Una navidad infame. Llamé a María. ¡Por fin he podido hablar con ella! Le conté lo de Lupe y dijo que lo sabía todo. ¿Qué es lo que sabes?, le dije.
—Pues que abandonó a su chulo y que por fin se decidió a estudiar en la Escuela de Danza —dijo.
—¿Sabes dónde está viviendo?
—En un hotel —dijo María.
—¿Sabes en qué hotel?
—Claro que lo sé. En La Media Luna. Voy todas las tardes a verla, la pobre está muy sola.
—No, no está muy sola, tu padre ya se encarga de hacerle compañía —dije.
—Mi padre es un santo y está dejándose el pellejo por escuincles despreciables como tú —dijo.
Quise saber a qué se refería con la frase «dejándose el pellejo».
—A nada.
—¡Dime qué mierdas quieres decir!
—No grites —dijo ella.
—¡Quiero saber en dónde estoy! ¡Quiero saber con quién hablo!
—No grites —insistió ella.
Después dijo que tenía que hacer y colgó.