XXXV

Los amores entre Concha y Jaime comenzaron de una manera tempestuosa. De la tormenta sensual ella salió sonriente y tranquila; él, en cambio, quedó vencido, irritado, y triste. Tenían dos temperamentos diferentes y contrarios. Él era un neurótico; en cambio, ella era de un equilibrio nervioso admirable.

A pesar de sus ideas anárquicas, que exponía constantemente, Thierry era un hombre dogmático, déspota, que intentaba someterlo todo a su voluntad; ella, en cambio, era inasequible, indominable por naturaleza, y cediendo ante las cosas y ante las personas, no se entregaba en absoluto a nada. No quería ni mandar ni obedecer; le bastaba con vivir a su manera, mansamente, como un arroyo que va acomodando sus aguas a la forma del cauce y de las orillas por donde pasa.

La marquesa de Aguilar, buena amiga de Concha, no tenía, como la de Aracena, envidia, celos ni pasión biliosa contra sus conocidas. Ella confesaba que tenía un corazón muy amplio en donde podían entrar muchas personas. Se supone que sucesivamente.

La marquesa experimentaba simpatía por Thierry al verle enamorado de veras, y le habló de Concha con sinceridad. Según la de Aguilar, Concha, rica o pobre, reina o esclava, hubiera sido siempre lo mismo: una persona bondadosa, cándida, con poco arraigo por todo. No tenía amistades estrechas ni antipatías grandes; la vida le parecía lo que debía ser, ni bien ni mal. Únicamente los hijos la dominaban, pero tenía muchos momentos que no se acordaba de ellos. Concha era también una mujer culta; había hecho estudios; sabía el alemán muy bien, pero no le daba importancia a estas cosas.

Concha se había casado con su marido por amor y al mismo tiempo por conveniencia, como se casaban casi todas, al decir de la marquesa de Aguilar. Villacarrillo era rico, de la aristocracia, y las familias respectivas eran amigas.

—En esta época fácilmente una muchacha joven se cree enamorada del hombre que la galantea —aseguró la de Aguilar—. Piensa que el matrimonio será una serie constante de alegrías y de placeres. Es la historia de todas nosotras.

Abandonada por el marido en plena juventud y en una sociedad elegante en la cual el ser desdeñada era un motivo de compasión y de burla, con los sentidos despiertos, Concha quizá se lanzó a alguna aventura amorosa que la dejó desilusionada y triste. La de Aguilar creía que no había tenido nada que ver con Peña Montalvo ni con ninguno de los aristócratas de su grupo. Se hubiera sabido en seguida en el círculo de sus amistades.

Estos informes, a pesar de que le demostraban que Concha no era una mujer ligera, despreciable, ni mucho menos, no le tranquilizaron a Thierry.

—Y esa aventura amorosa que la dejó desilusionada y triste, ¿con quién fue? —preguntó Jaime.

—No lo sé. Si lo supiera no se lo diría tampoco; pero, la verdad, no lo sé. Ella no me ha confesado nunca nada, pero yo a veces he sospechado. Las mujeres adivinamos.

En aquella vida fácil y de holganza, Concha, según la de Aguilar, no pudo decidirse ni a divertirse, como se decía entre los suyos, ni a resignarse con su suerte y a ser una madre de familia de vida austera y grave. Así marchaba como entre dos aguas.

La Villacarrillo tenía del amor una idea burlona y de cosa animal y de la maternidad una idea noble; pero no era capaz de sacrificar lo puramente animal a lo noble.

Thierry, con su sentido dogmático, quiso poner en claro la posición espiritual y material de ella y de él y que ambos tomaran determinaciones extremas a rajatabla.

Concha no estaba dispuesta a tal cosa. Puesto que habían llegado a lo que llegaron por la fuerza de las circunstancias, ella le sugería un plan de vida para los dos. Permanecerían así, y ella le ayudaría a crearse una posición. La idea de favorecerle, de protegerle, de irle abriendo camino en la sociedad, le agradaba.

Dentro del desorden de un matrimonio mal avenido podía haber un poco de orden, pensaba Concha. A los hijos se les cuidaba y se les respetaba, alejándoles de toda contaminación, de toda escena que pudiera darles una idea impropia de su padre y de su madre. El marido andaba detrás de las perdidas; la mujer tenía un amante. Ya dentro de esta inmoralidad, lo mejor, según Concha, era que no hubiera escándalo.