Epílogo

BESTIAS: Han existido numerosas «bestias demoníacas» en nuestro país o en otros lugares. La más famosa fue, por supuesto, la bestia de Gévaudan, pero también se tienen rastros de la bestia de Évreux (1633-1634), de Brive (1783), de Auxerrois (1731) y otras incluso más recientes, hasta el siglo XX. Si algunas bien parecen haber sido animales, otras son más misteriosas.

Así, la bestia de Gévaudan, que causó estragos entre 1764 y 1767, y a la cual se le imputan alrededor de 120 muertes, ha dado lugar a numerosos testimonios. El primer asesinato que se le atribuyó fue el de una adolescente de 14 años, Jeanne Boulet, cerca de Langogne. Le siguieron otras mujeres, a menudo muy jóvenes, pero también hombres jóvenes. Sin embargo, la bestia no mató a ningún hombre adulto, prueba de que desconfiaba de aquellos que podían resistírsele demasiado.

Se organizaron cazas y batidas, se ofrecieron recompensas, actuaron los cazadores más importantes, en vano, a pesar de que en varias ocasiones sus balas alcanzaron a la bestia. No obstante, parecía muy ágil, se desplazaba rápido y actuaba con astucia ante los cazadores.

Lo siguiente fue un llamamiento a la oración y el obispo de Mende, conde de Gévaudan, bautizó a la bestia con el nombre de «plaga de Dios». El asunto tomó una dimensión política y Luis XV se vio en apuros. Él envió a un arcabucero, François Antoine. Entonces fue atacada una tal Marie-Jeanne Valer, de unos veinte años de edad, que se defendió con la energía que da la desesperación. Ella clavó un arma en el pecho de la bestia, que se dejó caer al río para huir.

Tras gastar una desagradable broma a Antoine, Jean Chastel y sus dos hijos, Pierre y Antoine, fueron arrestados. Parece que la bestia no atacó durante su encarcelación. Entonces, comenzaron las sospechas con respecto a ellos.

François Antoine mató después a varios lobos, de los cuales uno era un espécimen de gran tamaño e hizo creer que se trataba de la bestia. En su descargo obraba el hecho de que el rey deseaba deshacerse de aquella plaga cuanto antes. Por desgracia, la bestia volvió a aparecer y continuaron los ataques.

Jean Chastel, que había mandado fundir unas medallas de la Virgen para fabricar balas, abatió a un cánido que «se sentó a esperar a que él hubiese terminado sus oraciones». La bestia fue disecada, tan mal que se pudrió antes de llegar a Versalles para mostrársela al rey. Según las medidas y las descripciones del animal cazado, se trataba de un cruce entre perro y lobo, de un metro de largo desde el comienzo de la cabeza hasta la raíz de la cola, lo que no tenía nada de extraordinario.

Se han sostenido varias teorías a lo largo de los siglos. La bestia habría sido un lobo, incluso una manada de lobos. También se habló de un animal exótico (león, hiena, etcétera) que se habría escapado de un zoo o de un circo. Llegaron después las sospechas con respecto a uno o varios hombres ya que algunas víctimas habían sido decapitadas o casi y que la bestia era extremadamente ágil, pues en un corto intervalo de tiempo atacaba en lugares a varios kilómetros de distancia. Por fin nació, para algunos, la hipótesis según la cual Jean o Antoine Chastel habrían adiestrado a un híbrido de perro y lobo para atacar salvajemente a humanos y que habría colaborado en los asesinatos. El animal habría sido protegido con una coraza de cuero de jabalí, como los perros de guerra, explicando así que se le hubiera disparado sin herirle de gravedad.

Las teorías que parecen más convincentes son aquellas que implican a hombres (fuesen cuales fuesen los verdaderos culpables). La bestia era demasiado astuta como para que se tratase de un simple animal. Además, algunos testimonios daban constancia de heridas «limpias y claras en el cuello» en el caso de las víctimas decapitadas, cosa que unos colmillos no podrían causar. Las diferentes personas que vieron a la bestia no hablaron de un lobo, muy conocido por los campesinos de la época, sino de un animal «con una cabeza gruesa, costados rojizos, una banda oscura sobre la espalda y unas patas terminadas en largas garras». Finalmente, existe un testimonio que, sin duda, hay que tratar con mucha circunspección: la bestia se habría sentado sobre su trasero levantando las patas delanteras, lo que se trata más bien de la postura de un hombre. Se apreciarían botones en el vientre, sugiriendo un disfraz de pieles. Algunos autores relatan que después de que Jean Chastel hubiese matado al cánido en cuestión, los crímenes cesaron definitivamente y que el asunto se convirtió en algo místico.

Seguramente nunca sabremos la verdad y las diferentes interpretaciones continuarán coexistiendo. ¡No obstante, la invención de una bestia monstruosa y salvaje, en estos períodos en los que se mezclaban la superstición y el terror a lo desconocido, era ideal para ocultar asesinatos en serie muy humanos!

BONIFACIO VIII, Benedetto Caetani, hacia 1235-1303. Cardenal y legado en Francia, toma la tiara pontificia bajo el nombre de Bonifacio VIII. Ferviente defensor de la teocracia pontificia, contraria al moderno estado de derecho. Autor de leyes contra las mujeres y sospechoso, sin que exista prueba alguna, de practicar la brujería y la alquimia con el fin de preservar su poder. La abierta hostilidad que le enfrenta a Felipe el Hermoso surge a partir de 1296. La escalada del conflicto no tiene freno, ni siquiera después de su muerte, momento en el que Francia se propone abrir un proceso de condena contra su memoria.

CLEMENTE V, Bernard de Got, hacia 1270-1314. Primero es canónigo y consejero del rey de Inglaterra. Sus excelentes cualidades como diplomático evitan que se enemiste con Felipe el Hermoso durante la guerra entre Francia e Inglaterra. Es nombrado arzobispo de Burdeos en el año 1299, sucediendo posteriormente a Benedicto XI en el año 1305 con el nombre de Clemente V. Ante el miedo de verse confrontado con la escena italiana, la cual apenas conoce, se instala en Aviñón en 1309. Logra dar largas a Felipe el Hermoso en los dos principales asuntos que les enfrentan: el proceso contra la memoria de Bonifacio VIII y la eliminación de la Orden del Temple. Consigue calmar la rabia del soberano en el primero y se las compone para circunscribir el segundo. Clemente V es conocido por su prodigalidad con respecto a su familia, incluso distante. Gasta sin escatimar los dineros de la Iglesia con el fin de mandar construir en su lugar de nacimiento, Villandraut, un castillo suntuoso que es acabado en seis años, un tiempo récord en esa época, prueba de los medios empleados.

GUILLAUME DE NOGARET, hacia 1270-1313. Hombre austero de profunda inteligencia e inquebrantable fe. Este doctor en derecho civil imparte clases en Montpellier y posteriormente se incorpora al consejo de Felipe el Hermoso en 1295. Toma parte, en un primer momento de manera más o menos oculta, en las principales cuestiones religiosas que convulsionan a Francia. Más adelante, Nogaret sale de la sombra y desempeña un papel determinante en el asunto de los templarios y la pugna entre el rey y Bonifacio VIII. La posición de Nogaret es delicada: a la vez quiere salvar a Francia y a la Iglesia mientras que el rey decide deshacerse de la teocracia pontificia. Ejerce de canciller del rey para ser reemplazado más tarde por Enguerrand de Marigny, hombre cercano a la reina Juana de Navarra. No es hasta 1311 cuando recupera el sello.

INQUISICIÓN MEDIEVAL: Es conveniente distinguir la Inquisición medieval de la Santa Inquisición española. En este último caso, la represión y la intolerancia son de una violencia nada comparable a lo que conoce Francia. Así pues, se censan más de dos mil muertos en España solo durante el mandato de Tomás de Torquemada.

La Inquisición medieval es ejercida en primer lugar por los obispos. El papa Inocencio III (1160-1216) elabora las reglas del proceso inquisitorio a través de la bula Vergentis in senium en 1199. Su proyecto no concierne en absoluto la exterminación de individuos. Muestra de ello es el IV Concilio de Letrán, un año antes de su muerte, en el que destaca la prohibición de aplicar ordalías[245] a los disidentes. El soberano pontífice busca la erradicación de las herejías que amenazan los fundamentos de la Iglesia esgrimiendo la pobreza de Cristo como modelo de vida (modelo poco seguido a juzgar por la extrema riqueza territorial de la mayor parte de los monasterios). Después se pasa a ser Inquisición pontificia bajo el mandato de Gregorio IX, que la confía en 1232 a los dominicos y, en menor medida, a los franciscanos. Las razones de este papa son mucho más políticas, pues refuerza los poderes de la institución para colocarla bajo su única autoridad. Evitando que el emperador Federico II entre en esta vía por motivos que, por supuesto, rebasan el marco espiritual. Es Inocencio IV quien salva la última etapa, autorizando recurrir a la tortura en su bula Ad Extirpanda, el 15 de mayo de 1252. Es entonces cuando la brujería se equipara a la caza contra los herejes.

No obstante, se ha exagerado el impacto real de la Inquisición que, de acuerdo con el escaso número de inquisidores en territorios del reino Francés, habría tenido poco impacto si no hubiera recibido la ayuda de los laicos poderosos y beneficiado numerosas delaciones, convirtiéndose la Inquisición en un medio ideal para deshacerse de un pariente o de un vecino molesto, incluso para protegerse a sí mismos.

En marzo del año 2000, alrededor de ocho siglos después de los comienzos de la Inquisición, Juan Pablo II pidió perdón a Dios por los crímenes y los horrores que había cometido.

FELIPE IV EL HERMOSO, 1268-1314. Hijo de Felipe III el Atrevido e Isabel de Aragón. Tiene tres hijos de Juana I de Navarra, los futuros reyes: Luis X el Obstinado, Felipe V el Largo y Carlos IV el Hermoso, así como una hija, Isabel, casada con Eduardo II de Inglaterra. Felipe es valiente y un excelente caudillo. Es igualmente conocido por ser inflexible y severo, pues no soporta la contradicción. No obstante, hace caso a sus consejeros, a veces demasiado, sobre todo cuando son recomendados por su esposa.

Si bien la Historia lo recordará por su decisivo papel en el proceso contra los templarios, Felipe el Hermoso es ante todo un rey reformador que persigue, entre otros objetivos, desembarazarse de la injerencia papal en la política del reino.

PROCESO INQUISITORIO: La conducción del proceso, así como las preguntas de doctrina que se hacen al acusado están sacadas y adaptadas del Manual de los inquisidores, de Nicolau Eymerich y Francisco Peña (introducción y traducción[246] de Louis Sala-Molins, Albin Michel, 2001).

Por supuesto, los procesos inquisitorios se amañaban a menudo. Por varias razones. La Iglesia no podía ser sospechosa de haber acusado a un inocente, pues los inquisidores podían absolverse los unos a los otros. En otras palabras, nadie, excepto ellos mismos, les juzgaban. Por añadidura, a los inquisidores se les pagaba con los bienes de los condenados. Algunos no tenían por tanto ningún interés en que los acusados fuesen inocentes. Además, sin duda alguna, tuvieron entre sus filas a psicópatas. Hasta tal punto que, a pesar de lo poco que se apreciaba en aquella época la vida humana, pues solo el alma importaba, algunos obispos tuvieron el valor de elevarse contra las exacciones espantosas de algunos inquisidores. Incluso tuvieron lugar motines populares.

Citemos algunas de las múltiples maquinaciones explicadas en los manuales de inquisición. Se preguntaba a pobres personas, que no sabían ni leer ni escribir, sobre delicados aspectos de la doctrina cristiana. Su ignorancia se convertía en la prueba formal de su herejía. Si se equivocaban, se concluía que el diablo les había perturbado la mente. El segundo ardid consistía en negar al acusado el auxilio de un abogado y a mantener en secreto la identidad de los testigos, o más bien de los delatadores. El inquisidor podía también invertir nombres y declaraciones de testigos, muy a menudo inspirados por la venganza, la envidia o el temor a represalias por parte de los demás inquisidores. Esta confusión voluntaria desconcertaba aún más al acusado. Sin embargo, la trampa más pérfida, y por tanto la más eficaz, consistía en convencer al acusado de que todo estaba hecho para disculparle. ¿Sabía de algún enemigo tan acérrimo que fuese capaz de perjurar con tal de acusarle? Si omitía los nombres de sus peores detractores, el inquisidor afirmaba entonces que sus testimonios estaban por encima de toda sospecha, pues el propio acusado había reconocido la objetividad de estas personas con respecto a él.

En cuanto a la posibilidad de recurrir, más valía esperar nada. La única posibilidad de que una apelación al papa llegase a Roma, evitando que alguien la hiciera desaparecer para siempre, era que un poderoso hiciera las veces de mensajero. Solicitar la recusación del inquisidor también era posible, pero ilusorio. Nadie quería enemistarse con un inquisidor o con el obispo asociado al proceso.