XLVI

Castillo de Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, aquel mismo día

Un puñetazo asestado contra la puerta despertó de un sobresalto a Druon y a Huguelin.

Léon entró, con el rostro deshecho, sin ni siquiera pensar en cerrar con llave tras él. Con la cabeza inclinada a causa de su altura, apenas se justificó:

—Os he despertado, lo siento. La urgencia…

—Así es, nos despertáis y no, no lo sintáis —rectificó Druon estrechando su manta alrededor de él ya que se había otorgado al acostarse el descanso de quitarse la tira de lino que le comprimía el pecho—. Además, es inútil que os detengáis en excusas formales.

—He interrogado a los maestros de cocina. Vuestra hipótesis era exacta. El veneno se añade durante el transporte del vino caliente hasta la habitación de mi señora. He aplicado vuestra regla. He observado, escuchado, he deducido.

—¿Y?

—Y solo me quedan dos sospechosos. Sospechosas. De las cuales una es seria. Sidonie, y en menor medida Clotilde.

—Sin embargo fue Clotilde quien avisó a la dama Igraine de las terribles tentativas de embrujo de Julienne —razonó Druon.

—Podía estar buscando desviar su atención.

—Bien —se alegró el joven médico—. Entonces mis enseñanzas sobre la desconfianza surten efecto.

—No obstante, la culpabilidad de Sidonie me parece más probable. Es ella quien se encarga del vino casi todas las noches. Me han contado que ella esperaba, a veces hasta última hora, justificando su celo con el cariño que siente por nuestra señora.

Muy calmado, Léon añadió con una sonrisa brutal:

—Si de verdad es ella, la mataré con mis propias manos. Con mucho gusto. Poco me importa que sea mujer.

—Señor Léon, guardaos la prisa y la cólera. Casi siempre son malas consejeras.

El gigante ahogó la risa y confesó:

—Acabáis de resumir mi vida, maese.

Una voz pequeña se alzó desde el otro lado de la sala:

—¡Eso no puede ser! ¡Sidonie no sabría ser un vil monstruo capaz de herbolar!

Tras dedicar una mirada de complicidad a Léon, Druon le explicó al chico:

—Huguelin, pronto vas a cometer todos los errores que los hombres se obstinan en repetir desde tiempos remotos. Y con «hombres» me refiero a personas de ambos géneros. Si los asesinos fueran feos y repugnantes, sus obras nefastas se harían mucho más difíciles. No entregues tu confianza por haber visto una carita encantadora o una noble composición. El aspecto es engañoso.

—Lo sé, maestro, pero…

—¿Pero qué? ¿Has entrevisto a Sidonie unos instantes y jurarías por tu alma que la suya es pura? Estás corriendo un terrible riesgo, muchacho. Un riesgo que conduce a algunos ingenuos a la hoguera.

Huguelin se dio por avisado. Léon continuó:

—Maese, os he sacado del sueño porque, precisamente, casi no me fío de mí. Mi rabia es tal…

—En cuanto a mí, señor Léon, no me habéis traído ninguna prueba, ni en un sentido ni en el otro. ¿Es Sidonie culpable? Es posible, pero nada lo testifica todavía.

—¿Qué haríais vos en mi lugar?

—Un interrogatorio, cerrado e intimidatorio, en presencia de la baronesa, claro. Esa joven Sidonie parece ser despierta. ¿Tal vez tenga cosas que contarnos? Que sean esas cosas las que firmen su sentencia de muerte o no.

—¿Vos asistiréis?

—Con mucho gusto. Las caras bonitas me dejan frío como el mármol, al contrario que a mi joven aprendiz.

—La ciencia es un buen adiestramiento —comentó Léon sin comprender.

—Es evidente.

—Os envidio, maese, aunque vuestra constitución no me da motivos para estar celoso. Yo pondría más músculos en esos brazos y esas piernas. Estáis un poco flacucho para vuestra altura. La caza y el ejercicio os procurarán grandes beneficios…

Druon sonrió y replicó en un tono cordial:

—En ese caso, ya no os necesitaré a vos para que me protejáis. Lo echaría de menos. Señor Léon, ¿para qué iba a galopar detrás de un ciervo o de una liebre cuando otros pueden matarlo por mí y traérmelo ya asado sobre un tajadero[233]? Aunque, para ser sincero, el único ejercicio que verdaderamente me sienta bien es el de la mente. Confieso que aquí no me han faltado ese tipo de… acrobacias. Y todo por un lebrato… —añadió con una pizca de ironía.

—¡Un lebrato que no os pertenecía! No obstante, tenéis razón. ¡Cada cual a su oficio!

—Y todos en paz.

—Preparaos, maese. Subo a informar a mi señora y estoy seguro que querrá saber de inmediato a qué atenerse.

—¿En mitad de la noche? —se sorprendió Druon.

—¿Y qué más da que sea de noche? ¿Acaso sois un frágil bebé que necesita sus horas de sueño?

—Es que las horas se hacen muy duras en este castillo.

—Tal vez porque la situación a la que nos enfrentamos lo es también.

Touché. Me prepararé.

—Os vendré a buscar sin demora.

* * *

Léon salió, Druon se quitó la manta y se levantó. Huguelin resumió el estado de su mente diciendo:

—¿No es un poco tarde para un interrogatorio que corre el gran riesgo de parecerse a un proceso?

—Así es, y estoy cansado. No obstante, si queremos que Sidonie sea interrogada con un poco de serenidad y que pueda defenderse de las suposiciones que pesan sobre ella, más vale que yo haga las veces de abogado.

—Estoy seguro de que ella no es culpable.

—Yo sería menos afirmativo que tú. Sin embargo, tampoco creo que lo sea, o a menos que sea muy estúpida, y todos la describen como más bien espabilada. Mira hacia la pared.

El chico obedeció. Intentando sacudirse el cansancio, Druon se vistió tomando menos precauciones de lo acostumbrado. Necesitaba toda su concentración para lo que iba a ocurrir y los vestigios del sueño todavía le nublaban la mente.