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El miedo me dejó petrificada mientras Richard Walker se acercaba a nosotros, pero se detuvo a la distancia suficiente para que no pudiéramos quitarle el arma. Vince se puso delante de mí; supe que quería protegerme. Richard nos apuntaba directamente.

—Richard, no hagas ninguna estupidez —dijo Vince con voz tranquila—. ¿De qué va todo esto?

—¿Que de qué va todo esto? —Respondió Walker—. Te diré de qué va. Va de que, en el breve tiempo en que ha estado aquí la nueva señora Carrington, mi vida se ha venido abajo. Durante todos estos años mi madre ha protegido a Peter escondiendo la camisa. Vio que la llevaba puesta cuando volvió a casa aquella noche. Vio las manchas de sangre, y llegó a la conclusión de que Peter se había metido en líos. Si al día siguiente hubiera ido a la policía, justo cuando todo el mundo había descubierto la desaparición de Susan, Peter habría pasado los últimos veintidós años en la cárcel.

Justo entonces empezó a sonar el teléfono situado al pie de la escalera que conducía al primer piso. Walker nos indicó con un gesto que nos quedásemos quietos; quería oír si alguien dejaba un mensaje.

Aquella tarde yo había subido el volumen del contestador para poder oír los mensajes mientras estaba en el segundo piso. Un instante después, la voz de Maggie, claramente angustiada y asustada, dijo: «Kay, es tarde. ¿Dónde estás? Acabo de acordarme del nombre del hombre a quien tu padre oyó silbar aquella canción. Fue Richard Walker, el hijo de Elaine. Kay, ¿no iba a ir a cenar a tu casa hoy? Kay, por favor, ten cuidado. Estoy muy preocupada por ti. Llámame en cuanto oigas este mensaje».

Entonces me di cuenta de que Richard había comprendido que para él todo había acabado. Salí de detrás de Vincent. Me daba igual lo que pasase: quería enfrentarme a Richard.

—Tú mataste a Susan Althorp —le dije con un tono tranquilo que enmascaraba el miedo que sentía—. Aquella tarde en la capilla os oí a ti y a Susan, ¿verdad? —Señalé la pintura que había estado examinando—. Tú eras un marchante de arte con problemas de ludopatía. Fuiste tú quien dio el cambiazo con este cuadro… y Dios sabe con cuántos otros. Peter me dijo que los mejores cuadros estaban colgados abajo. Bueno, éste estaba en el comedor, pero es una copia. El auténtico es el que se ve en la pared situada detrás de Marian Howley en ese artículo de People. Ése es el que tendría que estar en esta casa, ¿verdad, Richard? Grace lo descubrió, igual que Susan unos años antes. Susan sabía mucho de arte. Se enfrentó contigo acusándote del robo, ¿cierto? No sé por qué Susan quiso chantajearte en vez de contárselo todo al padre de Peter, pero lo hizo.

—No digas una palabra más, Kay —me advirtió Vince.

Sabía que estaba preocupado por si Richard perdía el control y me disparaba, pero yo estaba decidida a acabar lo que había empezado.

—Tu madre no protegía a Peter —dije—. Te protegía a ti. Y hay mucho más. Mi padre trazó un diseño para la zona situada al otro lado de la verja, que es donde enterraste a Susan. Se lo envió a Peter para que él se lo hiciera llegar a su padre, pero Peter siempre estaba en la universidad y no lo vio. Creo que tu madre sí lo vio y te lo enseñó. Decidisteis que teníais que libraros de mi padre. No bastaba con haberlo despedido. Os daba miedo que él pudiera contactar con el padre de Peter para hablarle del proyecto, cosa que no podíais permitir. Hicisteis que su muerte pareciera un suicidio, y luego enterrasteis a mi padre en la finca porque pensasteis que nunca más volverían a rastrear los terrenos.

Vince me había cogido del brazo; me di cuenta de que intentaba desesperadamente que me callase. La mano de Richard temblaba. Aunque yo sabía que era muy posible que nos disparase, tenía que seguir hablando. Me agobiaba la carga de todas aquellas emociones que había acumulado durante los años que tanto eché de menos a mi padre y, lo que es peor, que pensé que me había abandonado. Me lastraba la tortura de esas semanas de ver a mi marido esposado y encadenado, y todo por culpa de aquel hombre.

Justo entonces percibí una sombra que se movía por el pasillo, detrás de Richard. Me pregunté si sería Elaine Carrington o Gary Barr, que acudían en ayuda de Richard. Incluso aunque Maggie hubiera llamado a la policía cuando no respondí al teléfono, era demasiado pronto para que ya hubieran llegado. Me daba igual quién estuviera en el pasillo: quería que oyera lo que tenía que decirle a Richard Walker.

—No sólo mataste a Susan y a mi padre, sino también a Grace —continué—. Cuando la encontraron en la piscina tenía en el bolsillo esa página de la revista. Seguramente se dio cuenta de que el cuadro original de Morley pertenecía a esta casa. Y Richard, quizá te resulte interesante saber que la persona que hizo la copia para ti estaba tan orgullosa de su trabajo que incluso añadió su propio nombre bajo la firma falsificada de Morley.

Volví a señalar la pintura que había examinado.

—Dime, Richard: ¿quién es Alexandra Lloyd?

Tras un suspiro de resignación, en el rostro de Richard se dibujó una ligera sonrisa.

—De hecho, Alexandra Lloyd era pintora, pero está muerta. Acabo de oír en las noticias que han encontrado su cuerpo en el East River. Como Susan, aquella joven encantadora pero drogadicta, Alexandra no entendió que chantajearme era una estupidez. Tú también has cometido algunos errores graves, Kay, y ahora tendré que hacer contigo lo que hice con ellas.

Entonces Richard miró a Vince y le habló directamente.

—Lo siento, Vince. No vine aquí con intención de perjudicarte. Siempre te has portado bien conmigo y con mi madre. Pero lamentablemente, has aparecido en un mal momento. Yo ya no tengo nada que hacer, se me ha acabado la racha. Al final la policía me relacionará con Alexandra y reconstruirá el resto de la historia. Pero aún tengo una pequeña posibilidad de huir, y no puedo dejarte aquí para que des testimonio.

Richard se volvió hacia mí.

—Pero si me atrapan, cuando esté en la cárcel tendré la satisfacción de saber que no vas a disfrutar de la fortuna de los Carrington —dijo apuntándome a la cabeza—. Las damas primero, Kay.

Mientras yo susurraba el nombre de Peter, la sombra que había visto en el pasillo se materializó en un policía que entró como una exhalación, arrebató el arma a Richard y lo tiró al suelo.

—¡Policía! —gritó—. ¡No se mueva! ¡No se mueva!

Mientras el policía luchaba con Richard, Vincent dio una patada al arma, que salió disparada al otro extremo de la habitación, se lanzó sobre Richard y ayudó al policía a sujetarle. Instantes después se oyeron pasos en la escalera y entraron otros dos agentes de policía. Cuando Richard los vio, dejó de luchar y empezó a sollozar.

Como sumida en un trance, vi cómo lo esposaban y lo levantaban. Uno de los agentes recogió la pistola, y el que había estado en el pasillo se volvió hacia mí y me dijo:

—Lo he oído todo, señora Carrington. No se preocupe, lo he oído todo.