LXXIII

Camino del cementerio del Este, una mañana fría de enero, una mañana madrileña clásica, con nieve en las hondonadas, se puso en camino la comitiva.

Marcharon el coche de muerto y otros cinco detrás. En el primero de éstos, del señor Benigno, el amigo de Thierry, iban el cura don Antolín, el doctor Guevara y el doctor Montoya; en el segundo, el jesuita vasco y Alfredísimo; en el tercero, Aguilera, Dobón y Golfín; en el cuarto, Beltrán con el chico mayor, don Clemente y Vega, y en el último, la Patro con su hermana Amparo y el pintor Díaz del Pozo.

El campo estaba desierto; pasaba alguna vieja arropada con su mantón por el camino, algún carromato destrozado iba dando barquinazos en los pedruscos y en los baches, y algún perro famélico husmeaba y buscaba los huesos en los montones de basura.

A lo lejos silbaba el tren y dejaba en el aire una nube de humo negra.