LX

Quince o veinte días después, una noche en que la marquesa de Villacarrillo no estaba en los Jardines, Thierry se sentó en un banco de la tertulia de don Paco. Estaba distraído y febril. El ex ministro y periodista Valdés habló con cierta pedantería y como dirigiéndose a Jaime, de que era necesario vivir dirigido por la sofrosina o templanza, y citó el caso de Raskolnikov de Crimen y castigo, de Dostoievski, lo que entonces se consideraba como muestra de tener grandes conocimientos de la literatura del tiempo.

El señor Valdés era pesado y prolijo en sus explicaciones; dicho de una manera vulgar y callejera, era una lata o un pelmazo.

Al marcharse el ilustre periodista, Thierry preguntó a don Paco Lecea:

—¿Qué quiere decir ese hombre con esas historias de la sofrosina y de Raskolnikov? No he comprendido la intención suya.

—Nada —saltó el doctor Guevara—; es una tontería de ese señor, que es un cándido. Aquí ha habido algunos que han inventado la broma de que usted es el que mató a aquel usurero viejo y pintado, don Florestán, y el señor Valdés, sin duda lo ha creído.

—¡Qué disparate!

—Han inventado también que usted tiene una banda de atracadores en los Cuatro Caminos.

—Pero, hombre, ¡qué absurdo! Lo mismo podrían pensar que yo soy Jack, el destripador.

—No podrá usted decir que no es una cosa romántica —exclamó Guevara con cierta ironía—; eso de ser jefe de una banda de asesinos le debe parecer a usted muy bien.

Thierry sonrió, y al día siguiente contó a Concha Villacarrillo lo inventado a su costa. Concha parecía inclinada a creerlo, y dijo tranquilamente:

—Sí, eso han dicho.

—¿Y tú no has protestado?

—¿Yo cómo iba a protestar ante la gente? ¿Con qué derecho?

—¿Es que lo has creído?

—De ti se puede creer cualquier cosa, Jimmy. Estás tan loco…

—Loco por ti.

—No, querido; ya lo estabas antes de conocerme.

—¿Y no me querrías menos si hubiera matado a alguno?

—No; al revés…; te tendría lástima…; cuídate, Jimmy, y no hagas tonterías.

Cuando Thierry se encontró solo pensó:

«¡Pero esa mujer, qué opinión tiene de mí! ¡Me cree capaz de matar a un hombre para robarle! Es absurdo.»

Después, insistiendo más en ello, el considerar que Concha afirmaba que aunque hubiese matado al usurero para robarle, le seguiría queriendo, le produjo entusiasmo.

«Sí, es una mujer admirable —se dijo Jaime—; por ella mataría yo a cualquiera y me mataría también.»

Como le suponían capaz de aquel crimen, Thierry pensó que sería picante dar una explicación de él y hacer una hipótesis literaria acerca de la muerte del prestamista, imitada del Doble asesinato en la calle Morgue, de Edgar Poe. Creía que llamaría la atención. Leyó los periódicos, intentó inventar una explicación, pero no se le ocurrió nada interesante. Había sólo tres versiones posibles del crimen. Suponerlo preparado por algún criado, por un atracador ocasional o inventar algún motivo antiguo de odio, y para esto él no tenía el menor dato.

Su hipótesis valía tan poco, que no la llegó a publicar.