XXIX

Saint-Ouen-en-Pail, agosto de 1306, aquel mismo día

Lubin Serret se despertó de un sobresalto cuando entraron. Necesitó algunos segundos para comprender quiénes eran aquellos hombres y qué buscaban en su tienda. De inmediato, sintiéndose culpable, a pesar de que Druon no había hecho más que saludar, el hombre de baja estatura, flaco y nervioso soltó:

—No he intentado nada que no sea lo habitual en las prácticas médicas. He puesto emplastos de barro fresco así como los médicos recomiendan…

«Yo no», pensó Druon escuchando con una mirada penetrante.

—En cuanto a las pociones dispensadas, ungüentos y embrocaciones untados, es evidente que los conozco a la perfección.

—No lo dudo —le tranquilizó el joven médico—. ¿Podemos subir a verle?

—Es que… Es que acaba de fallecer. La extenuación me atrapó y… me he adormilado.

La decepción se manifestó en los rostros de los tres recién llegados. Druon insistió:

—¿Puedo examinarle?

—Por supuesto.

* * *

Siguieron a Serret por la escalera coja, sorprendiéndose Druon de que resistiera el peso de Léon.

El médico levantó la sábana que hacía las veces de mortaja y descubrió las heridas abiertas del tonelero. Recogiendo del suelo una ramita de angélica reseca, apartó los bordes, levantando los anchos pedazos de carne martirizada.

Serret daba saltitos por los nervios y casi chilló:

—En verdad he hecho más de lo que me es posible y le he velado toda la noche.

—Y os estamos agradecidos por ello, amigo mío —intentó calmarle Jean el Sabio.

Sin mucho éxito, ya que el otro prosiguió:

—Llegó a mi puerta, sangrando como un buey. La hemorragia persistió horas. Por la noche, a ello se añadió una fuerte fiebre.

Druon observó el colchón de paja maculado de sangre seca y manchado por el polvo de la tierra. Él se enderezó declarando:

—Cabe preguntarse como pudo resistir tanto tiempo. Una constitución robusta… sin olvidar vuestros excelentes cuidados —añadió.

Después de todo, el apoticario había hecho lo que se practicaba en todos los lugares.

Sus palabras tuvieron un efecto mágico en Lubin Serret que se apaciguó de inmediato. Druon continuó:

—Veo una plétora de vasos sanguíneos arrancados… En efecto, la sangre debió salir con profusión.

—¿Y las mordeduras, maese? ¿Qué os dicen? —preguntó Jean Lemercier.

—No sabría decirlo con seguridad. Una bestia particularmente poderosa y feroz habría podido ocasionarlas. En cualquier caso, no son humanas. Se distingue en varias zonas la marca de colmillos y la profundidad de las heridas sugiere un hocico largo.

—Al diablo se le conoce por sus metamorfosis —observó Serret en un tono pesado.

Druon respondió, como para sí mismo:

—Pero el perro y el lobo se corresponden con esta descripción.