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Vincent Slater estaba convencido de que Gary Barr había robado la camisa de Peter de casa de Elaine Carrington. Durante una semana había planeado la mejor manera de recuperarla.

La necesidad de recuperar la camisa se había vuelto más acuciante debido a una llamada telefónica de Conner Banks, una tarde a última hora, urgiéndole a que convenciese a Peter para que permitiera a su equipo de abogados cambiar la estrategia de su defensa.

—Vincent —dijo Banks—, cada vez estamos más convencidos de que si nuestra defensa se basara en la duda razonable podríamos conseguir que el jurado fuera incapaz de ponerse de acuerdo, e incluso la oportunidad de que absolvieran a Peter. La absolución significaría que Peter volvería a casa para siempre. Un jurado desunido querría decir que podríamos presionar sin cesar para obtener una fianza, y que Peter seguramente podría pasar algún tiempo con su hijo antes de que se celebrara un segundo juicio. Si en el segundo juicio consiguiéramos que el jurado no llegara a un veredicto, tal vez la fiscalía tiraría la toalla y retiraría los cargos.

—¿Qué pasaría si la camisa de Peter apareciera y estuviera manchada con la sangre de Susan? —preguntó Slater.

—Pero ¿qué está pasando aquí? Kay Carrington me hizo la misma pregunta…

Tras un largo silencio, Conner Banks dijo con voz tranquila:

—Como le dije a Kay, si esa camisa aparece y tiene sangre de Susan, más vale que Peter acceda a una sentencia negociada.

—Entiendo.

Eran las nueve en punto, no demasiado tarde para telefonear a Kay, decidió Slater. Cuando ella respondió, le contó que acababa de llevar a su abuela a su casa.

—Kay, apuesto a que Gary Barr robó la camisa —le dijo—. Tenemos que recuperarla. En un cajón de la cocina hay un llavero con varias llaves maestras. Una de ellas es la de la casa del guarda. Me pasaré hacia las siete y media, antes de que Jane llegue. Luego, a las nueve, te llamaré, como si estuviera en Nueva York, y te pediré que envíes a Gary a la ciudad para recoger unos documentos privados de Peter que hay que llevar a la mansión. Me aseguraré de que mi gente lo mantenga ocupado durante un buen rato. Tú haz lo posible para que Jane no vuelva a su casa pronto.

—Vince, no sé qué pensar de todo esto…

—Yo sí. No voy a dejar esa camisa en manos de Gary Barr. Recemos para que la tenga escondida en alguna parte de su casa o en su coche. Ah, algo más: le diré que uno de nuestros ejecutivos volverá con él para visitarte, de modo que tendrá que conducir uno de los coches de la familia.

—Como te digo, no sé qué pensar, pero cuenta conmigo —dijo Kay—. Vince, quería decirte que tengo una cita con Nicholas Greco, el investigador. Vendrá a casa mañana a las once.

Entonces Vincent Slater dijo algo que nunca soñó que podría decir a la esposa de su jefe:

—¡Eso es una estupidez, Kay! ¡Pensaba que querías a tu marido!