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En la Walker Gallery, Pat Jennings cada vez pasaba más tiempo hablando por teléfono; no tenía absolutamente nada más que hacer. Richard, en las semanas transcurridas después de la bronca que tuvo con su madre en su despacho, se había dejado ver muy poco. Le dijo a Pat que iba a vender su apartamento y a comprar otro más pequeño, y que buscaba un espacio menos caro para la galería.

—Creo que el gran romance con Gina Black se ha acabado —confesó Pat a su amiga Trish durante una de sus frecuentes conversaciones telefónicas—. Ella ha ido dejándole mensajes, pero Richard me ha pedido que le diga que está fuera de la ciudad.

—¿Y qué pasa con la otra, Alexandra Lloyd?

—Supongo que ha tirado la toalla. Hace un par de semanas que no llama.

—¿Su madre ha vuelto a pasar por allí?

—No, ni una sola vez. Pero creo que ha perdido algo. Cuando Richard ha llegado esta mañana, ¡no veas cómo estaba! Fue directamente al teléfono y llamó a su madre. He oído que le decía que después de lo que le había dicho anoche no había podido pegar ojo, que estaba muy preocupado. Parece que no se da cuenta de que cuando levanta la voz oigo todo lo que dice.

—¿Y eso cuándo ha sido? —preguntó Trish.

—Hace cosa de una hora.

—¿Qué más dijo?

—Algo sobre la estupidez tan grande que había sido guardarla en casa, y que por qué no la había colgado del asta de una bandera para que la viera todo el mundo. Al final él le colgó, y a los diez minutos ella volvió a llamar. Me di cuenta de que estaba llorando. Me dijo que no quería hablar con Richard. En lugar de eso me pidió que le dijera a su hijo que él tenía la culpa de que ella la hubiera sacado a la luz justo ahora, y que era culpa de él que la hubiera guardado en casa, y que se fuera al infierno.

—¿Te dijo eso? —Preguntó Trish sin aliento—. ¿Le has dado ese mensaje?

—Tenía que hacerlo, ¿no? Se ha limitado a decir que hoy ya no volvería y ha salido dando un portazo.

—¡Qué fuerte! —exclamó Trish—. Tienes un trabajo súper interesante, Pat. Es genial estar en contacto con gente como los Carrington. ¿Qué crees que habrá perdido Elaine?

—Oh, supongo que alguna joya —respondió Pat—. A menos que sea un vale para acceder a la fortuna de los Carrington. Seguro que Richard sabría aprovecharla.

—A lo mejor es un «as en la manga», sea lo que sea eso —apuntó Trish.

Las dos soltaron una carcajada.

—¡Mantenme informada! —advirtió Trish antes de colgar.