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Nicholas Greco oyó en la radio de su coche que Peter Carrington había intentado fugarse de la clínica. Sabiendo que se celebraría una vista para fijar la fianza, telefoneó a Barbara Krause y se enteró de a qué hora tendría lugar.

Ésa era la razón de que estuviese en la sala del tribunal durante la vista y de que una vez acabó, se quedara esperando fuera, para intentar hablar con Kay, la esposa de Carrington.

Kay salió acompañada de Vincent Slater. Cuando Slater vio a Greco, intentó que Kay Carrington no se detuviera, pero Greco le cortó el paso.

—Señora Carrington —dijo—, me gustaría mucho hablar con usted. Existe la posibilidad de que pueda serle de ayuda.

—¡Ayuda! —espetó Slater—. Kay, éste es el investigador que encontró a la doncella y consiguió que cambiara su testimonio.

—Señora Carrington, sólo busco la verdad —dijo Greco al tiempo que le entregaba su tarjeta—. Por favor, cójala. Por favor, llámeme.

Satisfecho al ver que Kay se guardaba la tarjeta en el bolsillo, se dio la vuelta y se alejó de los ascensores.

A esas alturas ya sabía que se había convertido en una figura familiar en el despacho de la fiscal. La puerta de la oficina de Barbara Krause estaba cerrada, pero Tom Moran se hallaba en el vestíbulo hablando con un agente de policía. Greco consiguió que Moran lo viera y luego aguardó hasta que éste se acercó a hablarle.

Con un gesto de la mano Moran borró las disculpas de Greco por presentarse sin cita previa.

—Vamos a mi despacho —le propuso—. La jefa no está lo que se dice de buen humor después de perder la moción para la confiscación de la fianza.

—Lo entiendo —dijo Greco, dando gracias interiormente por no haber invadido el espacio de Barbara Krause.

Sabía que la línea entre que lo considerara una ayuda o un incordio era muy fina. Y también sabía que no podía robarle mucho tiempo a Moran.

Una vez en el despacho de Moran, Greco fue al grano.

—He estado hablando con la mejor amiga de Susan Althorp, Sarah Kennedy North. Como sabe, Gary Barr solía llevar en coche a Susan y a sus amigas a las fiestas. Pero según Sarah North, mantenía una relación especialmente estrecha con Susan.

Moran arqueó una ceja.

—Le escucho.

—Por lo visto, Susan se refería a Barr como su «colega». Es un poco extraño para tratarse de una chica de dieciocho años y un sirviente que pasaba de los cuarenta, ¿no le parece? Además, el ambiente en la casa de los Althorp no invita a pensar que entre la familia y el servicio existiera demasiada familiaridad. Más bien diría que se daba el caso contrario.

—Señor Greco, siempre hemos sospechado que Peter Carrington contó con ayuda para esconder y luego enterrar el cuerpo de Susan Althorp. Por supuesto, sabíamos que Gary Barr hacía de chófer de vez en cuando. La policía también habló con las amigas de Susan tras su desaparición. Ninguna de ellas comentó que Barr tuviera una relación inusual con Susan. Quizás haya llegado la hora de que volvamos a hablar con él. Quizá su memoria también haya mejorado con el paso de los años.

Greco se puso en pie.

—No quiero quitarle más tiempo. Me gustaría pedirle que investigue a fondo el pasado de Gary Barr para descubrir si ha tenido algún problema con la ley. Se me ha ocurrido una posibilidad que aún no puedo compartir. Que pase un buen día, señor Moran. Siempre es un placer verle.