Hoy he cogido con Rosario de doce de la noche a cuatro y media de la mañana y he vuelto a cronometrarla. Se vino diez veces, yo dos. Sin embargo el tiempo empleado en hacer el amor fue mayor que el de ayer. Entre poema y poema (mientras Rosario dormía) hice algunos cálculos matemáticos. Si en cuatro horas te corres quince veces, en cuatro horas y media te deberías correr dieciocho veces, y en modo alguno diez. Lo mismo vale para mí. ¿Es posible que la rutina ya comience a afectarnos?
Luego está María. Cada día pienso en ella. Me gustaría verla, coger con ella, hablar con ella, llamarla por teléfono, pero a la hora de la verdad soy incapaz de dar un solo paso en su dirección. Y luego, cuando examino fríamente mis encuentros sexuales con ella y con Rosario, sin duda alguna tengo que reconocer que con Rosario me lo paso mejor. ¡Al menos aprendo más!