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Conner Banks estaba sentado a la mesa frente a su cliente, en la pequeña habitación reservada para las charlas entre los abogados y los reos de la cárcel del condado de Bergen. Había sido el miembro del equipo de abogados elegido para repasar con Peter Carrington las opciones de que disponían.

—Peter, la situación a la que nos enfrentamos es la siguiente —dijo—. Las buenas noticias son que aunque ha sido una «persona de interés» en la muerte de su primera esposa, Grace, ése es un tema aparte. No podrán sacarlo a colación en este juicio porque no pueden conectarlo con las muertes anteriores. Sin embargo, los restos de Susan Althorp y de Jonathan Lansing se descubrieron en los terrenos de su finca, y eso significa que la fiscalía intentará relacionar los casos. Aun así, lo esencial es que creemos que no podrán demostrar su culpabilidad más allá de una duda razonable.

—¿Dónde estaría la «duda razonable» con todo lo que tengo en contra? —preguntó Peter con voz tranquila—. Soy la última persona que vio a Susan Althorp viva. María Valdez testificará que la camisa que yo juré poner en el cesto de la colada nunca estuvo allí y que mi padre le pagó para que mantuviese la boca cerrada. Ahora me dice que el padre de Kay me envió una nota con un boceto paisajístico, un diseño para la zona que queda al otro lado de la verja, donde encontraron el cuerpo de Susan. Si yo hubiera sido culpable de la muerte de Susan, habría estado aterrorizado, porque realizar ese proyecto habría supuesto que encontrarían su cuerpo. Eso me daría un motivo para librarme de Jonathan Lansing. No veo ninguna salida a esta situación.

—Peter, estoy de acuerdo con que las cosas pintan mal, pero escúcheme. Alguien pudo haber interceptado esa carta. No tienen ninguna prueba de que usted la recibiera.

—Tienen pruebas de que mi padre le dio cinco mil dólares a María Valdez.

—Peter, respecto al tema de si la camisa estaba o no en el cesto, es su palabra contra la suya, y no olvide que María Valdez está negando su primera declaración, que hizo bajo juramento. Los jurados se muestran escépticos con quienes cambian su testimonio. Y sí, su padre le dio un cheque, pero buscaremos otros casos que revelen también su generosidad espontánea para demostrar que pudo sentir compasión y ayudar a María porque ella le dijo que su madre estaba enferma.

—El jurado no se lo creerá —dijo Peter.

—Peter, recuerde que sólo tenemos que conseguir que uno de los miembros del jurado dude de su culpabilidad lo suficiente para tener un jurado dividido. Si no logramos la exculpación total, al menos le aseguro que eso podremos conseguirlo.

—Un jurado dividido… No es esperar mucho.

Peter Carrington miró a los ojos a su abogado, apartó la vista y luego, haciendo un esfuerzo evidente, volvió a mirarlo.

—No me creía capaz de ejercer la violencia contra un ser humano —dijo eligiendo con cuidado cada palabra—. Lo que le hice a ese agente de policía me demostró lo contrario. ¿Le ha contado Vincent Slater que cuando yo tenía dieciséis años le agredí?

—Sí.

—¿Qué pasaría si, a pesar de todos sus esfuerzos, no consigo un jurado dividido y no me absuelven?

—En ese caso, la fiscalía pediría, y seguramente conseguiría, dos cadenas perpetuas consecutivas. Nunca saldría de la cárcel.

—Supongamos que me relacionan de alguna manera con la muerte de Grace. ¿Qué me pasaría entonces?

—Sin duda, le caería otra cadena perpetua. Pero, Peter, no hay manera de demostrar que la mató.

—Conner, hágame caso. Lo de «no hay manera» ya no vale. Hasta ahora he creído en mi inocencia a pie juntillas. Ya no estoy tan seguro. Sé que nunca haría daño voluntariamente a otro ser humano, pero a ese policía le hice bastante daño la otra noche. Hace años le hice algo parecido a, Vince. Quizá también lo haya hecho en otras ocasiones.

Conner Banks sintió que se le secaba la boca.

—Peter, no tiene que responder a la siguiente pregunta, piénselo bien antes de hacerlo. ¿Cree realmente que en un estado alterado de conciencia podría haber matado a Susan Althorp y a Jonathan Lansing?

—No lo sé. La otra noche pensaba que estaba buscando el cuerpo de Susan en el césped de la casa de sus padres. Tenía que asegurarme de que estaba muerta. ¿Era un sueño o estaba reviviendo algo que pasó? No estoy seguro.

Banks había visto la expresión de Carrington en el rostro de otros clientes, personas que sabían que, casi con total seguridad, se enfrentaban a pasar el resto de su vida en la cárcel.

—Hay algo más —dijo Peter bajando la voz y titubeando—. ¿Les ha dicho Kay que la noche que volvimos de nuestra luna de miel me vio sonámbulo junto a la piscina, con el brazo metido en el agua, debajo de la lona?

—No, no lo contó.

—De nuevo, puede que sólo fuera una pesadilla, o puede que estuviese repitiendo algo que pasó de verdad. No lo sé.

—Peter, en el tribunal nada de esto saldrá a la luz. Plantearemos el caso para obtener una duda razonable.

—¡Olvídese de la duda razonable! Quiero que mi defensa se base en que, si cometí esos crímenes, estaba sonámbulo y no era consciente de lo que hacía.

Banks lo miró fijamente.

—¡No! ¡Ni hablar! Con esa defensa no tendría ninguna puñetera posibilidad de que le absolvieran. Sería como entregarle su cabeza a la fiscal en una bandeja.

—Y yo le digo que no tengo ninguna puñetera posibilidad de que me absuelvan con la defensa que están preparando. Aunque la hubiera, mírelo desde mi punto de vista. Mi juicio aparecerá en todos los medios de comunicación. Tenemos la oportunidad de que el mundo entienda que, si una persona padece sonambulismo, y comete un crimen sin saber lo que hace, no es responsable de ello.

—¡No puede hablar en serio!

—Nunca en toda mi vida he hablado más en serio. He pedido a Vince que examine las estadísticas. Según la ley británica y la canadiense, un crimen cometido durante un episodio de sonambulismo se denomina «automatismo no insano». Según el sistema legal de esos países, un acto no hace a un hombre culpable a menos que su mente sea culpable. Si en el momento del delito existe una falta de control mental, de tal modo que el delito se hubiera realizado de forma automática, la ley permite basar la defensa en ese automatismo.

—Peter, escúcheme. Puede que eso sea cierto en la ley británica y la canadiense, pero aquí las cosas no funcionan así. Si me presentara ante el tribunal con esa defensa, sería un estúpido. En este país tenemos dos casos en los que se acusó a dos hombres de haber matado, durante una crisis de sonambulismo, a dos personas a las que querían mucho. Uno de ellos mató a golpes a su mujer y luego arrojó su cuerpo a la piscina. El otro condujo durante kilómetros hasta llegar a la casa de sus suegros. Se llevaba muy bien con ellos, pero estaba sometido a mucho estrés. Golpeó brutalmente a su suegro y apuñaló a su suegra hasta matarla. Se despertó cuando regresaba a su casa, se dirigió a la comisaría más cercana y dijo que debía de haber sucedido algo terrible, porque estaba cubierto de sangre y tenía el vago recuerdo de haber visto el rostro de una mujer.

—Vince ya me habló de esos casos, Conner. No olvide que he sido una «persona de interés» desde que tenía veinte años. Aunque me absolvieran, todo el mundo me trataría como el desgraciado que se burló del sistema y se libró a pesar de haber matado a alguien. No podría seguir viviendo así. Si no me defiende sobre esa base, encontraré a alguien que lo haga.

Tras un largo silencio, Banks preguntó:

—¿Ha hablado de esto con Kay?

—Sí.

—Supongo que ella está de acuerdo…

—A regañadientes, pero sí. Y también está de acuerdo en otra condición.

—¿Cuál?

—Dejaré que esté conmigo durante el proceso judicial. Pero después de que me condenen, sé que eso es lo que probablemente sucederá, se divorciará de mí y empezará una vida nueva por su cuenta. Si no hubiera estado de acuerdo en eso, le habría negado el derecho a volver a visitarme.