Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, al anochecer, un poco más tarde
Crecido por su razonamiento, Druon regresó a la entrada del Fringant Limaçon, y empujó la pesada puerta. Inmediatamente, una decena de miradas se clavaron en él. Las risas y las conversaciones murieron. Reconoció a Lubin Serret, el apoticario, sentado en una mesa con otro hombre que parecía de más baja extracción[217] a juzgar por sus codos plantados sobre la mesa, su postura hundida y su cuerpo grueso embutido en unos vistosos ropajes que olían a dinero muy fresco. De hecho, a Agnan Mortabeuf, bordador, le gustaba demostrar que había acumulado una fortuna.
Un hombre de envergadura disuasiva y rostro lleno de cicatrices, avanzó y se inclinó rígidamente para saludar. El dueño, el posadero Limace, pues. Druon no tuvo ninguna duda de que ese tal Michel Jacquard sabía exactamente quién era él.
—¿Señor?
—Médico caballero Druon de Brévaux… invitado de la señora Béatrice.
«Invitado». «Aunque desde luego contra mi voluntad», terminó de decir para sí mismo. Le pareció que el silencio se hacía cada vez más tenso. El otro asintió con la cabeza, con un gesto indescifrable en el rostro, antes de anunciar con voz vacilante:
—Es que ya estamos completos…
Druon observó ostensiblemente la sala y la mitad de las mesas estaban desocupadas. En un tono poco ameno dijo:
—¿De verdad? Qué raro es encontrar un tabernero cuya única urgencia no sea ganar dinero…
Notó que el otro contuvo su irritación y él acabó levantando el tono, de manera que todos pudieran oírle:
—Ya que yo solo no ocuparé seis mesas libres y que mi estancia en vuestro establecimiento será corta, servidme una jarra de vuestro mejor vino. Tengo seco el gaznate de haber discutido sobre los… acontecimientos con Gastón el Simplón. Ya sabéis, ese que goza de la protección de la baronesa. Bajo pena de muerte para quien le busque… las cosquillas.
—Nadie le desea ningún mal —se defendió Limace de forma agresiva—. Es un idiota, eso es todo.
—Me alegra saberlo —ironizó Druon preguntándose si acaso no había llevado la pugna demasiado lejos.
Tenía que volver al sotobosque, donde le esperaba Léon. Él era un hábil espadachín, capaz de defenderse contra uno o dos hombres, no contra tres o cuatro.
* * *
Escoltado por las miradas de los clientes, el médico se sentó, adoptando una actitud serena que estaba lejos de sentir.
Las conversaciones continuaron, sin mucho ánimo, sin embargo.
Unos instantes más tarde, el posadero Limace puso una jarra y un gubilete sobre la mesa de madera patinada por los años. Druon se sirvió y miró al otro, situado delante de él con los brazos cruzados sobre el torso. Él le lanzó una mirada interrogativa, esperando lo que venía a continuación, lo cual no tardó en llegar.
—Entonces, ¿habéis estado hablando con el Simplón? Estaba en el cobertizo.
Un silencio arrollador volvió a instalarse de inmediato al aguzar todos el oído.
—Sí a las dos cuestiones.
Optando por una cordialidad que se notaba artificial, el posadero le aconsejó:
—Oh, ya sabéis, médico caballero, no hay que prestar mucha atención a lo que cuenta ese Gastón. Divaga, sobre todo cuando se ha enjuagado demasiado el gaznate.
—Al contrario, a mí me ha parecido que estaba muy sobrio y que era completamente inteligible. Desde luego, con sus pequeñas dificultades al habla. Sin embargo muy interesante…
—Y, sin faltar,… ¿de qué habéis hablado?
Alzando las cejas, mirando fijamente al otro con el azul intenso de sus ojos, Druon fingió asombro.
—Pues… de la criatura. ¡No iba a ser de filosofía! Y también… de la visita de Séraphine poco antes de que la desdichada falleciera.
¿Era su imaginación o una sombra malvada ensombreció un poco más la mirada negra de Limace?
—Hum… Por lo que parece se colgó.
Druon no vaciló más que un segundo, rezando por no cometer un grave error de apreciación. No, ¡aquello no podía ser! El enemigo no se encontraba muy lejos, oculto en aquel pueblo. Todavía le faltaba comprender qué le unía a la criatura, si es que existía.
—No… Fue estrangulada por unas manos muy humanas. Después se intentó disfrazar su asesinato de suicidio, imputable a las consecuencias de su espantoso ataque…
Un murmullo a su espalda, un «¡demontres!» del que Druon no habría sabido decir si expresaba indignación o estupefacción, ni quién lo había pronunciado.
—… Sea lo que sea —continuó—, su muerte no cambiará nada, pues ahora sé lo que ella tenía que decir.
—¿Y es?
—¡Me parece que sois muy curioso, amigo Limace!
El otro crispó las mandíbulas de furia, pero se echó atrás:
—¡Bueno, me parece normal, pues somos todos nosotros los que estamos amenazados por la criatura y quienes apreciábamos a Séraphine!
—Es cierto —admitió el médico—. Bien, digamos que he conseguido su fiel descripción de la criatura, más allá de la muerte.
Por el rabillo del ojo vio a uno de los clientes santiguarse.
—¿Qué apariencia tiene? Séraphine solo se sinceró con Jean el Sabio, sin llegar a revelarle gran cosa —intervino Lubin Serret, con una voz en la que Druon percibió la tensión.
* * *
Druon se giró hacia él con una sonrisa en los labios antes de andarse por las ramas:
—Digamos que se parece mucho a la criatura que vio Gastón el Simplón a la luz de la luna llena.
—Sois parco en detalles —insistió el apoticario, que estudiaba al médico con su mirada nerviosa.
—Si os interesan, tendréis que pedírselos a la baronesa Béatrice, a quien rindo cuentas. A pesar de ello, aquí estoy con tres descripciones, de las cuales una es del pobre Portechape, la cual me ha transmitido esta tarde el señor Jean. ¡Muy cautivadoras!
Druon se terminó su gubilete y se levantó. Mucho menos sereno de lo que intentaba aparentar, dijo al foro:
—Mis saludos, señores. Debo darme prisa. El señor Léon debe estar impacientándose. Ya sabéis cómo son los hombres de guerra: ¡de arrebato fácil!
Con un poco de suerte, la referencia a la proximidad del gigante desanimaría las hojas hostiles o simplemente inquietas.
Él avanzó hacia la salida. Haciendo como si cambiase de opinión, se giró y dijo alto y claro al posadero:
—Posadero Limace, es muy caritativo por su parte que ofrezcáis alojamiento a Gastón. Pobre hombre. Ya no tendré ocasión de volver a verle, pues me ha contado todo lo que deseaba saber. Buenas noches a todos, señores.
Salió a la noche templada, intentando apaciguar los latidos desbocados de su corazón, con la mano rozando la funda de su espada corta.
Gracias a las habladurías, sus palabras no tardarían en difundirse desde por la mañana por todo el pueblo. Aquel o aquellos que habían matado a Séraphine, sin duda para hacerla callar, tal vez le perdonarían la vida a Gastón, ahora que había relatado todo lo que sabía al médico de la baronesa.
Druon avanzaba a paso ligero, obligándose a no correr, con los oídos al acecho, sobresaltándose por el más mínimo murmullo, girándose cien veces para escrutar las espesas sombras de la noche. Cuando distinguió la enorme silueta de Léon se recortó por fin en la avara luz lunar, lanzó un largo suspiro de alivio.