XLI

Granja Fournier, cerca de Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, al día siguiente

Druon miraba con detenimiento la amplia sala de la granja construida en U, algo tradicional en la región. El suelo recubierto de grandes losas negras señalaba la opulencia. Se reservaban, como de costumbre, para la lechería con el fin de poder localizar mejor las salpicaduras de leche y limpiarlas con cuidado para que no infestaran y no echaran a perder los siguientes ordeños. Las esculturas de los pesados baúles para las vajillas también daban muestra de la riqueza del dueño del lugar, así como la profusión de candelabros.

La señora Fournier, una mujer robusta de grandes mejillas rojizas, se mantenía rígida y quieta, de pie detrás de la silla sobre la que se había sentado su marido.

—Me temo… que no he entendido vuestra pregunta… maese. ¿Druon de Brévaux… decís? —enunció Séverin Fournier con su acostumbrada lentitud.

Druon se preguntó si el granjero a quien le habían descrito de mente vivaz, a pesar de su lengua, buscaba ganar tiempo. Él repitió en un tono afable:

—El claro en el que se encontraron los restos horribles de ese joven Basile está situado a un cuarto de legua de aquí. Por lo tanto, me preguntaba si trabajaba para vos.

—No… Para ser exactos, alquilé sus servicios y los de su padre… en primavera, hace un año… para algunas semanas de mucho trabajo. Ambos eran buenos campesinos… serios… probos.

El joven médico no sabía como abordar lo siguiente: hacer la pregunta que le había llevado hasta allí. Sin duda, Léon se percató de su indecisión y, colocando su gubilete de sidra servido por la señora Fournier a su llegada, atacó:

—Se encontraron cuatro candeleros cerca de los pobres despojos de Basile. Gracias que no propagaron el fuego a su alrededor.

—¿Y…?

—Cuatro luces para un hombre joven sin un cuarto, deseoso de pasar la noche al raso, parece excesivo, ¿no os lo parece, señor Fournier? —continuó Druon—. Mientras que dos llevadas por Basile y las otras dos por… otra persona que fuera a reunirse con él…

—En efecto —admitió el granjero—. De hecho, nuestra proximidad con el… lugar del ataque… justifica vuestra visita.

Aliviado, Druon llegó a su pregunta:

—Nos preguntábamos entonces si alguien de vuestra gente… sin duda una muchacha joven, se reunió con Basile aquella noche.

Séverin Fournier levantó la mirada hacia su mujer que no se había movido ni había pronunciado una sola palabra, excepto para dar la bienvenida. Ella precisó, con la misma forma lenta de hablar que su marido:

—Es que… no tenemos tantas mujeres de esa edad ni de forma estable… Está Brunaude, nuestra sirvienta, que es afable y está bien proporcionada. Pero sobrepasa la treintena. Aunque, eso nunca ha impedido el caldeamiento de los sentidos… También está Thérèse, la doméstica, pero en este caso… Basile habría tenido que estar ciego… Es ancha como una torre y no tiene mucho pelo ni dientes. Está Célestine, la mujer de nuestro porquero. Pero no es de las que anda detrás de los muchachos… Aparte de ellas, está Madeleine, la hija de nuestro peón de granja, que se quedó viudo el año pasado. Pero la pequeñina no tiene ni diez años…

Ella se interrumpió, buscando algún nombre olvidado, sin pensar en ningún momento en su propia hija. Séverin miraba su gubilete fijamente, con gesto grave, y Druon esperó, seguro de que el granjero sí lo había pensado. Él inspiró profundamente y dijo:

—Y además… está Lucie, nuestra hija.

—Vamos, señor Fournier —se ofendió su esposa—, no creeréis que… Ella es piadosa y seria… Nunca iría a encontrarse con un jovenzuelo por la noche…

—Señora, las muchachas son las muchachas… y los muchachos son los muchachos. No podéis reescribir la historia y nadie puede afirmar que no haya cometido pecado. Hacedla bajar… os lo ruego.

Con un gesto reprobatorio en el rostro, la señora Fournier desapareció. El silencio se instaló en la amplia sala. Séverin Fournier miró fijamente, durante largo rato, a Druon, que se sintió obligado a ofrecer una excusa:

—Señor Fournier, estoy confuso…

—No, maese. Si mi hija ha mentido, aunque solo haya sido por omisión… Si fue a reunirse con el joven Basile, debe admitir su falta y será castigada.

* * *

Una Lucie Fournier temblorosa saludó con una reverencia a los tres hombres sentados a la mesa y Druon pensó en lo encantadora que era. La señora Fournier, cuyas grandes mejillas habían perdido su color, volvió a ponerse en su sitio, de pie, detrás de la silla de su esposo. Por sus labios fruncidos y sus mandíbulas apretadas, Druon comprendió que la joven Lucie había confesado el crimen a su madre antes de reunirse con ellos.

Sin atreverse a mirar al granjero, con la cabeza gacha, ella farfulló:

—Padre…

Después rompió a llorar.

—Deduzco que entonces te reuniste con Basile la noche en que le atacaron —dijo Séverin Fournier, glacial.

Incapaz de responder, ella se limitó a asentir con la cabeza, transformando sus lágrimas en sollozos.

—¡Ya llorarás después! Y tendrás motivos —continuó diciendo su padre.

—Él no… En fin, yo no he… cometido ninguna deshonra, padre… ¡os lo juro! Todavía soy virgen…

—Al menos eso —admitió el granjero, siniestro—. ¡Cuenta!

Ella sacudió la cabeza con vigor, en señal de negación.

—¡Es una orden, hija mía!

Lucie lanzó una mirada desesperada a su madre, buscando un apoyo que no encontró. Por el contrario, la señora Fournier dijo en un tono seco:

—Obedece.

—Tengo mucho miedo —gimió la joven entre lágrimas—. Sueño con ello todas las noches…

—Entonces… es peor de lo que… pensaba… A ese pobre muchacho no le… hicieron pedazos después de que te marcharas, ¿no es así…?

Aterrorizada, sacudida por los temblores, ella lo admitió con un gesto de cabeza.

Druon decidió intervenir:

—Señorita, sé que no me corresponde inmiscuirme en vuestros asuntos familiares. Sin embargo, tengo la urgente necesidad de conocer vuestro testimonio. Si queremos confiar en que nos desharemos de esa criatura, es necesario que sepamos a qué se parece y cómo actúa. Os suplico que nos cuente detalladamente lo que ocurrió.

—¡Fue él quien me dijo que huyera, fue él, Basile! —gritó la joven, intentando justificarse.

El puño de Séverin Fournier cayó sobre la mesa con una violencia tal que todos se sobresaltaron. Por primera vez, levantó el tono y explotó:

—¿Y tú no pudiste avisar en la granja? ¡Habríamos ido a prestarle ayuda, yo, tus hermanos, los criados! ¡Habríamos matado a la criatura!

—No, Basile… él… ya estaba muerto.

Ella se secó los ojos con el reverso de la mano y confesó:

—Sus gritos… Ah, Dios mío, unos alaridos horribles,… cesaron mucho antes de que yo llegara a mi alcoba.

—Señorita —insistió Druon—, ¿visteis a la bestia?

Ella asintió con un gesto de cabeza apretando el crucifijo de plata que llevaba colgado al cuello en un lazo.

—Describídnosla, os lo suplico.

—Enorme… Mucho más grande que mi padre. Mucho más colosal que un oso… Con garras horribles, largas y aceradas como los dientes de una horca.

—¿Visteis sus ojos?

—Sí… Unos ojos crueles, verdes, brillantes… Unos ojos grandes, muy verdes.

—¿Caminaba a cuatro patas?

—No lo sé… Cuando se lanzó sobre nosotros se mantenía sobre las dos patas traseras, tenía las dos patas de delante levantadas, preparadas para atacar. Nosotros no oímos nada, señor, ni un solo ruido mientras se acercaba. De pronto, se abalanzó sobre nosotros, como si hubiese surgido de la nada.

—Tal vez estabais demasiado… ocupados en otra cosa —sugirió la señora Fournier con acritud.

—¡No, madre, os lo juro! Basile solo me abrazó… Me gritó que huyera, que fuera a avisar a la granja… Yo me salvé… Padre, yo no habría podido hacer nada, también me habría matado a mí…

Léon intervino:

—Vuestra hija tiene razón, señor Fournier, con todos mis respetos. Ese joven Basile fue muy valiente. Sin embargo, no tenía ninguna posibilidad. Salvó a vuestra hija de una muerte horrible.

—Exactamente. Si ella no le hubiera concedido aquel encuentro, él aún estaría con vida. Pobre muchacho…

—Eso solo Dios lo sabe.

—¿Nos lo habéis contado todo, señorita? —continuó Druon—. ¿Hasta el más mínimo detalle?

Ella asintió con la cabeza y precisó:

—No la vi más que un breve instante. Yo… Dios mío, tenía tanto miedo… Corrí como una loca a través del campo.

—¿Os pareció que os perseguía?

—No.

—Bien… Os doy las gracias por la información que consolida la de otros.

Lucie lanzó una mirada de angustia a su padre. Él dijo con voz severa y lenta:

—Permanecerás confinada en tu alcoba durante un mes. Allí te llevarán la comida y con qué asearte.

—Por favor, padre… yo…

—¡Es suficiente! Quiero que aproveches ese tiempo para rezar por la salvación de Basile, arrepentirte y pedir perdón a Dios. Las hermosas telas y las frivolidades que tu madre debía comprarte en el próximo mercado de paños quedan suprimidas. Basile murió en horribles circunstancias… Puedes apañarte con tus vestidos viejos, es lo menos. A tu alcoba, de inmediato.

Lucie lanzó una mirada de pánico a su madre, que no aflojó los labios. La joven obedeció tras hacer una reverencia.

Druon se levantó, y Léon hizo lo mismo. Ambos se despidieron de la pareja, apurados por haber sido la causa del castigo de Lucie.

Séverin Fournier pareció reflexionar y después propuso:

—Os acompaño hasta la salida.

Atravesaron el inmenso patio cuadrado, enlosado de adoquines rodeado por amplias dependencias, caballerizas, lechería, pocilga y leñera. Justo debajo de los tejados se abrían minúsculos arcos: los palomares de ornamento, pues las granjas no tenían derecho a criar palomas, un privilegio reservado a los conventos y a los señores. Fournier vacilaba. Tras un chasquido de lengua, se decidió, siendo evidente su apuro:

—Tal vez hago mal en evocarlo… Hay un detalle que me da vueltas en la cabeza… desde lo del pobre padre Henri.

Se quedaron inmóviles y Druon esperó, sin decir una palabra por miedo a que el otro se echara atrás. Buscando las palabras, Fournier continuó:

—El padre Henri quería hacer salir a la… criatura de su guarida. Quería acorralarla, seguro de que sus hábitos le protegían. Era un hombre bueno mas poco juicioso, sin duda. Pero… ¿por qué allí?

—¿Allí…?

—El lugar donde se encontró el cuerpo desfigurado y eviscerado.

—¿Qué queréis decir, señor Fournier?

—Es solo que… no se me va de la cabeza, maese. Si observáis las demás abominaciones, incluso las masacres de animales, todas fueron cometidas en un perímetro bastante restringido. Seguramente la bestia se siente allí en territorio conquistado. Está todo rodeado de bosques… Unos escondites propicios. Entonces, ¿qué iba a hacer el padre Henri en la dirección opuesta?

El instinto le dijo a Druon que aquel detalle resultaba crucial.

Ellos se despidieron con gravedad y Séverin Fournier volvió al cuerpo principal de la granja a paso parsimonioso.