El caballero romántico de la barba y de la melena, antiguo joven tenebroso, puso al frente de su libro una dedicatoria. En ella decía así:
«A una señora amiga:
El pasado no es mejor que el presente, mi querida amiga, es cierto, pero se alumbra con una media luz crepuscular sugestiva, poética, distinta a la claridad cruda y agria del momento.
Sólo el empleo del verbo en pasado basta para matizar la frase de cierta nota melancólica. ¿No le parece a usted? Marchaba yo por entonces… iba en aquella época… viajaba… ya esto es suficiente para dar a la acción recordada un cierto aire de tristeza y de nostalgia.
El autor se ha dejado llevar aquí por la melancolía de lo pretérito y ha pensado en usted.
Usted mariposeaba en pleno esplendor de la juventud en aquella época brillante para nosotros de los jardines del Buen Retiro; yo moscardoneaba también sin ningún esplendor por los mismos lugares y en el mismo tiempo.
Y ahora los dos somos viejos. ¡Qué pena! Yo, pase; ¡pero usted! El escenario y los actores desaparecieron. El jardín ya no existe. La mayoría de nuestros amigos murieron. El tiempo ha volado como vuelan todos los tiempos. Hora fugax. Fugit irreparabile tempus. Ya no le queda a uno más que preguntar como Jorge Manrique:
¿Qué se fizo el Rey don Juan?
Los infantes de Aragón,
¿qué se ficieron?
O decir, como el poeta francés:
¿Dónde están las nieves de antaño?
A usted y a mí el tiempo nos ha clavado con el alfiler en el cartón como un entomólogo a un insecto. Yo intento clavar ahora a nuestros contemporáneos con idéntico alfiler en el mismo cartón en calidad de curiosidades arqueológicas.
Hace años no me hubiera decidido a escribir y menos a publicar esta obra. Ya no tengo escrúpulo alguno; ahora puedo impunemente tomar del natural tipos, paisajes y suceso sin molestar a nadie; porque estos tipos, sucesos y hasta paisajes han quedado la mayoría transformados casi por completo; borrados por el tiempo irreparable. Ya ni los actores mismos serían capaces de reconocerlos y de identificarlos al leer mi relación.
Usted, encantadora amiga, los reconocerá y los identificará, y lo siento, porque es de mi época.
Algunas personas deberían ser eternamente jóvenes y tener a su disposición la fuente de Juvencio que el marino español Ponce de León creyó encontrar en la Florida.
Con el antiguo entusiasmo es su viejo amigo y constante devoto,
Fantasio.»