La mafia de los libreros mexicanos no desmerece en nada a la mafia de los literatos mexicanos. Librerías visitadas: la Librería del Sótano, en un sótano de la avenida Juárez en donde los empleados (numerosos y perfectamente uniformados) me sometieron a una vigilancia estricta y de la que pude salir con un libro de poemas de Roque Dalton, uno de Lezama Lima y uno de Enrique Lihn. La Librería Mexicana, atendida por tres samuráis, en la calle Aranda, cerca de la plaza de San Juan, en donde robé un libro de Othón, uno de Amado Nervo (¡magnífico!) y uno muy delgadito de Efraín Huerta. La librería Pacífico, en Bolívar con 16 de Septiembre, en donde robé una antología de poetas norteamericanos traducida por Alberto Girri y un libro de Ernesto Cardenal. Por la tarde, después de leer, escribir y coger un poco, la librería de viejo Horacio, en Correo Mayor, atendida por dos gemelas, de donde salí con una novela de Gamboa, Santa, para regalársela a Rosario, con una antología de poemas de Kenneth Fearing traducida y prologada por un tal doctor Julio Antonio Vila, en donde habla de forma más bien imprecisa y llena de interrogantes acerca de un viaje que el poeta Fearing hizo a México en la década del cincuenta, «viaje ominoso y fructuoso», dice el doctor Vila, y con un libro de budismo escrito por el aventurero de Televisa Alberto Montes. En lugar del libro de Montes yo hubiera preferido la autobiografía del ex campeón mundial de peso pluma Adalberto Redondo, pero uno de los inconvenientes de robar libros —sobre todo para un aprendiz como yo— es que la elección está supeditada a la oportunidad.