7 de diciembre

Hoy he ido a la oficina de mi tío y se lo he dicho:

—Tío —le dije—, estoy viviendo con una mujer. Por eso no voy a dormir a casa. Pero ni usted ni mi tía se tienen que preocupar porque sigo yendo a la facultad y pienso sacar la carrera. Por lo demás estoy muy bien. Desayuno bien. Como dos veces al día.

Mi tío me miró sin levantarse de su escritorio.

—¿Con qué dinero piensas vivir? ¿Has encontrado trabajo o te mantiene ella?

Le contesté que aún no lo sabía y que de momento, en efecto, era Rosario la que pagaba mis gastos, por lo demás muy frugales.

Quiso saber quién era la mujer con la que vivía y se lo dije. Quiso saber qué hacía. Se lo dije, tal vez endulzando un poco las prosaicas aristas del trabajo de mesera de bar. Quiso saber qué edad tenía. A partir de ese momento, contra mi propósito inicial, todo fueron mentiras. Admití que Rosario tenía dieciocho cuando es casi seguro que tiene más de veintidós, puede que veinticinco, aunque esto lo calculo a volea, nunca se lo he preguntado, no me parece correcto recabar esta información si no es por iniciativa de ella.

—Sólo te pido que no quedes como un pendejo —dijo mi tío y me extendió un cheque por cinco mil pesos.

Antes de irme me rogó que esa noche llamara por teléfono a mi tía.

Fui al banco a cambiar el cheque y después estuve dando vueltas por algunas librerías del centro. Me asomé al café Quito, La primera vez no encontré a nadie. Comí allí y volví al cuarto de Rosario en donde estuve leyendo y escribiendo hasta tarde. Por la noche volví y encontré a Jacinto Requena muerto de aburrimiento. A excepción suya, me aseguró, ningún real visceralista asoma la nariz por el café. Todos temen encontrarse aquí con Arturo Belano, temor por lo demás infundado pues el chileno no aparece desde hace días. Según Requena (que de los real visceralistas sin duda es el más flemático), Belano ha empezado a echar a más poetas del grupo. Ulises Lima se mantiene en un discreto segundo plano, pero por lo visto apoya las decisiones de Belano. Le pregunto quiénes son los purgados en esta ocasión. Me nombra a dos poetas que no conozco y a Angélica Font, Laura Jáuregui y Sofía Gálvez.

—¡Ha expulsado a tres mujeres! —exclamé sin poder evitarlo.

En la cuerda floja están Moctezuma Rodríguez, Catalina O’Hara y él mismo. ¿Tú, Jacinto? Muy movidoso está ese Belano, pues, dice Requena resignado. ¿Y yo? No, de ti nadie ha hablado por ahora, dice Requena con voz vacilante. Le pregunto el motivo de estas expulsiones. No lo sabe. Se reafirma en su primera opinión: una locura temporal de Arturo Belano. Luego me explica (aunque esto yo ya lo sé) que Breton acostumbraba a practicar sin ninguna discreción este deporte. Belano se cree Breton, dice Requena. En realidad, todos los capo di famiglia de la poesía mexicana se creen Breton, suspira. ¿Y los expulsados qué dicen, por qué no forman un nuevo grupo? Requena se ríe. La mayoría de los expulsados, dice, ¡ni siquiera saben que han sido expulsados! Y a aquellos que lo saben no les importa nada el real visceralismo. Se podría decir que Arturo les ha hecho un favor.

—¿A Pancho no le importa nada? ¿A Piel Divina no le importa nada?

—A ellos puede que sí. A los demás sólo les han quitado un lastre de encima. Ahora pueden irse tranquilamente con las huestes de los Poetas Campesinos o con los achichincles de Paz.

—Me parece muy poco democrático lo que está haciendo Belano —dije.

—Pues sí, la mera verdad es que no es muy democrático que digamos.

—Deberíamos ir a verlo y decírselo —dije.

—Nadie sabe dónde está. Él y Ulises han desaparecido.

Durante un rato nos quedamos mirando la noche de México en los ventanales.

Afuera la gente camina aprisa, encogida, no como si aguardaran una tormenta sino como si la tormenta ya estuviera aquí. Sin embargo nadie parece tener miedo.

Más tarde Requena se puso a hablar de Xóchitl y del hijo que iban a tener. Pregunté cómo se iba a llamar.

—Franz —dijo Requena.