Habían convocado a un taquígrafo del tribunal al despacho de Barbara Krause para anotar la declaración del embajador Charles Althorp. Más dueño de sí que cuando entró en el despacho, la voz de Althorp sonó firme cuando empezó a hablar de nuevo.
—En el momento de su desaparición, yo no revelé que sabía que mi hija, Susan, era adicta a la cocaína. Tal como me señaló el investigador Nicholas Greco el otro día, si se lo hubiera contado a la policía cuando mi hija desapareció, la investigación hubiera discurrido por otros cauces.
Bajó la vista a sus manos, que tenía cruzadas, como si reflexionara sobre ellas.
—Pensé que manteniendo un control férreo sobre Susan, y privándola de su asignación, la obligaría a dejar las drogas. Por supuesto, me equivoqué. Greco me dijo que la tarde que se celebró la fiesta en la mansión de los Carrington, la actual señora Carrington, que en aquella época tenía seis años, oyó a una mujer chantajear a un hombre porque necesitaba dinero. Greco piensa, y ahora yo comparto su opinión, que se trataba de Susan. Unas horas después, mi hija desapareció.
»Durante años he guardado el secreto de la adicción de Susan. Se lo conté a mis hijos cuando nos reunimos junto a la tumba de su madre. Si lo hubiera revelado antes, se habría evitado una gran injusticia.
Althorp cerró los ojos y meneó la cabeza.
—Tendría que… —dijo, y balbució algo incomprensible.
—¿Qué les dijo exactamente a sus hijos, embajador? —preguntó Tom Moran.
—Les dije que creía que Susan había empezado a consumir drogas cuando volvió de la universidad, a principios del último verano de su vida, y que es posible que chantajeara a alguien para conseguir el dinero que necesitaba. Mi confesión les incitó a revelarme cosas sobre su hermana que yo no sabía, cosas que adoptan un nuevo significado dentro del contexto de los acontecimientos recientes.
»Mi hijo David vino a casa de visita durante las Navidades antes de que Susan desapareciera. Susan había pasado mucho tiempo en la mansión de los Carrington. David me dijo que ella le explicó que había descubierto que algunos de los cuadros que estaban en el piso de abajo de la mansión habían sido sustituidos por copias. Estudiaba arte, y sabía mucho sobre el tema. Creía saber quién hacía las copias, porque en cierta ocasión esa persona invitó a una joven artista a una fiesta, y Susan la vio hacer fotos de varios de los cuadros.
»David aconsejó a Susan que se olvidara de lo que había descubierto y que no se lo contara a nadie. Dijo que sabía lo que pasaría si el señor Carrington padre se enteraba del asunto: el caso llegaría a los tribunales y posiblemente Susan tendría que prestar testimonio. David le dijo que ya habíamos tenido bastantes problemas con esa familia debido a mi aventura con Elaine Carrington.
—De modo que Susan hizo caso a su hermano —intervino Krause—, pero aquel verano, cuando necesitaba dinero, pudo usar esa información sobre el robo para intentar conseguirlo.
—Creo que eso es exactamente lo que hizo —confirmó Althorp.
—¿Era Peter Carrington, embajador? —preguntó Moran—. ¿Le robaba a su propio padre?
—No, por supuesto que no. ¿No entienden por qué me está atormentando todo esto? Ahora mismo Peter está en la cárcel acusado de haber matado a Susan. No tenía ningún motivo para matarla. David me dijo que él cree que, si Susan le hubiera pedido el dinero a Peter, él se lo habría dado sin dudarlo, y luego habría intentado ayudarla. Pero Susan nunca le hubiera pedido nada a Peter, porque estaba enamorada de él. David me dijo que mi silencio había sido una auténtica maldición para Peter. Cuando hablé con David esta tarde, me dijo que si no acudía aquí esta misma noche, no volvería a dirigirme la palabra.
—Entonces, ¿quién robaba los cuadros?
—El hijo de Elaine Carrington, Richard Walker.