Por entonces Jaime encontró en la calle a un tipo conocido por él en Nueva York, hombre acusado de malversador en una ciudad cubana donde tuvo un empleo.
Era un asturiano grueso, rechoncho, un tipo un poco extraño, muy atezado, de color de dulce de membrillo, con varios dientes de oro y un bigotazo negro con las puntas levantadas hasta los ojos.
Se llamaba Jacinto Palacio del Campo. Consideraba su nombre y sus apellidos lo más bonito que se podía encontrar en España.
—El jacinto, la flor —decía seriamente—; el palacio, la obra maestra de la arquitectura, y el campo, la Naturaleza, la poesía. ¿Qué puede haber más sublime?
Don Jacinto Palacio del Campo quería vengarse. Le inquietaba y le desazonaba la acusación de malversador que caía sobre su bello nombre botánico, arquitectónico y poético.
En España no le conocía nadie ni nadie tenía noticia de su fama; pero él sin duda necesitaba hablar de la acusación, explicarse y sincerarse. Este era uno de los motivos interesantes para él en la vida.
El hombre con dinero, quizá de su malversación, quería emplear por lo menos quince o veinte mil duros en publicar un periódico, un semanario, para reivindicarse y justificarse ante España.
Pensaba explicar lo pasado en el pueblo cubano donde estuvo de empleado y legitimar su conducta y publicar documentos justificativos.
Thierry intentó convencerle de que aquellas cosas, desconocidas para todos y poco laudatorias, lo mejor era callarlas. El jacinto, el palacio y el campo quedarían más puros sin ocuparse para nada de las irregularidades administrativas de la isla tropical.
—Bien —dijo don Jacinto—; pero, aunque sea así, haremos el periódico y usted lo dirigirá.
—Bueno, bueno. Estoy conforme.
—Además, amigo Thierry, le pagaré lo que usted me diga.
—No me opongo; ante esos argumentos ad hominem hay que ceder.
Thierry necesitaba dinero. Empezó a estudiar el asunto. Propuso a don Jacinto varios títulos para el periódico, entre ellos El Martillo, El Sancho Panza, El Garrote y El Bufón. Don Jacinto eligió El Bufón. El señor Palacio quería obrar con seriedad y pulcritud y pagar relativamente bien a los redactores y al director.
Se hicieron proyectos y presupuestos para el semanario, se eligió el formato y se tomó un entresuelo en la calle de Jacometrezo para redacción y administración.