Castillo de Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, aquel mismo día
Cuando Druon, escoltado por Léon, se despidió de la baronesa, cien pensamientos daban vueltas en su cabeza. El gigante, también él, parecía estar en otra parte. Retuvo al joven médico por la manga y dijo con voz grave:
—No creo que yo sobreviva a su muerte. Más bien creo que no tendría ganas de vivir. ¿Para qué? La quiero desde lo más profundo de mi ser, a pesar de sus defectos, o quizás gracias a ellos.
Druon miró con detenimiento el rostro, el cual había terminado por parecerle elegante y encantador. Léon le preguntó, con la voz rota por la emoción:
—¿Va a morir?
—He dicho la verdad: lo ignoro y lamento no ser adivino. Tal vez Igraine… sus poderes…
—No os fieis demasiado de Igraine, maese. A veces es engañosa cuando le conviene. En realidad… tengo la insistente impresión de que persigue unos fines personales, aunque estoy seguro de que nunca perjudicará a nuestra señora.
—¡Ah, el gran alivio de las certezas! —ironizó sin maldad el médico.
—¿Qué queréis decir?
—Que no sé nada mientras que no sepa nada.
—Esa sí que es una pirueta de científico —replicó Léon en un tono poco ameno.
—No. Al contrario, se trata de una profesión de fe.
—¿Dudaríais vos del apego de Igraine a nuestra señora?
—Dudo de todo y de todos, con todos mis respetos. Desafortunadamente no tengo el poder de leer la mente de unos y de otros y no puedo fiarme más que de mis observaciones y mis deducciones. Por lo tanto, de momento, solamente dos personas no han podido intentar herbolar a la baronesa: Huguelin y yo.
—Muchas gracias por vuestra confianza y vuestra afabilidad, maese, ya que también soy objetivo de ello. No obstante, si vuestra naturaleza suspicaz es descortés, me tranquiliza. Vos no os dejaréis engañar por las apariencias.
—En efecto.
Vacilando, pensando después que Léon merecía saber toda la verdad, acabó por decir:
—Señor Léon… Aunque saquemos a la baronesa de este apuro, sabed que el arsénico sigue produciendo efectos nefastos durante largos años, muchos años después de la intoxicación[223].
—Largos años… en compañía de ella… Tendría que estar muy loco y ser muy exigente para no contentarme con ello.
Léon abrió el cerrojo de la puerta de la cómoda prisión subterránea y, preso de la emoción, estrechó a Druon contra él, asestándole grandes y toscas palmadas en la espalda afirmando:
—Maese, sin vuestra intervención y vuestra ciencia, ella habría muerto en poco tiempo. ¿Tal vez vayamos a arrancarla de las garras de una muerte indigna de ella? Seré vuestro servidor. Para siempre. Allá donde os encontréis. Ahora iré a las cocinas. El envenenador aún no lo sabe, pero su repugnante muerte se acerca.