Saber que estaba esperando un hijo alegró y entristeció a Peter al mismo tiempo.
—Es maravilloso, Kay, pero tienes que descansar mucho. La presión a la que vives sometida podría perjudicaros a ti y al bebé. ¡Oh, Dios! ¿Por qué ha pasado todo esto? ¿Por qué no puedo estar en casa contigo, cuidando de ti?
Peter también había decidido que la defensa que había elegido le ayudaría a explicar su actitud a nuestro hijo.
—Kay, cuando nuestro hijo crezca, quiero que entienda que los crímenes que probablemente cometí tuvieron lugar cuando no tenía el más mínimo control de mis actos.
Presionó a los abogados para que solicitasen al tribunal que se le sometiera a prueba en un centro de alteraciones del sueño. Quería dejar constancia de que tenía tendencia al sonambulismo y que mientras estaba en ese estado no era consciente de sus actos.
Este tema se convirtió en una batalla entre él y su equipo de abogados.
—Pretender que el sonambulismo pueda ser su defensa es lo mismo que decir: «No culpable por enajenación mental» —dijo Conner Banks—. Es como escribir en algún lugar donde cualquiera pueda leerlo: «Soy culpable. Lo hice, pero puedo explicarlo todo».
—Presenten la solicitud —dijo Peter.
Eso supuso pasar otro día en el palacio de justicia ante el juez Smith. Presioné la mano sobre mi abdomen, buscando consuelo en aquel ser diminuto que crecía en mi interior, mientras veía al padre de mi hijo entrar en el tribunal una vez más, esposado y con grilletes en los pies, vestido con el mono naranja de presidiario.
Conner Banks hizo el alegato.
—Señoría —comenzó—, sé que éstas son circunstancias extraordinarias, y no negaré que el señor Carrington salió de su finca, lo cual, a primera vista, es una violación de las condiciones de su fianza.
Vincent Slater estaba sentado a mi lado; sé que no aprobaba la petición de Peter.
—Sin embargo, señoría —prosiguió Banks—, creo que incluso los informes policiales detallaron explícitamente el estado de confusión en que se encontraba Peter Carrington en el momento de su detención. Las pruebas realizadas posteriormente han demostrado que no había ni alcohol ni drogas en su organismo. Es imperativo para nuestra defensa que se evalúe adecuadamente al señor Carrington en una clínica especializada en trastornos del sueño, en el Pascack Valley Hospital. Eso requeriría que nuestro cliente permaneciera en esa clínica durante una noche, para monitorizar sus patrones de sueño.
—«Imperativo para nuestra defensa» —me susurró Vincent—. Esas son las palabras en las que se van a cebar los medios de comunicación.
—Le rogamos, señoría, que permita esta prueba. Si se nos concede el permiso, estamos dispuestos a ofrecer veinticinco millones de dólares como fianza. Admitimos que el sheriff no tiene la responsabilidad de escoltar al acusado mientras éste lleva a cabo su proceso de defensa, y por tanto compensaríamos al estado por los salarios de los oficiales del sheriff asignados a su escolta. También estamos dispuestos a pagar a una compañía privada de seguridad que contratará a varios oficiales de policía jubilados para que contengan al señor Carrington en caso de que intente escapar, lo cual le aseguro que no sucederá.
«Señoría, una de cada doscientas personas es sonámbula. El peligro potencial que tiene un sonámbulo para sí mismo y para otros es algo que la población en general no ha admitido o comprendido. Seguramente muchos de los presentes en esta sala no saben que a los sonámbulos no se les permite servir en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Se teme que puedan ser un riesgo para sí mismos o para otros debido al acceso que tendrían a armas y a vehículos y a que no son conscientes de sus actos mientras están en ese estado.
La voz de Conner Banks adquirió firmeza y potencia mientras pronunciaba estas últimas palabras. Luego, cuando volvió a hablar después de una breve pausa, su tono fue más apacible.
—Permita a Peter Carrington demostrar, de una vez por todas, que sus ondas cerebrales indican que es víctima de ese trastorno del sueño que es el sonambulismo. Concédale esa oportunidad.
El rostro del juez Smith se mantuvo imperturbable. Yo no sabía qué esperar. Pero no dudaba de lo que sentía Peter, y era satisfacción. Estaba transmitiendo su mensaje. Empezaba a colaborar en su propio caso frente a los medios de comunicación.
Me daba cuenta de que Banks y Markinson estaban preocupados. Durante el receso posterior a la petición, se acercaron a hablar conmigo.
—El juez no nos concederá esta petición, y hemos dado un paso en falso. No hay una sola persona en esta sala que no crea que esto no es más que una nueva variante de la defensa basada en la enajenación mental.
El juez regresó a su estrado. Empezó diciendo que, en casi veinte años que ejercía de juez de lo penal, nunca había recibido una petición que incluyese ese tipo de circunstancias. Dijo que, si bien al estado le preocupaba el riesgo de fuga, la fiscalía no discutía el informe policial que indicaba que el señor Carrington se encontraba sumido en un estado inusual cuando lo detuvieron en el césped de los Althorp. Dijo que, siempre que estuviera presente un miembro de la defensa, así como algunos vigilantes de seguridad privados dispuestos a contener a Peter en caso de intentar fugarse, aprobaba que éste permaneciera durante veinticuatro horas en una clínica para trastornos del sueño.
Peter consideró la decisión del juez como una victoria. No así sus abogados. Yo sabía que aunque los expertos confirmaran una causa médica para su sonambulismo, eso no supondría una diferencia en el veredicto durante el juicio. De modo que, en ese sentido, no era ninguna victoria.
Acabada la vista, quise hablar con Banks y Markinson, y les pedí que se reunieran conmigo en casa. Una vez más me dieron permiso para visitar a Peter en la celda antes de irme.
—Sé que consideras esto una victoria pírrica —me dijo.
—Sólo hay una victoria, Peter —le dije ardientemente—. Queremos que vuelvas a casa. Y eso es lo que vamos a conseguir.
—Oh, cariño, pareces Juana de Arco. En todo menos en la espada.
Durante un instante su sonrisa fue sincera, un recuerdo de la mirada que veía en sus ojos cuando estábamos en nuestra luna de miel.
Quería contarle que estaba investigando a fondo todos los aspectos de las pruebas relativas a las muertes de Susan y de mi padre, y que partía de la premisa de que quizá fue Susan la persona a la que oí aquel día en la capilla. Pero sabía que expresar esos pensamientos con palabras tendría un efecto negativo: conseguiría que Peter se preocupara por mí.
En lugar de eso, le conté que había estado recorriendo el segundo piso de la mansión.
—Peter, esas habitaciones son una versión refinada del desván de Maggie —le dije—. ¿Quién era el coleccionista de arte?
—Creo que mi abuela, aunque mi bisabuela tuvo su parte de culpa. Todo lo que vale la pena está en las paredes de los pisos de abajo. Hace mucho que mi padre pidió una tasación de todo.
—¿Quién coleccionaba porcelana? Ahí arriba hay un montón de objetos de porcelana.
—La mayor parte la reunió mi bisabuela.
—Hay un servicio de porcelana de Limoges que es una preciosidad. Todavía está en su embalaje. Desenvolví unas cuantas piezas. Tiene un dibujo precioso. Esa es la vajilla que me gustaría usar en nuestras fiestas.
El guardia apareció en el pasillo.
—Señora Carrington…
—Lo sé —dije, y miré a Peter—. Por supuesto, si no te gusta ese dibujo, buscaremos otro. Hay un montón para escoger.
Cuando pasé junto al guardia vi su mirada de compasión. Vino a ser como si me gritase: «Señora, ese tío va a comer en vajilla de porcelana tanto como yo». Ojalá lo hubiera dicho en voz alta. Le habría dicho que, cuando Peter volviera a casa, le invitaría a cenar.
Conner Banks y Walter Markinson ya estaban en la mansión cuando Vincent me dejó con el coche. Más tarde, ese mismo día, habría una reunión con la junta directiva de Carrington Enterprises, y Vincent representaría a Peter. Ahora Peter se refería a Vincent como «mis ojos y mis oídos». Por supuesto, no tenía voto, pero mantenía informado a Peter de cuanto sucedía en la polifacética empresa.
Como era habitual, Jane Barr había hecho pasar a los abogados al comedor, donde me reuní con ellos. Decidí transmitirles mi creciente sospecha de que Susan Althorp podía ser la mujer a la que oí discutir en la capilla hacía veintidós años.
Ellos no sabían nada de aquella incursión que hice en la casa cuando tenía seis años, pero cuando se enteraron, su reacción me dejó de piedra. Me miraron horrorizados.
—Kay, ¿sabe lo que está diciendo? —preguntó Banks.
—Estoy diciendo que quizá la mujer de la capilla fuera Susan, y que es posible que estuviera chantajeando a alguien.
—Quizá chantajeaba a su esposo —dijo Markinson, tajante—. ¿Tiene la más mínima idea de lo que haría un fiscal con esa información?
—¿De qué está hablando? —pregunté, totalmente confusa.
—Estamos hablando —dijo Conner Banks con gravedad— de que, si su suposición es correcta, acaba de ofrecernos un motivo para que Peter matase a Susan.
—¿Alguna vez le ha contado a Peter que oyó esa conversación en la capilla? —preguntó Markinson.
—Sí, claro. ¿Por qué?
—¿Cuándo se lo dijo, Kay? —preguntó Banks.
Empezaba a sentirme como si estuviera siendo interrogada por dos fiscales hostiles.
—Se lo dije la noche de la recepción benéfica a favor de la alfabetización que se celebró en esta casa. Mi abuela se cayó. Peter fue conmigo al hospital y esperó hasta que ella se recuperó, y luego me llevó a casa. Entró unos minutos y hablamos.
—Esa recepción, si no me equivoco, se celebró el seis de diciembre —dijo Markinson, repasando sus notas.
—Correcto. —Empezaba a ponerme a la defensiva.
—Y usted y Peter Carrington se casaron el ocho de enero, menos de cinco semanas después, ¿no?
—Sí. —Me di cuenta de que empezaba a sentirme decepcionada y furiosa—. Por favor, ¿pueden explicarme adonde quieren ir a parar? —pregunté.
—Kay, queremos ir a parar —dijo Conner Banks con un tono grave que reflejaba su preocupación— al hecho de que todos nos hemos preguntado acerca de su romance acelerado. Y ahora acaba de darnos un motivo. Si la que se encontraba aquel día en la capilla era Susan Althorp, y estaba chantajeando a Peter, en el mismo momento en que usted le dijo que había oído la conversación se convirtió en una amenaza. No podía correr el riesgo de que usted hablase de aquel episodio con cualquiera que supiera sumar dos y dos. Recuerde que la recepción tuvo lugar justo después de que la revista Celeb publicase aquella historia bomba sobre él. Al casarse con usted a toda prisa, la invalidaba como testigo en caso de que las cosas llegasen a los tribunales. Podría invocar el derecho matrimonial ante el tribunal y, aparte de eso, seguramente hizo lo posible por que se enamorase de él hasta el punto de que nunca le traicionara.
Mientras escuchaba, me enfurecí hasta tal punto que, de haber tenido a mano algo que pudiera tirarles a la cabeza, lo habría hecho. En lugar de eso, grité:
—¡Fuera de aquí! ¡Lárguense y no vuelvan! Preferiría tener al fiscal defendiendo a mi marido que a cualquiera de ustedes. Ni siquiera creen que si realmente mató a Susan y a mi padre lo hizo mientras no era consciente de sus actos. Afirman que su boda conmigo fue un puro cálculo, una manera de cerrarme la boca. ¡Váyanse al infierno!
Se levantaron para irse.
—Kay —dijo Banks con voz pausada—, si va al médico, y él descubre que tiene cáncer, pero aun así le dice que está perfectamente, es un embustero. La única manera de defender a Peter es conocer todos los factores que podrían influir en un jurado. Acaba de darnos una información que, afortunadamente, no estamos obligados a compartir con la fiscal porque es algo que hemos descubierto nosotros. Sólo se lo contaríamos a la fiscal si quisiéramos usarlo como prueba de la defensa en el juicio. Obviamente, no lo haremos. Pero por el amor de Dios, no se le ocurra contarle a nadie más lo que acaba de decirnos.
Eso me desinfló.
—Ya lo he hecho —dije—. La noche que Peter volvió a casa después de la vista.
—¿Contó a alguien que la mujer a la que oyó aquella noche en la capilla podía ser Susan? ¿Quién le oyó decirlo?
—Estaban Elaine y Richard y Vincent Slater. No dije que pensaba que podía ser Susan. De hecho, les dije que no sabía quién era. Elaine incluso bromeó diciendo que quizá fuera ella y el padre de Peter, porque se habían pasado todo el día discutiendo sobre el dinero que ella había gastado en la fiesta.
—Eso es un alivio. Pero no vuelva a mencionar a nadie su visita a la capilla. Si alguien saca el tema, subraye que no tiene ni idea de quién estaba allí, porque la verdad es que no lo sabe.
Vi que los dos abogados intercambiaban una mirada.
—Tendremos que hablar de esto con Peter —dijo Banks—. Me gustaría convencerle de que no acudiese a esa clínica a hacerse la prueba. La única posibilidad que tiene de volver a casa es la que le ofrecería la «duda razonable».
Yo les había confiado que estaba embarazada. Mientras salían por la puerta, Markinson dijo:
—Ahora que sabe que va a ser padre, quizá nos deje tomar el control de su defensa para que podamos intentar que le absuelvan.