Encuentro en el café Quito con Jacinto Requena, Rafael Barrios y Pancho Rodríguez. Los vi llegar a eso de la nueve de la noche y les hice una seña desde mi mesa en la cual llevaba unas tres horas provechosamente invertidas en la escritura y en la lectura. Me presentan a Pancho Rodríguez. Es tan bajito como Barrios, pero con cara de niño de doce años aunque en realidad tiene veintidós. Casi a la fuerza, simpatizamos. Pancho Rodríguez habla hasta por los codos. Gracias a él me entero de que antes de la llegada de Belano y Müller (que aparecieron en el DF después del golpe de Pinochet y por lo tanto son ajenos al grupo primigenio), Ulises Lima había sacado una revista con poemas de María Font, de Angélica Font, de Laura Damián, de Barrios, de San Epifanio, de un tal Marcelo Robles (del que no he oído hablar) y de los hermanos Rodríguez, Pancho y Moctezuma. Según Pancho, uno de los dos mejores poetas jóvenes mexicanos es él, el otro es Ulises Lima, de quien se declara su mejor amigo. La revista (dos números, ambos de 1974) se llamaba Lee Harvey Oswald y la financió íntegramente Lima. Requena (que aún no pertenecía al grupo) y Barrios corroboran las palabras de Pancho Rodríguez. Allí estaba la simiente del realismo visceral, dice Barrios. Pancho Rodríguez no es de la misma opinión. Según él, Lee Harvey Oswald debió continuar, la cortaron justo en el mejor momento, cuando la gente empezaba a conocernos, dice. ¿Qué gente? Pues los otros poetas, claro, los estudiantes de Filosofía y Letras, las chavitas que escribían poesía y que acudían semanalmente a los cien talleres abiertos como flores en el DF. Barrios y Requena no están de acuerdo, aunque hablan con nostalgia de la revista.
—¿Hay muchas poetisas?
—Decirles poetisas queda un poco gacho —dijo Pancho.
—Se les dice poetas —dijo Barrios.
—¿Pero hay muchas?
—Como nunca antes en la historia de México —dijo Pancho—. Levantas una piedra y encuentras a una chava escribiendo de sus cositas.
—¿Y cómo Lima fue capaz de financiar él solo Lee Harvey Oswald? —pregunté.
Me pareció prudente no insistir por el momento en el tema poetisas.
—Ah, poeta García Madero, un tipo como Ulises Lima es capaz de hacer cualquier cosa por la poesía —dijo Barrios soñadoramente.
Después hablamos sobre el nombre de la revista, que a mí me pareció genial.
—A ver si lo he entendido. Los poetas, según Ulises Lima, son como Lee Harvey Oswald. ¿Es así?
—Más o menos —dijo Pancho Rodríguez—. Yo le sugerí que le pusiera Los bastardos de Sor Juana, que suena más mexicano, pero nuestro carnal se muere por las historias de los gringos.
—En realidad Ulises creía que ya existía una editorial que se llamaba así, pero estaba equivocado y cuando se dio cuenta de su error decidió ponerle a su revista ese nombre —dijo Barrios.
—¿Qué editorial?
—La P. J. Oswald, de París, la que publicó un libro de Mathieu Messagier.
—Y el cabrón de Ulises pensaba que la editorial francesa se llamaba Oswald por el asesino. Pero ésta era la Pe Jota Oswald y no la Ele Hache Oswald y un día se dio cuenta y entonces decidió apropiarse del nombre.
—El nombre del francés debe ser Pierre-Jacques —dijo Requena.
—O Paul-Jean Oswald.
—¿Su familia tiene dinero? —pregunté.
—No, la familia de Ulises no tiene dinero —dijo Requena—. En realidad, su familia es su madre, ¿no? Yo al menos no conozco a nadie más.
—Yo conozco a toda su familia —dijo Pancho—. Yo conocí a Ulises Lima mucho antes que todos ustedes, mucho antes que Belano, y su mamá es su única familia. Y les aseguro que no tiene luz.
—¿Y cómo pudo financiar dos números de una revista?
—Vendiendo mota —dijo Pancho. Los otros dos se quedaron callados, pero no lo desmintieron.
—No me lo puedo creer —dije.
—Pues es así. La luz viene de la marihuana.
—Carajo.
—La va a buscar a Acapulco y luego la reparte entre sus clientes del DF.
—Cállate, Pancho —dijo Barrios.
—¿Por qué me voy a callar? ¿Que el chavo este no es un chingado real visceralista? ¿Por qué me voy a callar, entonces?