LXXIV

Unos años más tarde, en los Jardines del Buen Retiro, actuaba una compañía italiana de opereta. Ya los jardines iban a desaparecer. Una noche que representaban La geisha, un caricato llamado Lambiasse cantó en castellano los cuplés de un chino que sale en la obra. Uno de los cuplés, naturalmente mediocre, como hecho en aquel momento entre bambalinas, y quizá por un italiano, decía así:

Me han dicho, señores,

que el Gobierno va a cerrar

este coliseo

porque piensa edificar.

Un correo inmenso

al instante construirá,

y en lugar de Lambiasse

un cartero cantará.

La tertulia de don Paco Lecea todavía subsistía, sin don Paco. Este se había marchado de Madrid a un pueblo, a casa de un pariente. Por las noticias que se tenían de él, se pasaba la vida de taberna en taberna, hablando con los jóvenes calaveras y aleccionándoles en la escuela byroniana.

El doctor Guevara compró una casa en Andalucía, y sólo raras veces se le encontraba en Madrid. El marqués de Castelgirón acababa de morir.

De los periodistas, Montes Plaza dirigía un periódico importante e iba camino de ser ministro; Aguilera, abandonando la literatura, se destacaba más como profesor; Golfín estaba en América, y Dobón, empleado en el Ministerio de Hacienda, no se ocupaba ya para nada de Nietzsche.

Romero, el bolsista, el que no pedía a las mujeres más que lo que podían dar, y no le preocupaba si eran fieles o infieles, acababa de matar de un tiro a una querida y había sido condenado a diez años de presidio. La había matado en un furioso acceso de celos. Un hombre así tenía que ser un mal bolsista, como decía Guevara.

Poco después de la muerte de Jaime Thierry, se leyó en los periódicos esta noticia:

«Se ha verificado la boda de la bellísima señorita doña Fernanda Arias Mejía con nuestro compañero en la prensa don Carlos Hermida».

Dobón aseguró por todas partes que Carlos había tenido a su familia en la mayor estrechez y miseria para poder presentarse ante su novia con aire de persona acomodada.

A consecuencia de la vida mezquina y del trabajo, la hermana Adelaida comenzó a resentirse del pecho, y el médico la recomendó que fuera a pasar una temporada a un pueblo de la sierra.

Doña Antonia, la madre, explicó con timidez a su hijo cómo Adelaida necesitaba dinero para ir a la sierra, y Carlos contestó de mal humor:

—Sí, pero yo tengo que hacerme ropa para casarme.

De Matilde Leven no se supo nada por entonces; se dijo que estaba en Inglaterra.

Josefina Cuéllar se casó con un americano no muy joven, pero de gran fortuna, y tuvo varios hijos.