En la tertulia de don Paco Lecea corrieron rumores absurdos sobre la muerte de don Florestán. Se hicieron muchas cábalas y se dijeron infinidad de tonterías, Alguien supuso que Aguilera y Thierry tenían participación en el crimen.
—Yo creo que el que ha matado a don Florestán es Thierry, y que Aguilera ha tomado parte en ello —dijo uno.
—Hombre, ¡qué disparate!
—Aguilera recitó no hace muchas noches unos versos dirigidos al prestamista, en los cuales aseguraba que pondría su alma cubierta de duelo.
—¡Bah! Eso es una simpleza.
Algunos, creyeran o no de buena fe la acusación, esparcieron la voz entre los conocidos.
—Eso es una locura —decía la mayoría al oír el cuento.
—No, no. No tanta locura. Thierry conocía a don Florestán y tenía negocios con él. Thierry está arruinado. La noche de la muerte, Jaime no estuvo aquí. El garrotazo con que le mataron a don Florestán parece de la misma mano que el que le dieron a Pipo el caricaturista. Ni entonces ni ahora han llamado a Thierry a declarar.
—Pero si Thierry no tiene fuerza para matar una mosca. Debe de estar tísico.
—No crea usted, es hombre de nervio, y, además, allí, en el barrio, tiene su banda.
—¿Usted cree?
—Sí, sí. El mozo trae costumbres de América del Norte.
—¡Demonio! ¡Tendría gracia que fuera él!
—A mí no me chocaría nada. Es un impulsivo.
—¿Pero hay algún indicio?
—Sí, hay indicios. La escapatoria del matador ha podido verificarse por una de las calles nuevas recién abiertas que del Hipódromo va al depósito del Canal de Lozoya, donde vive Thierry.
Por las intenciones de sus amigos, Thierry hubiera tenido que ir a la cárcel y acabar en el patíbulo.