«Que se haga todo lo necesario para que el penitente no pueda proclamarse inocente para no dar al pueblo el menor motivo de que piense que la condena es injusta».
«La finalidad de los procesos y de las condenas a muerte no es salvar el alma de los acusados, sino mantener el bienestar público y aterrorizar al pueblo (…). Aunque sea lastimoso llevar a la hoguera a un inocente… Alabo la costumbre de torturar a los acusados»[1].