LIV

Hacia Semana Santa apareció Concha Villacarrillo en Madrid. Jaime siguió siendo el satélite de la marquesa. Iba tras ella, se escondía para saludarla o para verla. Estaba intranquilo y nervioso.

—Ya sé que has hecho muchas tonterías, Jimmy —le dijo Concha al verle, con tono de lástima—; he leído lo que has escrito en este periodicucho contra todo el mundo.

—Estaba desesperado porque te habías marchado.

—Eso no legitima el hacer tonterías.

—En otros, quizá no; en mí, sí.

—¿Pero no comprendes, Jimmy, que con eso te cierras las puertas de todos lados?

—No me importan nada esas puertas. Para mí no hay más que dos cosas importantes en la vida.

—¿Qué son?

—Tú y yo.

—¡Qué loco estás, Jimmy!

—Loco por ti. ¿Y allí, al pueblo, llegaba mi periódico?

—Sí; claro que llegaba.

—¿Y lo leíais?

—De arriba abajo.

—Tu marido se indignaría…

—Nada de eso. Al contrario. Le parecía todo muy bien. Estaba de acuerdo contigo en tus opiniones sobre el político y el escritor. Yo, algunas veces pensaba si tendrías razón con tus Nichtdenkungsgedanken. Así, que ya ves: tenías un partidario.