Carlos Hermida encontró muy extraño todo cuanto se refería a Jaime. Considerándole como un escritor original lo llevó a varias redacciones.
Thierry quería publicar algo en un periódico. No pensaba, al principio, poner su nombre al pie. Carlos se brindó a llevar sus artículos a El Mundo.
Thierry le dio con este objeto dos o tres fantasías firmadas con el seudónimo shakesperiano de «Puck».
En la redacción se creyó que aquellos artículos eran de Carlos y pasaron completamente inadvertidos. Ni el público ni los redactores se fijaron en ellos.
Por entonces llegó de Filipinas a Madrid un general con fama de hombre severo e implacable. Había fusilado en aquellas islas a varios liberales enemigos de los frailes. A pesar de su fama, era un militar de opereta.
Se le quiso hacer en la corte un recibimiento entusiasta. El presidente del Consejo se opuso y, al parecer, la Reina salió a un balcón de Palacio a saludar al militar. Con este motivo hubo revuelo político. Thierry escribió un artículo violento titulado «La crisis del balcón», que no firmó, y fue denunciado.
Por este artículo comenzó a tener cierta fama en el mundo periodístico. Estas famas de conversación, si no muy extensas, tenían entonces gran intensidad.
Al empezar el verano, Carlos y Jaime fueron con frecuencia a los jardines del Buen Retiro, y aquí Montes Plaza les presentó a algunos políticos y a un periodista y ex ministro, don Martín Valdés, hombre caracterizado como elocuente y culto. Valdés, quizá creyéndoles de más posición social, les presentó a algunas damas aristocráticas y les llevó a la tertulia de don Paco Lecea.
A mediados de verano, como Jaime Thierry pasaba por hombre rico o, por lo menos, gastaba como si lo fuera, algunos le preguntaban:
—Pero ¿para qué se queda usted en Madrid, donde hace tanto calor?
—¡Bah! Aquí no hace mucho calor. Estoy acostumbrado a Nueva York, en donde el verano es mucho más fuerte.
Prefería también, según decía, pasar la estación estival en Madrid y no en una ciudad como Trouville, Biarritz o San Sebastián, donde, según él, la gente hacía una vida ridícula.