanuense Azteca. Detrás del amanuense se extendían unas termas en cuyas albercas, dispuestas de tres en fondo, se bañaban indios y conquistadores, mexicanos del tiempo de la colonia, el cura Hidalgo y Morelos, el emperador Maximiliano y la emperatriz Carlota, Benito Juárez rodeado de amigos y enemigos, el presidente Madero, Carranza, Zapata, Obregón, soldados de distintos uniformes o desuniformados, campesinos, obreros del DF y actores de cine: Cantinflas, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, Aceves Mejía, María Félix, Tin-Tan, Resortes, Calambres, Irma Serrano y otros que no reconocí pues estaban en las albercas más lejanas y ésos sí que eran verdaderamente chiquititos.

—¿Padre, no?

Me quedé con los brazos en las caderas. Extático.

La voz de Rosario me hizo dar un respingo.

Antes de internarnos por los pasillos, con nuestras toallitas y jabones, descubrí también que a cada lado del mural una muralla de piedra circundaba las termas. Y tras las murallas, en una especie de llano o mar solidificado, vi animales borrosos, tal vez fantasmas de animales (o tal vez fantasmas botánicos) que acechaban las murallas y se multiplicaban en un sitio hirviente y al mismo tiempo silencioso.