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Gladys Althorp aguardó en el estudio a que su marido llegara a casa. Le oyó abrir y cerrar la puerta delantera poco después de que empezaran las noticias de las once. Apagó el televisor y se apresuró a bajar la escalera.

—Charles, tengo que decirte algo.

El rostro de su esposo, ya de por sí rubicundo, se puso como la grana, y su tono de voz subió cuando se enteró de que había contratado a Nicholas Greco.

—¿Sin consultarme? —preguntó—. ¿Sin tener en cuenta que nuestros hijos se verán obligados a recordar aquellos momentos tan espantosos? ¿Sin comprender que cualquier investigación atraerá la atención de los medios de comunicación? ¿Es que no tuviste bastante con ese artículo tan desagradable de la semana pasada?

—He hablado con nuestros hijos, y están de acuerdo con mi decisión —dijo Gladys, muy tranquila—. Necesito conocer la verdad sobre lo que le pasó a Susan. ¿Eso te preocupa, Charles?