LI

Castillo de Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, aquel mismo día

Vigilias acababa de pasar cuando Druon se despertó de un sobresalto. ¿Un sueño le había despertado con brutalidad o su mente continuaba trabajando durante las horas nocturnas? Poco importaba.

Ataviado solamente con su camisa, atravesó la sala abovedada a ciegas y sacudió sin miramientos al pobre Huguelin, que abrió los ojos gañendo:

—¿Qué, qué?

—¡El padre Henri!

—Murió de una forma horrible.

—Lo sé, ¡despiértate! ¿Por qué se fue directo hacia el sur, en dirección a Saint-Julien-des-Églantiers? Al contrario o casi de todos los asesinatos.

—Yo… no veo, maestro.

—Porque él sabía que allí se toparía con el asesino, el hombre que se disfraza de criatura. ¿Y cómo podía saberlo aquel hombre de Dios al que describen como verdaderamente bueno y, por lo que se ve, valeroso, pero que era un poco corto de miras?

—Eh… —buscó el niño frotándose los ojos.

—¡Una confesión!

—Maestro, el ser terrorífico que buscamos no se confiesa. Está más allá de Dios.

—Tienes mucha razón. Entonces, ¿uno de sus allegados, espantado por sus actos, pero que no podía denunciarlos? El padre Henri no podía revelar nada de lo que le habían confiado bajo secreto de confesión. Con valor, pero con falta de juicio, se le metió en la cabeza que él convencería a ese monstruo para que se enmendara y se arrepintiera. Por lo tanto se fue en la dirección donde él sabía que le encontraría.

—¡No hay más que visitar todas las viviendas esparcidas por ese camino! —propuso Huguelin—. Sois un genio, maestro. Un día, con mucha aplicación y un trabajo intenso, seré casi tan inteligente como vos.

El cumplido apenas produjo una sonrisa en Druon pues su mente estaba ocupada.

—Vamos a hacer algo mucho más simple que eso.

—¿Ah, sí?

—El registro.

—¿El registro?

—En el que se anotan las confesiones y las penitencias impuestas. ¡Rápido, vistámonos!

* * *

Los dos se vistieron deprisa y Druon se lanzó hacia la puerta para acordarse de que estaba cerrada con llave y que no podía avisar a nadie.

Ambos aporrearon la puerta como posesos, se desgañitaron para pedir ayuda, mas fue en vano.

La rabia de la impotencia dio paso al abatimiento y, vencidos, se sentaron en sus camas. Milagro insolente de la infancia, Huguelin vaciló rápido y se durmió, enroscado como un pequeño animal rendido. Druon se esforzó por calmarse. Las horas pasaron con una desesperante lentitud. Pasó revista a sus conocimientos científicos. Un medio seguro de no volver a pensar en el resto, en el suplicio de su padre, en su vida anterior, cuando todo parecía tan perfecto que se engañaban con un falso sentimiento de que no podía ocurrir nada grave.

* * *

Por fin, el ruido de la llave que giraba en la cerradura. Druon se abalanzó hacia la puerta gritando:

—Abrid, pero abrid rápido. ¡Imbéciles!

Léon, encorvado, apareció y gritó a su vez:

—¿Qué está pasando aquí?

—Con vuestra estúpida manía de encerrarnos… ¡hemos perdido un tiempo precioso! ¡Rápido! Haz que ensillen los caballos. A la iglesia de Saint-Ouen-en-Pail.